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Perspectiva

El camino adelante en Zimbabue después de Mugabe

La renuncia de Robert Mugabe como presidente fue celebrada por amplias capas de la población que no han experimentado más que dificultades ante la catastrófica situación económica de Zimbabue y la brutal represión y falta de derechos democráticos acompañando este declive social.

Sin embargo, aquellos que crean que la caída de Mugabe traerá consigo una mejora en sus vidas se verán decepcionados. El ejército y la facción del partido oficialista ZANU-PF (siglas en inglés) encabezada por Emmerson Mnangagwa han utilizado los 37 años de Mugabe en el poder para dominar el descontento social hacia el exmandatario, su esposa Grace y la camarillas de nuevos ricos que compone la facción liderada por Grace, la Generación 40 (G-40).

Las promesas hechas por Mnangagwa, juramentado como presidente el viernes, de “una nueva democracia que se despliega” y “empleos, empleos” no valen nada. Su objetivo es imponer una versión acelerada de las políticas capitalistas que ya han creado tanto sufrimiento. Lo que se necesita no es meramente la destitución de Mugabe, sino un rendimiento de cuentas con toda la burguesía zimbabuense y su inhabilidad abyecta para poner fin a la dominación imperialista, la explotación brutal y saqueo de los recursos naturales del país.

Mugabe llegó al poder después de 15 años de lucha armada contra el régimen de los colonos blancos de Rodesia del Sur. Lideró la Unión Nacional Africana de Zimbabue (ZANU), cuya base de apoyo era sobre todo la mayoría shona del país, mientras que sus rivales, la Unión del Pueblo Africano de Zimbabue (ZAPU), basada en los ndebeles y encabezada por Joshua Nkomo.

La insurgencia creo temores de que la Unión Soviética estaba construyendo el extremo de un puente en el sur de África, lo que instó a Estados Unidos a impulsar negociaciones con el Gobierno conservador británico de Margaret Thatcher. Gracias a sus estrechas relaciones con China, ZANU utilizó consignas socialistas para asegurar el apoyo popular, mientras que explotó los temores acerca de las relaciones de ZAPU con Rusia para asegurar el apoyo de Reino Unido.

El acuerdo de Lancaster House dio paso a elecciones en 1980 ganadas por ZANU. El prerrequisito para tomar el poder era que Mugabe preservara el gobierno capitalista en el recién independizado Estado de Zimbabue y protegiera el control de las corporaciones internacionales sobre los sectores claves de minería y agricultura. Al mismo tiempo, acordó no interferir en los intereses de los terratenientes lancos por diez años, tomando tierras sólo con base en la voluntad del vendedor y con compensación completa.

En 1982, Mugabe puso en marcha la operación “Gukurahundi” (limpieza de la paja en shona) en la provincia de mayoría ndebele, Matabeleland, una campaña genocida dirigida por el mismo Mnangagwa. Mugabe declaró una amnistía en 1987 y los dos partidos rivales se unieron para fundar el ZANU-Frente Popular.

Los años ochenta fueron para Zimbabue un aparente éxito, disfrutando una economía desarrollada, rica en recursos y contando con el trato favorable de Occidente como una forma de contrarrestar la influencia soviética. Fueron implementadas medidas de bienestar social y otras reformas progresistas en salud y educación.

La liquidación de la Unión Soviética en 1991 puso fin a este periodo. En el periodo siguiente, Washington, Londres y la Unión Europea ya no estaban dispuestos a darle el mismo espacio para maniobrar a Zimbabue.

El régimen de Mugabe, dependiente del clientelismo y el nepotismo, era visto como un impedimento a los intereses de los inversionistas internacionales. A lo largo de los años noventa, el Fondo Monetario Internacional recortó su financiamiento en el país y demandó la apertura de Zimbabue a la inversión extranjera, privatizaciones y niveles más altos de explotación como parte de los Programas de Ajuste Estructural que Mugabe llegó a aceptar.

Esto produjo un gran malestar social y huelgas generales en 1997 y 1999. Sin embargo, la Confederación de Sindicatos de Zimbabue (ZCTU, siglas en inglés) se opuso a Mugabe desde la derecha, formando el Movimiento por el Cambio Democrático (MDC, siglas en inglés) en el 2000, en alianza con las empresas de blancos y los intereses de los patrones agrícolas. Prometieron “privatizar y restaurar la confianza empresarial”.

