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En Memoria de Vadim Z. Rogovin

14 Abril 1999

El Comité Internacional de la Cuarta Internacional celebró asambleas en Berlin el 5 de Diciembre y en Londres el 12 de Diciembre, para conmemorar la vida de Vadim Z. Rogovin, distinguido historialista y sociólogo Marxista ruso. Rogovin murió el 18 de Septiembre en Moscú a la edad de 61 años y fue autor de seis volúmenes sobre la historia de la oposición socialista contra el Stalinismo en el Partido Comunista y la Internacional Comunista.

David North, presidente del consejo editorial del World Socialist Web Site, habló en las asambleas memoriales en Berlin y Londres. Aquí reproducimos el texto de su discurso.

Existe una versión PDF para los lectores que deséen imprimir este discurso

Han pasado casi tres meses desde que murió Vadim Zakharovich Rogovin en la madrugada del 18 de Septiembre de 1998. Para los que le conocíamos bien, ha sido una profunda pérdida. Aunque sabíamos hace cuatro años que padecía de cáncer terminal, no nos resignábamos al inevitable desenlace de esa enfermedad. La vitalidad física e intelectual de Vadim nos dió esperanzas de que superaría todas las fatalidades. Una y otra vez, cuando terminó otro libro o pronunció un discurso, pudimos apreciar que Vadim rechazaba los pronósticos pesimistas de sus doctores. Él parecía capaz de mantener a raya el cáncer a través de su absoluta fuerza de voluntad intelectual.

A principios de este año, Vadim viajó a Australia para participar en el symposium internacional que organizó el Comité Internacional de la Cuarta Internacional sobre Los Problemas Fundamentales del Marxismo en el Siglo Veinte. Cuando llegó, después de un viaje de más de 24 horas, todos nos asustamos de su apariencia. Los resultados de su último reconocimiento médico eran muy depresivos. En realidad, según el diagnóstico, Vadim no debería haber asistido al symposium. ¿Había sido prudente, nos preguntamos, haberle pedido que llevara a cabo tal cometido? Vadim parecía no tomar en cuenta nuestra ansiedad. Estaba impaciente por empezar las discusiones sobre el tema de su conferencia: ¿A donde va Rusia? Un Análisis Sociológico y un Pronóstico Histórico. Como habíamos visto tan a menudo durante los últimos cuatro años, la consiguiente discusión tuvo un extrordinario efecto terapéutico sobre Vadim. A las 48 horas de su llegada el aspecto de Vadim se transformó. Parecía como si el cáncer hubiera retrocedido ante la presión de la energía creada por su concentración intelectual.

El 6 de Enero, a las diez de la mañana, subió al podium. Durante las siguientes dos horas, casi sin mirar las notas que había preparado, Vadim elaboró las ideas que formaban la base de su conferencia. Después, respondió a preguntas durante otra hora. Por la tarde, después de comer, volvió al auditorio, donde encontró numerosas preguntas escritas de un público cuyo interés había sido estimulado por su conferencia, contestando a las preguntas durante dos horas más y finalizando su actuación bastante tarde. La audiencia respondió con una ovación emocionada y prolongada, un tributo, no sólo a su virtuosismo intelectual que acababan de presenciar sino a la integridad y fuerza de carácter personificado en la vida de trabajo del conferenciante.

En ese momento, no parecía irrazonable esperar que Vadim continuara desafiando la ciencia medica y continuara su trabajo algunos años más. Pero esa conferencia fue la última de sus más importantes declaraciones. Aún pudo completar y constatar la publicación del sexto volumen de su ciclo de la historia del stalinismo y la lucha contra él. Pero al final de la primavera, después de viajar a Israel con su esposa Galya, la enfermedad entró en su fase final. Perdió el movimiento de su brazo izquierdo y más tarde la capacidad de andar. Pero su extraordinario cerebro no sufrió ningun daño y continuó trabajando en el séptimo volumen de su historia hasta las últimas horas de su vida.

Uno no encuentra un hombre como Vadim más que una vez en la vida. En verdad, el haber conocido tal persona, sin mencionar el haberle contado entre nuestros amigos, fue un inmenso privilegio. Vadim Rogovin nunca será olvidado. Los que le conocimos personalmente y los que le conocerán a través del estudio de sus obras, reflexionarán durante muchos años sobre el significado de su vida. Lo que se diga aquí esta tarde sólo puede ser una apreciación preliminar de la contribución de Vadim a la comprensión científica del destino del movimiento socialista en el siglo veinte.

En Mayo de 1997, el día de su sesenta cumpleaños, yo le describí como un profeta de la verdad histórica. En ese momento, yo estaba pensando acerca del lugar que ocupaba Vadim en el ambiente intelectual de la Rusia post-Soviética-especialmente el desafío que su obra posaba al viciado ambiente político, intelectual y moral de la Rusia post-Soviética, producido por décadas de mentiras acerca del pasado.

Pero esa definición de Vadim como profeta de la verdad histórica no es menos apta para definir su papel más allá de las fronteras de la antigua URSS. Es dificil pensar en otro historiador cuyo trabajo esté en oposición tan irreconciliable con el presumido y reaccionario subjetivismo y relativismo del post-modernismo que Vadim Rogovin. Nada era más repugnante para Vadim que la visión cínica, tan en moda en las universidades del Oeste de Europa y de los Estados Unidos, de que no existe lugar en el estudio y escrituras históricas para cualquier concepto de verdad objetiva.Vadim no vió nada original en esa opinión, tan favorecida por los pensadores reaccionarios. Después de todo, más de un siglo ha pasado desde que Nietzsche afirmó: “La falsedad de una opinión no es suficiente para que nosotros pongamos una objeción”, que la validez de una opinión es simplemente una función de su utilidad operacional para cualquier propósito determinado. Vadim insistió en que el contraste entre opinión y verdad es de un carácter fundamental. Él escribió: La opinión, “es una categoría de psicología social, un rasgo característico de consciencia ordinaria. La verdad es una categoría de ciencia y de perspectiva científica mundial, constituyendo una vista del futuro basada en un sincero análisis objetivo del pasado y del presente.”

El afán de Vadim por buscar la verdad objetiva histórica constituía la base esencial y el propósito de su vida intelectual. El problema de la verdad objetiva, para Vadim, no era de un estandard teórico abstracto, impuesto arbitrariamente sobre el tema de investigación histórica. Ello era, más bien, intrínseco del tema propio. Para Vadim, ese tema era la historia de las luchas políticas en el Partido Comunista de la Unión Soviética y en la Internacional Comunista entre 1922, un año antes de la fundación de la Oposición de Izquierda, y 1940, el año del asesinato de León Trotsky por un agente del NKVD de Stalin. Su primordial tarea intelectual y responsabilidad moral consistían en extraer la verdad objetiva de este crítico período histórico de debajo del enorme edificio de mentiras fabricadas por Stalin y sus sucesores, quienes fueron - aún antes de inventarse el término - los primeros practicantes de la historiografía post-modernista. Si, insisten los teóricos post-modernistas, no existe ninguna relación entre la historia y una verdad objetiva, verificable científicamente, y además, si las narraciones históricas son meramente imaginadas e inventadas, entonces los relatos de la historia soviética que hizo Andrei Vyshinsky en los tres procesos de Moscú son tan legítimos como cualquier otro. Las diferentes versiones de la historia Soviética, presentadas en diferentes ediciones de enciclopedias autorizadas oficialmente, no deben ser rechazadas como mentiras en ese degradado ambiente intelectual, sino que deben ser racionalizadas y justificadas como alternativas “imaginaciones” del pasado. Los partidarios del post-modernismo pueden argüir que esa no es su intención; pero las ideas tienen su propia lógica.

Vadim Rogovin comprendió que la tragedia soviética estaba incrustrada en la desorientación y la inercia de la consciencia histórica. La inmadurez política y la perplejidad que caracterizó la respuesta del pueblo soviético a los acontecimientos de la década de los años 1980 y la de los 1990, su incapacidad para encontrar una respuesta progresista a la crisis de su sociedad, fue, sobre todo, el resultado de décadas de falsificaciones históricas. Era imposible comprender el presente sin un verdadero conocimiento del pasado. Hasta el punto de que la clase obrera rusa creía que el stalinismo fue el producto inevitable del socialismo y que el trágico curso de la historia soviética provenía inexorablemente de la revolución de 1917, estaba políticamente desarmada y no pudo ver una alternativa a la demolición de la Unión Soviética y a la restauración del capitalismo. La gran pregunta planteada por Vadim Rogovin: ¿Hubo una alternativa al Stalinismo? es, ciertamente, fundamental para comprender la historia de la Unión Soviética. Pero las ramificaciones de esta cuestión se extienden más allá de las fronteras de la antigua URSS, y son de vital importancia, no sólo para comprender el pasado sino para nuestra visión del futuro. En el contexto de su examen del pasado de la Unión Soviética, Vadim Rogovin se esforzó por descubrir las esenciales experiencias y lecciones del siglo veinte. Es por eso las obras de Vadim Zakharovich Rogovin tienen una importancia universal.

