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Perspectiva

Los defensores de los “derechos humanos” aplauden represión del Gobierno español en Cataluña

La brutal represión del referéndum independentista catalán el domingo por parte del Estado español ha impactado a millones en todo el mundo.

El Gobierno de una de las principales “democracias” envió policías armados, aclamador por manifestantes fascistas para vapulear y arrestar a cualquiera que se atrevió ejercer su derecho fundamental al voto. Barcelona, una de las ciudades más cosmopolitas del mundo, fue transformada en una zona de guerra.

En medio del sangriento episodio, Estados Unidos y la Unión Europea salieron en defensa del Gobierno español. Los columnistas de los principales diarios, quienes se especializan en llenar baldes de lágrimas por los abusos contra los derechos humanos por Gobiernos que EUA procura derrocar, han aplaudido a Madrid como un modelo de la democracia y la constitucionalidad.

Un ejemplo representativo fue una columna titulada “El daño a Cataluña” en el New York Times del martes. Su autor, Roger Cohen, se ha dedicado por décadas a venderle guerras al pueblo estadounidense.

El Gobierno del primer ministro Mariano Rajoy “estuvo en lo correcto con respecto a lo básico. El referéndum catalán fue un fraude imprudente”, escribió Cohen. “El referéndum fue ilegítimo, siendo suspendido por el Tribunal Constitucional de España”.

Cohen finaliza con una oda absurda y pomposa a la Unión Europea propia de un personaje como Polonio de la obra Hamlet: “El futuro esplendoroso de todo europeo de buena voluntad yace en la soberanía europea, no en más banderas nacionales”.

Los catalanes son retratados como simpatizantes de “un desorden bajo cualquier costo” y de levantamientos contra “el orden liberal de la posguerra en Europa… encarnado en la Unión Europea y en la presencia de Estados Unidos como una potencia de contraparte en Europa”. Este orden, continúa, “durante las últimas cuatro décadas, ha encaminado a España, y a Cataluña dentro de ella, hacia un grado de prosperidad y estabilidad democrática inimaginable cuando murió Franco”.

Sin lugar a dudas, tal es la vista desde la atalaya de Cohen en su cuarto de hotel de cinco estrellas, desde donde pronuncia su altisonante dictamen sobre la democracia y los derechos humanos.

Pero España es un país donde el desempleo se sitúa en 17,8 por ciento, y 38,6 por ciento para los menores de 25 años de edad, y donde casi la mitad de todos los hogares tienen ingresos que caen por debajo de la línea oficial de la pobreza, después de años de medidas de austeridad dictadas por Bruselas y el Fondo Monetario Internacional.

La hipocresía del New York Times es suplementada por las mentiras descaradas del Washington Post, que describe el resultado del plebiscito como el producto de intrigas rusas dirigidas contra la Unión Europea.

Las imágenes de “la policía antidisturbios española disparando balas de goma y aporreando a los que planeaban votar en Cataluña el domingo les dieron a los líderes regionales la perfecta historia”, reclama el Post, cuando la crisis política en España es en realidad el producto de la “irresponsable e imprudente campaña de los nacionalistas catalanes para crear una república independiente en violación a la ley…”.

El Post luego cita a la Comisión Europea y al presidente Trump como voces de autoridad que se oponen al independentismo, como contra “la Escocia gobernada por secesionistas, el Gobierno paría de Venezuela y el aparato de inteligencia y de propaganda ruso”. A este último lo acusa de “movilizar a sus medios de comunicación y redes sociales automatizadas en apoyo de los independentistas” para dividir y debilitar al “Occidente democrático”.

Como siempre lo ha sido, la prensa estadounidense es un vehículo de propaganda proimperialista. Sin embargo, esencialmente la misma línea es seguida por el británico Financial Times. La represión de Rajoy es una lástima, editorializa, porque “arriesga darle credibilidad a los argumentos de los independentistas de que la España moderna no se ha sacudido de encima su pasado autoritario”. No obstante, insiste en que una declaración de independencia sería “una acción irresponsable y carente de validez legal y legitimidad política”, la cual “se toparía con una respuesta helada de los aliados europeos y estadounidenses de España”.

