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Perspectiva

El deblace en Irak

Los eventos que se han desarrollado en Irak en los últimos días representan el más grande debacle para el imperialismo estadounidense desde que la caída de Saigón en 1975 obligara a los últimos estadounidenses a huir la ciudad subiendo a helicópteros en el techo de su embajada. 

El colapso del ejército iraquí -una fuerza militar en la cual el Pentágono ha gastado unos $22 billones y una década en entrenar y armarlos- y la invasión de la mayoría del país por el ISIS (Estado Islámico de Irak y Siria), una filial de Al Qaeda, representan algo más que el fracaso de una sola intervención extranjera. Lo que está ocurriendo es la implosión de una serie de políticas que fueron tomadas durante el curso de más de dos décadas desde la disolución de la Unión Soviética en 1991.

La decisión de invadir Irak en el 2003, bajo los pretextos de la "guerra contra el terrorismo" y las "armas de destrucción masiva", surgió después de que la clase gobernante de EE.UU. concluyera, después del fin de la URSS, de que nada se pondría en su camino de utilizar el poderío militar estadounidense para asegurar la dominación sobre las regiones estratégicas globales.

La idea estipulaba que por medios de guerra preventiva y el uso de poderío militar, el capitalismo estadounidense podría revertir a largo plazo las consecuencias de su declive económico. Luego de los eventos del 11 de Setiembre la "guerra contra el terrorismo" fue invocada de manera continua para justificar el uso desenfrenado del militarismo para alcanzar los objetivos del imperialismo estadounidense.

La cruda ideología que servía de base a esta estrategia imperialista fue ejemplificada por la infame declaración del Wall Street Journal luego de la primera invasión de Irak en 1991: "la fuerza funciona".

La guerra lanzada contra Irak en marzo del 2003 fue basada en una combinación de completas mentiras y un vil desprecio por las vidas del pueblo iraquí. Casi después de las primeras horas, las políticas ilusorias y las expectativas que subyacían a la guerra comenzaron a aclarase. La respuesta de Washington a cada nueva crisis y fracaso fue incrementar la violencia, destruyendo lo que había sido una de las sociedades más avanzadas del Medio Oriente.

En un editorial sobre la crisis iraquí, el New York Times toma una posición que se está volviendo cada vez más popular entre los medios corporativos de EE.UU.: el presidente iraquí Maliki "más que nadie... tiene la culpa de la catástrofe" que ahora se desarrolla en el país.

La obvia pregunta que plantea tal afirmación es: "¿De dónde vino Maliki?". La respuesta es que fue un instrumento seleccionado de la invasión de EE.UU., instalado como presidente durante la ocupación de Irak.

Los problemas que el imperialismo estadounidense ahora ve en el gobierno de Maliki son el producto de las contradicciones que EE.UU. ha aplicado en Irak y en la región circundante.

En la estrategia de EE.UU. para derrocar a Saddam Hussein un componente esencial era el explotar el resentimiento chiíta para obtener aliados en contra del régimen baathista que tenía bases suníes. Washington estúpidamente manipuló estas tensiones sectarias como parte de su estrategia de "divide y conquistaras" la cual, al final, terminó en el desencadenamiento de una guerra sectaria que acabó con las vidas de miles y el desplazamiento de poblaciones enteras.

Incluso mientras apoyaba a partidos religiosos chiítas en Irak, EE.UU. simultáneamente ejecutaba una política agresiva contra Irán -gobernado por chiítas- en dónde estos mismos partidos habían buscado refugio durante el mandato de Saddam. Hasta el año pasado parecía que Irán iba a ser el objetivo de un ataque coordinado entre EE.UU. e Israel.

Estas contradicciones se han intensificado en la búsqueda de Washington de aprovecharse del radicalismo islamista suní como una fuerza para derrocar al régimen de Bashar al-Assad en la vecina Siria. El resultado neto es que mientras se opone a las fuerzas vinculadas a Al-Qaeda en Irak calificándolas de "terroristas", el imperialismo estadounidense los apoya en el otro lado de la frontera en Siria como combatientes de la "democracia" y la "libertad".

Las políticas ejercidas en un país chocan con aquellas empleadas en el otro. Los EE.UU. ahora envía armas y contempla usar ataques aéreos para llevar a cabo la "guerra contra el terrorismo" a una filial de Al Qaeda en Irak, mientras que sus aliados del Golfo Arábico continúan con su envío de armas y ayuda para promover y fortalecer a estas mismas fuerzas en Libia y en Siria.

En todos lados la política extranjera de EE.UU. no se basa en principios, sino en crudas maniobras pragmáticas en búsqueda de sus intereses inmediatos, con la "guerra contra el terrorismo" o los "derechos humanos" invocados como justificaciones que ya cada vez están más desacreditas.

Esta misma clase de operación ahora está siendo puesta en marcha en la intervención liderada por EE.UU. en Ucrania y en las crecientes tensiones en los mares del sur y este chino, planteando el peligro de guerras mucho más devastadoras contra las potencias nucleares de Rusia y China.

No hay ningún muro de hierro que separe a la política doméstica de la extranjera. La misma combinación de imprudencia y miopía que caracteriza a las intervenciones militaristas de EE.UU. en el extranjero domina cada aspecto de la política dentro del mismo EE.UU., como han dejado claro los métodos criminales empleados por Wall Street que precipitaron el colapso financiero del 2008-2009.