A través de su carrera profesional, Vadim mostró una asombrosa fluidez como escritor. Como sociólogo, inscribió más de 250 papeles eruditos en su curriculum vitae. Pero incluso este impresionante rendimiento no se puede comparar con lo que él ha realizado durante los últimos siete años de su vida, durante los cuales completó seis volúmenes, (cada uno consistiendo en no menos de 350 páginas) y escribió casi las tres cuartas partes del séptimo volumen. Detrás del humo del cigarro, las palabras parecían fluír sin esfuerzo de su pluma. El bloqueo de escritor fue una afección que no conoció nunca. Incluso los escritores más fecundos no podrían haber producido obras equivalentes a seis volúmenes completos de historia - investigados tan extensivamente y tan profundamente razonados - a menos que fueran el producto de años de preparación intelectual. En realidad, mucho antes de escribir su obra, una gran parte de ella ya había tomado forma en su cerebro. El ciclo histórico de Vadim fue el producto de una vida entera de investigación y reflexión.

Además, un crítico elemento de la fecundidad intelectual de Vadim estaba enraizado en la profundidad de su identificación personal con los ideales y el espíritu del movimiento revolucionario, cuyo trágico destino fue el tema de su trabajo histórico. Aquí yace una gran diferencia entre Vadim y la gran mayoría de académicos del Oeste de Europa y americanos que están dedicados al estudio de Rusia y Soviético. Los últimos, con raras excepciones, son incapaces de comprender, y menos aún simpatizar con el propósito y los motivos de los revolucionarios. Esos historiadores que proyectan hacia el pasado su propio cinismo e indiferencia, exhiben una casi dolorosa incapacidad para comprender un período histórico, cuyos más destacados representantes estaban motivados por ideales revolucionarios, por los cuales estaban dispuestos a sacrificar sus vidas. Vadim era diferente: él no sólo simpatizaba con los heróicos líderes de la Oposición de Izquierda, sino que compartía sus propósitos e ideales. Esto no fue un asúnto de afectación externa. Más bien, Vadim, en la fuerza de su personalidad y la intensidad de su pensamiento recordaba al tipo social que una vez jugó un papel tan importante en la historia rusa y mundial pero que fue totalmente destruída por el stalinismo - la intelectualidad revolucionaria rusa. Cuando pienso en Vadim no puedo evitar recordar la fina descripción del genio de este fenómeno social tan insólito que hizo Isaiah Berlin: “Todo escritor ruso era consciente de que estaba en un escenario público, atestiguando: y el mínimo error por su parte, una mentira, un engaño, un acto de gratificación propia, falta de entusiasmo por la verdad, era un crimen atroz.....Si se hablaba en público, como poeta, novelista o historiador, o con cualquier capacidad pública, había que aceptar toda la responsabilidad de guiar y dirigir a la gente. Si ésta era tu tarea, estabas bajo un juramento Hipocrático de decir la verdad y no traicionarla nunca y de dedicarte desinteresadamente a tu objetivo.” [1]

Vadim nació en 1937, el año que vió el exterminio de los mejores representantes de la tradición revolucionaria, el programa y la cultura sobre los cuales estaba basado el progreso logrado durante las dos primeras décadas de la Unión Soviética. Cualquiera que hubiera jugado un papel importante en la Revolución de Octubre y en la formación de la Unión Soviética o que hubiera demostrado, en cualquier esfera de la vida Soviética, un pensamiento crítico e independiente, era candidato para la bala del verdugo. Las purgas de Stalin fueron el medio por el cual la burocracia consolidó su usurpación del Poder político. Pero esa definición del terror, aunque sea precisa políticamente, no expresa por sí sola las consecuencias de los espeluznantes acontecimientos de 1937. Todo lo que era reaccionario y atrasado en la sociedad rusa disfrutó, en la orgía de asesinato en masa instigada por Stalin, su venganza contra la revolución.

Entre los cientos de miles de víctimas de Stalin se encontraba el abuelo maternal de Vadim, Alexandr Semenovich Tager. Él no era revolucionario pero más bien, un representante liberal de las secciones más progresistas de la vieja inteligencia democrática rusa. Tager, destinguido jurista, actuó como abogado defensor en 1922, en el juicio contra los líderes Social Revolucionarios, acusados de organizar acciones terroristas contra el régimen Bolchevique. Había un gran contraste entre el juicio contra los Social Revolucionarios y los juicios que organizó Stalin unos 15 años después. En primer lugar, a los Social Revolucionarios enjuiciados, impenitentes oponentes del gobierno Soviético, no se les obligó a renunciar sus convicciones políticas ni amontonar calumnias sobre ellos mismos. En segundo, se les permitió establecer, en presencia de observadores internacionales (incluyendo al líder de la Segunda Internacional, Valdervelde) una verdadera defensa política y legal en su beneficio. Aleksandr Tager actuó como representante legal de los intereses de sus clientes no como instrumento secundario fiscal del Estado.

En efecto, durante el juicio sucedió un acontecimiento que demostró el coraje de Tager. El gobierno había organizado una manifestación obrera en apoyo del juicio. Un grupo de manifestantes irrumpió en la sala del tribunal para interrumpir el juicio y exigir la muerte de los acusados. Yuri Piatakov, uno de los líderes Bolcheviques más importantes presidía el juicio. Dijo a los manifestantes que el tribunal tomaría sus deseos en consideración. Tager y otros abogados defensores protestaron energicamente contra esa violación del correcto proceso legal y abandonaron la sala del juicio. Al final del juicio fue pronunciada la pena de muerte contra varios de los acusados. Pero fue suspendida a condición de que el Partido Social Revolucionario cesara su campaña terrorista contra el gobierno. Después del juicio, Tager fue sancionado por su protesta y expulsado al exilio. Pero a los pocos meses le llamaron a Moscú y no hubo más cargos contra él. Es más, le permitieron viajar frecuentemente al extranjero con su esposa, quien necesitaba un tratamiento médico especial que no podía obtener en Rusia. Esto era común antes del comienzo del terror. El abuelo de Vadim disfrutaba del respeto y amistad de figuras políticas bien conocidas como Anatoly Lunacharsky. A principios de la década de los 1930, Tager publicó un estudio autorizado del famoso caso de Mendel Beilis, un judío que había sido victima de una incriminación organizada por el régimen zarista antes de la revolución que le acusaba ridiculamente de crímenes rituales. El prólogo de ese volumen fue escrito por Lunacharsky, quien recomendó su publicación en tantos idiomas europeos como fuese posible, con el fin de contrarrestar la creciente amenaza de anti-semitismo. En 1938, a pesar de no haber estado asociado con ninguna tendencia política anti-stalinista, Tager fue detenido junto con otros destacados juristas. En un ejemplo de una de las amargas ironías de ese espantoso período, seis meses antes de su arresto, el mismo Andrei Vizhinsky, jefe procurador de la Unión Soviética, invitó a Tager a hacerse miembro de su instituto jurídico. Así es que, cuando la policía secreta vino a arrestar al abuelo de Vadim, él aseguró a su esposa que todo era un error y le dijo que se pusiera en contacto inmediatamente con Vizhinsky, quien de seguro intercedería por su pronta libertad. La abuela de Vadim nunca más vió a su esposo y no se enteró definitivamente de su ejecución hasta más de diez años después.

