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Perspectiva

El verdadero saldo de la pandemia de coronavirus

La cifra oficial de muertes de la pandemia de coronavirus sigue aumentando a niveles vertiginosos. En Estados Unidos, más de 570.000 personas fallecieron a causa de la enfermedad. A nivel global, la cifra supera las 2.890.000 personas. Los casos y muertes diarias están en aumento internacionalmente, en la medida en que las variantes nuevas y más transmisibles amenazan con superar el pico del otoño pasado.

La cifra actual de fallecidos atribuida a la enfermedad y sus consecuencias es en realidad mucho mayor. Los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) de EE.UU. reveló hace poco que el “exceso de mortalidad” en 2020, es decir, aquellas muertes que superan lo esperado con base en promedios de años previos, excedió 503.000 o 42 por ciento más que las muertes oficiales de muertes por coronavirus.

El paciente de COVID-19, Efraín Molina toca puños con el enfermero líder Edgar Ramírez del Centro Médico Providence Holy Cross en Mission Hills, Los Ángeles, 22 de diciembre de 2020 (AP Photo/Jae C. Hong)

Pero incluso esta cifra masiva de muertos es solo un reflejo de la realidad de la pandemia. Así como han muerto millones de personas, decenas de millones más han sufrido y siguen sufriendo lo que, en una sociedad racional, sería una enfermedad prevenible.

Entre ellos se encuentran los numerosos niños que han perdido a uno de sus padres a causa del coronavirus. Un artículo en JAMA Pediatrics escrito por Rachel Kidman y sus colegas y publicado el lunes, “estima que entre 37.300 y 43.000” niños en los Estados Unidos están sufriendo la pérdida de un padre como consecuencia de la pandemia, de los cuales tres cuartas partes son adolescentes. En comparación, unos 20.000 niños estadounidenses perdieron a uno de sus padres como consecuencia de la guerra de Vietnam.

Y, como señala Kidman, solo se trata de niños que han perdido a uno de sus progenitores, no a otro familiar o principal cuidador, y tampoco se ha dado seguimiento al impacto de los miles de padres que han perdido a sus hijos, amigos cercanos, compañeros de trabajo y familiares que conocían a los fallecidos.

Kidman y sus coautores también señalan los peligros de no contener la enfermedad. Si no se controla, su equipo calcula que habrá un total de 1,5 millones de muertes relacionadas con la pandemia en EE.UU., dejando atrás a “116.900 niños en duelo por sus padres”. En otras palabras, si la sociedad va a “vivir con la enfermedad”, tal y como promueven ahora las autoridades políticas, empresariales y mediáticas, al menos entre 75.000 y 80.000 jóvenes más deberán crecer habiendo perdido al menos a uno de sus padres por el coronavirus.

Sin embargo, es esta la aritmética que impulsa el Gobierno de Biden al pedir la plena reapertura de las clases presenciales en las escuelas, mientras que abandona gradualmente las pautas de seguridad. Se ha demostrado que las escuelas son una de las principales fuentes de propagación de la pandemia, tanto a través de los profesores como de los alumnos, y son especialmente peligrosas ahora que, según la directora de los CDC, Rochelle Walensky, “la variante [más contagiosa y mortal] B.1.1.7 es ahora la cepa más común que circula en Estados Unidos”.

Además, sean cuales fueren las cínicas afirmaciones de la Administración de Biden sobre los costes en la educación y la salud mental de los niños, ese coste ya es enorme. Los nuevos hallazgos publicados en la revista The Lancet Psychiatry descubrieron que, de más de 236.000 pacientes de COVID-19 en los Estados Unidos, el 34 por ciento fue diagnosticado con una condición neurológica o psiquiátrica dentro de los seis meses de su contagio inicial. Entre los síntomas más comunes se encontraban la ansiedad y los trastornos del estado de ánimo, mientras que el siete por ciento sufrió un derrame cerebral y otro siete por ciento desarrolló trastornos por abuso de sustancias. Para el trece por ciento de los participantes en el estudio, éste fue su primer diagnóstico neurológico o psiquiátrico registrado.

Generalizando a todos los que tuvieron el coronavirus, estos resultados sugieren que más de 45 millones de personas tienen o adquirirán un problema neurológico o de salud mental como resultado del COVID-19.

La investigación también ha documentado otros efectos a largo plazo causados por el coronavirus mucho después de que los pacientes se hayan “recuperado”. Los médicos del Hospital Danderyd y del Karolinska Institutet de Suecia publicaron recientemente en el Journal of the American Medical Association que el 11 por ciento de las personas que solo tuvieron casos leves de COVID-19 siguen sufriendo pérdida de olfato, pérdida de gusto o fatiga ocho meses después de haber contraído la enfermedad, lo que perjudica considerablemente su salud y su calidad de vida.

Otros informes han documentado diferentes aspectos de lo que se está denominando síndrome posviral o de COVID largo. El verano pasado, más del 87 por ciento de los pacientes dados de alta en los hospitales de Italia declararon tener al menos uno de los siguientes síntomas más de dos meses después de que comenzaran los síntomas del propio coronavirus: fatiga, dificultad para respirar, dolor en las articulaciones y dolor en el pecho. Un estudio realizado en China reportó condiciones similares durante al menos seis meses después de que los pacientes con COVID-19 fueran dados de alta. Incluso aquellos que contrajeron la enfermedad pero eran asintomáticos han desarrollado estos problemas de salud.

Estos estudios pintan un panorama sombrío que va más allá de los 133 millones de personas que han contraído esta enfermedad potencialmente mortal. Revelan que hay decenas de millones de supervivientes que viven a diario con la posibilidad de sufrir problemas de salud crónicos y extraordinarios durante meses, y decenas de millones más que se preguntan si estuvieron expuestos sin saberlo y si contraerán, o quizás ya hayan contraído, un síntoma debilitante que los acompañará por meses.

Tampoco está claro cuándo, o incluso si, estos síntomas a largo plazo terminarán. En el mejor de los casos, este virus solo ha existido por 18 meses, lo que significa que nadie sabe cuáles serán los efectos a largo plazo después de 10, 20 o 30 años. La salud física y mental de millones de personas ha quedado potencialmente arruinada de forma permanente, con costes devastadores e ilimitados.

En el cálculo de la oligarquía financiera y del Gobierno que la sirve, estas consideraciones no tienen importancia. Las muertes y las enfermedades de larga duración son solo estadísticas. Pero en realidad se trata de cientos de miles de seres humanos que vivían y respiraban y que fueron asesinados por las políticas criminales del Gobierno republicano y el demócrata, y millones más obligados a vivir con malestares.

El argumento avanzado por todos los Gobiernos capitalistas en Europa y Estados Unidos —de que la sociedad de que “vivir con” el virus— tiene un costo inaceptable en vidas, salud y penas. No, la humanidad no puede “vivir” con este virus y no puede “vivir con” el orden capitalista que se rehúsa a contenerlo.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 7 de abril de 2021)

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