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Perspectiva

Un vistazo más cercano a la “democracia” estadounidense

Un tema central de la histeria sobre “injerencia rusa” en la política estadounidense es que Vladimir Putin supuestamente está intentando “socavar y manipular nuestra democracia” (en las palabras del senador demócrata, Mark Warner).

Según la trama inventada por las agencias de inteligencia estadounidenses y promovida por el Partido Demócrata y la prensa corporativa durante los últimos dos años y medio, Putin y sus títeres hackearon o accedieron a información confidencial de los demócratas para sembrar divisiones sociales y agravios populares con el fin de garantizar la elección de Donald Trump y, desde entonces, destruir “nuestras instituciones”.

Su campo de batalla predilecto es el internet. Ahí, troles y programas automatizados o “bots” rusos están infectando el cuerpo político del país aprovechándose de la falta de vigilancia en las redes sociales por parte de las gigantescas empresas tecnológicas como Google, Facebook y Twitter.

Para defender la democracia, dice la trama, estas compañías deben colaborar con el Estado para silenciar los puntos de vista de oposición—ante todo, izquierdistas, socialistas y antiguerra—, los cuales son categorizados de “noticias falsas” y desterrados del internet. Ni una palabra de que esta supuesta defensa de la democracia es una violación de los cánones básicos de la democracia auténtica consagrados por la Primera Enmienda de la Constitución de EUA: la libertad de expresión y la libertad de prensa.

¿Pero en qué consiste esta “democracia estadounidense” tan proclamada? Echemos un vistazo más cercano.

El monopolio bipartidista

En un país tan vasto y complejo de 328 millones de habitantes, con muchas nacionalidades, idiomas nativos, religiones y otras demografías, que se extiende a través de seis zonas horarias y miles de kilómetros, dos partidos políticos dominan totalmente el sistema político.

La oligarquía empresarial-financiera controla ambos partidos y mantiene su dominio alternando cuál de las dos encabeza las instituciones políticas, sea la Casa Blanca, el Congreso, las asambleas legislativas estatales, etc. La población general, conformada principalmente por la clase trabajadora, tiene la oportunidad de visitar las urnas cada dos o cuatro años y elegir uno u otro partido capitalista. A esto llaman “democracia”.

El monopolio de dos partidos de las grandes empresas se encuentra aún más arraigado gracias a la ausencia de una representación proporcional, lo que hace imposible que terceros partidos o candidatos independientes obtengan una representación significativa en el Congreso.

La influencia del dinero corporativo

El proceso político en su conjunto —la selección de candidatos, las elecciones, la formulación de políticas interiores y exteriores– está dominado por el dinero corporativo. Nadie puede competir seriamente en busca de un cargo público al menos que tenga el respaldo de financistas dentro del 1 por ciento más rico —o el 0,01 por ciento—. La compra de elecciones y políticos se hace descaradamente.

Las elecciones de mitad de término el mes pasado marcaron un récord en gastos de campaña para comicios no presidenciales —un total de $5,2 mil millones— un salto de 35 porciento desde 2014 y el triple de lo gastado hace 20 años en 1998. El grueso de esta avalancha de dinero vino de corporaciones y donantes multimillonarios.

En la vasta mayoría de contiendas, el resultado fue determinado por el tamaño de las arcas de contribuciones de campaña. En el 89 por ciento de las votaciones para la Cámara de Representantes y el 84 por ciento para el Senado, ganó el mayor postor.

Los candidatos demócratas contaron con una enorme ventaja de gastos por encima de sus oponentes republicanos, exponiendo el fraude de presentarse como el partido del pueblo. La industria de inversiones y bolsa de valores —Wall Street— favoreció a los demócratas por encima de los republicanos por un margen de 52 por ciento a 46 por ciento.

Las elecciones no son para nada un foro para discutir y debatir abierta y honestamente las grandes problemáticas que enfrentan los votantes. Estas cuestiones reales —la preparación de nuevas guerras, la profundización de la austeridad y los ataques contra los derechos democráticos— son enterradas con comerciales de ataques y campañas de injurias. La firma investigadora PQ Media estima que el gasto total en comerciales políticos alcanzó $6,75 mil millones este año. En las elecciones del mes pasado, el número de comerciales para elecciones del Congreso y gobernaciones aumentó 59 por ciento comparado a las elecciones de mitad de término en 2014.

La toma de decisiones y aprobación de legislación se ven impulsadas por sobornos corporativos, llamados eufemísticamente “cabildeo”. Solo en 2017, las empresas gastaron $3 mil millones en actividades de cabildeo.