Vadim estimaba la memoria de su abuelo y se alegró de la aparición de una nueva edición de la obra de Tager sobre el caso Beilis, la cual fue publicada de nuevo en Rusia. Uno puede imaginar el impacto del trauma del arresto de Aleksandr Tager, su desaparición y su muerte sobre su familia. Vadim supo de los horrores de las purgas por su abuela y es razonable asumir que la trágica experiencia de su familia influenció profundamente en su desarrollo intelectual. Vadim me dijo que sus primeros conscientes resentimientos contra la naturaleza del régimen stalinista ocurrieron cuando él tenía casi 13 años. Durante las enloquecidas celebraciones del septuagésimo cumpleaños de Stalin, Vadim se preguntó a si mismo por qué todos los otros viejos líderes bolcheviques habían muerto antes de alcanzar esa edad. Vadim preguntó a su padre por qué la mayoría de los colegas de Lenin había sido fusilados en los años 30. ¿Como era posible que tantos líderes de la revolución se convirtieran en “Enemigos del pueblo”? Los intentos de su padre de dar a su hijo una respuesta de “actividades anti-partido” fueron poco convincentes. Preocupado y quizás asustado por los juicios, el padre de Vadim ofreció una respuesta que se consideraba entonces como una que las contestaba todas: ¿No crees que Stalin entiende eso mejor que tu? Vadim no quedo convencido. Continuó preguntándose por qué tantos líderes revolucionarios, incluido su abuelo, habían sido fusilados. Entonces, de repente, le vino a la cabeza un pensamiento terrible, que él sabía instintivamente daría la respuesta a sus preguntas: “¡Stalin debe ser un criminal!” Vadim continuó argumentando con su familia. Según se iba haciendo adulto, se dió cuenta de que la Unión Soviética no era una sociedad justa. Vió pobreza y observó que había agudos contrastes en las condiciones sociales de diferentes secciones de la población en Moscú. Vadim tambien se enteró de que había campos de concentración : gente que vivía en su mismo edificio, en diferentes apartamentos, fue detenida durante la campaña anti-Cosmopolita que fue organizada por Stalin en 1952-53. Así, cuando se enteró de la muerte de Stalin en Marzo de 1953, su reacción fue que había motivos para alegrarse y celebrar ese acontecimiento.

El cambio en el clima social y político de la Unión Soviética después de la muerte de Stalin fue, sin duda, el factor más importante en el dasarrollo intelectual del joven Vadim Rogovin. Vadim tenía 19 años cuando Nikita Khrushchev pronunció su “secreto discurso” en el Vigésimo Congreso del PCUS. Cuando el contenido de las declaraciones secretas de Khruschev fueron reveladas, donde los crímenes de Stalin fueron denunciados por primera vez, Vadim no estuvo sorprendido. Hechos importantes fueron descubiertos al público, pero en su mayor parte Vadim sintió que las revelaciones justificaban su odio por Stalin. Sin embargo, Vadim no quedó satisfecho con la intención de Khrushchev de explicar los crímenes de Stalin como simples excesos producidos por el “culto a la personalidad” y menos aún con la insistencia de Khrushchev de que el programa de Stalin, sobre todo en su lucha contra la oposición Trotskista en 1920, era fundamentalmente correcto.

Cuando Vadim se matriculó como estudiante en la universidad de Moscú eligió como la asignatura principal estética y no necesitó hacer grandes esfuerzos para completar el curso y recibir altas notas. En vez de asistir a conferencias, empleaba la mayor parte del tiempo posible en la librería histórica de la universidad donde estudiaba números atrasados de Pravda y otros periódicos que informaban acerca de las luchas políticas de los años 20. Según Vadim tomaba notas detalladas de las antiguas discusiones dentro del partido, se convencía más de la correcta posición de Trotsky llegando inexorablemente a la conclusión de que Trotsky fue la figura más destacada de la historia Soviética. En una conversación que tuve con Vadim durante el fin de semana en que celebrábamos su sexagésimo cumpleaños, él me confió que todos los conceptos básicos que aparecieron después en su ciclo histórico, se formaron inicialmente de lo que leyó en sus años 20. Desde entonces , Vadim me dijo, soñaba con un tiempo en que fuese posible contar al pueblo ruso la verdad acerca de su propia historia.

Pero las condiciones que prevalecían en la URSS - incluso durante el famoso “deshielo” de los últimos años de los 50 y primeros de los 60 - no eran propicios para ninguna obra histórica importante. Durante los primeros años de su carrera, la asignatura principal de Vadim era estética. Él proseguía su investigación histórica en privado. Vadim sólo podía discutir la política que defendían Trotsky y la Oposición de Izquierda con sus colegas y amigos más leales, y aún entonces con mucha prudencia. A pesar de que las críticas contra el régimen se iban haciendo más frecuentes, la simple mención del nombre de Trotsky todavía levantaba sospechas y temores. El padre de un amigo de Vadim, que era un bien conocido periodista, un día dijo casualmente a un pequeño grupo de disidentes que Trotsky había sido un gran orador. El periodista no expresó otra opinión acerca de las posiciones políticas de Trotsky. Pero ese pequeño comentario llegó a oidos de la KGB: el periodista fue inmediatamente despedido de su trabajo y su familia reducida a la pobreza. En una ocasión, Vadim se confió en un bien conocido director de teatro a quien respetaba. Vadim le expresó su admiración por la opinión de Trotsky acerca del arte. El director sufrió una conmoción: ¿Por qué me hablas tan abiertamente? le preguntó. Vadim explicó que no creía que el director, siendo un amigo personal y un hombre de gran integridad, informaría a la policía. El director le aseguró que no lo haría, pero le explicó que sufriría consecuencias desagradables si las opiniones de sus amigos llegaran a oidos de las autoridades.

Hubo otro factor, aparte del miedo, que contribuyó a que Vadim se sintiera aislado. El movimiento disidente que apareció a mediados de la década de los 60 mostró poco interés en una crítica socialista del régimen burocrático. Criticó al Stalinismo, no desde la izquierda (o sea, sobre la base de un programa socialista), sino desde la derecha, (pidiendo el apoyo político de la burguesía Americana). En ese medio ambiente, el programa revolucionario de Trotsky era un anatema.

A pesar de su amor por la literatura y el arte, Vadim estaba ansioso por encontrar un campo de investigación relacionado más directamente con sus intereses históricos y políticos. Afortunadamente, el régimen empezó a relajar sus anteriores censuras sobre el desarrollo de investigación sociológica, sólo porque la política de la burocracia requería profundas percepciones en la estructura y problemas de una sociedad tan compleja como la Unión Soviética. Así es que Vadim empezó sus estudios oficiales de nuevo y se hizo sociólogo. Sin reconocer abiertamente ese hecho, él comenzó el tema central de su investigación académica desde el programa de la Oposición de Izquierda: el problema de la desigualdad social en la Unión Soviética. Vadim utilizó su investigación para exponer la diferencia entre los ideales socialistas y la realidad soviética, y recomendar el desarrollo de políticas igualitarias. En la lista de las obras de Vadim uno puede encontrar títulos como: “Juventud y progreso social”, “Política social en una sociedad socialista desarrollada: direcciones, tendencias, problemas,” “Garantías sociales y problemas de perfeccionar las relaciones de distribución,” “ Efectividad económica y justicia social”, “Justicia social y la manera de realizarla en política social”, “Aspectos sociales de política de distribución”, “Aspectos sociales de acelerar la resolución del problema de la vivienda” y “La dialéctica de la igualdad social y la desigualdad en la fase contemporánea del desarrollo de la sociedad soviética”.

La crisis de la URSS salió a la superficie durante los años del gobierno de Brezhnev—-conocidos como la “Era de estancamiento”. Para Vadim este fue un periodo de profunda frustración. Sus anteriores esperanzas de que los principios socialistas iban a ser resucitados en la URSS parecían menos y menos realistas. El anterior “deshielo” había sido reemplazado, una vez más, por una nueva “helada”. El Estado comenzó a suprimir los exámenes críticos del papel histórico de Stalin. Todo lo que escribió Vadim estaba controlado por la censura literaria equivalente al registro de una persona. Algunos artículos no vieron la luz del día; muchos sólo fueron publicados después de eliminar algunos párrafos o editados sustancialmente. Sin embargo, durante la última fase de la “Era de estancamiento,” Vadim disfrutó de un inesperado golpe de suerte. Normalmente, los censores sólo discutían los artículos que revisaban con los editores de los periódicos y revistas a los cuales se enviaban las obras. Corrientemente no se ponían en contacto ni consultaban la opinión de los autores. Se esperaba que aceptasen cualquier decision que se tomara. Sin embargo, un oficial del departamento de censura estaba intrigado por las obras de Vadim. Él decidió ponerse en contacto directamente con el autor. Nunca había leído artículos que trataran el problema de desigualdad social con tanta intuición, claridad y audacia. Se preguntaba: ¿Por qué se ocupaba Vadim de este tema tan persistentemente? ¿Por qué creía él que se podía lograr la igualdad social? ¿Era ello consistente con la naturaleza humana? Como un caracter en un drama existencial, Vadim se vió envuelto en una larga conversación filosófica con el mismo oficial que tenía el poder de enviar sus escrituras al fuego. Su suerte estaba en el alero. Pero, el censor, cuya consciencia no se había extinguido completamente por años de rutina burocrática, se conmovió por la fuerza de los argumentos de Vadim y prometió hacer todo lo que pudiera para asegurar la publicación de sus artículos.

