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Perspectiva

Una nueva etapa en la guerra comercial entre EUA y China

El enfrentamiento económico entre Estados Unidos y China, la primera y segunda mayores economías del mundo, ha alcanzado una etapa nueva y más peligrosa ante la escalada de la guerra comercial por parte del Gobierno de Trump.

Desde que EUA presentó a China sus primeras demandas comerciales y económicas en mayo del año pasado, la sabiduría convencional en círculos burgueses ha sido que, más allá de la magnitud del confrontamiento y los pronunciamientos cada vez más beligerantes de EUA, se llegará eventualmente a un acuerdo. Esta creencia y las políticas monetarias de apoyo de la Reserva Federal apuntalaron la racha alcista de la bolsa de valores a nuevas alturas.

No obstante, al igual que todos los análisis superficiales del sistema capitalista, este escenario alentador simplemente hizo caso omiso de las contradicciones objetivas y fundamentales del sistema de lucro que son su fuerza motora esencial.

Hace una década, inmediatamente después de la crisis financiera global, los mandatarios de las principales potencias capitalistas se reunieron en Londres para la cumbre del G-20, donde se comprometieron a nunca recurrir en su respuesta a la crisis —el descalabro más severo del sistema financiero global desde la Gran Depresión— a las medidas de guerra comercial de los años treinta. Se habían aprendido las lecciones de la historia, particularmente el papel de la guerra comercial en preparar el terreno para la Segunda Guerra Mundial.

El análisis del World Socialist Web Site perforó estas afirmaciones. Como lo indicó su reporte, “los antagonismos interimperialistas se manifestaron durante la cumbre” e inevitablemente se agudizarán. “Lejos de haber trazado un plan globalmente coordinado para rescatar el capitalismo mundial”, declaró el WSWS, “la cumbre en Londres solo ha demostrado la irreconciliable contradicción entre la economía globalmente integrada y el sistema capitalista de los Estados nación, y la imposibilidad de que los Estados nacionales rivales adopten un abordaje auténticamente internacional a la crisis”.

Esta es la contradicción fundamental e irresoluble, enraizada en la estructura misma de la economía capitalista global y que ahora erupciona en forma de la guerra comercial lanzada por EUA contra China.

En su análisis sobre el estallido de la Primera Guerra Mundial, León Trotsky explicó que la contradicción entre la economía mundial el sistema de Estados nación se manifiesta en el deseo de cada gran potencia capitalista de transformarse en la potencia global dominante, resultando en un conflicto militar de todas contra todas.

Después de tres décadas sangrientas que produjeron dos guerras mundiales, la devastación económica de la Gran Depresión y los horrores del nazismo, Estados Unidos emergió como la potencia imperialista dominante. Utilizó su fuerza y predominio económicos sobre sus rivales para establecer un nuevo orden económico y político. Las contradicciones que emergieron explosivamente a la superficie en el periodo anterior fueron suprimidas, pero nunca fueron superadas.

De hecho, la resurrección misma del sistema capitalista y el crecimiento económico que produjo comenzó a socavar la hegemonía económica de Estados Unidos en la que se había basado el orden de la posguerra. La primera señal clara del declive de EUA vino en agosto de 1971, cuando el presidente Nixon de EUA, ante una fuga de oro, anuló el acuerdo de Bretton Woods de 1944, la base del sistema monetario de la posguerra, al eliminar el respaldo en oro del dólar estadounidense.

Otro punto de inflexión se produjo veinte años después, a fines de 1991, cuando la burocracia estalinista llevó a cabo la liquidación de la Unión Soviética. A pesar de celebrarse como un triunfo del capitalismo, representó otra etapa en la desintegración del orden de la posguerra.

Cuando existía la Unión Soviética, Estados Unidos podía contener, bajo la rúbrica de la Guerra Fría, las ambiciones e impulsos de los rivales imperialistas que había combatido en dos guerras mundiales. Pero se eliminó este factor estabilizador. Este hecho fue reconocido inmediatamente por el Pentágono cuando emitió un documento estratégico tan pronto como 1992 declarando que la política postsoviética de Estados Unidos era prevenir que cualquier potencia o grupo de potencias desafiara su dominio a una escala global o en cualquier región del mundo.

Sin embargo, durante los años noventa y el inicio del nuevo siglo, el declive económico de EUA continuó a un ritmo acelerado, caracterizado por la creciente dependencia de su economía en la especulación y el parasitismo financieros en vez de la posición industrial dominante que sostuvo en el periodo inmediato tras la guerra —un proceso que desató el derrumbe financiero de 2008—.

Al perder su hegemonía económica relativa, Estados Unidos ha recurrido más y más a medios militares para mantener su dominio global, generando las guerras continuas del último cuarto de siglo o más.

