Después de horas de negociaciones de ida y vuelta, con el comité de redacción diciendo en un momento dado que no podían componer una propuesta aceptable, la cumbre del G-20 logró emitir un comunicado final de forma unánime.
Pero esto no cambia el hecho de que la cumbre de Hamburgo del fin de semana pasado fue la más divida de las reuniones entre los principales líderes políticos desde la posguerra. Tan pronto como firmaron la declaración, se manifestaron diferencias, expresando la continuación tanto de la ruptura del orden político del capitalismo global de la posguerra como del declive de la posición de Estados Unidos.
En su primera cumbre de este tipo, el recién elegido presidente francés, Emmanuel Macron, señaló las divisiones que han aparecido: “Nuestro mundo nunca ha estado tan dividido. Las fuerzas centrífugas nunca han sido tan poderosas. Nuestros bienes comunes nunca han estado tan amenazados”.
Macron no sólo señaló los conflictos entre Europa y EE.UU., sino la creciente oposición social al actual orden económico, apuntando a “las divisiones e incertidumbres reales” en el mundo occidental “que no existían hace tan sólo unos pocos años”.
Llamando a una mayor y mejor coordinación, Macron insistió en que, sin las organizaciones creadas después de la Segunda Guerra Mundial, “vamos a retroceder hacia un nacionalismo estrecho”.
Al comentar sobre el resultado de la cumbre, James Stavridis, un excomandante estadounidense de la OTAN, dijo que era sorprendente que “no hubo un papel central de liderazgo por parte de Estados Unidos”.
“Lo que vemos hoy comienza a parecerse al mundo después de la Primera Guerra Mundial hace unos cien años, en el que ninguna de las principales naciones se unieron y nosotros en Estados Unidos rechazamos la idea de la Liga de las Naciones”, agregó.
Stavridis no dio más detalles, pero el resultado de la situación que menciona fue el estallido de la Segunda Guerra Mundial, apenas dos décadas después de que la primera hubiese concluido.
La canciller alemana, Angela Merkel, la anfitriona y presidenta de la cumbre, reiteró el mensaje que pronunció tras la reunión del G7 en mayo, cuando se refirió a la ruptura del orden de la posguerra después de que EE.UU. se retirara del Acuerdo de París sobre el cambio climático.
“Nosotros como europeos tenemos que tomar nuestro destino en nuestras propias manos”, dijo.
“Donde no haya un consenso que se pueda lograr, el desacuerdo tiene que ser aclarado. Desafortunadamente —y deploro esto—, EE.UU. abandonó el acuerdo climático”.
Fue un síntoma de estas divisiones cada vez mayores que Trump no haya tenido una conferencia de prensa al concluir la cumbre, algo que habría sido impensable en el pasado para el líder del llamado “mundo libre”.
La posición debilitada de Estados Unidos también se vio reflejada por la ausencia de una resolución sobre Corea del Norte, a pesar de las presiones diplomáticas, económicas y militares de EE.UU. al respecto, incluyendo el simulacro de un lanzamiento de dos bombas ficticias de 900 kg cerca de la frontera norcoreana durante la reunión.
Según el primer ministro australiano, Malcolm Turnbull, la canciller Merkel, se opuso a una resolución sobre Corea del Norte, en su calidad de presidenta de la reunión, alegando que el G-20 ha sido “históricamente una conferencia sobre economía” y que una declaración unánime “no podría ser alcanzada”.
A pesar de que se culpa a Trump y a su programa de “EE.UU. ante todo” por el colapso del multilateralismo, Trump es sólo un catalizador, acelerando procesos que ya estaban en marcha mucho antes de que él ocupara su cargo.
Las divisiones están arraigadas en el declive a largo plazo de Estados Unidos en relación con sus rivales y sus esfuerzos para contrarrestar este proceso por medio de medidas económicas y militares cada vez más agresivas.
Una división abierta entre EE.UU. y los otros 19 miembros del G-20 —que habría equivalido a una declaración de guerra económica— sólo fue evitada mediante palabras evasivas en el comunicado con las que buscaron maquillar las divisiones sobre cuestiones comerciales.
El texto busca equilibrar las demandas de las potencias europeas y de otros países de incluir un compromiso de oponerse al proteccionismo y las afirmaciones estadounidenses de que los acuerdos internacionales actuales son “injustos” y contrarios a sus intereses. Asimismo, establece: “Mantendremos los mercados abiertos señalando la importancia de los marcos de comercio e inversión recíprocos y ventajosos y el principio de no discriminación, y seguiremos luchando contra el proteccionismo incluyendo todas las prácticas desleales y reconoceremos el papel de los instrumentos comerciales legítimos en este sentido”.
El punto álgido e inmediato en cuestiones de comercio es el acero. El gobierno de Trump está amenazando con invocar una sección de una ley de 1962 que le permite al presidente estadounidense restringir importaciones por razones de seguridad nacional.
El G-20 se comprometió a acelerar el trabajo sobre el desarrollo de un foro sobre el exceso de capacidad mundial del acero establecido en el 2016. Sin embargo, no se espera que esto afecte a la decisión de EE.UU. de tomar o no acciones en virtud de la legislación de 1962, denominada “la opción nuclear” de las medidas comerciales.
Invocando el lenguaje amenazante que tan a menudo utiliza en temas de confrontación militar, el secretario de la Prensa de la Casa Blanca, Sean Spicer, declaró al diario Financial Times: “Todas las opciones están sobre la mesa”.
Los funcionarios de la Unión Europea han elaborado una lista de productos estadounidenses para posibles medidas de represalia, incluido el whisky, el zumo de naranja y los productos lácteos, de proseguir Estados Unidos con la imposición de restricciones sobre el acero.
El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker, no elaboró sobre posibles objetivos el día de la cumbre, además de mencionar el whisky, pero indicó que la UE estaba lista para actuar.
“Nuestro estado de ánimo es cada vez más combativo”, dijo, ante cualquier acción que llegue dentro de “días” y no meses. “Vamos a responder con contramedidas si es necesario, con la esperanza de que no lo sea”.
Un ex alto funcionario del Departamento de Estado de EE.UU., Nicholas Burns, dijo que la delegación estadounidense se encontró “más aislada en esta cumbre del G-20 que en cualquier otra”.
“EE.UU. no puede liderar eficazmente si estamos constantemente criticando a nuestros aliados, Trump parece considerar a Alemania y a otros países europeos más como competidores económicos que como aliados estratégicos. Ese es un gran error de juicio sobre nuestros amigos más importantes del mundo”.
La ruptura del orden económico y político de la posguerra no es producto del mal juicio del actual ocupante de la Casa Blanca. Es el resultado de fuerzas objetivas mucho más profundas, sobre todo la irresoluble contradicción entre el desarrollo de una economía global y la división del mundo en Estados nación rivales, incluyendo entre los más poderosos.
Cada una de estas potencias, tanto las naciones europeas como Estados Unidos, busca resolver esta contradicción con un avance cada vez más agresivo de sus propios intereses contra los de sus rivales, recurriendo al nacionalismo económico, las guerras comerciales y finalmente los conflictos militares. Ese es el proceso que se puso de manifiesto en la cumbre del G-20.