Al ascender Gorbachev al poder y la introducción de glasnost, el número de lectores de las obras de Vadim creció enormemente. Tomando ventaja de las nuevas oportunidades, Vadim escribió una serie de artículos en Komsomolskaya Pravda en 1985 que atacaban el predominio del privilegio social en ambas formas, abiertas y ocultas, exigiendo agudas limitaciones en la desigualdad de ingresos y demandaba una mejora sustancial en el nivel de vida de las masas. El censor de Vadim expresó sus temores, pero permitió que los artículos fuesen publicados sin cambiar lo escrito . Komsomolskaya Pravda tenía una tirada de 20 millones de ejemplares y los artículos provocaron una respuesta exaltada. Fueron ampliamente interpretados como un ataque contra la posición social de la gobernante burocracia. Durante los siguientes meses llegaron miles de cartas a Komsomolskaya Pravda, unas alabando los artículos y otras denunciándolos.

Al principio Vadim se animó con el cambio político que produjo la subida al poder de Gorbachev. No solamente, existía la posibilidad de tratar los problemas sociales más audazmente y ante un número mayor de personas, sino que Vadim ahora podía hablar abiertamente, por primera vez, de Leon Trotsky y la lucha política que llevó a cabo la Oposición de Izquierda contra el ascenso del Stalinismo. Otro desarrollo crítico, fue la repentina aparición de las obras de Trotsky, especialmente las de los años 30, que Vadim no había visto antes. Él obtuvo por primera vez una colección del Boletín de la Oposición, la publicación más importante del movimiento Trotskista internacional en ruso. Vadim absorbió y asimiló esas escrituras, las cuales reafirmaron y profundizaron sus convicciones Trotskistas. Para Vadim, aquellas escrituras poseían un significado no solamente histórico sino contemporáneo y excepcional: porque pronto se vió claro que ninguna sección de la élite política o intelectual comprendía seriamente la naturaleza de la crisis que confrontaba la Unión Soviética. Con cada anuncio de un nuevo cambio de programa “necesario históricamente”, las frenéticas improvisaciones de Gorbachev tomaban un caracter crecientemente absurdo. Aparte de recorrer el mundo buscando la adulación, el Secretario General no tenía la mínima idea de lo que debería hacer. La confusión de Gorbachev se reflejó en la desorientación de toda la intelectualidad soviética. Parecía como si nada de su anterior trabajo les había preparado para el hundimiento de la URSS al final de los años 80.

Vadim se convenció de que los problemas de la Unión Soviética no podían ser comprendidos ni solucionados sin una revisión exhaustiva de su historia. El requerimiento principal de tal revisión era liampiar de la historia de Trotsky todas las mentiras acumuladas durante años. La posibilidad de renovar la sociedad Soviética sobre una línea socialista dependía de un examen sincero de las críticas de Trotsky al Stalinismo y el programa alternativo que presentó la Oposición de Izquierda. Según deterioró la situación económica en la URSS, Vadim encontraba más irresistible repasar la historia de Trotsky. Pero, Vadim se enfrentó a un fenómeno político social que le dejó aislado una vez más: la estampida de casi toda la intelectualidad hacia la derecha. Vadim había entendido desde hacía tiempo el desarrollo de tendencias derechistas entre la intelectualidad. El movimiento disidente nunca le había atraido porque estaba orientado hacia la opinión pública burguesa internacional y se oponía al Marxismo. Sin embargo, al menos en los círculos intelectuales en que Vadim se movía, la crítica a la política oficial Soviética se había expresado en términos socialistas. Pero a finales de los años 80, sus amigos y socios profesionales, salvo raras excepciones, adquirieron una ilimitada admiración y fe en el sistema capitalista. Eran indiferentes a argumentos basados en hechos y en la razón. Vadim se vió obligado a romper las relaciones con sus colegas y socios, uno a uno. Entre ellos estaba Stanislav Shatalin, que había sido uno de sus más cercanos colaboradores y que escribió un artículo en colaboración con Vadim. Pero Shatalin se convirtió en uno de los consejeros económicos de Gorbachev y alcanzó un gran renombre internacional como autor del “Plan de 500 días” que aconsejaba el uso de métodos de “terapéutica shock” para reorganizar la economía soviética sobre la base del mercado capitalista.

Una consecuencia de este giro hacia la derecha fue una campaña en los medios de información dirigida a desacreditar la idea de que el Trotskismo representaba una alternativa al Stalinismo. Los medios de información combinaron desvergonzadamente las peores calumnias de la era Stalinista contra Trotsky y los argumentos reaccionarios de los Sovietólogos del Oeste. Esta campaña contra Trotsky, que en esencia iba dirigida contra toda la herencia del socialismo Marxista, encontró una amplia aceptación entre la intelectualidad rusa y ex-Soviética. El producto más importante - o quizás sea más apropiado decir, el más conocido - de esta campaña fue la serie de libros que escribió el General Dmitri Volkogonov.

En este medio reaccionario Vadim emprendió el proyecto intelectual que le ocupó el resto de su vida: escribir la historia Marxista de los problemas políticos que tuvieron lugar en el Partido Comunista y la Internacional Comunista. Esta era una tarea que ningún otro historiador de la antigua Unión Soviética, menos aún del exterior, era capaz de cumplir. ¿Por qué fue así?. E.H. Carr dijo una vez: “La Gran Historia se escribe precisamente cuando la visión de la historia del pasado está iluminada con percepciones de los problemas del presente.” [2] Esta observación nos proporciona la clave para comprender los logros de Vadim como historiador. Ciertamente, Vadim puso en su trabajo facultades extraordinarias: un conocimiento enciclopédico de la historia Soviética, una sorprendente comprensión de hechos profundamente complejos, una habilidad infalible para colocar los acontecimientos en un amplio contexto político y social y un lúcido y no afectado estilo de escribir. Pero además de estas cualidades, Vadim poseía otra ventaja inestimable; una profunda conciencia de que la crisis actual no existe sólo en Rusia sino en todo el mundo, es herencia de la derrota que sufrió el movimiento socialista internacional entre los años 1920 y 1930 como consecuencia de las traiciones y crimenes de la burocracia Stalinista.

Sin embargo no hay una gota de pesimismo en el ciclo de Vadim. Los acontecimientos que narra y analiza, especialmente los volúmenes que tratan directamente de la preparación y ejecución del terror Stalinista en 1936-39, son verdaderamente espantosos. Significan una lectura que sólo se puede describir como horrenda. Pero entre todo el horror, Rogovin presenta la tragedia Soviética como un drama del cual todavía no se ha escrito el acto final. Según escribe en el prólogo de su tercer volumen: “El proceso histórico que se abrió con la Revolución de Octubre no se ha completado, simplemente se ha detenido.” Lo que proporciona intensidad moral al trabajo de Vadim no es sólo la indignación del autor, pero sobre todo, su convicción de que el Stalinismo sólo representaba una desviación transitoria de la causa del socialismo mundial. No obstante la derrota que sufrió en la década de 1930, el movimiento Trotskista personificaba la posibilidad de que la Unión Soviética podía haberse desarrollado en una dirección diferente y mucho más progresista. Y esa misma posibilidad refuta todas las afirmaciones de que el Stalinismo fue el resultado necesario e inevitable del Bolchevismo. El hecho induscutible de que hubo una alternativa al Stalinismo significa que el potencial histórico del socialismo no se ha agotado.

El concepto que Rogovin tenía de la historia era esencialmente dinámico. Subrayando su insistencia sobre el significado no disminuído de los acontecimientos de la década de los 1930 es el concepto de Vadim sobre el tiempo histórico como una unificada acción recíproca de continuidad del pasado, presente y futuro. Tratando de vencer los grandes problemas de su propia época, Vadim miró hacia el pasado, no sólo para preveer el futuro sino para modelarlo. Quizás, la expresión más auténtica del papel al cual aspiraba Vadim está en la estrofa de Pasternak con la cual él empezó el cuarto volumen de su ciclo: Hace tiempo involuntariamente,/ Y probablemente, arriesgandose a suponer,/ Hegel llamó al historiador, profeta,/ Pronosticando hacia atrás.

