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Perspectiva

150.000 muertos en EE.UU. sin un final a la vista

Para cuando acabe este fin de semana, más de 150.000 estadounidenses habrán muerto por COVID-19.

La pandemia se está desbocando fuera de control. El viernes, Estados Unidos rompió otro récord, registrando 78.000 nuevos casos en un solo día. Más de 1.100 personas sucumbieron a la enfermedad.

El Centro de Control de Enfermedades predice ahora que el número de muertes en Estados Unidos llegará a 175.000 para mediados de agosto, y el Dr. Scott Gottlieb, exdirector de la Administración de Alimentos y Medicamentos, dice que el número de muertes podría duplicarse para finales de año hasta llegar a 300.000. “Ciertamente no creo que estemos cerca del final de esto”, dijo el Dr. Anthony Fauci a MarketWatch el viernes.

Docenas de hospitales en California, Texas y Florida están llenos, y algunos han comenzado a enviar a los pacientes que consideran menos probables de sobrevivir. Las morgues de Mississippi y Texas se están llenando, y los hospitales de todo el país han alquilado camiones refrigerados para almacenar los cuerpos. Refiriéndose a estos estados, la coordinadora del Grupo de Trabajo sobre Coronavirus de la Casa Blanca, la Dra. Deborah Birx, comentó: “Lo que tenemos ahora mismo son esencialmente tres Nueva York”.

Este desastre es el producto directo de la campaña de la Administración de Trump, asistida por los demócratas y los medios de comunicación, para obligar a los trabajadores a volver al trabajo mientras la pandemia sigue su curso, con el único objetivo de enriquecer a la oligarquía financiera.

Lejos de combatir la enfermedad, cada acción tomada por la Casa Blanca ha contribuido a empeorar el desastre. Las acciones de Trump han llevado a la muerte evitable de casi 150.000 personas y, si se sale con la suya, cientos de miles más morirán.

Con total indiferencia a la vida humana, la Casa Blanca está exigiendo una aceleración del regreso al trabajo, buscando forzar a los maestros y trabajadores escolares a regresar a las escuelas que servirán como trampas mortales. Al mismo tiempo, está haciendo todo lo posible para asegurar la eliminación del subsidio de desempleo suplementario de 600 dólares que ha sido el único salvavidas para decenas de millones de personas que se han quedado sin trabajo.

Las figuras dentro de la oligarquía estadounidense que más han contribuido a la propagación de la pandemia son las que más se han beneficiado. Elon Musk, que reabrió ilegalmente la planta de Tesla en Fremont, California, desafiando a las autoridades sanitarias, ha sido recompensado con el mayor pago jamás otorgado a un director ejecutivo, 2,2 mil millones de dólares. Musk ha triplicado su patrimonio neto este año, a 75 mil millones de dólares.

Los expertos en salud pública le han pedido a la Casa Blanca que se abandone sus políticas homicidas. En una carta publicada esta semana, más de 250 profesionales de la medicina instaron a los Estados Unidos a “Cerrar, empezar de nuevo”, mientras que Fauci reiteró su llamamiento a los estados para que frenen, o inviertan, sus reaperturas.

Pero Trump está haciendo exactamente lo contrario: la Casa Blanca está intensificando su campaña para que los trabajadores vuelvan al trabajo. Para ello, exige que los estudiantes vuelvan a las aulas en cuestión de semanas para que sus padres puedan volver a generarles ganancias a las empresas estadounidenses.

El jueves, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, siglas en inglés) emitieron directrices para reabrir las escuelas que parecían hechas por los redactores de discursos personales de Trump. Mientras tanto, la Casa Blanca ha declarado a los maestros como trabajadores “esenciales”. La imprudente campaña de Trump para reabrir las escuelas pondrá en peligro las vidas de cientos de miles de profesores y estudiantes, sin mencionar a sus familiares.

El número de muertos de COVID-19 es una condena irrefutable de cada aspecto –económico, social, político— del capitalismo estadounidense.

La Casa Blanca, los demócratas y los medios de comunicación guardaron silencio mientras se propagaba el COVID-19 por todo el país en enero y febrero.

