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1968: La huelga general y la revuelta estudiantil en Francia

Parte 4–Como la JCR de Alain Krivine cubrió las traiciones del estalinismo (2)

Esta serie de ocho partes apareció primero en el World Socialist Web Site durante mayo-junio de 2008, en el 40 aniversario de la huelga general en Francia. La estamos presentando aquí sin cambios, pero con una nueva introducción a la luz de los acontecimientos ocurridos entre tanto. La primera parte, publicada el 7 de junio, aborda el desarrollo de la revuelta estudiantil y la huelga general hasta su punto culminante a fines de mayo. La segunda parte, publicada el 11 de junio, examina como el Partido Comunista (PCF) y el sindicato bajo su control, la CGT, le permitieron al presidente Charles de Gaulle recuperar el control. La tercera parte, publicada el 13 de junio y la cuarta parte, publicada abajo, examinan el papel desempeñado por los pablistas.

Cuarta Parte|Quinta parte

Una cobertura para el estalinismo

Aunque los estalinistas en el Partido Comunista Francés y el sindicato CGT odiaban el espíritu de rebelión de los jóvenes y por lo tanto a los grupos estudiantiles izquierdistas, a los que llamaban gauchistes (radicales izquierdistas) y provocadores, estaban muy dispuestos a tolerarlos –políticamente—. Las maniobras anarquistas de Daniel Cohn-Bendit realmente no amenazaban el dominio político de los estalinistas dentro de la clase obrera. Lo mismo era cierto con los maoístas, con su entusiasmo por la revolución cultural china y la lucha armada.

Y los pablistas evadieron cuidadosamente los conflictos con los estalinistas. Se abstuvieron de cualquier iniciativa política que pudiera exacerbar las relaciones entre la clase obrera y la dirección estalinista que precipitaría una crisis para el último. En el momento culminante de la crisis en 1968, cuando los trabajadores rechazaron el acuerdo de Grenelle, y la cuestión de la toma del poder estaba en el orden del día, la JCR (Jeunesse Communiste Révolutionnaire) les proporcionó una cobertura a los estalinistas. Veinte años después de estos eventos, Alain Krivine y Daniel Bensaid publicaron una retrospectiva de 1968 que muestra que –si bien buscan darle una buena imagen a la JCR– develan claramente su papel real.

La JCR participó en las grandes manifestaciones convocadas por los socialdemócratas y los estalinistas en el auge del movimiento de masas –la reunión masiva el 27 de mayo en el estadio Charléty, organizada por la UNEF (Union Nationale des Étudiants de France), el sindicato CFDT (Confédération Française Démocratique du Travail) y el PSU (Parti Socialiste Unifié), y la manifestación masiva del PCF (Parti communiste français) y la CGT (Confédération générale du travail) el 29 de mayo—.

El objetivo de la reunión en el estadio Charléty era sentar las bases para un Gobierno de transición bajo el experimentado político burgués Pierre Mendès-France, quien en ese entonces era miembro del PSU. La tarea de tal Gobierno iba a ser calmar las huelgas, restaurar el orden y preparar nuevas elecciones.

Hasta las secciones derechistas de la prensa estaban, para este entonces, convencidas de que solo un Gobierno “izquierdista” podría salvar al régimen existente. El periódico financiero Les Echos escribió el 28 de mayo que la única opción era reforma, revolución, o “anarquía”, como lo puso el periódico. Bajo el titular “Debemos encontrar un nuevo camino”, comentó:

“Ya nadie está interesado en escuchar o creer en nadie. Hasta ahora parecía que la CGT era un bastión de orden y disciplina. Pero ahora se ha visto desestabilizada por gente corriente rebelde cuya rebelión ha subestimado. Los líderes sindicales han sido forzados a un lado por los huelguistas, quienes ya no creen en promesas –independientemente de quien las haga—. Ni hablar del Gobierno… ‘Sí a la reforma, no al desorden’ fue como lo puso el general [de Gaulle] recientemente con una expresión lamentable. Hoy uno tiene tanto reformas como anarquía bajo condiciones en las que no es claro quién será victorioso”.