Otro elemento crítico del ciclo histórico de Vadim es su interpretación del conflicto entre el régimen Stalinista y la Oposición de Izquierda como un choque entre dos principios sociales irreconciliables - la igualdad y la desigualdad. La esencia social del programa político de la oposición Trotskista, dando voz a los intereses de la clase obrera, era la lucha por la igualdad. El objetivo que encontró expresión en la política del régimen Stalinista - obteniendo el apoyo de la burocracia y algunas capas sociales intermedias - fue la desigualdad. La lucha por privilegios sociales - el logro de beneficios materiales por unos pocos a expensas de los muchos - produjo las formas necesarias brutales de expresión política en las bestialidades del régimen Stalinista. El criminal dictador personificaba las perspectivas de la burocracia: “La codicia de Stalin por cosas materiales y su ansia de lujo sin límites en su vida diaria, pasaron en herencia a sus descendientes en línea hasta llegar incluso a Gorbachev, ninguno de los cuales, al contrario de la Vieja Guardia Bolchevique, estaba dispuestos a compartír las dificultades físicas y privaciones con el pueblo.” [3]

El análisis de Vadim de la fundación social del Stalinismo informó su análisis del consiguente hundimiento de la URSS. Él siempre afirmaba que el proceso de restauración del capitalismo estaba enraizado en la política reaccionaria y anti-igualitaria proseguida por Stalin desde 1930 hasta su muerte. Vadim observó que la hostilidad de la élite profesional e intelectual al régimen soviético comenzó como una reacción contra los esfuerzos limitados de los sucesores de Stalin para reducir el grado de desigualdad social que había fomentado el anterior dictador. La nomenclatura se ofendió por las concesiones sociales que la burocracia soviética se vió obligada a conceder a la clase obrera después de morir Stalin. El movimiento disidente, Vadim insistió, tuvo su origen en esos resentimientos y en ese sentido, fue un producto del Stalinismo y no una oposición contra el.

Su defensa de los principios Marxistas condenaron a Vadim a un casi total aislamiento después del hundimiento de la URSS, en Diciembre de 1991. El espectáculo de reacción política, regresión social y depravación moral le produjeron repugnancia. Lo que él consideraba como esencial para un trabajo intelectual creativo - el consistente cambio de ideas con colegas y amigos leales - se hizo casi imposible a partir de 1992. No había nadie prácticamente con quien él pudiera discutir el contenido del primer volumen de su ciclo histórico y él logró asegurar su publicación sólo con grandes dificultades.

Fue precisamente en ese momento cuando Vadim estableció contacto con el Comité Internacional de la Cuarta Internacional. Las relaciones que se desarrollaron durante los siguientes seis años nos afectó a nosotros tan profundamente como a él. A últimos de la década de los 80, antes de ponerse en contacto con el CICI, Vadim había llevado a cabo discusiones con tendencias izquierdistas fuera de la Unión Soviética que se denominaban a sí mismas como Trotskistas. Estaba ansioso por saber más sobre la perspectiva y el programa de la Cuarta Internacional. Vadim tuvo una reunión con el lider del movimiento Pabloite, Ernest Mandel. Pero las discusiones con Mandel dejaron a Vadim profundamente decepcionado. Cuando Vadim pidió a Mandel que analizara la situación en la Unión Soviética, él esperaba oir una crítica incisiva de la política de la burocracia del Kremlin.

En cambio, Mandel alabó efusivamente a Gorbachev y mostró grandes esperanzas en el desarrollo de la perestroika. Parecía sincerament sorprendido al descubrír que Vadim no compartía su admiración por el primer secretario del PCUS. La impresión que Mandel dejó a Vadim fue de un sosegado “bourgeoisnii professor.”

Un afortunado cambio en los acontecimientos puso a Vadim en contacto con el CICI. En 1992-93, Fred Choate, mi buen amigo y partidario del Comité Internacional, estaba en Moscú investigando la vida de Aleksandr Voronsky, uno de los miembros más destacados de la Oposición de Izquierda. Fred leyó un periódico que contenía un pequeño artículo sobre la opinión de Trotsky sobre literatura. Fred quedó impresionado por el tono objetivo y la sinceridad con que el artículo resumía las posiciones de Trotsky. No era corriente encontrar un artículo sobre Trotsky en un periódico Soviético que no estuviera desfigurado con mano dura de ironía o tergiversado. El autor era Vadim Rogovin. Fred decidió ponerse en contacto con Rogovin. Fred encontró su número de teléfono, le llamó y acordó una entrevista. Su conversación fue muy bien. A Vadim le agradó el poder llevar a cabo una discusión seria sobre la Oposición de Izquierda. Sin embargo, Fred no le dijo inmediatamente que estaba asociado personalmente con el movimiento Trotskista.

El destino intervino. Anteriormente, Vadim había encontrado una copia de una publicación del Comité Internacional en ruso, el Boletín de la Cuarta Internacional. Él y su esposa Galya, estudiaron el contenido cuidadosamente y tomaron la decisión de que el Boletín era una publicación Trotskista autentica. fue Galya quien, con su usual perspicacia, dijo a Vadim que !debería encontrar alguna forma de ponerse en contacto con...David North! ¿Pero cómo podía hacerse eso? Vadim preguntó a Fred si había oido hablar de North, y si Fred tenía alguna idea de como ponerse en contacto con esa persona. Fred indicó a Vadim que creía que podría ayudarle.

Mientras Vadim nos estaba buscando, el Comité Internacional estaba buscándole a él. Entre 1989 y 1991, yo viajé varias veces a la Unión Soviética y tuve contacto con numerosos académicos con la esperanza de que en algún sitio de la amplia comunidad universitaria pudiera encontrar un intelectual que apreciara la necesidad, en medio del hundimiento de la Unión Soviética, de exponer los crímenes cometidos por el Stalinismo contra el movimiento socialista y, lo que es más, de escribir acerca de la lucha que llevaron a cabo Trotsky y la Oposición de Izquierda contra el crecimiento de la burocracia y la consolidación de su poder en las décadas de los 1920 y 1930. La búsqueda había sido infructuosa. Uno tras otro, los historiadores y sociólogos con quienes conversé demostraron ser cínicos de poco cerebro, no interesados, ni capaces de realizar un serio trabajo. El clima de reacción política había arrollado todo principio e ideal en que ellos pudieran haber creído. Parecía que ellos culpaban al Marxismo de cualquier problema que encontraban en la sociedad o en sus propias vidas. Ellos veían la reorganización de Rusia sobre una base capitalista como una verdadera panacea.

Recuerdo una discusión que tuve en el otoño de 1991 con un bien conocido intelectual, quien tenía una alta posición en el Instituto de Archivo Histórico en Moscú. Dos años antes, este mismo hombre puso a mi disposición el auditorio principal del instituto donde pronuncié una conferencia sobre la lucha que llevó a cabo Trotsky contra Stalin. Pero desde entonces, él cedió ante la presión de la reacción y ya no quedaba absolutamente nada de sus anteriores inclinaciones socialistas. Estaba firme en su opinión de que el establecimiento de una economía de mercado resolvería rápidamente todos los problemas de Rusia. Yo polemicé con él, sosteniendo que la desenfrenada subordinación de Rusia a la economía capitalista mundial la llevaría 100 años hacia atrás. Él replicó lacónicamente: “Eso sería una gran mejora comparado con lo que tenemos hoy.” De gente con esas opiniones no podía uno esperar una respuesta positiva a la propuesta de realizar un estudio objetivo de la oposición Trotskista al régimen Stalinista. La perspectiva social y política que habían adoptado no les permitía admitir que el Stalinismo representaba una grotesca perversión de los principios de la Revolución de Octubre y que la Oposición de Izquierda presentó una alternativa socialista viable y legítima a la política impuesta por la burocracia Soviética.

