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Perspectiva

Gobierno de Trump en duda al intensificarse la guerra política en Washington

El año 2018 está llegando a un cierre en medio de una crisis política histórica en Estados Unidos. Durante la última semana, Washington se ha visto convulsionado por una serie de conflictos en torno a la decisión de Donald Trump de retirar las tropas estadounidenses de Siria y reducir la presencia de soldados en Afganistán, además de la renuncia subsecuente del secretario de Defensa, James Mattis. Esto ha coincidido con un fuerte deslizamiento de la bolsa de valores y un cierre parcial del Gobierno federal que se podría extender hasta el próximo año.

No fueron los ataques fascistizantes de Trump contra los inmigrantes, su guerra contra la clase obrera ni su beligerancia hacia China que provocaron los arrebatos de ira dentro del Estado y el Partido Demócrata. Por el contrario, fue su intención de replegar las guerras en Siria y Afganistán —ambas no declaradas e ilegales—.

El futuro del Gobierno está en duda. El domingo, el presentador del programa “Meet the Press” de NBC, Chuck Todd, comentó que la renuncia de Mattis en protesta de los retiros de tropas podría “ser el principio del fin efectivo de esta Presidencia”. Se refirió a la erosión del apoyo hacia Trump entre los senadores republicanos, quienes han amortiguado la presión de las investigaciones del exdirector del FBI, Robert Mueller, sobre los vínculos personales de Trump y los presuntos lazos de su campaña en 2016 con Rusia.

Los demócratas, representando el aparato militar y de inteligencia, ven los giros de la política exterior de Trump como un abandono de una premisa fundamental de la geoestrategia estadounidense: que controlar Oriente Próximo es crítico para contrarrestar a Rusia, lo que a su vez es necesario para confrontar a China. El senador demócrata, Chris Coons, declaró en el programa “Face the Nation” de CBS el domingo que “el presidente Trump está entregándoles a Vladimir Putin en Rusia y al Ayatolá Jomeini de Irán un gran regalo para Navidad”.

En el proceso, los demócratas se han atrincherado descaradamente con las fuerzas más reaccionarias del aparato estatal y el ejército. El “Perro Rabioso” Mattis o carnicero de Faluya, quien llegó a declarar que “es divertido dispararles a algunas personas”, ha sido convertido en un pilar de las virtudes morales. Dick Durbin, el demócrata de segundo mayor rango en el Senado declaró en “Meet the Press” que “me rompe el corazón” que Mattis se vaya. Dijo haberle suplicado que “se quedara, que se quedara tanto como fuera posible” porque “necesitamos desesperadamente tu voz madura, tu voz de patriotismo”.

El criminal de guerra Mattis está siguiendo el mismo proceso de canonización política antes de morir que los demócratas y la prensa llevaron a cabo previamente para los difuntos John McCain y George H.W. Bush.

Ya no son solo insinuaciones pidiendo la intervención directa del ejército contra Trump. Si se llevara a cabo una operación para destituir a Trump por medio de algún tipo de golpe palaciego, los demócratas y la prensa lo aceptarían. Las declaraciones que se han hecho hasta ahora solo permiten discernir que le seguiría una escalada inmediata de la guerra en Oriente Próximo y de las agresiones contra Rusia.

La feroz reacción contra las decisiones de Trump en Siria y Afganistán expone el fraude de la “guerra contra el terrorismo”, supuestamente librada para combatir terroristas islamistas. Trump justificó su plan para retirar tropas estadounidenses señalando que el Estado Islámico había sido derrotado en Siria. Sin embargo, como lo han proclamado un sinnúmero de indignados oponentes a esta decisión, la verdadera cuestión no es el Estado Islámico, sino la lucha contra los rivales geopolíticos de Washington en Oriente Próximo y Asia Central, ante todo Rusia e Irán.

De hecho, los eventos del 11 de septiembre de 2001 fueron meramente un pretexto para la implementación de planes expansionistas preparados mucho antes, comenzando por las invasiones de Afganistán e Irak bajo Bush, seguidas por la guerra contra Libia y la guerra civil patrocinada por la CIA en Siria bajo Obama. La explicación original ha sido en gran medida abandonada y la política exterior de EUA ha quedado expuesta por lo que es: un esfuerzo para controlar el mundo por medio de la fuerza militar.