El PCF estaba bastante dispuesto a ingresar a un Gobierno burgués durante este tiempo. Su secretario general, Waldeck Rochet, propuso el 27 de mayo que él y François Mitterrand se reunieran de inmediato para discutir los requisitos para el “remplazo de un régimen gaullista con un Gobierno popular de unidad democrática bajo un programa común”. Para aquellos que conocen la terminología estalinista, no podría haber dudas de que un “Gobierno popular de unidad democrática” sería un Gobierno burgués dedicado a la defensa de la propiedad capitalista.

El PCF temía, sin embargo, que Mitterrand y Mendès-France podrían formar un Gobierno sin ellos. Por lo tanto, junto con la CGT, organizó su propia manifestación masiva el 29 de mayo, bajo el lema de un “Gobierno popular”. Este lema se adaptó a los sentimientos revolucionarios de las masas, aunque el PCF nunca soñó con una toma del poder con un derrocamiento revolucionario del capitalismo, y solo buscó un Gobierno de coalición con Mitterrand u otro político capitalista.

La JCR participó en la manifestación del PCF-CGT bajo el lema: “Un Gobierno popular, ¡Sí! Mitterrand, Mendès-France, ¡No!”, y, por lo tanto, en efecto, apoyó la maniobra del PCF. Krivine y Bensaid escribieron en su estudio retrospectivo sobre el lema de la JCR:

“La formulación jugó con ambigüedades. Comparó un Gobierno popular, el cual puede ser interpretado como la expresión más militante de la huelga y sus órganos, a un Gobierno de figuras políticas. Sin rechazar completamente a un Gobierno de coalición de los partidos izquierdistas, atacaba a las figuras políticas que no tenían vínculos evidentes con la clase obrera y que eran susceptibles a usar su autonomía de las instituciones existentes como una base para la colaboración de clases... A pesar de su deliberada falta de claridad, la formulación de un ‘Gobierno popular’ apuntaba hacia un Gobierno de los partidos de izquierda, sin entrar en detalles”. [12]

En otras palabras, la formulación utilizada por la JCR tenía como objetivo hacer creer a los “sectores más militantes” de la clase obrera que un Gobierno burgués que incluiría al PCF sería “el resultado de la huelga y sus órganos”. Esta es una confesión reveladora. En el momento en el que la crisis revolucionaria llegó a su momento culminante, la JCR, habiendo perdido su autoridad y con de Gaulle desaparecido –es decir, cuando era necesario tomar una posición abierta y decisiva– estaba jugando con “ambigüedades” y deliberadamente permaneció impreciso. Evadió la cuestión decisiva de quien tomaría el poder en el país.

La exigencia de un “Gobierno popular”, el cual la JCR adoptó de los estalinistas, recibió un apoyo considerable dentro de la población. Sin embargo, esta demanda permaneció general y evasiva. El Partido Comunista la tomó como un Gobierno de coalición con los socialdemócratas y los radicales pequeñoburgueses, cuya tarea sería mantener el orden existente. Nada estaba más lejos de la mente del PCF que la toma revolucionaria del poder. Los pablistas nunca lucharon contra este punto de vista y se alinearon detrás de los estalinistas.

¿Qué debió de haber hecho la JCR?

Por supuesto, la JCR carecía del apoyo necesario para tomar el poder ella misma. Sin embargo, hay numerosos precedentes políticos que muestran como los marxistas revolucionarios –incluso una minoría– pueden luchar por su programa y ganar a su lado a la mayoría de los trabajadores.

En Rusia, a comienzos de 1917, el apoyo para los bolcheviques de Lenin era considerablemente menor que el de los mencheviques y los socialrevolucionarios. Sin embargo, al avanzar una política hábil y de principios, los bolcheviques lucharon para ganar el apoyo de la clase obrera y tomar el poder en octubre. En Francia, donde Trotsky vivió en exilo de 1933 a 1935, él tomó un interés activo en las actividades la sección francesa y les proporcionó propuestas detalladas sobre cómo luchar por un programa revolucionario como una minoría. La cuestión central de forma consistente era la independencia política de la clase obrera de los aparatos reformistas (y después también de los estalinistas) y la construcción de un partido revolucionario independiente.

Cuanto Lenin regresó de Rusia, atacó la actitud tímida de los bolcheviques hacia el Gobierno provisional burgués, en el que los mencheviques y los socialrevolucionarios habían asumido puestos de ministros. Insistió en una oposición inquebrantable y en un programa que buscaba la toma del poder utilizando los sóviets.