En Marzo de 1992, a pesar de la apatía y oposición que había encontrado entre los residuos desmoralizados de la intelectualidad Soviética, el Comité Internacional emprendió una campaña en defensa de la verdad histórica: exponer las falsificaciones, las traiciones y los crímenes del Stalinismo y establecer, sobre la base de los antecedentes históricos, la irreconciliable oposición del Marxismo, personificada en la heroica lucha de Trotsky y la Oposición de Izquierda, al Stalinismo. El 11 de Marzo de 1992, en el informe de apertura del Duodécimo Pleno del CICI, se hizo constar que: “La respuesta a la mentira de que el Stalinismo es Marxismo requiere que expongamos las acciones del Stalinismo. Para comprender qué es el Stalinismo hay que demostrar a quién asesinó el Stalinismo. Tenemos que contestar esta pregunta: ¿Contra qué enemigo lanzó el Stalinismo sus más terribles golpes? La mayor tarea política de nuestro movimiento debe ser restablecer la verdad histórica exponiendo el significado político y de largo alcance de los crímenes cometidos por el Stalinismo. En el mismo centro de esta exposición debe estar la apertura de los documentos referentes a los Procesos de Moscú, las purgas y el asesinato de Trotsky...Cuando hablamos de una campaña para descubrir la verdad histórica, vemos eso como una tarea que beneficia no sólo a la clase obrera en un sentido estrecho, sino a toda la humanidad progresista. Lo que sucedió en el Lubianka concierne a toda la humanidad que lucha por abrirse camino. Exponer los crímenes del Stalinismo es una parte esencial para superar el daño que han causado en el desarrollo del pensamiento político y social.” [4]

Durante la mayoría de su vida Vadim no había podido discutir abiertamente sus convicciones Trotskistas, menos aún participar en el trabajo de la Cuarta Internacional. Así mismo, nuestro movimiento había mantenido durante décadas la herencia de la lucha de Trotsky sin tener la posibilidad de establecer contacto con Marxistas legítimos en la Unión Soviética. Pero, a pesar de los grandes obstáculos que eran producto de condiciones históricas desfavorables, las trayectorias de Vadim y la Cuarta Internacional, después de viajar separadas durante más de medio siglo, finalmente se habían unido en el mismo camino orbital.

Las discusiones entre Vadim y el Comité Internacional comenzaron a finales de la primavera de 1992. Inicialmente, la mayoría de nuestro intercambio de ideas tuvo lugar a través del nuevo medio e-mail. Actuando Fred como interlocutor, intercambiamos ideas y propuestas para desarrollar un trabajo literario y político si bien de una forma restringida. En Octubre de 1992, Vadim tuvo un encuentro breve con el camarada Peter Schwarz durante una corta visita a Berlin. En Febrero de 1993, durante un seminario en Kiev sobre la historia del Comité Internacional, Vadim y yo nos encontramos por primera vez. Las conversaciones que tuvimos ese fin de semana establecieron la norma para los años siguentes. Hablamos, debatimos, discutimos, estuvimos de acuerdo, de desacuerdo, reímos e hicimos planes. Durante el curso de siguientes encuentros en Moscú en 1993 y a primeros de 1994, discutimos detalladamente el desarrollo del ciclo histórico de Vadim. Como hemos dicho, Vadim desarrolló la línea básica de su trabajo durante muchos años de estudio y meditación. Y aún así, como consecuencia de sus discusiones con el Comité Internacional, el alcance intelectual y político de su trabajo se amplió enormemente. Incluso después de las primeras discusiones Vadim decidió que le era necesario refundir y rehacer su primer volumen. No pretendo decir, de ningun modo, que Vadim debía sus ideas al Comité Internacional. El movimiento dialéctico de su pensamiento no se puede comprender en esos términos. Más bien, la discusión estimuló la creatividad de Vadim, activó su imaginación y creó nuevas ideas en su consciencia. Al principio Vadim creía que su proyecto requeriría cuatro volúmenes. El impacto de su colaboración con el Comité Internacional se puede apreciar en el hecho de que el proyecto aumentó a siete volúmenes.

En el futuro, las obras de Vadim dominarán la literatura histórica referente al tema del terror Stalinista. Un trabajo de tal envergadura monumental desafía cualquier intento de rápida recapitulación. Pero esto hay que recalcarlo: Lo que separa las obras de Vadim de todos los otros autores es su insistencia de que el principal propósito y función del terror fue eliminar la oposición Trotskista al régimen Stalinista. Dado el hecho de que el régimen Stalinista insistía continuamente en que el propósito del terror era eliminar el Trotskismo, el lector ordinario que no esté acostumbrado a las obras que escriben los historiadores occidentales puede preguntarse, por qué yo considero precisamente este aspecto de las tesis de Vadim tan esencial y excepcional. La respuesta es que la mayoría de la historiografía occidental sobre el tema de las purgas se ha dedicado a minimizar, si no a negar lo central de la lucha contra Trotsky y sus ideas. Según observó Vadim, la obra de Robert Conquest, que durante 30 años ha sido la más conocida en ese ámbito, dedica sólo unas cuantas páginas al tema del Trotskismo. Aúnque quizás no en una forma tan cruda, incluso aquéllos que llevan a cabo su trabajo sincera y conscientemente, (y tal gente existe) mantienen que el terror fue por cualquier cosa en el mundo excepto una lucha contra la influencia de Trotsky. Después de todo, ellos sostienen, Trotsky fue exiliado de la Unión Soviética en 1929. La mayoría de los miembros más conocidos de la vieja Oposición de Izquierda habían renunciado a sus anteriores ideas Trotskistas. La represión sistemática había hecho imposible el desarrollo del trabajo político entre el resto de grupos Trotskistas que pudieran quedar a mediados de la década de los 30.

Vadim rechazó esas opiniones las cuales, según él, subestimaban la potencia de la tradición Marxista y la profundidad de los sentimientos revolucionarios entre amplios sectores de la población. Además, a pesar de sus retractaciones, los viejos Bolcheviques nunca se reconciliaron con el régimen stalinista y quedaron como potenciales puntos focales de descontento suprimido de las masas. Incluso entre la burocracia, quedaron elementos que no habían roto completamente con su pasado revolucionario y en los cuales no podía Stalin confiar del todo. Las obras de Trotsky aún se leían y ejercían influencia. Después del asesinato de Kirov en Diciembre de 1934, se encontraron varios volúmenes de Trotsky en su apartamento. Vadim analizó la conexión entre las corrientes oposicionistas en la URSS y Trotsky. Las purgas no fueron el producto de un loco paranoico, Stalin. Vadim insistió que Stalin tenía razones reales para temer la influencia de Trotsky, no sólo en la Unión Soviética sino fuera de sus fronteras. ¿Entonces, cuál fue el propósito principal del terror? Vadim escribió: “La Gran Purga de 1937-38 era necesaria para Stalin, precisamente, porque sólo de esa manera era posible debilitar el creciente movimiento revolucionario de la Cuarta Internacional, evitar que se convirtiera en la principal fuerza revolucionaria de la época, desorientar y desmoralizar la opinión pública mundial que de otro modo podría captar y adoptar las “ideas Trotskistas.”

A principios de 1994 se publicó el segundo volumen del ciclo de Vadim. Se encargó una tirada de 10,000 copias - y como no había otro sitio para almacenarlos - todos los libros fueron a parar a su apartamento. Había fardos de libros envueltos en papel marron por todas partes - en estantes, encima de las mesas, sobre el lavabo, debajo de las camas y encima del frigorífico. Vadim estaba entusiasmado con la llegada de su “recién nacido” y ya estaba trabajando duro en el tercer volumen. La ayuda del Comité Internacional y la divulgación de documentos de los archivos del gobierno, que antes estaban cerrados al público, dieron un gran impulso a su investigación y al alcance de sus obras. Vadim admitió que nunca había sido tan feliz en su vida. Al fin, había podido lograr lo que en el pasado era sólo un sueño. Y entonces llegó lo inesperado. En Mayo de 1994, cuando Vadim se quejó de un dolor en la parte baja de su abdomen, sus médicos ordenaron hacer una tomografía por ordenador, la cual detectó una masa en sus intestinos grandes. Se llevó a cabo una operación cirúrgica y se le extrajo un gran tumor del colon. El cirujano también descubrió dos metástasis en el hígado e intentó eliminarlas por medio de una resección. El pronóstico fue devastador, se esperaba una rápida decadencia física. Era improbable que Vadim sobreviviera más de un año.