Señalar esto no disminuye de ninguna manera el carácter reaccionario de la Administración de Trump. La Casa Blanca está persiguiendo su propia variante de política imperialista que se remonta a la campaña de “EUA ante todo” de Chales Lindbergh antes de la entrada de EUA en la Primera Guerra Mundial. Lindbergh era un pronazi, pero mientras sus principales oponentes dentro de la clase gobernante —incluso mientras promovían la intervención estadounidense en el baño de sangre imperialista— retenían algunos compromisos con los procesos democráticos, tales compromisos en las facciones anti-Trump de la élite gobernante y el Estado no existen hoy día.

El enfoque de Trump es principalmente China. Mientras que espera capitalizar la popularidad de retirar tropas de Oriente Próximo y Asia Central, su Gobierno ha definido una política exterior centrada en un conflicto de grandes potencias con el principal rival económico de EUA.

Ante el fracaso de la política exterior estadounidense durante el último cuarto de siglo, el Gobierno de Trump representa un giro hacia una geopolítica más unilateral y nacionalista. A medida que aumente la oposición a Trump dentro del Estado, intensificará sus esfuerzos para cultivar una base fascistizante, incluso entre las fuerzas policiales y el ejército.

Hablar sobre “derecha” e “izquierda” dentro de este marco no tiene sentido. El conflicto se libra entre distintas formas de reacción extrema.

Como apoyos auxiliares del Partido Demócrata, varias organizaciones conforman la pseudoizquierda, la cual representa secciones privilegiadas de la clase media-alta. Los demócratas han promovido sin cesar la política racial y de género, que durante el último año se ha avanzado bajo la consigna #MeToo (#AMiTambién). Un propósito central ha sido cultivar en estas capas una base social para sus políticas de guerra.

En medio de la guerra política en Washington, ciertas voces se distinguen por su silencio. Socialist Worker, la publicación de la Organización Internacional Socialista (ISO, siglas en inglés), no ha dicho nada. La revista Jacobin, alineada con los Socialistas Democráticos de Estados Unidos (DSA) no ha dicho nada. Alternativa Socialista (SA) no ha dicho nada. Tampoco lo han hecho los políticos del Partido Demócrata que han promovido: el senador de Vermont, Bernie Sanders, la diputada entrante de Nueva York, Alexandria Ocasio-Cortez, etc.

Hacen silencio porque apoyan la línea del Partido Demócrata. Apoyan la guerra y apoyan el imperialismo estadounidense.

Su verdadera línea política es articulada por Joan Walsh de la revista Nation, alguien frecuentemente citada por Socialist Worker y otras publicaciones pseudoizquierdistas. En su artículo “Mientras Trump brama, Dios nos bendice a cada uno”, Walsh denuncia la decisión de Trump de rechazar el asesoramiento “de un líder militar y servidor público de por vida como el secretario de Defensa, Jim Mattis”.

En todo esto—desde el Gobierno de Trump, el Partido Demócrata o la pseudoizquierda—, no hay expresión alguna de los intereses de la vasta mayoría de la población, la clase obrera.

La clase obrera no puede dejarse encadenar detrás de alguna facción de la clase gobernante. Debe avanzar su propia solución a la crisis capitalista: la revolución socialista.

Analizando los conflictos dentro de Washington en una etapa más temprana, el WSWS escribió en su declaración del 13 de junio de 2017, “Un golpe palaciego o la lucha de clases: la crisis política en Washington y la estrategia de la clase obrera”, que “los rivales de Trump dentro de los grupos de poder, incluyendo demócratas y republicanos, representan una facción de la élite corporativa y financiera”, cuyas “diferencias con el gobierno de Trump se centran principalmente en cuestiones de política exterior”. El estado actual de la guerra política confirma este análisis.

La declaración señala que “está en desarrollo un tercer conflicto que es totalmente diferente a los otros dos—aquel entre la clase gobernante y la clase obrera”. El WSWS anticipó que “la interacción entre las condiciones objetivas de la crisis y la radicalización de la conciencia social de las masas está encontrando una expresión en la erupción de la lucha de clases”.

Esta otra prognosis también se ha visto realizada. El último año ha sido testigo de un aumento importante de las luchas de la clase obrera tanto en EUA como en el resto del mundo. Esto es tan solo una anticipación a las explosiones sociales que caracterizarán 2019.

La tarea crítica es la construcción de una conducción política, el Partido Socialista por la Igualdad para impartir un nivel cada vez mayor de entendimiento y consciencia al movimiento de la clase obrera y para conectar la expansión de la lucha de clases a un movimiento socialista, internacionalista y antiimperialista para tomar el poder y reorganizar la vida económica con base en satisfacer las necesidades sociales y no el lucro privado.

(Publicado originalmente en inglés el 24 de diciembre de 2018)

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