El viernes 14 de julio el periódico neoyorquino New York Times publicó un artículo escrito por la editora Gretchen Morgenson sobre la industria farmacéutica y los precios de medicinas en Estados Unidos. Ese artículo, intitulado Big Pharma Spends on Share Buybacks, but R&D? Not So Much (“Las grandes farmacéuticas gastan más en recomprar sus acciones pero, ¿en investigación y desarrollo? muy poco”) pone el dedo en la herida de uno de los fenómenos actuales más significativos —la explosión de parasitismo financiero.
El artículo de Morgenson está basado en un ensayo del Instituto de Nuevo Pensamiento Económico (Institute for New Economic Thinking) intitulado US Pharma’s Financialized Business Model (“El modelo financiero de negocios de los farmacéuticos estadounidenses”) que revela que los exorbitantes precios de medicinas en Estados Unidos —los más altos del mundo— nada tienen que ver con lo que las empresas alegan, que altos precios son imprescindibles para estimular importantísimas investigaciones. Demuestra que en realidad el alto costo de medicinas es la consecuencia de maniobras financieras de las farmacéuticas para que más lucren sus accionistas, principalmente mediante ofertas públicas de recompra de acciones.
El artículo hace referencia a los resultados de investigaciones del Instituto que demuestra que entre el 2006 y el 2015, las 18 farmacéuticas en el índice bursátil S&P 500 [de las 500 empresas más grandes de Estados Unidos] gastaron 516 mil millones de dólares estadounidenses en recomprar acciones y distribuir dividendos. Esa cantidad es once por ciento más que las inversiones de “investigación y desarrollo” durante esos años.
Según los autores de esa investigación: “Es nuestra opinión que la principal razón de altos precios de medicinas, acceso restringido a las medicinas e innovaciones paralizadas es ese mal social llamado ‘maximizar el valor de las acciones’”
La investigación descubrió que en muchos casos, las grandes farmacéuticas se benefician de viejas patentes de invención, en lugar de crear nuevas medicinas. Muchas veces las “drogas de superventa” no son el resultado de las investigaciones de grandes empresas, sino de empresas más pequeñas, absorbidas por las grandes compañías.
La práctica de maximización del valor de las acciones mediante la recompra de acciones es parte de un sistema que recompensa a altos ejecutivos de grandes empresas sólo en base al rendimiento de las acciones en el mercado bursátil.
Entre el 2006 y el 2015, las 18 farmacéuticas en la lista del índice S&P 500, distribuyeron a sus accionistas 99 por ciento de sus ganancias, aproximadamente cincuenta por ciento en recompras y 49 por ciento en dividendos. Durante ese periodo la compensación total de los 500 ejecutivos más altos en Estados Unidos aumenta con más rapidez que los demás. Mucho de eso ocurre entre el 2012 y el 2015. 90 por ciento de esos aumentos tienen que ver con el aumento de los precios de las acciones.
Uno de los cinco autores de la investigación, William Lazonick, quien desde hace tiempo analiza tres décadas de transformación de la bolsa de valores, observa que “en nombre de ‘maximizar el valor de las acciones’ (MVA), las farmacéuticas destinan las ganancias, provenientes del carísimo precio de sus medicinas, a enormes recompras de sus propias acciones [inflando sus precios] con el único fin de premiar a sus más altos ejecutivos por el ‘desempeño’ de esas acciones”.
“Como ningún otro sector, las farmacéuticas alumbran como la economía política de la ciencia es de vida o muerte”.
El análisis estadístico refuta el argumento de las farmacéuticas más grandes de que son necesarios precios altos y grandes ganancias, para cubrir el costo de investigaciones y procedimientos llenos de riesgos. Dos de las más grandes farmacéuticas, Pfizer y Merck acostumbran a destinar más del 100 por ciento de sus ganancias a sus accionistas. Entre el 2006 y el 2012, Johnson & Johnson, Pfizer y Merck destinaron un promedio de 4,2 mil millones, 6,3 mil millones y 3 mil millones de dólares estadounidenses respectivamente a la recompra. Amgen, otra gran farmacéutica gasta 3,2 mil millones por año.
En su estudio, Lazonick y compañía indican que existe una diferencia entre recompras y el pago de dividendos. Se paga dividendos supuestamente para compensar a los inversionistas por cambiar su dinero en acciones, alentándolos a quedarse con las mismas.
La lógica de las recompras es diferente. Se trata de darle a los accionistas que se libran de sus acciones un aluvión de ganancias inflando, con las recompras, el precio de sus acciones.
“Los principales vendedores de acciones son esos ejecutivos, banqueros, y gerentes de fondos de especulación, que pueden adquirir información que no es de acceso público para vender sus acciones en el tiempo preciso” y así beneficiarse de la recompra.