Este silencio fue deliberado. Como el denunciante Rick Bright dejó claro en su testimonio ante el Congreso, “Los funcionarios de salud pública eran plenamente conscientes de la amenaza emergente de COVID-19 a principios de enero de 2020”. Sin embargo, la única respuesta de los legisladores fue vender sus acciones, ya que se les había avisado de antemano de que se iba a producir una importante venta. No hicieron nada mientras la pandemia se extendía por todo el país.

La única respuesta de Washington fue inyectar 4 billones de dólares en el mercado de valores a través de la Reserva Federal y llevar a cabo un rescate masivo de las principales corporaciones en marzo a través de la ley CARES de 2 billones de dólares, que contenía una miseria de fondos para las medidas para detener la propagación de la enfermedad.

Con el rescate asegurado, los medios de comunicación comenzaron inmediatamente a exigir la reapertura de los negocios, con el New York Times declarando que “la cura” de los cierres era “peor que la enfermedad”. Al día siguiente, Trump repitió dicha frase para justificar un regreso prematuro al trabajo. Pequeñas manifestaciones lideradas por elementos neonazis alineados con la Casa Blanca fueron promovidas por los medios de comunicación como expresión de una demanda popular para reabrir negocios.

Tanto el Gobierno federal como los estados abandonaron rápidamente hasta los más mínimos esfuerzos para contener la pandemia, con más de la mitad de los gobernadores reabriendo negocios en desafío a las propias pautas de los CDC, incluyendo los gobernadores de Maine, Carolina del Norte, Kansas y Colorado, todos demócratas.

Esta campaña bipartidista para que los trabajadores vuelvan a trabajar ha producido ahora una catástrofe, con más de 40.000 personas muriendo solo en los últimos dos meses.

La desastrosa respuesta a la pandemia revela la ignorancia, la codicia, la estupidez y la criminalidad de la clase capitalista estadounidense, personificada por Donald Trump, el mercenario multimillonario vomitado por la élite de Manhattan.

Lo que más teme Trump, en nombre de la clase dominante estadounidense, es el crecimiento de la oposición popular a este Gobierno corrupto y criminal y al sistema capitalista que representa.

En respuesta a algunas de las mayores protestas masivas en la historia de los Estados Unidos, condenando a la Administración y su promoción de las fuerzas policiales fascistizantes del país, Trump está tratando de convertir a los Estados Unidos en una dictadura presidencial, desplegando la policía federal y las fuerzas paramilitares en las principales ciudades de EE.UU.

Incluso después del intento de un golpe militar por parte de Trump en junio y su despliegue en marcha de lo que un exasesor general del Departamento de Seguridad Nacional llamó “un escuadrón de matones” para reprimir las protestas contra el Gobierno, ningún sector de la élite política está pidiendo su destitución.

Los demócratas, que pasaron la mayor parte del año pasado tratando de impugnar a Trump basándose en acusaciones fraudulentas de “colusión extranjera”, ahora guardan silencio mientras mata a decenas de miles de personas y convierte a Estados Unidos en un Estado policial.

El Partido Demócrata y sus apologistas se juegan todo en la elección de Joe Biden, un lacayo derechista de la patronal que está de acuerdo con Trump en casi todo. Esto es a pesar de que Trump ha dejado claro que tiene la intención de ignorar el resultado de las elecciones presidenciales de noviembre si va en su contra y está haciendo preparativos para mantenerse en el poder utilizando los medios de un Estado policial.

Para la élite gobernante, resguardada en sus condominios y mansiones, con sus carteras de acciones en alza desde el rescate del Gobierno, la pandemia ha sido un regalo del cielo. Para los trabajadores obligados a trabajar en fábricas que son criaderos de COVID-19, y para los maestros a los que se les anima a escribir sus testamentos antes de volver a las aulas, detener la pandemia es una cuestión de vida o muerte.

La clase obrera, que ya ha emprendido una serie de huelgas en todo el país y el mundo, debe desarrollar una lucha unificada contra la campaña homicida de vuelta al trabajo de la clase dominante. La lucha contra la enfermedad en el frente médico es inseparable de la lucha en el frente político: expulsar al fascista de la Casa Blanca.

(Publicado originalmente en inglés el 24 de julio de 2020.)

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