Las restricciones a postular candidatos

Una gran mescolanza de requisitos arcanos, arbitrarios y antidemocráticos para presentar candidatos, los cuales varían de un estado a otro, bloquean que los terceros partidos desafíen el dominio de los demócratas y republicanos. Esto incluye el pago de tarifas, la recolección de firmas que alcanzan las decenas de miles en muchos estados. Los oficiales demócratas desafían rutinariamente las peticiones para candidatos socialistas e izquierdistas que podrían ganar el apoyo de jóvenes y trabajadores.

El apagón mediático para candidatos de terceros partidos

La prensa corporativa no provee cobertura sistemáticamente de los candidatos independientes y de terceros partidos, especialmente los de izquierda y socialistas. La excepción es cuando los candidatos son ricos o cuentan con el respaldo de patrocinadores ricos.

Los candidatos de terceros partidos son generalmente excluidos de los debates televisados a nivel nacional.

En las elecciones del mes pasado, el candidato del Partido Socialista por la Igualdad para el Congreso en el doceavo distrito congresional en Michigan, Niles Niemuth, ganó a su programa socialista un amplio apoyo entre trabajadores, jóvenes y estudiantes, pero no recibió prácticamente ninguna cobertura mediática.

Las restricciones al sufragio

Desde las elecciones robadas de 2000, cuando la Corte Suprema detuvo el conteo de votos en el estado de Florida para entregar la Casa Blanca al perdedor del voto popular, George W. Bush, ante una oposición prácticamente nula de los demócratas y la prensa, se han escalado los ataques contra el derecho de los trabajadores y los pobres al voto.

Treinta y tres estados han implementado leyes de identificación para votar. Según varios estudios, tales medidas previenen que hasta un 6 por ciento de la votación pueda votar. Los estados han reducido el acceso a boletas tempranas y en ausencia y ha clausurado centros de votación en barrios de clase obrera. Varios estados imponen una prohibición vitalicia al sufragio para convictos, incluso después de cumplir sus sentencias. En 2013, la Corte Suprema evisceró los mecanismos para hacer valer la Ley de derecho de voto de 1965, sin oposición alguna de los demócratas. Estados Unidos es uno de los pocos países que celebra elecciones en días laborales, lo que hace mucho más difícil que los trabajadores vayan a las urnas.

Un Gobierno de, para y por los ricos

Ambos partidos corporativos han presidido una contrarrevolución social que ha resultado en un aumento implacable de la desigualdad social. En tándem con este proceso, la estructura oligárquica de la sociedad se ha visto cada vez más reflejada abiertamente en las formas políticas de gobierno. Junto a la erección de la infraestructura de un Estado policial —espionaje masivo, detenciones indefinidas, la militarización de la policía, redadas propias de la Gestapo y otros ataques contra los inmigrantes, el papel ascendente del ejército en los asuntos políticos, la censura del internet—, el personal del Gobierno ha provenido cada vez más de los ricos y superricos.

Más de la mitad de los miembros del Congreso son millonarios, comparado con el uno por ciento de la población estadounidense. Todos los presidentes de las últimas tres décadas —George H. W. Bush, Bill Clinton, George W. Bush, Barack Obama— han sido multimillonarios cuando asumieron su cargo o se convirtieron en multimillonarios repartiendo cuentas de servicios prestados en sus Presidencias. El embustero y milmillonario especulador de bienes raíces, Donald Trump, encarna personalmente la toma directa de la Casa Blanca en manos de la oligarquía financiera.

En Estado y revolución, Vladimir Lenin escribió: “La democracia burguesa, a pesar de ser un gran avance histórico comparado con el medievalismo, sigue siendo, y está condenada a serlo bajo el capitalismo, restringida, truncada, falsa e hipócrita, un paraíso para los ricos y una trampa y decepciones para los explotados, para los pobres”.

La clase obrera nunca alcanzará una democracia auténtica ni logrará defender sus conquistas democráticas a lo largo de más de un siglo de lucha contra la clase capitalista mientras perdure su condición como una clase oprimida, explotada por los propietarios empresariales y su aparato estatal. La democracia para los trabajadores y oprimidos, a diferencia de la falsa democracia para los ricos, solo puede ser alcanzada por medio de la creación de órganos de lucha y control de los trabajadores y la construcción de una dirección revolucionaria que derroque el Estado existente, coloque el poder en manos de la clase trabajadora, expropie a los capitalistas y establezca una economía socialista con base en la igualdad social.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 20 de diciembre de 2018)

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