Sea el caso de un colapso financiero, la devastación social o de provocar guerras asesinas, nadie es responsabilizado -mucho menos castigado- por ocasionar estas desgracias y ninguna explicación verdadera o racional es ofrecida al pueblo estadounidense como la raíz de estas catástrofes.

Un ejemplo de esto fue la aparición en días recientes del presidente Barack Obama por diez minutos ante un helicóptero en espera en el jardín de la Casa Blanca. Con una insensibilidad e indiferencia inocultable, él no otorgó ningún sentido de la magnitud de la desintegración de Irak, en dónde ya ha muerto mucha gente y más de un millón de iraquíes ya se han vuelto en refugiados.

Obama indicó que la ayuda del ejército estadounidense al sitiado régimen del primer ministro Maliki -incluyendo ataques aéreos- sería condicionada con esfuerzos aún no especificados por parte del gobierno iraquí para "promover la estabilidad". Una probable condición es que el régimen firme el acuerdo de "estatuto de fuerzas" que rechazó hace dos años y medio y que permita al Pentágono retomar sus bases en Irak.

Obama declaró que -indicando los intereses estadounidenses en Irak- "obviamente nuestras tropas, el pueblo y los contribuyentes estadounidenses han hecho enormes inversiones y sacrificios para dar a los iraquíes la oportunidad de trazar un mejor curso, un mejor destino".

¡Qué mentiras! La guerra en Irak no fue una cruzada humanitaria para traer la democracia al pueblo iraquí. Fue justificada sobre la base de mentiras sobre "armas de destrucción masiva" y lazos inexistentes entre Bagdad y Al Qaeda y fue llevado a cabo para fomentar la hegemonía del imperialismo estadounidense sobre el medio oriente y sus vastas reservas energéticas. Lejos de otorgar un "mejor destino" para los iraquíes, la guerra ha destruido una sociedad entera.

Cientos de miles de iraquíes fueron asesinados por la guerra de EE.UU., millones fueron convertidos en refugiados y fue reducido a escombros cada faceta de la infraestructura económica, social y política que mantenía al país unido. Casi 4,500 tropas de EE.UU. perdieron sus vidas, decenas de miles fueron heridas, y cientos de miles sufren de las consecuencias psicológicas y emocionales de haber sido parte de una sucia guerra colonial. Billones de dólares fueron desperdiciados en una aventura criminal que enriqueció a contratistas y empresas petroleras con conexiones políticas, mientras que la población de Irak yacía en un estado de abyecta miseria.

Si bien las últimas tropas de la ocupación estadounidense abandonaron el país al final del 2011 -como resultado de la inhabilidad de la administración Obama de asegurar un acuerdo de estatuto de fuerzas- la guerra de Irak no fue para nada una aberración sino parte de una serie de operaciones lanzadas por Washington. Desde Afganistán a Libia, Siria y Ucrania, el imperialismo estadounidense ha dejado un sendero de sangre y destrucción en dónde ha intervenido. En todos lados es conducido por los más viles motivos: qué recursos pueden ser saqueados, qué mercados pueden ser aprovechados y qué intereses financieros pueden ser promovidos.

El carácter criminal de estas políticas está enraizado en la misma naturaleza de la élite estadounidense, cuya riqueza está incrustada abrumadoramente en el parasitismo financiero y la estafa.

Cada sección de la élite gobernante estadounidense está profundamente implicada en la destrucción de la sociedad iraquí y responsable de la catástrofe que se desarrolla hoy en el país. Esto incluye por lo menos a los cuatro últimos gobiernos de EE.UU. -Bush I, Clinton, Bush II y Obama- los cuales atacaron y ocuparon al país durante un cuarto de siglo.

Incluye al Congreso, que consistentemente aprobó las decisiones de lanzar guerras de agresión, sin ni siquiera mantener serias audiencias sobre acciones que han acabado con vidas humanas.

Y también los medios de EE.UU., los cuales cada vez más definen su rol en hacer propaganda para apoyar a cualquier política que sea ejercida por aquellos en el poder.

Es nauseante que en el contexto del presente debacle en Irak se vea a los mismos comentaristas televisivos y se lea a los mismos columnistas que hace una década promovieron y, en algunos casos, arreglaron las mentiras usadas para promocionar una guerra de agresión al pueblo estadounidense.

Uno sólo tiene que contrastar el análisis miope y mentiroso otorgado por estos elementos con las declaraciones producidas por el World Socialist Web Site durante aquel tiempo.

En marzo del 2003, al comienzo de la guerra de EE.UU. en Irak, David North, el presidente de la junta editorial internacional del WSWS, escribió: "Cualquiera sea el resultado de los estados iniciales del conflicto que ha comenzado, el imperialismo estadounidense tiene un encuentro con el desastre. No puede conquistar al mundo. No puede volver a imponer las argollas coloniales sobre las masas del Medio Oriente. Mediante una guerra no alcanzará una solución viable a sus males internos. En vez de ello, las imprevistas dificultades y la creciente resistencia engendradas por la guerra intensificarán las contradicciones internas de la sociedad estadounidense".

Esta perspectiva ha sido totalmente confirmada. El desastre ha ocurrido, y no será de ninguna manera el último. La profunda crisis del imperialismo estadounidense producirá consecuencias similares dentro de los EE.UU. mismo.

La cuestión política decisiva de hoy día es el desarrollo de un movimiento político socialista y anti-imperialista en la clase trabajadora internacional y estadounidense para confrontar al creciente peligro de una guerra mundial y los implacables ataques a las condiciones sociales; un movimiento armado con un programa socialista para poner fin al dominio de la oligarquía financiera y el sistema capitalista económico.

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