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Perspectiva

La ofensiva saudí contra Qatar y la intensificación global de los conflictos geopolíticos

Con el respaldo de Egipto y sus aliados más cercanos del Golfo, Arabia Saudita ha lanzado una ofensiva diplomática y económica contra Qatar, su diminuto vecino con vastas fuentes energéticas. Los saudíes tienen como objeto obligar al emirato a alinearse completamente con su postura beligerante hacia Irán y con otras de sus políticas predatorias, incluyendo su apoyo incondicional al régimen militar egipcio.

Cuando visitó Riad el mes pasado, el presidente estadounidense, Donald Trump, le prometió a la autocracia Saudí el total apoyo de Washington a sus planes para forjar una coalición militar entre árabes sunitas dirigida contra Irán.

Este respaldo ha “envalentonado” a Arabia Saudita, como los reconocen incluso muchos informes de la prensa occidental sobre el enfrentamiento contra Qatar. El lunes pasado, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Yemen anunciaron una serie de medidas contra Qatar que por poco califican como bélicas.

Estas incluyen: cesar todas las relaciones diplomáticas, viajes y lazos económicos con Qatar; negarles la entrada a aviones qataríes, incluyendo todos los vuelos de Qatar Airways y restringirles el uso de su espacio aéreo; cerrar sus puertos a buques qataríes; y bloquear todas las transmisiones de la cadena de televisión al-Jazeera basada en Qatar.

Arabia Saudita y sus aliados más cercanos entre los Estados del Golfo también le están cerrando sus fronteras a los qataríes y ordenándoles a todos los ciudadanos qataríes que salgan de sus países dentro de dos semanas.

Estas medidas amenazan con agitar la economía del emirato. Qatar es un Estado peninsular cuya única frontera terrestre es con Arabia Saudita. Es sumamente dependiente de los alimentos que llegan de Arabia Saudita. Los noticieros informan que se han formado largas filas en los supermercados de Doha conforme los residentes —el 80 por ciento de los 2,3 millones habitantes de Qatar son trabajadores extranjeros no ciudadanos— buscan almacenar sus estantes y refrigeradores.

En el 2014, los sauditas y varios de sus aliados suspendieron relaciones diplomáticas con Qatar porque a Riad le irritó la oposición del emirato al golpe militar que derrocó al presidente electo de Egipto, Mohamed Morsi, líder de la Hermandad musulmana.

La actual disputa es de un carácter cualitativamente diferente, demostrado por la imposición saudí de un bloqueo económico que amenaza con estrangular la economía de Qatar.

Qatar, no sin razón, ha acusado a Arabia Saudita de intentar someter al país a una “custodia”, es decir, convertirlo en un Estado vasallo.

Los sauditas están acusando a Qatar de lo mismo que han acusado a Irán por mucho tiempo, de apoyar el “terrorismo.” Alegan que Qatar apoya a la oposición contra la familia real bahreiní, a los rebeldes hutíes en Yemen y a la oposición contra el gobierno saudita en la región mayoritariamente chiíta de Qatif. Qatar ha negado vehemente estas afirmaciones.

Riad también está acusando al emirato de estar asociado con Estado Islámico en Siria. De hecho, las familias predominantes de ambos emiratos han desempeñado un papel importante en la guerra estadounidense de cambio de régimen en Siria, ayudando a financiar, organizar y armar a distintas fuerzas islamistas reaccionarias, incluyendo a muchas de las que conformaron Estado Islámico.

El objetivo primordial de los saudíes es distanciar a Qatar de Irán, a quien considera su principal rival por influencia regional.

Qatar ha desarrollado amplios vínculos económicos con Irán, incluyendo en el desarrollo conjunto del enorme campo de gas natural South Pars en el Golfo Pérsico. Hasta su expulsión de ayer, Qatar era un miembro renuente de la alianza militar islámica, la coalición internacional que Riad había formado supuestamente para combatir el terrorismo, pero que ha asumido más explícitamente la forma de una alianza sunita para librar una guerra contra el predominantemente chiíta Irán.

El fin de semana anterior, en un intento para aplacar a Arabia Saudita, Qatar presuntamente les ordenó a varios dirigentes de Hamas, el grupo islamista palestino que tiene vínculos con Irán, que abandonaran el país. Pero los saudíes lo están tomando como un paso insuficiente y tardío.

No puede excluirse la posibilidad de que los saudíes amenacen a Qatar con una acción militar en los próximos días o semanas. Ya están librando una guerra en Yemen, con el apoyo logístico estadounidense, la cual ha causado una catástrofe humanitaria cada vez peor y, en el 2011, intervino militarmente en Bahréin para evitar el derrocamiento popular del régimen autocrático.

