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Perspectiva

La violencia fascista y la política racial y del racismo

Los tiroteos masivos en Estados Unidos durante el fin de semana, según el titular de la edición del lunes en el New York Times, han estremecido a “una nación confundida hasta su núcleo”. Las masacres en El Paso, Texas, y Dayton, Ohio, “bastaron”, argumentó el Times, “para dejar al público perplejo y aturdido”.

No queda claro cómo determinaron los editores del Times, en pocas horas, el humor de 340 millones de personas. Sin duda, podría haber un cierto grado de confusión y perplejidad, como siempre ocurre ante tales eventos impactantes. Pero, la “confusión” está lejos de ser la respuesta única y ni siquiera la predominante. Ha habido demasiados asesinatos masivos durante las últimas dos décadas para que la ciudadanía se sienta solamente confundida. Hay una gran cantidad de ira e indignación. La gente está harta de las respuestas de los políticos a estas erupciones asesinas con trivialidades desgastadas. El domingo por la noche, el gobernador republicano de Ohio, Mike DeWine, fue abucheado por los participantes de una vigilia en Dayton.

En cualquier caso, en la medida en que haya “confusión” —sobre las razones de estas explosiones de violencia homicida—, el New York Times y el resto de la prensa han hecho todo lo posible para desorientar y engañar al público.

En lugar de una examinación seria del ambiente social y político que ha conllevado el resurgimiento de la violencia fascista, el Times y las secciones más influyentes de los medios capitalistas insisten en que la causa esencial de los asesinatos masivos yace en un racismo generalizado y orgánico —un componente prácticamente innato e imposible de erradicar de la identidad “blanca”—.

En el titular de su principal editorial el lunes, el Times declaró, “Tenemos un problema de terroristas nacionalistas blancos”. La frase “nacionalista blanco” o “nacionalismo blanco” aparece 20 veces en un editorial dedicado a demandas propias de la “guerra contra el terrorismo”. Sin embargo, solo hay una referencia incidental y pasajera del fascismo y el nazismo. Una evaluación racialista de la fuente de la violencia reemplaza una explicación política.

La misma edición del Times contiene un artículo de opinión de Melanye Price, autora de El encantador de razas: Barack Obama y los usos políticos de la raza. Bajo el título, “El racismo es el problema de todos”, Price escribe que Trump ha “elegido utilizar problemáticas como inmigración, crimen y el censo para fomentar temores raciales entre los blancos”. Los remedios reales a la situación “requieren una discusión franca con las personas que perpetran el racismo y que se benefician de las políticas racistas”.

Los que se “benefician” de las políticas racistas, según Price, son aquellos a los que se refiere como las “personas blancas”. Llama a los candidatos presidenciales a discutir “cómo los privilegios blancos y el racismo han configurado este país de manera tan profunda que algunos blancos ni siquiera ven cómo son receptores de los beneficios racistas”. Es decir, “las personas blancas” son beneficiarios universales de los “privilegios blancos” y el racismo, incluso si proclaman su oposición al racismo.

Por supuesto, el racismo existe, y los supremacistas blancos también, pero el concepto de una “raza blanca” o una “nación blanca” no tiene sentido desde un punto de vista biológico o histórico informado. No hay intereses que unan al “pueblo blanco”, como una categoría que oculta las inmensas divisiones de clases que caracterizan la sociedad estadounidense.

Mientras que las organizaciones fascistizantes aún tienen un apoyo muy limitado, la narrativa racialista del Times sirve para proveerles legitimidad política y para presentarlas como representantes auténticos de las “personas blancas”. La acompaña la promoción del mito del “privilegio blanco”, el cual tiene la intención de socavar el sentido de solidaridad basado en clase.

Este no es un nuevo tema para el Times, a pesar de que ha sido perseguido con una ferocidad cada vez mayor durante los últimos cinco años. En noviembre de 2016, cinco días antes de la elección de Trump, la escritora del Times, Amanda Taub, declaró que la campaña de Trump fue el producto de una “crisis de identidad blanca” generada por el hecho de que los “blancos de clase obrera” que previamente habían tenido una “doble bendición” estaban viendo la desaparición de sus privilegios.

Hillary Clinton basó su campaña de reelección de 2016 sobre la reaccionaria política de identidades raciales, junto con el discurso asociado de que existen divisiones irreconciliables de género e identidad sexual. Las afirmaciones sobre una “cultura de violaciones” que prevalece entre los hombres o del patriarcado, que han evolucionado en la campaña #MeToo, sirven una función similar. Esta es una perspectiva que desdeña los intereses de la clase obrera en su conjunto.

Fue el rechazo de Clinton a apelar del todo a los intereses de la clase obrera durante las elecciones de 2016 que allanó el camino para la elección de Trump. La política racialista de los demócratas estalló ante sus ojos en 2016, pero ahora están intensificándola aún más.

El origen político del discurso empleado por el Times es la derecha política, no la izquierda. Como lo señaló el WSWS en su momento, el artículo de opinión de Taub, “arroja con descaro y temerariamente, afirmaciones acerca de las creencias y miedos de la ‘blancura’ y de los ‘blancos’ de una manera que se asemeja mucho más a los ‘efluvios’ de un Alfred Rosenberg, ideólogo nazi, que a cualquier tradición democrática de los Estados Unidos”.

En una etapa más temprana del liberalismo estadounidense, Martin Luther King Jr. dio expresión a opiniones compartidas por gran parte de la población cuando dijo en 1961 que la idea de “diferencias intrínsecas” entre las razas “ha sido creada artificialmente por personas ajenas que buscan imponer la división separando a hermanos porque el color de su piel tiene un tono diferente”.

Las ideas tienen consecuencias y la promoción de la política racial —por ambos bandos de la élite política— está haciendo metástasis en forma de actos abiertos de violencia. Si el Times tuviera razón, de que el mundo está dividido en razas distintas con intereses distintos y antagónicos, la conclusión lógica sería algún tipo de separatismo racial que es precisamente lo que propone Patrick Crusius, el atacante de tendencia fascista de El Paso.

La promoción de política racial se ve impulsada por una agenda política sumamente consciente y preparada teóricamente por décadas. Sus orígenes provienen de pensadores antimarxistas y posmodernistas que insistieron en que la clase había sido reemplazada por la raza y el género como mecanismos centrales de represión. Estos rechazos reaccionarios de la “primacía ontológica de la clase obrera” no solo quedaron evidenciados como políticamente incorrectos —los antagonismos de clases son más intensos ahora que nunca—, sino que se han vuelto centrales en el funcionamiento de la política burguesa.

La política racial es la política de la oligarquía. Ni el racismo de Trump ni la política de identidades del Times representa los intereses de la clase obrera de ninguna “raza”. Es la política de la clase gobernante la que está buscando de alguna manera u otra dividir y enfrentar a los trabajadores. La lucha contra el fascismo y el racismo es la lucha por unir todas las secciones de la clase obrera contra el capitalismo. Todos los esfuerzos para negar esta verdad básica son políticamente reaccionarios.

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