Vadim recibió la noticia con extraordinaria calma. Él dijo: “No veo nada particularmente trágico en mi destino”. Uno tenía que admirar su estóica respuesta, pero todos sentimos que había algo profundamente trágico en este inesperado y terrible desenlace, casi en un sentido clásico. En el crítico momento en que las condiciones objetivas permitían finalmente a Vadim realizar las ambiciones de toda su vida era agredido por una implacable e incurable enfermedad. A finales de 1994, cuando Vadim se había recuperado suficientemente de su operación, yo le hice una visita en Moscú. Había comenzado a trabajar de nuevo en su tercer volumen, el cual esperaba terminar en el espacio de unos pocos meses. Como siempre, la primero fue preparar una lista de los asuntos a discutir. El tema más importante siempre fue: “Planes para el Futuro.” Hablamos acerca del impacto de la nueva campaña de falsificaciones desatada por la publicación de los libros del profesor Richard Pipes y el General Dmitri Volkogonov. Sugerí a Vadim si: ¿No era hora de que el Comité Internacional lanzara una “Contra Ofensiva Contra la Escuela Post-Soviética de Falsificación Histórica”? Vadim repitió inmediatamente el título en ruso, lo cual sonó incluso más grandioso e imponente. Esto le agradó inmensamente. Pregunté a Vadim si estaba dispuesto a ir a los Estados Unidos a dar un ciclo de conferencias en la primavera de 1995. Vadim acogió a la propuesta con entusiasmo. En ese momento yo no tenía ni idea si Vadim estaría vivo en la primavera. Pero la expectativa de dar conferencias en el extranjero tuvo un efecto terapéutico sobre Vadim mayor que cualquier tratamiento médico. Según se elevaba su espíritu, la capacidad de trabajo de Vadim parecía completamente restablecida. Completó rápidamente su tercer volumen y se dedicó a preparar sus conferencias para América.

La primera conferencia se daría en la Universidad del Estado de Michigan en Lansing, la segunda sería en la Universidad de Michigan en Ann Arbor. Más disertaciones estaban programadas en Palo Alto y Boston. Nuestro partido organizó una campaña para anunciar las confeencias como nunca se había visto en las universidades de los Estados Unidos por lo menos desde hacía 20 años. Anunciamos las conferencias como “un gran acontecimiento intelectual,” algo que impresionó a los estudiantes como algo tan extraño, insólito y grato, que rápidamente generó un gran interés y excitación entre ellos. Esperábamos la llegada de Vadim y Galya con preocupación. Habían pasado varios meses desde mi visita a Moscú. Me preguntaba si su salud resistiría el viaje y las conferencias. Pero mis dudas desaparecieron cuando comprobé que el estado de ánimo de Vadim era casi eufórico y su condición física parecía robusta. Su interés en cada faceta de la vida americana era inagotable. Como pronto tendríamos la ocasión de comprobar, teníamos en nuestras manos uno de los más formidables visitantes desde Marco Polo. Entre discusiones sobre sus próximas conferencias Vadim insistía en ver lo más posible de Detroit y sus alrededores. Su interés en sociología no era simplemente la de un teórico. Poseía agudos poderes de observación y estaba fascinado por la variedad, anomalías y contradicciones de los Estados Unidos. Quería experimentar y saborear lo más posible de la vida americana - y digo ésto literalmente. Un día fuimos a un centro comercial donde Vadim vió una heladería. Se aproximó y quedó sorprendido por la variedad de sabores. Pidió un cono con tres cucharadas de helado. El dependiente le mostró la gran variedad de sabores y le preguntó cuales quería. Él respondió: ¡Todos!.

Las conferencias fueron un gran éxito. Cerca de 150 estudiantes, profesorado y administradores atendieron la conferencia en la Universidad del Estado Michigan y casi 250 atendieron la conferencia en la Universidad de Michigan. Vadim tenía la capacidad de presentar ideas complejas de un forma accesible e interesante para un público mezclado. Vadim daba un gran valor a su interacción con el público. Disfrutaba con las preguntas más que con otra cosa, porque le permitían medir la reacción del público y aclarar elementos de su presentación además de desarrollar nuevas ideas que no se le habían ocurrido anteriormente.

Al final de la gira por los Estados Unidos acordamos hacer otra serie de conferencias en otras partes del mundo. En Febrero de 1996, Vadim pronunció conferencias en Inglaterra y Escocia. En Mayo y Junio de 1996 Vadim dió conferencias en Australia delante de una audiencia cuyo tamaño sorprendió y a menudo parecía consternar a la facultad de historia de las universidades donde fueron dadas. Las cuatro conferencias que dió Vadim, dos en Sydney y dos en Melbourne, atrajeron una asistencia de cerca de 2000 personas. En Diciembre de 1996 Vadim viajó a Alemania y dió una conferencia en Berlin, en la Universidad de Humboldt y en Bochum.

Vadim estaba contento con el éxito de sus conferencias. Pero su mayor satisfacción fue el encontrarse con los camaradas del Comité Internacional. La profundidad del aislamiento en que vivía en Rusia le hizo apreciar más el estar entre amigos y camaradas legítimos. Vadim encontró entre ellos un sentido de idealismo y solidaridad que era desconocido entre las organizaciones burocratizadas que él había conocido en la URSS. El encontrarse y trabajar con Trotskistas de todo el mundo fue para Vadim y Galya, no sólo una experiencia intelectual y política, sino también intensamente emocional. Invariablemente, según se acercaba la fecha del regreso a Moscú el estado de ánimo de Vadim y Galya se oscurecía. Los dos intentaron mantener la serenidad colmando a sus anfitriones de regalos. Y , cuando llegaron al aeropuerto, a la hora de decir el último adiós, hubo abrazos y lágrimas.

La vida en Moscú no era facil para Vadim. Mientras los viajes al extranjero sentaron de maravilla a su salud y a su moral, el regreso a Moscú fue seguido de una recaída física y emocional. Dada la naturaleza de la enfermedad de Vadim, eran inevitables largas y agotadoras sesiones de quimioterapia. Pero le afectaron más debido al aislamiento en que vivía en Rusia. Poco quedaba de su viejo círculo de amigos y colegas. Muchos de ellos se habían adaptado al nuevo ambiente desprendiendose de las antiguas ideas y principios. Vadim se negó a mantener contacto con tal gente. Luego había otros amigos, menos adaptables, que sentían que sus vidas habián perdido todo propósito en las condiciones completamente degradadas de la vida post-soviética. Vadim y Galya hicieron todo lo que pudieron para apoyar y animar a esos amigos. Un día Vadim invitó a una vieja amiga a cenar. Él quería que yo estuviera presente y discutiera con ella el trabajo y perspectiva de nuestro movimiento. Ella escuchó en silencio, sin apenas pronunciar una palabra. Los pocos comentarios que hizo, expresaron el más profundo pesimismo y desmoralización. Cuando la mujer partió, Vadim me explicó que: “ella había sido quizás uno de los periodistas más sinceros y respetados de la Unión Soviética. Sus artículos sobre problemas sociales y condiciones de la vida diaria eran leídos por millones de personas. Recibía miles de cartas cada semana. Pero un día su periódico se cerró y ella no pudo encontrar otro trabajo. Sus lectores ya no existen y ella no ve razón para vivir. Conozco a muchas personas como ella.”

Para mantener su propio equilibrio emocional Vadim intentó, en cuanto era posible, mantenerse a cierta distancia de los acontecimientos políticos diarios. Según dijo Avner Zis, el destacado esteticista soviético quien todavía era uno de los amigos más cercanos de Vadim: “Cuando vemos las noticias en la televisión sólo vemos dos clases de gente, idiotas y gansters.” Vadim intentó concentrarse lo más posible en su trabajo histórico. Pero el nivel de degradación intelectual, social y moral le afectó profundamente. Aúnque él comprendía la naturaleza contrarrevolucionaria del Stalinismo, Vadim encontró dificil aceptar, emocional e intelectualmente, que no hubieran salido del Partido Comunista, una organización con 40 millones de miembros, al menos unas docenas, si no unos miles, de verdaderos Marxistas.

Al final de la misma semana del sexagésimo cumpleaños de Vadim, el Partido Comunista organizó una manifestación contra Yeltsin que coincidió con el cuadragésimo segundo aniversario de la derrota de la Alemania Nazi. Aúnque él despreciaba a Zyuganov, Vadim esperaba que la fecha de la manifestación evocaría algún residuo de sentimientos socialistas entre la población de Moscú: “Al menos veremos algunas banderas rojas” dijo Vadim, rogándome encarecidamente que le acompañase a presenciar la manifestación. Me agradaba caminar con Vadim pero le aconsejé no hacerse muchas ilusiones. La manifestación repugnó a Vadim: había unas pocas banderas rojas, pero había aún más pancartas con la imagen de Stalin. También había esvásticas y estaban repartiendo abiertamente panfletos antisemitas. La manifestación se detuvo ante Lubianka y Zyuganov se dirigió a los manifestantes desde las escaleras de la antigua Central de Policía Secreta, donde fueron torturados y fusilados miles de viejos bolcheviques sesenta años atrás. Según Vadim se alejaba de la escena, iba expresando toda su aflicción y frustración: “Ahora has visto por tí mismo en lo que se ha convertido nuestra sociedad”, dijo una y otra vez. Según caminabamos por las calles de Moscú intenté animarle. Sostuve que la manifestación no representaba la realidad de toda Rusia. Otras cosas ejercían su influencia, incluyendo sus propias obras. Vadim no quería ser consolado e insistió: “Nada que yo escriba cambiará algo en este país.” Tropezamos con un pequeño quiosco con algunas mesas y sillas al lado. Compramos unas sodas y nos sentamos a beberlas. La discusión continuó. De pronto, observamos un hombre que nos miraba. Según estábamos preguntándonos quién sería, se acercó a Vadim y dijo en tono bajo: “Yo sé quien es Vd. Por favor, acepte mi gratitud por lo que ha escrito. Vd tiene muchos amigos.” Durante nuestro camino hacia casa el estado de ánimo de Vadim era eufórico.