Con base en este programa, los bolcheviques utilizaron tácticas que profundizaron la brecha entre los trabajadores y sus líderes reformistas, para separar a los primeros de los segundos. Los bolcheviques exigieron que los socialrevolucionarios y los mencheviques rompieran con la burguesía liberal y que tomaran el poder en sus propias manos. Aunque los socialrevolucionarios (SR) y los mencheviques se mostraron incapaces de formar un Gobierno independiente de la burguesía, Trotsky comentó posteriormente sobre esta experiencia en el Programa de Transición, escribiendo que “la demanda de los bolcheviques a los mencheviques y a los socialrevolucionarios: ‘¡Rompan con la burguesía, tomen en sus manos el poder!’ tiene para las masas un enorme valor educativo. La negación obstinada de los mencheviques y de los socialrevolucionarios a tomar el poder, que se reveló tan trágicamente en las jornadas de julio, los condenó en definitiva ante la opinión de las masas y preparó la victoria de los bolcheviques”. [13]

En 1968, la JCR tuvo la oportunidad de exigir que el PCF y la CGT tomaran el poder, con base en la movilización de una huelga general. Junto con la agitación sistemática contra la actitud conciliatoria de los estalinistas hacia los partidos burgueses, esta exigencia hubiera tenido un peso político enorme. Habría profundizado el conflicto entre la clase obrera y la dirección estalinista y ayudado a los trabajadores a romper políticamente con ellos. Sin embargo, nada estaba más lejos de las mentes de los pablistas que poner a los estalinistas en un dilema con tales exigencias. Cuando la crisis revolucionaria llegaba a su punto culminante, mostraron ser pilares confiables para la burocracia estalinista.

Los pablistas no pudieron, sin embargo, simplemente ignorar el papel contrarrevolucionario de los estalinistas bajo condiciones en las que estaba siendo discutido abiertamente en la prensa burguesa. En junio de 1968, Pierre Frank acusó al PCF y a la CGT de haber “traicionado a 10 millones de huelguistas en la búsqueda de 5 millones de votos”. Hasta comparó esta “traición de la dirección del PCF” con la histórica traición del partido socialdemócrata alemán: “Si esta dirección por ahora no ha actuado en la manera en la que los Noskes y los Eberts actuaron contra la revolución alemana de 1918-19, es porque la burguesía no lo ha requerido. Pero su conducta contra los ‘ultraizquierdistas’ no deja duda de que estaría listo de hacerlo si surgiera la necesidad”. [14]

Sin embargo, en la medida en que la JCR concentraba toda su energía política en acciones imprudentes y declaraba que los estudiantes eran la vanguardia revolucionaria, los pablistas evadieron la cuestión más decisiva: la construcción de una nueva dirección revolucionaria en la forma de una sección de la Cuarta Internacional. Ellos evadieron deliberadamente cuestionar el dominio de los estalinistas. La perspectiva pablista de liquidar su organización dentro del estalinismo, lo cual había llevado a la ruptura de la Cuarta Internacional en 1953, también fue el centro de sus políticas en 1968.

No hicieron un llamado a romper con el estalinismo, ni lucharon por la construcción de la Cuarta Internacional. En su lugar, sus políticas estaban basadas en la convicción de que las actividades de los estudiantes y la juventud podían superar espontáneamente la tracción estalinista y resolver la crisis de liderazgo de la clase obrera. De este modo, la misma JCR se convirtió en el obstáculo más importante al desarrollo de una vanguardia revolucionaria.

En 1935, León Trotsky favoreció la construcción de comités de acción en Francia que se opusieran al frente popular, al que caracterizó como una “coalición del proletariado con la burguesía imperialista, en la forma de un partido radical”.

“Cada grupo de doscientos, quinientos o mil ciudadanos que se adhieran al ‘Frente Popular’ en la ciudad, el barrio, la fábrica, el cuartel o el campo, junto a las acciones de combate, debe elegir su representante en los Comités de acción”, escribió. Los que podrían tomar parte en la elección de los Comités de acción no solo incluirían a los obreros “sino también los empleados, los funcionarios, los veteranos, los artesanos, los pequeños comerciantes y los pequeños campesinos. Es de este modo que los comités de acción pueden ser el mejor instrumento para las tareas de la lucha por conquistar la influencia sobre la pequeña burguesía. Pero, por el contrario, hacen extremadamente difícil la colaboración de la burocracia obrera con la de la burguesía”. Trotsky enfatizó que “no se trata de una representación democrática formal de todas y no importa cuáles masas, sino de una representación revolucionaria de las masas en lucha. El Comité de acción es el aparato de la lucha”. Es “el único medio para quebrar la resistencia contrarrevolucionaria de los aparatos de los partidos y sindicatos” (énfasis en el original).[15]