Esta es la fuente del conflicto cada vez más grave con China. A pesar de tomar la forma de un enfrentamiento comercial, sus raíces son mucho más profundas. Viendo su posición respecto a sus viejos rivales ya debilitada, Estados Unidos no está preparado para permitir la aparición de uno nuevo. Por eso exige a Beijing que conceda mucho más que reequilibrar el comercio. Su fin es prevenir el avance económico de China, ante todo en las áreas de alta tecnología y desarrollo industrial, algo que EUA concibe como una amenaza existencial a su posición económica y militar.

Esto no se trata simplemente de la postura de Trump y los belicistas antichinos de su Gobierno. Es la postura de todo el aparato militar y de inteligencia estadounidense, así como de secciones clave de la élite empresarial y política, como lo evidencia el clamoroso “manténgase firme” del líder demócrata en el Senado, Charles Schumer, a Trump en su enfrentamiento a China, así como su apoyo a las medidas del mandatario de parte de los supuestos “izquierdistas” del Partido Demócrata como Bernie Sanders.

El único papel económico que EUA acepta para China es el de una semicolonia de facto estadounidense.

Sin embargo, el régimen chino de oligarcas capitalistas, encabezado por Xi Jinping, no puede aceptar tal subordinación. Tras haber creado una clase obrera de 400 millones de trabajadores por medio de la restauración de la propiedad capitalista y la integración de China en el mercado mundial, la única forma de mantener un grado de legitimidad política es seguir generando crecimiento económico.

La inexorable lógica objetiva de esta contradicción es la guerra.

Y el conflicto no es solo con China. Se deriva de un reconocimiento de los círculos gobernantes estadounidenses de que el orden de la posguerra basado en el libre comercio, el cual beneficiaba al capitalismo estadounidense, ahora se opone a sus intereses.

Mucho antes de que Trump llegara a la Casa Blanca, el principal negociador comercial del Gobierno de Obama, Michael Froman, señaló en un artículo en el número de diciembre de 2014 de la revista Foreign Affairs que el sistema comercial global de la posguerra había sufrido “desplazamientos tectónicos”. Esto exigía, aseveró, un cambio en la “arquitectura” del comercio mundial porque EUA “ya no tiene una posición tan dominante en la economía global” como la que tenía al finalizar la guerra y se enfrenta a “límites sin precedentes en la formulación de su política económica”.

En sus diatribas contra el sistema comercial global y sobre “estafas” de cientos de miles de millones de dólares contra EUA, Trump solo está expresando de forma más abierta y cruda el punto de vista ampliamente compartido de los círculos gobernantes en el país.

A pesar de que el conflicto con China ocupa el centro del escenario actualmente, se están preparando medidas contra los otros rivales de EUA. Esta semana, la Administración recibirá un reporte del Departamento de Comercio que se espera que califique las importaciones de automóviles como una amenaza a la “seguridad nacional” de EUA, dándole un pretexto legal a Trump para cumplir su amenaza de aranceles de 25 por ciento dirigidos contra Japón, Corea del Sur y, sobre todo, Alemania.

La amenaza ya fue utilizada para presionar a Japón y la Unión Europea a aceptar negociaciones comerciales multilaterales con EUA, a las que se habían resistido temiendo ser sometidos a las mismas medidas ahora siendo empleadas contra China.

El profundo significado de la guerra comercial entre EUA y China solo se puede entender en su contexto político más amplio. No es solo una riña pasajera. De la misma forma en que las medidas económicas de los años treinta están siendo revividas, todos los fenómenos políticos de esa década barbárica están volviendo a emerger.

El peligro de una guerra mundial aumenta cada día, según EUA moviliza sus fuerzas por todo el mundo —desde Venezuela al golfo Pérsico y el mar de China Meridional— para perseguir sus intereses. Las fuerzas fascistas que serán desplegadas contra la clase trabajadora están siendo activamente promovidas por Trump en EUA y por los Estados capitalistas de todo el mundo, en medio del desarrollo de formas cada vez más autoritarias de gobierno. Al mismo tiempo, los giros de los mercados bursátiles apuntan al desarrollo de otra crisis financiera incluso más seria que la del 2008.

Las guerras, la dictadura y el fascismo son la respuesta de la clase gobernante capitalista al crecimiento de la lucha de clases y el giro cada vez más amplio de los trabajadores hacia una alternativa anticapitalista y socialista.

Solo la intervención de la clase obrera puede frenar la caída cada vez más acelerada hacia la barbarie. En las palabras de León Trotsky a principios de la Primera Guerra Mundial: “La única forma en la que el proletariado puede enfrentar la perplejidad imperialista del capitalismo es oponiendo a este, como programa práctico del día, la organización socialista de la economía global”.

(Publicado originalmente en inglés el 14 de mayo de 2019)

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