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Perspectiva

Detrás del ataque de Trump contra los jugadores de la NFL

Los vulgares y amenazantes comentarios de Donald Trump sobre los jugadores de la liga de futbol americano NFL han impactado a millones de personas; sin embargo, un enfoque meramente en los rasgos de la personalidad del mandatario no pueden llegar a explicar por qué provocó tal conflicto público con estos atletas por participar en actos de protesta contra la violencia policial y el racismo.

Las razones verdaderas han de encontrarse en el recrudecimiento de la ya profunda crisis política del Gobierno de Trump y del capitalismo estadounidense en general. El entendimiento de esta crisis es precisamente lo que debe guiar a la clase obrera y juventud.

Contra el trasfondo de una escalada en las amenazas de guerra contra Corea del Norte, la devastación del territorio estadounidense de Puerto Rico con el paso del huracán María y el cercano fracaso del último intento del Congreso controlado por republicanos para revocar el programa Obamacare, el presidente estadounidense le dedicó doce tuits en treinta horas al acatamiento del himno nacional en eventos deportivos. Ninguno de los otros acontecimientos en desarrollo recibió tanta atención.

Lo acontecido el fin de semana surgió de una decisión concertada del presidente de intervenir en la campaña de protesta que ha venido sucediendo desde hace bastante tiempo contra la brutalidad y la violencia policiales, especialmente dirigidas contra jóvenes afroamericanos. Trump tenía la intención de provocar el mayor desconcierto posible, particularmente entre atletas negros, quienes conforman el 75 por ciento de los equipos de la NFL, y así azuzar a su base social ultraderechista y de tendencia fascista.

A Trump no le importa si sus posturas son enormemente impopulares ni que los jugadores cuenten con un apoyo sumamente amplio. No procura conseguir una mayoría electoral ni parlamentaria, sino propiciar un ambiente de revuelta y linchamiento dentro una minoría que pueda ser enviada a suprimir violentamente cualquier oposición pública hacia las políticas de su Gobierno y, en particular, hacia las acciones de la policía y el ejército.

El último tuit del jerarca en la mañana del lunes fue posiblemente el más explícitamente racista, aplaudiendo el comportamiento de los conductores de carrera de NASCAR, quienes son casi todos blancos, contrastando la ausencia de protestas en la carrera del domingo en New Hampshire a los muchos que protestaron en la jornada de quince partidos de futbol americano, cuyo fichaje es de mayoría afroamericana.

Los jugadores de futbol americano de todas las razas están justificablemente enojados con que Trump les haya exigido a los patrones de la liga que despidan a todo “hijo de puta” que ejercite su derecho a la libre expresión. La vulgaridad hace más insultar. Tiene un tono amenazante, incitando y justificando de antemano el uso de la violencia contra aquellos que protesten los asesinatos policiales y, por asociación, a cualquiera que proteste contra las políticas de su Gobierno.

El presidente Trump empleo un lenguaje similar como candidato para fomentar la violencia contra los que se opusieran a su campaña ultraderechista. En varios incidentes ampliamente divulgados, sus partidarios captaron el mensaje y agredieron a protestantes anti-Trump. En algunos casos, se hicieron presentes incluso armas de fuego.

Trump está siguiendo un ejemplo siniestro. Hace 47 años, el presidente Richard Nixon utilizó un lenguaje similar para denunciar a los protestas de la guerra en Vietnam, declarando que los estudiantes que se oponían a su decisión de expandir la guerra enviando tropas estadounidenses a Camboya eran unos “vagos”. Tres días después de su comentario, el 4 de mayo de 1970, soldados de la Guardia Nacional abrieron fuego contra protestantes pacíficos en la Universidad de Kent State, Ohio, matando a cuatro estudiantes.

No es simplemente un distante precedente histórico. Uno de los lacayos políticos antiguos y asesores de Trump, Roger Stone, comenzó su carrera en la política capitalista manejando los trapos sucios de Nixon. El primer mentor político de Trump, Roy Cohn, desempeñó un rol central, junto a Nixon y el senador Joseph McCarthy, en las cazas de brujas anticomunistas de los años cincuenta. Los escritores de discursos de Trump también han basado muchas de sus apelaciones en la aseveración de Nixon de representar una “minoría silenciosa”, mientras que sus operaciones políticas reproducen la “estrategia sureña” de Nixon que busca capitalizar las tradiciones atrasadas y reaccionarias del “cinturón bíblico” del Sur estadounidense.