Uno de los mecanismos claves que da impulso a esa práctica es la protección de supuestos derechos propietarios intelectuales que extraen rentas de la apropiación de conocimiento social para intereses y lucros privados.
En verdad todos los “avances” en la creación de nuevos medicamentos descansa en los cimientos de décadas de investigaciones científicas básicas; muchas de las cuales ocurren en instituciones públicas, particularmente en el campo de la ingeniería genética.
Para crear la estructura legal que lubrica ese proceso, dice el artículo, la Ley Bayh Dole de 1980 fue un paso esencial. Ésta “facilita la comercialización de investigaciones pagadas por el gobierno federal” y “regala a las empresas, muchos de los beneficios de las investigaciones financiadas por el gobierno”.
Los autores de esta investigación llegan a la conclusión que “MVA, celebrada por ‘crear valores’ en verdad ejemplifica la ideología de extracción de valores”.
Como indican otros estudios, además del artículo de New York Times, las manipulaciones financieras de las farmacéuticas son parte de un fenómeno mucho más amplio.
Según las investigaciones de Robert Ayres y Michael Olenick de la Escuela Global de Negocios, en los últimos treinta años ha habido un auge dramático en recompras de acciones y pagos de dividendos. Relativo a las ganancias, esa distribución aumenta de muy bajos niveles en los 1980 al treinta y ocho por ciento en el 2000, sesenta y tres por ciento en el 2009, setenta y nueve por ciento en el 2011, hasta llegar al ciento quince por ciento en el 2015.
La disponibilidad de préstamos a bajísimos intereses como resultado de las medidas del banco central estadounidense, el Fondo de Reserva Federal, es el combustible que acelera ese movimiento.
Los autores de la investigación terminan diciendo que el desviar ganancias de la inversión productiva es una de las causas del estancamiento secular, con la caída de tasas de producción en Estados Unidos, un deterioro notable en el crecimiento económico yanqui, y el desmoronamiento del poder de compra de los salarios.
En otra investigación, William Lazonick analiza el proceso en reversa del mercado bursátil en los últimos treinta años. A mediados de la década 1970, la venta de acciones representaba 0,58 por ciento del producto interno bruto (PIB) estadounidense. Esa cifra se hace negativa desde entonces, como resultado de las maniobras de recompra. Para el periodo entre el 2006 y el 2015, la venta de acciones representa –2,65 por ciento del PIB.
O sea que durante los últimos treinta años el mercado bursátil ya no cumple con su misión de expandir la base productiva de las empresas. Ahora se dedica a la extracción de “billones de dólares” desviados de potenciales inversiones productivas, mediante la recompra de acciones”. Se trata de un “saqueo legal de las empresas industriales de Estados Unidos”, dice Lazonick.
Los resultados en otros sectores, aunque no tan nítidos como en el caso de las farmacéuticas, igual son cuestión “de vida o muerte” para millones de obreros y sus familias; ese saqueo causa la destrucción de millones de empleos, el destripamiento de beneficios, reemplazando de empleos a tiempo completo con trabajos a medio tiempo y de contingencia, y destruyendo el poder de compra de los trabajadores.
Al igual que con muchos otros estudios que parten de un enfoque liberal izquierdista, los autores de este informe nunca llegan a la conclusión política que su propio análisis sugiere.
Por ejemplo, Lazonick pide “mayor control gubernamental y que las farmacéuticas rechacen MVA y comiencen a transformarse en empresas innovadoras”, como si el diablo pudiese cortarse sus propias garras.
Este, y otros análisis comparten el mismo defecto fundamental: siempre presentan al saqueo sistemático de la economía por los capitales financieros como si fuera el resultado de una ideología, llámese ‘neo liberalismo’ o ‘maximizar el valor de las acciones’, que supuestamente data del periodo de los gobiernos de Ronald Reagan y Margaret Thatcher, el uno presidente de Estados Unidos, la otra primera ministra de Gran Bretaña. Es como si este par de individuos, por su cuenta, hubieran llevado a cabo un metamorfosis histórica en el mecanismo de amontonar ganancias.
El crecimiento del financiamiento, que racionalizan ciertamente las doctrinas neo liberales, es, a su vez, el resultado de las contradicciones de la misma economía capitalista, enraizadas en la incesante caza de ganancias por todos los medios necesarios; entre estos está la apropiación parasítica de riquezas materiales ya producidas y del conocimiento científico.
Los datos y estadísticas de las farmacéuticas y el fenómeno general del que participan, es un argumento contundente a favor de que éstas y otras gigantescas empresas sean expropiadas y pasen a manos del pueblo, junto con los bancos y las instituciones financieras que más y más dirigen sus prácticas.
Claro está, ese proyecto es imposible en el actual entorno capitalista. Requiere que la clase obrera se apodere del poder político y reconstruya toda la economía en base al socialismo.