Tales cambios en el estado de ánimo de Vadim no eran raros. Él era un hombre complejo y multifacético - tanto artista como científico. La riqueza de su pensamiento fluía como una rara mezcla de lógica y emoción. Vadim poseía una imponente capacidad para absorber, analizar y asimilar información. Parte del secreto de la velocidad con que él escribía es que retenía en su cerebro mucho de lo que leía, documentos de archivo, libros y artículos de los periódicos, y no necesitaba emplear mucho tiempo en componer, estudiar y reorganizar sus notas. Por muy grande que fuera la demanda sobre su memoria de hechos históricos y estadísticas sociológicas hechos, aún quedaba mucho espacio para la poesía. Él recitaba con facilidad los versos de Pushkin, Mayakovsky y otros maestros ruso-soviéticos. La belleza y pasión de sus recitaciones no era solamente el trabajo de su memoria. Vadim comprendía y sentía las imágenes a las cuales él dió voz con tal sensibilidad.

Cuando Vadim partió de Australia el pasado Enero, él estaba lleno de esperanza. Al final de su conferencia, le presenté la recién publicada traducción al inglés de "1937". Al aceptar el libro, Vadim declaró delante del público que los últimos seis años habían sido los más felices de su vida. Deseaba, además, compartir un secreto con el público. El séptimo y último volumen de su ciclo histórico estaría dedicado al Comité Internacional de la Cuarta Internacional, sin cuyo apoyo y estímulo este trabajo no habría sido posible. Durante los siguientes meses, Vadim parecía mantenerse fisicamente. En Mayo, él y Galya viajaron a Israel para visitar a una hija. A su regreso Vadim, de repente, encontró dificultad en mover su brazo izquierdo. Sus doctores le aseguraron que sólo había sufrido un pequeño infarto y que no había razón para alarmarse. Sin embargo, en Agosto la flojedad se extendió a sus piernas. Vadim ingresó en el Instituto de Ciencias Oncológicas para pruebas y tratamiento.

Aúnque Vadim me aseguró por teléfono que su condición era estable y que los doctores esperaban una mejoría, yo me temía lo peor y decidí visitarle en Septiembre. Llegué a Moscú el 11 de Septiembre, en medio del creciente caos de la crisis financiera que produjo la devaluación del rublo la semana anterior. Fuí inmediatamente al hospital. Veinte años atrás había sido sin duda un modelo de adelantos científicos soviéticos. Ahora parecía un símbolo de la catástrofe social que aqueja a Rusia. El gran edificio estaba frío y obscuro. En esa noche del Viernes no había donde encontrar personal médico. La habitación de Vadim estaba en el piso decimoctavo. Todos los puestos centrales de médicos estaban desiertos. Sólo se podía ver a una señora de la limpieza entrada en años, agachada sobre su fregasuelos. Buscando entre los obscuros pasillos, encontré la habitación de Vadim y entré. Él estaba sentado frente a un pequeño escritorio, escribiendo. Su aspecto había cambiado enórmemente. Galya estaba viviendo con Vadim en la misma habitación, haciendo todas las funciones que no podía proveer el hospital, devastado por la crisis social. Ella preparaba la comida de Vadim, cambiaba las sábanas de su cama, le comprobaba la presión de la sangre y el nivel de azucar, le administraba los medicamentos y le lavaba.

Como ya era tarde y Vadim estaba muy cansado, acordamos comenzar nuestra discusión al día siguiente. Pero cuando llegué el sábado por la mañana la condición de Vadim había empeorado drásticamente. Respiraba con dificultad y parecía que estaba semiconsciente. Dejé la habitación en busca del médico. Pude encontrar al doctor, Profesor Litchnitzer, quien había supervisado su tratamiento a partir de la operación. Me dijo que ahora el cáncer se le había extendido al cerebro. En el momento actual Vadim estaba pasando por una grave crisis. No podía hacer mucho excepto administrarle oxígeno para que respirase mejor. Pero el Profesor Litchnitzer me sugerió que debería tratar de hablar a Vadim. Regresé a la habitación, me senté al lado de su cama e hice lo que me sugerió Litchnitzer. Vadim abrió los ojos. Su respiración se hizo menos laboriosa. Al cabo de una hora parecía que la crisis había pasado. Vadim se sentó en la cama y preguntó cuánto tiempo iba yo a estar en Moscú. Le dije mi programa. Nu, tak ”, Vadim respondió: “preparemos una agenda para nuestra discusión.” Primero, quería repasar conmigo el material que iba añadiendo al séptimo volumen, especialmente la parte relacionada con el asesinato de Trotsky. Después, Vadim dijo, intentaba dictar una carta para el Profesor Herman Weber en Alemania, quien había editado una colección de ensayos del terror Stalinista y en uno de ellos había incluído una referencia desdeñosa a las obras de Rogovin. Según el libro de Weber, el análisis por Rogovin del terror ponía demasiado énfasis en la influencia de Trotsky. Finalmente, Vadim quería discutir cómo intentaban las secciones del Comité Internacional incorporar de forma programática el concepto de igualdad social. Poco más de una hora antes, parecía que Vadim podía morir ese mismo día. Ahora, proponía una agenda que necesitaría varios días para completarla.

Pasamos el resto del sábado repasando el séptimo volumen, como él había sugerido. El domingo, Vadim dictó una carta genial al Profesor Weber, refutando la crítica que había sido nivelada contra sus obras. El lunes, hablamos y, como era usual para nosotros, discutimos sobre el significado de la reivindicación de igualdad social en la sociedad contemporánea. A la caída de la tarde, Vadim estaba cansado y decidimos terminar la discusión. Estaba profundamente satisfecho con el resultado de nuestra discusión. Me preguntó: ¿Sería posible para mi volver a Moscú en noviembre? Yo le prometí que sí. Al día siguiente, martes, partí de Rusia pasando un día en Europa occidental y volé a los EEUU el jueves. Cuando llegué a Detroit era más de media noche y en Moscú era viernes por la mañana. Quince minutos después de llegar a casa recibí la noticia desde Moscú de que Vadim acababa de morir.

El funeral de Vadim tuvo lugar en la afueras de Moscú el 21 de Septiembre. Los medios de información de Rusia no prestaron ninguna atención a su muerte. Sólo atendió un pequeño grupo de personas que vinieron a homenajear a ese hombre extraordinario. Pero los que estaba allí presentes representaban todo lo que era grande y con principios en la historia de la Unión Soviética: Yuri Primakov, el hijo del General Vitali Primakov, asesinado por Stalin en 1937; Yuri Smirnov, hijo del oposicionista de izquierda Vladimir Smirnov, asesinado por Stalin en 1936; Zoya Serebriakova, hija del oposicionista de izquierda Leonid Serebriakov, asesinado por Stalin en 1937 y Valeri Bronstein, nieto de Lev Davidovich Bronstein, mejor conocido como Trotsky. Estos sobrevivientes y testigos de los acontecimientos más terribles del siglo veinte fueron los que supieron apreciar el significado de la vida de Vadim Zakharovich Rogovin. En el futuro muchos más, en Rusia y en todo el mundo, leerán los libros de Vadim y honrarán su memoria, porque el gran historiador ha pasado él mismo a la historia.

Notas: 1. Russian Thinkers (Pensadores Rusos) (London: Penguin Books, 1979), p. 129. 2. What Is History? (¿Qué es Historia? (London: Penguin, 1990), p. 37. 3. Stalin's Neo-NEP (Traducción no publicada) 4. Fourth International, (Cuarta Internacional) Volumen 19, Número 1, Fall-Winter 1992, pp. 77-78.