Habría que sufrir de una amnesia política verdaderamente aguda para aceptar moralizaciones así de infundadas sobre el respeto a la soberanía y al Estado de derecho. Lo único que está detrás de la línea de estos caballeros de la prensa son los intereses de sus respectivas élites gobernantes.

Una y otra vez, las mismas publicaciones y los mismos periodistas han proclamado el derecho absoluto de las fuerzas independistas a separarse de sus Estados paternales donde sea y cuando sea que avance los objetivos predatorios de las principales potencias globales.

La autodeterminación de minorías de todo talante religioso o étnico sirvió como justificación ideológica para el desmembramiento de Yugoslavia, las guerras contra Irak, Libia y Siria, y todos los intentos para engullir territorios exsoviéticos desde el reconocimiento de Georgia en 1991.

A lo largo de los años noventa, Cohen escribió un sinnúmero de artículos denunciando a la OTAN por falta de agresividad hacia Serbia y el Gobierno central yugoslavo en Belgrado para defender a los movimientos secesionistas en Bosnia y Kosovo. En el 2008, manifestó que “El aplastamiento de la autonomía de Kosovo por parte de Milošević fue un factor central en su transformación de Yugoslavia en ‘Serboslavia’…”.

Las columnas de Cohen ayudaron a promover los bombardeos de la OTAN sobre Yugoslavia, conllevando a la muerte de miles. Con su deshonestidad e idiotez de costumbre, Cohen no intenta reconciliar su apoyo a los independistas kosovares y a los “rebeldes” islamistas en Siria, en defensa de los “derechos humanos” contra Slobodan Milošević y Bashar al Asad, con su efervescente alabanza de la mano dura de Rajoy.

Esfuerzos como estos para justificar la represión de Madrid entrañan las más graves implicaciones.

El New York Times, Washington Post y el resto no declaran como ilegítimo solo al independentismo catalán, sino toda oposición al orden capitalista existente. El blanco no mencionado en la defensa al “Estado de derecho” es la clase obrera —en Cataluña, España y el resto del continente—.

Si los Estados e instituciones que impusieron este salvaje ataque son declarados como sacrosantos, entonces todas las formas de oposición social y política deben ser manejadas tan despiadadamente como se hizo con el referéndum catalán, incluyendo con represión militar.

El acogimiento de las medidas severas de Rajoy por parte de la Unión Europea y la Administración Trump va perfectamente en línea con su marcha hacia el autoritarismo, la violencia estatal y la supresión de los derechos democráticos por los Gobiernos alrededor del mundo.

La amenaza es muy real en España.

El lunes, el ministerio de Justicia, Rafael Catalá advirtió que el Gobierno invocaría el artículo 155 si el Parlamento de Cataluña declarare independencia. “El artículo 155 está ahí, vamos a usar toda la fuerza de la ley”, sancionó.

Dicho artículo suspende la autonomía regional, “[s]i una Comunidad Autónoma no cumpliere las obligaciones que la Constitución u otras leyes le impongan…”. Su imposición tan sólo podría hacerse valer mediante el despliegue del ejército.

Esta amenaza fue subrayada por la intervención extraordinaria del rey Felipe VI, quien se pronunció ayer para denunciar al Gobierno catalán por haberse “situado totalmente al margen del derecho y de la democracia” y establecer que “es responsabilidad de los legítimos poderes del Estado asegurar el orden constitucional”.

El Comité Internacional de la Cuarta Internacional se opone a la política del nacionalismo catalán desde la izquierda. Pero la forma de combatir el nacionalismo, incluyendo el secesionismo nacional, es una lucha política que requiere convencer a la clase obrera acerca de la necesidad de la unidad internacional y movilizar a la juventud y secciones progresistas de la clase media a su alrededor.

Esta lucha tiene que librarse con base en una oposición inflexible a la violencia desatada por Madrid y sancionada por la imperialista Unión Europea.

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