En 1968, los pablistas adoptaron esta propuesta de comités de acción. El 21 de mayo, por ejemplo, la JCR distribuyó un folleto que proponía el establecimiento de comités de huelga en los sitios de trabajo, y comités de acción en las facultades universitarias y en los suburbios. El folleto hizo un llamado para la construcción de un Gobierno obrero y enfatizó: “El poder que queremos debe surgir de la huelga y de los comités de trabajadores y estudiantes”.

Sin embargo, la adaptación pablista a los estalinistas y a los radicales pequeñoburgueses le quitó a esta propuesta cualquier contenido revolucionario. Separado de la construcción de una nueva dirección revolucionaria, las propuestas de los pablistas parecían solamente ruidos de fondo radicales a lo que eran políticas oportunistas en su totalidad. [16]

Trotsky vs. Pierre Frank

No fue la primera vez que Pierre Frank desempeño tal papel político. Fue fuertemente criticado por Trotsky en 1935 por razones similares y eventualmente fue expulsado del movimiento trotskista. Al mismo tiempo, lideró un grupo, junto con Raymond Molinier, centrado en la revista La Commune. En nombre de unir la “acción revolucionaria”, propuso la unificación con los movimientos centristas –en particular, con la Izquierda Revolucionaria liderada por Marceau Pivert—. Pivert era un centrista incorregible. Mientras que estaba inclinado a utilizar fraseología revolucionaria, en práctica fue el ala izquierda del Gobierno popular de Léon Blum, el cual sofocó la huelga general de 1936.

Trotsky estaba irrevocablemente opuesto al centrismo de Pivert y a las maniobras de Molinier y Frank.. “La esencia de la tendencia Pivert es exactamente eso: aceptar lemas ‘revolucionarios’, pero no sacar de ellos las conclusiones necesarias, las cuales son romper con Blum y Zyromsky [un socialdemócrata derechista], la creación de un nuevo partido y una nueva Internacional. Sin eso, los lemas ‘revolucionarios’ son nulos y sin efecto”. Acusó a Molinier y Frank de intentar de “ganar las simpatías de la Izquierda Revolucionaria por medio de maniobras personales, al combinar presiones, y sobre todo por la abdicación de nuestros lemas y críticas de los centristas”. [17]

En otro artículo, Trotsky describió la postura adoptada por Molinier y Frank como un crimen político. Los acusó de esconder su programa y presentarles a los trabajadores “pasaportes falsos. ¡Es un crimen!” Insistió en que la defensa de un programa revolucionario tenía prioridad sobre actividades prácticas comunes. “¿Un periódico masivo? ¿Una acción revolucionaria? ¿Comunas por todas partes?... Muy bien, muy bien… ¡Pero el programa va primero!”. [18]

“Sin el nuevo partido revolucionario, el proletariado francés está condenado a la catástrofe”, continuó. “El partido del proletariado solo puede ser internacional. La Segunda y Tercera Internacional se convirtieron el obstáculo más grande de la revolución. Es necesario crear una nueva Internacional –la Cuarta—. Debemos proclamar abiertamente su necesidad. Ellos son centristas pequeñoburgueses que titubean a cada paso ante las consecuencias de sus propias ideas. El trabajador revolucionario solo puede ser paralizado a través de su apego a la Segunda o la Tercera Internacional, pero cuando ha entendido la verdad, pasará directamente al estandarte de la Cuarta Internacional. Es por eso que debemos presentarle a las masas un programa completo. Con fórmulas ambiguas, solo podemos ayudarle a Molinier, quien sirve a Pivert, y quien a su vez cubre a Léon Blum. Y el último pone todas sus fuerzas detrás del [fascista] de la Rocque...”. [19]

Tres décadas después, Pierre Frank no había aprendido nada de su conflicto con Trotsky. En todo caso, era aún más derechista en 1968 que en 1935. Esta vez, no solo buscó unidad con los centristas como Marceau Pivert, pero también con los anarquistas, maoístas y otras tendencias enemigas de la clase obrera. El reproche de Trotsky de un “crimen político” en 1935 tenía todavía más justificación en 1968. Los pablistas representaron un obstáculo crucial, el cual impidió que los trabajadores y jóvenes se dirigieran al marxismo revolucionario.

