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Perspectiva

Las inundaciones en California y la crisis climática

La cifra de muertes por las tormentas e inundaciones en California y partes de Arizona, Nevada y Oregón aumentó a al menos 18 el miércoles. La muerte más reciente fue la de una mujer de 43 años que se ahogó cuando su carro quedó sumergido 2,5 metros bajo el agua. Se sospecha que dos muertes más reportadas por la Oficina de Emergencias del gobernador de California están relacionadas con las tormentas y se espera que la cifra de muertes aumente en la medida en que continúen las inundaciones y se descubra la magnitud de los daños.

Cientos más tuvieron que ser rescatados cuando viajaban durante y después de las fiestas navideñas y se vieron obstaculizados y amenazados por las carreteras inundadas. Miles han perdido sus hogares y cientos de miles más han sufrido cortes de luz intermitentes durante las últimas dos semanas. Aproximadamente 4,5 millones de personas siguen en alerta de inundación, comparado a 20 millones el martes y se estiman daños de $1 mil millones.

El sistema de tormentas comenzó el 26 de diciembre cuando una ola de siete llamados ríos atmosféricos —es decir, bandas masivas de humedad formada sobre los océanos que pueden viajar miles de kilómetros antes de descargar esa agua acumulada en tierra— alcanzó la costa oeste. Las inundaciones comenzaron el 31 de diciembre después de las lluvias récord en todo el estado, incluyendo el segundo día registrado con más lluvia en San Francisco y el más lluvioso en Oakland, inundando las planicies y convirtiendo barrios enteros en lagos.

Como ocurre durante cada tormenta en Estados Unidos, prácticamente no hay ningún apoyo financiero para los que necesitan evacuar, incluso los pobres, los adultos mayores y las personas sin hogar. Millones han sido dejados a su suerte, viéndose obligados a subir a sus áticos y techos para escapar de las riadas y sobrevivir como pudieran.

Las inundaciones californianas son solo uno de los tantos eventos meteorológicos extremos que han causado muertes y destrucción masivas en los últimos años en el país. Una tormenta de invierno del 21 al 26 de diciembre produjo ventiscas en Iowa, Míchigan, Minnesota, Nueva York, Ohio y Wisconsin, así como en Ontario, Canadá. La tormenta y las bajas temperaturas asociadas dejaron al menos 98 muertos, incluyendo 41 solo en Búfalo, Nueva York, que sufrió 56 pulgadas de nieve en cinco días.

Se espera que las inundaciones continúen. Se pronostica que continuarán los ríos atmosféricos sobre California al menos hasta el 23 de enero. No obstante, si bien el gobernador californiano Gavin Newsom y el presidente estadounidense Joe Biden declararon emergencias en las regiones más impactadas, ninguno ha ordenado evacuar a los que serán golpeados por primera o segunda vez por las tormentas ni ofrecido ayuda financiera para los que perdieron sus hogares y medios de vida. Lo único que ofreció Newsom fue la advertencia a los californianos de que estén “hipervigilantes” y la apertura de 11 albergues a nivel estatal y 20 más en espera. Por su parte, Biden autorizó que la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en inglés) ofrezca asistencia para los esfuerzos de control de daños por la tormenta.

La indiferencia de Newsom y Biden con respecto a las vidas de los impactados por la tormenta refleja la actitud más general de la élite gobernante estadounidense a la vida humana en general. Al igual que con su respuesta a la pandemia de coronavirus que ha causado más de un millón de muertes solo en EE.UU., se permite que los desastres meteorológicos predecibles y anticipados hagan estragos mientras se abandona a los residentes a su suerte.

Tales incidentes también ponen de relieve la enorme desigualdad de riqueza entre la clase obrera y la oligarquía empresarial en Estados Unidos, particularmente en California. El estado alberga 186 milmillonarios y posiblemente superó el producto interno bruto de Alemania en 2022, convirtiéndose en la cuarta mayor economía del mundo, siguiendo a Japón, China y Estados Unidos. Al mismo tiempo, el presupuesto estatal tan solo propone $202 millones para prevención de inundaciones y se ha permitido el deterioro de la infraestructura existente por décadas.

Tampoco ha habido ningún intento auténtico para mitigar el cambio climático, que representa el principal motor de tales inundaciones. Un reporte publicado el martes por el Servicio de Cambio Climático de Copernicus (C3S) de la Unión Europea demostró que el 2022 fue el quinto año más caliente en el registro y que todos los últimos ocho años han mostrado temperaturas promedio globales más de un grado Celsius por encima del promedio preindustrial.

En otras palabras, todos los años desde los supuestamente “históricos” Acuerdos de París de 2015 para combatir el cambio climático han demostrado la naturaleza vacía de tales acuerdos entre las potencias capitalistas. La retórica vacía volvió a evidenciarse en la cumbre COP27 del año pasado, donde casi se abandona el llamado de reducir las emisiones de gases de efecto invernadero para prevenir que el calentamiento global supere los 1,5 grados Celsius, un límite considerado como el “punto de no retorno” para la crisis climática.

Existe un aspecto incluso más siniestro en relación con la inacción de las principales potencias imperialistas ante los peligros del cambio climático: la necesidad de combustibles fósiles para la guerra. El ejército estadounidense es uno de los mayores emisores de gases de efecto invernadero. Sus tanques, buques, aviones y otros vehículos se encuentran desplegados por todo el mundo para someter y masacrar. En sí, las guerras como las de Afganistán e Irak buscan garantizar el control de ciertos yacimientos de petróleo y gas natural en manos de las empresas estadounidenses.

La propia COP27 fue eclipsada por la guerra de EE.UU. y la OTAN contra Rusia en Ucrania, que fue en parte provocada para obligar a Europa —particularmente Alemania— a depender del gas natural estadounidense. Alemania también ha revitalizado su industria de carbón y abandonado en gran medida sus compromisos de completar una transición a las energías renovables. El aumento forzoso de las emisiones por el uso de combustibles fósiles se ha entremezclado entre los intereses imperialistas del Gobierno estadounidense.

Hoy, la vicepresidenta Kamala Harris dará un discurso en la Universidad de Míchigan para presumir, según la Casa Blanca, “el trabajo histórico y continuo del Gobierno Biden-Harris en el combate a la crisis climática”:

Si eso fuera cierto, los cientos de miles de millones de dólares derrochados por la Casa Blanca para atizar la guerra en Europa del este serían redirigidos para acabar con el calentamiento global y atajar las catástrofes climáticas en curso e inminentes. De hecho, Harris, Biden y compañía están involucrados en el “trabajo histórico y continuo” de comenzar una Tercera Guerra Mundial.

En última instancia, las inundaciones de California son un ejemplo pasmoso de la incompatibilidad de las necesidades de la sociedad con el capitalismo.

Hacer frente a los peligros presentados por el cambio climático exige una solución global. Pero no es posible llevarla a cabo bajo el sistema capitalista, el cual está arraigado en los Estados nación y en la organización de la sociedad a merced del enriquecimiento egoísta de la oligarquía financiera.

Para prevenir que mueran más personas por las inundaciones, los incendios forestales, las tormentas de nieve, los huracanes y otros eventos meteorológicos extremos que el cambio climático ha agravado, la clase obrera internacional debe barrer con este orden social capitalista caduco y reorganizar la sociedad mundial sobre una base científica, humanitaria, global y socialista.

(Publicado originalmente en inglés el 11 de enero de 2023)

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