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Una semana de la caza de brujas macartista de la prensa contra Rusia

En la semana desde que Facebook anunció que colaboraría con un comité legislativo para investigar la “intromisión” rusa, el New York Times y el Washington Post han montado un frenesí macartista.

“Estos días, cuando se trata sobre Rusia —como lo fue con el Vietcong en los años sesenta o Iraq en el 2002-03—, uno puede escribir lo que sea. Todos los estándares periodísticos desaparecen”. Esta fue la sentencia condenatoria contra el Washington Post de un artículo publicado el lunes por el galardonado periodista investigativo, Robert Parry, quien participó en la exposición del escándalo Irán-Contra de 1985.

En un esfuerzo por demonizar a Rusia y así legitimar las guerras en el extranjero y la represión política dentro del país, el Times y el Post han estado publicando una serie de reportes sensacionalistas y totalmente infundados que culpan al Gobierno ruso por eventos que van de la derrota electoral de la demócrata Hillary Clinton en las elecciones estadounidenses del año pasado, al éxito electoral de la ultraderechista Alternativa para Alemania, y a la protestas contra la violencia policial en EUA.

De una manera verdaderamente macartista, están remarcando toda la oposición política a las medidas de la élite financiera estadounidense alrededor del mundo como la labor de agentes rusos buscando socavar las benevolentes acciones de Estados Unidos.

Como lo indica Parry, esta narrativa está siendo presentada incesante y desvergonzadamente incluso al mismo tiempo en que PBS está transmitiendo el documental de Ken Burns sobre la Guerra de Vietnam, el cual, independientemente de las intenciones de sus productores, documenta extensamente que el Gobierno de EUA, trabajando con un grupo de periodistas acríticos y sumisos, le mintió sistemáticamente a la población sobre casi cada detalle del devastador conflicto.

Como con el fraude de ese entonces, cuando quien cuestionara la línea oficial de EUA era acusado de ser un agente comunista, toda oposición política actual, incluyendo contra la guerra, está siendo marcada como el trabajo de agentes, redes automatizadas y troles rusos.

El jueves pasado, Facebook anunció ante el comité legislativo que investiga la presunta interferencia rusa en las elecciones del 2016 que va a compartir los detalles de alrededor de 3000 cuentas falsas que dice que están “siendo operadas probablemente desde Rusia”.

Previamente, la compañía había señalado que no tenía ninguna evidencia de que Rusia hubiese utilizado sus sistemas para interferir en las elecciones. Cambio de parecer cuando fue presionado por dirigentes demócratas. El senador Mark Warner, el demócrata de rango en el Comité de Inteligencia, incluso viajó a la sede central de Facebook, donde le dijeron, según el Washington Post, que “Facebook no encontró cuentas que utilizaran los anuncios publicitarios”.

Poco después de la visita de Warner, Facebook reconoció públicamente la existencia de las cuentas que Warner presionó para que encontraran. Pero el anuncio del jueves de que le entregaría la información de las cuentas al comité legislativo de Warner desató una oleada de propaganda histérica en el New York Times y Washington Post.

Además de una serie de artículos arrojados en las primeras planas de ambos periódicos al respecto, los editorialistas abandonaron cualquier aire de moderación en abordar el presunto papel ruso en las elecciones generales estadounidenses.

Uno de los artículos más amenazantes fue una columna en el Times del domingo escrita por Nina Jankowicz, investigadora del Kennan Institute en el centro de pensamiento Woodrow Wilson. La “desinformación rusa” está encontrando “tierra fértil” porque la población es cada vez más escéptica hacia el Gobierno y tiene acceso a noticias en línea, advirtió.

Jankowicz continúa: “Según el Pew Research Center, sólo el 20 por ciento de estadounidenses confía en el Gobierno. El mismo bajo porcentaje tiene ‘mucha’ confianza en las noticias de la prensa”. Esta p­érdida de confianza en el Gobierno “ha coincidido con la aparición de… el ciclo noticiero en Internet impulsado por adrenalina”.

