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Perspectiva

El testimonio de Comey en el Senado: Un circo político en Washington

El testimonio del exdirector del FBI, James Comey, ante el Comité de Inteligencia del Senado de EE.UU. fue transmitido el jueves en vivo en todas las cadenas y canales de noticias por cable, que anunciaron que el evento iba a ser un momento histórico en las investigaciones sobre las presuntas conexiones entre el presidente Donald Trump y la supuesta injerencia rusa en las elecciones estadounidenses del 2016.

La cobertura mediática estuvo llena de comparaciones con las audiencias de Watergate, retratando a Comey —quien hasta hace poco encabezaba un aparato de inteligencia que espía de forma irrestricta a la población— como un gran paladín de la democracia y la constitucionalidad.

Pocas horas después del testimonio de Comey, el New York Times publicó un editorial titulado “El Sr. Comey y todas las mentiras del presidente”, en referencia a la película de 1976 basada en la investigación de los periodistas del Washington Post, Woodward y Bernstein, sobre el escándalo de Watergate. El editorial llega a la conclusión que: “La misión del FBI, según declaró el Sr. Comey, ‘es proteger al pueblo estadounidense y la Constitución de Estados Unidos’. Esperemos que los principios que él manifiesta y aquellos a los que están sujetos guíen esta investigación en los días por venir”.

La comparación del Times a Watergate refleja el carácter engañoso y falso de la campaña antirrusa del Partido Demócrata, la cual se asemeja menos a las audiencias de Watergate en 1973 que a los intentos antidemocráticos de los republicanos de ejercer presión a través de escándalos sobre eventos vacíos como Whitewater, Mónica Lewinsky y Bengasi.

Las audiencias de Watergate expusieron que el presidente estuvo directamente implicado en un robo del Comité Nacional del Partido Demócrata y su encubrimiento, involucrando a altos operativos del Comité para la Reelección del Presidente Nixon (CRP).

El robo y el intento para encubrirlo ocurrieron en medio de otros importantes acontecimientos —las protestas de masas contra la guerra de Vietnam, las revelaciones sobre el bombardeo ilegal de Camboya y Laos y los informes sobre el espionaje generalizado de enemigos políticos del presidente por parte de la CIA y el FBI—. Cada día, las audiencias del Senado eran seguidas por millones de personas sorprendidas por la evidencia de que Nixon estaba estableciendo una dictadura del poder ejecutivo en la que el presidente podía actuar fuera de la ley y prevenir cualquier investigación al respecto. En junio, el exjefe de personal de Nixon, John Dean, dio un testimonio de 245 páginas y compartió conversaciones detalladas en las que le había dicho a Nixon que había “un cáncer en la Presidencia”.

Catorce años más tarde, en mayo de 1987, la Cámara de Representantes y el Senado iniciaron audiencias como parte de una comisión conjunta para investigar el papel del gobierno de Reagan en el escándalo Irán-Contra. Este fue un plan para venderle armas a Irán, entonces bajo un embargo de armas y en guerra con Irak, y así esquivar las enmiendas de Boland que le prohibían al gobierno de Reagan dar asistencia a los escuadrones de la muerte derechistas en Nicaragua responsables por torturas, secuestros, violaciones y ejecuciones de decenas de miles de personas.

Lo que estaba en cuestión en la audiencia de Comey era algo completamente diferente: una fuerte disputa dentro de la clase gobernante principalmente sobre política exterior.

El Partido Demócrata no está solicitando audiencias sobre la deportación masiva de inmigrantes indocumentados por parte de Trump, ni sobre la caída en la esperanza de vida que resultará de los recortes al cuidado de salud y Medicaid que Trump propone. En cuanto a la política exterior de Trump, los demócratas aplaudieron la decisión de su administración de lanzar misiles Tomahawk contra Siria y arrojar en abril el Explosivo Aéreo de Artillería Masiva, MOAB por sus siglas en inglés, en Afganistán.