Israel ha aplaudido la ofensiva saudí contra Qatar, calculando que debilitará a Teherán. Al igual que los saudíes, el establecimiento sionista considera a Irán como su principal rival estratégico.

Trump y la camarilla de generales que dirigen su administración han recalcado una y otra vez que Washington tiene Irán en sus coordenadas. Y mientras que persisten diferencias serias dentro de los grupos de poder estadounidenses sobre el acuerdo nuclear con Irán, tanto los demócratas como los republicanos, apoyan la imposición de mayores sanciones económicas contra Teherán y amenazar a los iraníes con acciones militares.

Dicho esto, nada sugiere que Washington haya deseado, y menos impulsado, que Riad enfrentara a Qatar.

Qatar es el cuartel general de avanzada del Comando Central de EE.UU. y, por lo tanto, es un área fundamental para las guerras estadounidenses en Afganistán, Irak y Siria y el centro de planificación para la guerra contra Irán. Bahréin, que forma parte de la coalición antiqatarí de Arabia Saudita, es la base de la Quinta Flota de EE.UU.

El creciente conflicto entre los aliados de Washington en el Golfo, se queja el diario New York Times, “presenta una complicación inoportuna y nueva para las fuerzas armadas de Estados Unidos”.

Que los sauditas, con el apoyo del régimen militar egipcio respaldado por EE.UU., actúen independientemente de Washington de ninguna manera le resta responsabilidad a EE.UU. por la creciente agresividad del régimen saudí, sin mencionar las guerras y provocaciones que amenazan a la gente de todo Oriente Medio.

Al contrario, la ofensiva saudí contra Qatar debería servir como una advertencia inicial en cuanto a la influencia incendiaria y temeraria del imperialismo norteamericano. En la campaña para contrarrestar su declive de su poder económico a través de la agresión y la guerra, EE.UU. ha armado y “envalentonado” a todo tipo de regímenes de derecha y en crisis. Cualquiera de ellos, para avanzar sus propios intereses reaccionarios, incluso de mera supervivencia, podría arremeter contra sus rivales, provocando una crisis que rápidamente se podría convertir en un conflicto militar que absorba a EE.UU. y a otras potencias mundiales, con fusiles en mano.

De igual importancia, el repentino choque entre Qatar y Arabia Saudita evidencia las explosivas tensiones geopolíticas que recorren la región y se enredan cada vez más en los conflictos entre potencias imperialistas y grandes.

Las guerras rapaces que Washington ha emprendido en Oriente Medio desde 1991 han destrozado sociedades enteras, matando a millones, volviendo a millones en refugiados y abarcando zonas cada vez más extensas. Su impacto acumulativo ha sido efectivamente el colapso del sistema de Estados que fue impuesto por el imperialismo británico y el francés en la región al final de Primera Guerra Mundial y la apertura de una nueva lucha por el reparto del Oriente Medio.

Los acontecimientos en Siria revelan más claramente que dicha repartición ya ha comenzado. Mientras que nominalmente es una lucha conjunta contra Estado Islámico, la guerra en Siria ha atraído a un conjunto de poderes regionales y globales, incluyendo EE.UU., Rusia, Francia, Alemania, Irán, Turquía, Arabia Saudita e Israel, con cada uno persiguiendo sus propios intereses estratégicos. Para el imperialismo norteamericano, Siria es un frente clave para su ofensiva estratégico-militar contra Rusia e Irán.

Y no es sólo Siria, sino toda la región que está en llamas. Dada la importancia económica de Oriente Medio, como la región productora de petróleo más importante del mundo, y por su posición geoestratégica decisiva, como la bisagra entre Europa, Asia y África, todas las potencias imperialistas y los poderes grandes se ven cada vez más obligados a intervenir para hacer valer sus intereses respectivos.

EE.UU. ve su campaña contra Irán a través del prisma de su estrategia mundial. Esto incluye la necesidad de evitar que fructifiquen los planes de China de desarrollar corredores económicos euroasiáticos y forjar una alianza estratégica con Irán e impedir que el capital europeo alcance a superar a las corporaciones estadounidenses en capturar los mercados y las concesiones petroleras de Irán.

Como lo explicó Trotsky en vísperas de la Segunda Guerra Mundial imperialista del siglo pasado, la única alternativa a los mapas de guerra de las grandes potencias es el mapa de la lucha de clases. La única respuesta a la lucha explosiva de las élites capitalistas rivales por recursos naturales, mercados y ventajas estratégicas es la movilización de la clase obrera internacional contra la guerra y el atrasado orden social capitalista.

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