Los críticos liberales de la prensa han lamentado la denuncia de Trump contra los jugadores, al igual que su vaivén de invectivas con los basquetbolistas de la NBA, Stephen Curry y LeBron James, describiendo su retórica como “divisiva”. Pero ese es el punto. Trump está apelando deliberadamente al racismo, misoginia y homofobia y otras formas de intolerancia, como contra los inmigrantes y refugiados. Sus arremetidas contra atletas en Twitter se dieron en vísperas del anuncio de su Gobierno de un nuevo veto a viajantes, añadiendo a Corea del Norte y Venezuela al conjunto de países predominantemente musulmanes de su primera orden ejecutiva.

Más fundamentalmente, Trump y sus asesores que defendieron sus ataques contra los atletas están exigiendo un conformismo absoluto del público hacia el ejército y la policía de EUA. Como lo manifestó el secretario del Tesoro, Steven Mnuchin, el domingo: “Esto se trata del respeto por los militares, los que son la primera respuesta”. El imperativo es particularmente reinante en eventos deportivos y transmitidos a nivel nacional como los partidos de la NFL, los cuales han servido desde hace mucho tiempo como celebraciones del militarismo, con sobrevuelos de aviones de combate y ceremonias con desfiles y enormes banderas.

Como Nixon durante la era de Vietnam, Trump está buscando movilizar fuerzas derechistas con base en el chauvinismo para suprimir la oposición generalizada a la guerra. En su momento, los esfuerzos de Nixon culminaron en el escándalo de Watergate y su propia renuncia forzosa para evitar ser destituido. Trump ahora encara un escenario político incluso menos favorable, con una sociedad estadounidense más dividida que nunca, no en términos de raza o género, sino de clase: la brecha entre los superricos y la vasta mayoría obrera, de todas las razas y orígenes étnicos.

Trump apela más abiertamente al racismo que Nixon porque su objetivo no es ganar la próxima elección presidencial, sino construir un movimiento extraparlamentario de extrema derecha, basado en la policía y secciones de las fuerzas militares a fin de sentar bases autoritarias de gobierno.

No cabe duda de que la reacción de los jugadores, uniéndose en defensa de los derechos democráticos, junto con el amplio apoyo popular que recibieron, refleja la adhesión profunda de la clase obrera estadounidense a los principios democráticos. Trump no se esperaba tal grado de hostilidad, y el lunes la Casa Blanca realizó una maniobra política para disipar las nubes de oposición y disfrazar sus verdaderos objetivos.

La secretaria de Prensa, Sarah Huckabee Sanders, comenzó su rueda de prensa leyendo una declaración de que el 25 de setiembre es el sexagésimo aniversario de la integración racial de la escuela Central High de Little Rock, Arkansas, uno de los eventos seminales de las luchas por los derechos civiles. Lo que intentaba Huckabee era repeler la avalancha de preguntas hostiles sobre la arremetida de Trump contra los jugadores de la NFL, ridículamente argumentando que el presidente “no está contra nadie”.

Siendo esta puramente una artimaña política, las verdaderas metas de la Administración Trump son las mismas de antes: continuar la acumulación militar; provocar crisis de guerra que amenazan con desencadenar guerras de gran escala, no sólo contra Corea del Norte, sino contra China, Irán y Rusia; atacar los derechos democráticos de los trabajadores; destruir los programas sociales en EUA como Medicaid, Medicare y el seguro social.

La respuesta de los deportistas constituye una señal política saludable, sorprendiendo tanto al Gobierno de Trump como a sus “críticos” liberales, ambos cuya lealtad de clase es hacia Wall Street.

Pero, hace falta más que una resistencia instintiva y políticamente enredada para derrotar a este Gobierno. Es necesaria la construcción de un movimiento político de la clase obrera que quiebre el dominio de la oligarquía corporativa y financiera y luche por sus intereses sociales —por un empleo y nivel de vida dignos, beneficios sociales, derechos democráticos, paz— mediante un programa socialista. Sólo el desarrollo de un programa clasista como tal puede contrarrestar las apelaciones de demagogos ultraderechistas y fascistas al nacionalismo, el racismo y otras formas de intolerancia y unificar a la clase obrera entera —compuesta por negros, blancos, nativos e inmigrantes— en una lucha en común por la igualdad social.

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