Durante el mandato de Barack Obama, no se convocaron audiencias sobre el asesinato de ciudadanos estadounidenses sin orden ni juicio o sobre el espionaje masivo del gobierno revelado por Edward Snowden. El Comité de Inteligencia del Senado ni siquiera tuvo una audiencia pública cuando la CIA intentó destruir el informe del Senado sobre tortura y amenazó con encarcelar a empleados del Senado por intentar llevarse el informe de la sede de la CIA.

Haciendo el papel de Joe McCarthy, el senador Mark Warner, vicepresidente del comité y el demócrata de más alto rango en éste, declaró el jueves, “Estamos aquí porque un adversario extranjero nos atacó aquí, en casa, simple e inequívocamente, no con armas ni misiles, sino con agentes extranjeros que buscan secuestrar nuestro proceso democrático”. Además, describió a Comey como un héroe que está “dispuesto a decirle la verdad al poder”.

Durante su testimonio, Comey denunció a Trump por su “extraño e inexplicable afecto por el dictador ruso”, y advirtió que los rusos, “Volverán”. Pero cuando se le pidieron pruebas, Comey simplemente repitió convenientemente que tal evidencia es “confidencial” y que el público no puede obtenerla.

No hay ni una pizca de contenido democrático en la alianza del Partido Demócrata con las agencias de inteligencia ni en sus acusaciones conjuntas de que Trump está intentado bloquear la investigación sobre las infundadas afirmaciones de que Rusia es responsable de la derrota electoral de Hillary Clinton en noviembre del año pasado.

Significativamente, los senadores demócratas no le preguntaron a Comey sobre su anuncio el 28 de octubre del 2016, apenas unos días antes de las elecciones, de que el FBI había reanudado su investigación criminal sobre los correos electrónicos de Hillary Clinton. Este acto de intromisión electoral —y Hillary Clinton insiste que fue una de las razones centrales por las que perdió— fue mucho más perjudicial que cualquiera de las cosas por las que acusan a Rusia y Trump.

La afirmación de que Trump está obstruyendo una investigación legítima parte de la premisa antidemocrática de que el FBI tiene el “derecho” de iniciar investigaciones contra quien quiera mientras le oculta a la población las supuestas razones. En la década de 1990, el Partido Republicano también agitó “escándalos” similares sobre la vida personal de Bill Clinton con el propósito de llevar a cabo un cambio de política. La diferencia principal es que actualmente los demócratas están presionando a Trump para que adopte una política exterior más beligerante que atentaría con detonar una guerra entre las potencias nucleares de EE.UU. y Rusia.

La comparación entre las audiencias de Watergate y del caso Irán-Contra con el testimonio de Comey del jueves es en sí una demostración de la degeneración política de los demócratas. Sólo una organización tan en quiebra como el Partido Demócrata podría realizar una campaña de oposición a Donald Trump desde la derecha.

La sección de la clase gobernante que está asociada con el Partido Demócrata, separada de las masas por una gran montaña de riqueza, no se opone fundamentalmente a las políticas sociales reaccionarias de Trump. En cambio, lo que temen es que esté minando los intereses a largo plazo del imperialismo norteamericano, pero se acoplarían a su gobierno si Trump acepta los objetivos de política exterior de los demócratas. También son conscientes de que la llegada al poder de Trump sólo ha profundizado la oposición social, y les preocupa la posibilidad de alguna erupción social. Su campaña contra Rusia en parte pretende canalizar esta oposición popular a lo largo de líneas reaccionarias y nacionalistas.

La clase obrera tiene que avanzar su propia oposición a Trump sobre bases totalmente diferentes. Las vidas de millones de trabajadores en EE.UU. y alrededor del mundo serán devastadas por los ataques contra migrantes, los programados recortes sociales como en Medicaid y en los cupones de alimentos, las reducciones de impuestos para los ricos, la desregulación y la privatización propuestas para las principales industrias, el continuo espionaje masivo y las beligerantes acciones militares en todo el mundo.

Una lucha contra esta agenda reaccionaria no puede ser contaminada por alianzas con el FBI, la CIA, la NSA y el Partido Demócrata. Al contrario, debe partir de la unificación de las distintas luchas de la clase obrera en todo el mundo, aunando a los trabajadores de todas partes en una lucha común por el socialismo.

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