Eventualmente, culparon a la clase obrera por esta traición llevada a cabo por los estalinistas y por su propio deplorable fracaso. Unos 20 años después, Krivine y Bensaid escribieron: “Uno le puede atribuir la debilidad de las fuerzas revolucionarias organizadas al comienzo del movimiento a los crímenes del estalinismo y la socialdemocracia. Pero si uno quiere evitar sumergirse en un idealismo loco, entonces, de una manera distorsionada, también es la expresión de una condición más general de la clase obrera, sus corrientes militantes, y su vanguardia natural en las fábricas y los sindicatos”. Hubo contradicciones entre la lucha dinámica y el Partido Comunista, continuaron: “sin embargo estos permanecieron secundarios...Las masas de los huelguistas querían regular el conflicto social y liberarse del yugo de un régimen autoritario. Faltaba bastante para llegar a la revolución”. [20]

Otros 20 años después, Krivine fue todavía más explícito. En su autobiografía escribió: “Por supuesto, en la dirección de la JCR no sabíamos cuán lejos iba a ir el movimiento. Pero sabíamos exactamente hasta donde no iba a llegar. Era una rebelión de un tamaño inigualable, pero no era una revolución: No había ni un programa ni una organización creíble que estuviera lista para tomar el poder”. [21]

Esta línea de argumentación es clásica del oportunismo pablista. En su polémica con el POUM español, Trotsky una vez lo describió como una “filosofía impotente”, que “busca reconciliar las derrotas como un vínculo necesario en la cadena de desarrollos cósmicos, [y] es completamente incapaz de formular y se reúsa a someter la cuestión de factores concretos como los programas, partidos, personalidades que fueron los organizadores de la derrota”.

La LCR contemporánea

El ministro del interior, Raymond Marcellin, prohibió la JCR y su organización sucesora, la Liga Comunista (Ligue communiste), en no menos de dos ocasiones: en junio 12, 1968, cuando disolvió a un total de 12 organizaciones izquierdistas, y en junio 28, 1973, después de enfrentamientos violentos con la policía después de una manifestación antifascista en París.

Sin embargo, después de 1968, los elementos más previsores de la élite dirigente tenían claro que la LCR no representaba una amenaza para el orden burgués y que podría confiar en esta organización en tiempos de crisis.

Después de que la ola revolucionaria de 1968 se atenuara, la LCR y las organizaciones con las que trabajó fueron un campo fructífero de reclutamiento para los principales partidos, los medios burgueses, las universidades y el aparato del Estado. Los exmiembros de la LCR pueden ser encontrados en puestos importantes del Partido Socialista (Henri Weber, Julien Dray, Gérard Filoche, etc.), como catedráticos de filosofía (Daniel Bensaid) y en los consejos editoriales de importantes periódicos burgueses.

Edwy Plenel, quien pasó de los rangos de la LCR al consejo editorial del famoso diario Le Monde, escribió en sus memorias: “No fui el único: Sin duda éramos decenas de miles aquellos que, después de ser parte de la extrema izquierda, tanto trotskista como no trotskista, rechazamos las lecciones militantes y recordamos nuestras ilusiones durante este periodo de una manera parcialmente crítica, no obstante reteniendo una lealtad a nuestra ira original y sin ocultar nuestra deuda a la formación que recibimos”. [23]

El anarquista Daniel Cohn-Bendit se convirtió en el mentor político y amigo cercano del Joschka Fischer, el ministro de Relaciones Exteriores de 1998 a 2005. Hoy día, Cohn-Bendit dirige el grupo parlamentario de los Verdes en el Parlamento Europeo y pertenece al ala derecha de lo que hoy es sólidamente un partido derechista burgués.

En 1990, el maoísta Alain Geismar asumió el puesto de Inspector General de Educación Nacional y después cubrió un número de puestos como subsecretario en varios ministerios dirigidos por el Partido Socialista. La fundación del diario Libération también tuvo sus raíces en el maoísmo. Originalmente fue creado en 1973 como una publicación maoísta, con el filósofo Jean-Paul Sartre como el jefe de redacción.