Refiriéndose a la población estadounidense como si fuese una aldea survietnamita blanco de “pacificación”, Jakowicz escribe: “La lucha comienza con la mente de las personas y su moldura”, urgiendo que la lucha contra Rusia comience con los “currículos de preescolar a doceavo año” y continúe por medio de programas de entrenamiento ideológico por parte de los empleadores.

Rusia, insiste, “ha explotado muy hábilmente las debilidades estadounidenses”.

El lunes, el Washington Post publicó una crónica en la primera plana, escrita por tres autores y basada en entrevistas de “más de una docena de personas involucradas en la investigación del Gobierno”, de cómo es que Facebook, mediante una “autoexploración interna” y “trabajando en reversa”, encontró la interferencia rusa que había calificado como inexistente.

El artículo sigue la línea oficial al pie de la letra. Procura maquillar como hechos toda una serie de afirmaciones inventadas por Facebook para complacer a los influyentes legisladores y agencias de inteligencias que le están exigiendo que produzca evidencia sobre una “intromisión” rusa —todo un periplo vital de autodescubrimiento por parte de la corporación y su CEO, Mark Zuckerberg—.

Ni Facebook, ni las agencias de inteligencia estadounidenses, ni los diarios detrás de esta narrativa sensacionalista han ofrecido tan siquiera una pizca de evidencia para respaldar sus acusaciones, más allá de unos cuantos pantallazos de supuestas cuentas de Facebook sospechosas que el New York Times publicó este mes.

Estos alegatos fueron incluso más histéricos el martes, con un editorial del Washington Post titulado “El Kremlin se cuela en Alemania”, que acusa al Gobierno ruso de haber incidido en el éxito electoral de la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) el fin de semana pasado.

El Post escribe que la AfD, “se vio fortalecida por campañas en las redes sociales del tipo que Rusia ha utilizado en otras partes —redes anónimas que multiplican mensajes una y otra vez automáticamente. De nuevo, la cruzada del Kremlin para perturbar la democracia, dividir a Occidente y corroer el orden internacional basado en normas liberales pudo haber encontrado un pie de apoyo”. Estas acusaciones generalizadas no se basaron en más que la aseveración que las denuncias de fraude electoral de último momento por parte de la AfD fueron “impulsadas por cuentas de troles anónimos y una red automatizada en ruso”.

Sin embargo, la acusación más extraña y posiblemente la más significativa apareció en un artículo del Post, también con tres autores, que acusa a Rusia por intentar promocionar a los grupos que se oponen a la violencia policial, incluyendo “grupos de derechos de los afroamericanos”.

El artículo explícitamente equipara las denuncias de FBI y otras agencias de inteligencia de que el movimiento por los derechos civiles de los años sesenta no expresaba reclamos sociales auténticos, sino que eran el producto de espías y agitadores comunistas. “En gran medida como los anuncios en línea descubiertos por Facebook”, escribe el Post, “los mensajes divulgados por operativos de la era soviética buscaban aparentar como si estuviesen escritos por activistas políticos fidedignos en Estados Unidos, encubriendo así el involucramiento de una potencia extranjera y adversaria”.

La ecuación trazada por el Post de la violencia policial con la infiltración rusa es un paso más hacia volver explícita la premisa de la campaña de acusaciones contra Rusia de haberse entrometido en las elecciones del 2016: que el aumento de la oposición social que se manifestó en al apoyo de masas por el candidato Bernie Sanders fue el resultado de la intromisión rusa y que tiene que ser suprimido por medio de la censura y la represión estatal.

La corriente represiva subyacente de la campaña contra las llamadas “noticias falsas” ya ha sido puesta en práctica por Google, que hundió el tráfico a sitios web de izquierda por más de 50 por ciento desde abril, teniendo como blanco principal el World Socialist Web Site, que sufrió una caída en las visitas provenientes de búsquedas de Google del 75 por ciento en este periodo.

Para lo único que puede servir la caza de brujas macartista que alimentan el Times y el Post es para legitimar y expandir esta campaña de censura.

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