Mugabe no hizo nada para librar una ofensiva auténtica contra los intereses de las grandes empresas. En cambio, combinó ataques contra la clase obrera en los centros urbanos mientras que promovió expropiaciones limitadas de tierras para afianzar una base de apoyo rural para ZANU-PF (siglas en inglés). Mugabe incluso declaró: “Nuestras raíces están en la tierra no en las fábricas”.

Su política agraria no le ofreció una solución auténtica a los problemas sociales y económicos de la población empobrecida rural ni de los trabajadores o desempleados en los centros urbanos. La división de los grandes latifundios en propiedades pequeñas enlazó capas agrarias al ZANU-PF, pero condenó tierras agrícolas productivas a agricultura de subsistencia cuando la propiedad colectiva de la tierra hubiese permitido una alternativa altamente productiva.

Las potencias imperialistas respondió a las tomas de tierra y a la represión del MDC con sanciones brutales en el 2002 y el 2008. A partir del 2003, Mugabe asumió la “Política de Ver a Oriente” en busca de inversiones y mercados alternativos, particularmente con China y Rusia. Sin embargo, la posición subordinada de Zimbabue en relación con las principales potencias imperialistas tan sólo se vio replicada por sus nuevos socios comerciales, quienes se apoderaron de enormes porciones de la industria, la minería y la producción de bienes de consumo. En vez de facilitar la política declarada de Mugabe de “indigenización”, la economía nacional se sumió más en el colapso, ocasionando un enorme déficit comercial.

La amenaza de Mugabe de extender dicha indigenización a las industrias extractivas iría a ser utilizado por Mnangagwa y el comandante de las Fuerzas Armadas, Constantino Chiwenga, para buscar el respaldo de Beijing para su golpe palaciego contra Mugabe, a través de promesas de una mayor liberalización del comercio, también hechas en dirección de Estados Unidos, Reino Unido, etc. De forma todavía más importante, Zimbabue se ha colocado en el centro de la batalla siendo librada por el imperialismo estadounidense contra China y Rusia, como parte de una versión contemporánea de la repartición de África que atenta con hundir al mundo en otra guerra.

La experiencia de Zimbabue es la misma que la de las masas trabajadoras y el campesinado en Sudáfrica, Nigeria, República Democrática del Congo y alrededor del continente.

Ninguno de los Estados establecidos siguiendo el periodo de descolonización tras la Segunda Guerra Mundial han logrado una independencia auténtica del imperialismo, ni desarrollado una economía viable que provea empleos decentes, vivienda, educación y acceso a la salud. Al contrario, las élites locales pasaron de prometer un desarrollo económico nacional a fungir como agentes políticos de los Gobiernos imperialistas, las corporaciones transnacionales y los bancos.

La clase trabajadora tiene que adoptar una estrategia auténticamente socialista en oposición a la falsa avanzada por ZANU-PF. Basándose en su Teoría de la Revolución Permanente, Trotsky se opuso a la perspectiva de “dos etapas” del estalinismo, la cual indicaba que el socialismo procedería de una etapa prolongada de desarrollo democrático burgués y que desempeñó un papel tan desastroso en África.

Trotsky insistió en que en los países con un desarrollo capitalista tardío, las tareas democráticas asociadas con las revoluciones burguesas del siglo XIX, incluyendo la unificación nacional y la reforma agraria, dependían ahora de la toma del poder por parte de la clase obrera. Dejó en claro que el desarrollo global del capitalismo durante la época imperialista, acoplado con el temor a una clase obrera ya desarrollada que amenazaba sus intereses, inevitablemente harían que la burguesía nacional buscara amparo en los brazos de las potencias imperialistas que ya se han repartido el mundo entre ellos.

La realización del socialismo tiene que enraizarse en la realidad objetiva de la economía global y en el carácter internacional de la clase obrera. Los trabajadores en Zimbabue tienen que luchar por la toma del poder para formar su propio Estado, ofreciendo su liderazgo a las masas campesinas. No obstante, el éxito de una revolución socialista, incluso de comenzar en un país en particular, depende de su extensión a los países vecinos en África y debe ser completada en la palestra mundial.

La clase obrera tiene que mantener su independencia política de todos los representantes de la burguesía nacional y las potencias imperialistas, incluyendo ambas facciones de la ZANU-PF, su rival MDC, entre otros— además de las federaciones sindicales que los respaldan. Los trabajadores y jóvenes más avanzados tienen que comenzar a construir una sección del Comité Internacional de la Cuarta Internacional para luchar por un Zimbabue socialista y por los Estados Unidos Socialistas de África, y para forjar un movimiento unificado por el socialismo con los trabajadores de EUA, Reino Unido y otros Estados imperialistas.

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