El hecho de que un gran número de radicales del ‘68 pudieran subir la escalera profesional en Francia no puede ser explicado solamente como el “regreso de los hijos pródigos”. Más bien, es el resultado de la perspectiva de los pablistas y sus aliados, quienes, a pesar de su retórica radical, siempre siguieron políticas oportunistas que fueron completamente compatibles con un régimen burgués.

Dada la crisis económica y política actual, la cual es mucho más severa que la de 1968, los servicios de la LCR son requeridos hoy más que nunca. La globalización de la producción, la crisis financiera internacional y el aumento de los precios del petróleo han eliminado la posibilidad de un compromiso social en Francia, y lo mismo ocurre en cada país. Al mismo tiempo, el PCF y la CGT son una sombra pálida de sus seres anteriores, y solo un 7 por ciento de la fuerza laboral es parte de un sindicato. El Partido Socialista, el cual fue fundado en respuesta a los eventos de 1968 y comprobó ser el soporte más importante para el gobierno burgués durante las últimas tres décadas, está repleto de divisiones y está perdiendo su apoyo rápidamente. Las tensiones sociales están llegando a su límite, y durante los últimos 12 años el país ha sido sacudido por ola tras ola de huelgas y protestas.

Bajo estas circunstancias, la élite dirigente necesita un nuevo apoyo izquierdista que sea capaz de desorientar al creciente número de trabajadores y jóvenes que han perdido la confianza en una solución reformista a la crisis social, y por lo tanto prevenir que ellos adopten una alternativa revolucionaria. Este es precisamente el papel que está siendo preparado por el “partido anticapitalista” que la LCR planea establecer a finales del año. Su portavoz, Oliver Besancenot, un protégé de Alain Krivine, ha sido calurosamente bienvenido por los medios después de las últimas elecciones presidenciales, en las que ganó 1,5 millones de votos.

Los paralelos entre la JCR de 1968 y el “partido anticapitalista” del LCR hoy en día son más que evidentes. Comienzan con la glorificación del Che Guevara, a quien Besancenot ha reconocido como un importante modelo a seguir. Incluso escribió un libro sobre el Che Guevara el año pasado. Otros paralelos incluyen la adaptación acrítica de la LCR a varias corrientes radicales pequeñoburguesas. Según Besancenot, su nuevo partido está abierto a “exmiembros de partidos políticos, activistas del movimiento sindicalista, feministas, oponentes del liberalismo, anarquistas, comunistas, o antineoliberales”. Además, rechaza explícitamente cualquier vínculo histórico con el trotskismo. Tal partido sin principios y ecléctico, el cual carece de un programa claro, puede ser manipulado y recortado para servir los intereses de la clase dirigente.

Las lecciones de 1968 son entonces no solo de interés histórico. En ese entonces la clase dirigente fue capaz de restaurar su control y estabilizar su dominio en un periodo de crisis revolucionaria con la ayuda de los estalinistas y los pablistas. La clase obrera no puede dejarse engañar una segunda vez.

Continuará

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Notas:

11. Alain Krivine, Daniel Bensaid, Maisi!: 1968–1988: Rebelles et repentis, Montreuil: 1988

12. Ibid, pp. 39–40

13. Leon Trotsky, The Transitional Program, Labour Publications, Nueva York: 1981, p. 24

14. Pierre Frank, “Mai 68: première phase de la révolution socialiste française”

15. León Trotsky, “Committees of Action—Not People’s Front,” 26 de noviembre, 1935, in Whither France?

16. Jeunesse Communiste Révolutionnaire, Workers, Students 21 de mayo, 1968

17. León Trotsky, “What is a ‘Mass Paper’?” en “The Crisis of the French section (1935–36),” Nueva York: 1977, pp. 98, 101

18. León Trotsky, “Against False Passports in Politics,” ibid, pp. 115, 119

19. Ibid, pp. 119–120

20. Krivine, Bensaid, ibid, p. 43

21. Alain Krivine, Ça te passera avec l’âge, Flammarion: 2006, pp. 103–104

22. León Trotsky, “Class, Party and Leadership

23. Edwy Plenel, Secrets de jeunesse, Editions Stock: 2001, pp. 21–22

(Artículo publicado originalmente en inglés el 1 de junio de 2018)

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