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Perspectiva

Seis años después de la caída de Wall Street

Esta perspectiva apareció en inglés el quince septiembre del 2014

El quince de septiembre del 2008, el colapso del banco de inversión estadounidense Lehman Brothers desató la mayor crisis financiera desde la Gran Depresión de los años 1930. Pocos días después de la quiebra, todo el sistema financiero estadounidense y mundial estaba a punto de desintegrarse.

Al informar sobre el desastre de Lehman el 16 de septiembre de 2008, el World Socialist Web Site (WSWS) señalo que ocurría "una nueva etapa en la crisis convulsiva del capitalismo estadounidense."

El WSWS continuó: "Un cambio radical se está desarrollando en los EE. UU. y en la economía mundial que presagia una catástrofe de dimensiones no vistas desde la Gran Depresión de la década de 1930." Advirtió que para la clase obrera, la crisis financiera significa "rápido crecimiento de desempleo, pobreza, indigencia y miseria social," mientras que" muchos de los que precipitaron este desastre económico ... obtendrán aún más ganancias de los escombros que ellos mismos han dejado atrás. "

Este análisis ha sido confirmado por completo. Seis años después, la economía mundial no ha logrado recuperarse. Sigue empantanada. Aumenta el peligro de una nueva crisis financiera. En la zona del euro, la producción económica ni siquiera llega a los niveles del 2007; Japón se encuentra una vez más al borde del precipicio de otra recesión. Tambalea la expansión económica china. La tasa de crecimiento de la economía estadounidense está dieciséis por ciento por debajo de la del periodo del 2005 al 2007, con pérdidas de producción que suman alrededor del ochenta por ciento del producto interno bruto anual.

Pero a pesar del estancamiento de la economía real, los mercados de valores han alcanzado niveles récord, impulsados por el suministro de plata ultrabarata de la Reserva Federal de Estados Unidos y de otros bancos centrales a las instituciones financieras y a los bancos culpables de la crisis del 2008 (una continuación de la política iniciada en el período inmediatamente posterior al colapso de Lehman).

Para la clase obrera de todo el mundo, en los últimos seis años han bajado salarios y aumentado la desigualdad social y el empobrecimiento absoluto. En Estados Unidos, los ingresos familiares medios cayeron un 5 por ciento en términos reales entre el 2010 y el 2013, supuestos años de "recuperación".

La crisis financiera revela una anarquía sin precedentes; las principales casas financieras y los bancos vendieron productos financieros complejos sabiendo que estaban condenados al fracaso y luego se beneficiaron de los resultados. Cifras y evidencia que aparecieron en un informe del Senado de EE. UU. del 2011 revelan que se trataba nada menos que de operaciones criminales.

Pero ni un solo alto ejecutivo de algún importante banco estadounidense o internacional ha sido acusado de nada, y mucho menos encarcelado. El procurador general de la administración de Obama, Eric Holder, ha excluido todas las sanciones argumentando que eso significaría un peligro para Estados Unidos y, posiblemente, para el sistema bancario mundial.

En otras palabras, el capital financiero y sus actividades especulativas y parasitarias son su propia ley. La cultura criminalidad y la ilegalidad en las finanzas tiene su lado político: los bombardeos ilegales con drones y los asesinatos llevados a cabo por el gobierno de Obama, inclusive de ciudadanos estadounidenses; el espionaje masivo por la Agencia Nacional de Seguridad de Estados Unidos (NSA) y sus equivalentes en el mundo; el fortalecimiento del aparato de un estado policial.

La actual economía mundial se basa en el crecimiento de un militarismo, que diariamente crea las condiciones para el estallido de una nueva guerra mundial. En este proceso, el primer lugar le pertenece a Estados Unidos.

Los problemas económicos y las contradicciones del capitalismo estadounidense (tan gráficamente expuestas en el colapso de 2008) han empeorado en estos seis años, creando el impulso económico para la guerra. El imperialismo estadounidense busca usar su poderío militar para dar vuelta a su declive económico y establecer una hegemonía global.

Las siempre complejas conexiones entre las tendencias económicas y los acontecimientos políticos nunca son directas e inmediatas. Sin embargo vale mucho el hecho que este año (de profundo malestar económico) los gobiernos de Alemania y Japón hayan roto con los arreglos geopolíticos que resultaron de la Segunda Guerra Mundial.

En Alemania, la élite gobernante, poderosos sectores de los medios de comunicación, y los grupos políticos involucrados en la política exterior conducen una campaña para reivindicar el papel de Alemania no sólo como potencia dominante en Europa, sino como potencia mundial (un verdadero regreso a la estrategia de Hitler en los 1930).

Del mismo modo, el gobierno derechista nacionalista de Shinzo Abe en Japón ahora "reinterpreta" la constitución japonesa para posibilitar que Japón desempeñe un papel militar mundial.

Es inconfundible la importancia de estos eventos, en los que tres de los principales combatientes imperialistas de la Segunda Guerra Mundial insisten en su presencia global. Seis años después de la desintegración de la economía mundial, las grandes potencias, encarando mercados que caen en pique o en crecimiento empantanado o negativo, más y más se deciden a luchar por sus intereses con las armas.

Esa estrategia armada existe en compañía con el militarismo domestico. Las clases de poder de todo el mundo saben que no tienen ninguna solución económica a la corriente crisis del sistema de ganancias.

Un informe conjunto del Banco Mundial, de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico y de la Organización Internacional del Trabajo preparado para la próxima reunión cumbre del grupo de los veinte (G 20) predice tasas de crecimiento económico que se "quedan debajo de la tendencias históricas, con riesgos negativos significativos en el futuro previsible", admitiendo que "no existe ninguna fórmula universal para la creación de empleos productivos y de calidad."

Aterradas por explosión social que viene afilan sus sables represivos las clases mundiales de poder. La operación policial y militar en Ferguson, Missouri de ninguna manera fue un fenómeno puramente estadounidense. Refleja los preparativos que se están realizando en todos los países para hacer frente a las consecuencias sociales de una nueva crisis financiera, cuyas condiciones ya están muy avanzadas.

El domingo, el Banco de Pagos Internacionales (BPI), a veces conocido como el banco de los banqueros centrales, advirtió en su revisión trimestral que la actual falta de volatilidad en los mercados financieros globales no era un signo de fortaleza, sino un heraldo de nuevos peligros.

Como dijo a periodistas en una rueda de prensa el economista en jefe del BPI, Claudio Borio: "Todo parece tan familiar. El baile continúa hasta que el momento que para la música. Cuanto más tiempo suena la música y más fuerte se pone, más ensordecedor es el silencio que sigue," los mercados se vuelven ilíquidos precisamente en el momento "en que se necesita más liquidez."

El día después de la quiebra de Lehman, el World Socialist Web Site propuso una clara estrategia política: "Todo el sistema financiero debe ser librado de las manos privadas ... subordinado a las necesidades sociales de las gentes y dedicado al desarrollo y la expansión de las fuerzas productivas con el fin de eliminar la pobreza y el desempleo y mejorar enormemente la calidad de vida y el nivel cultural de todos."

Seis años después, luchar por esa estrategia urge aún más, a medida que grandes sectores de la clase obrera, en los EE. UU. y del mundo, o bien se hunden en la pobreza o sufren de un nivel de vida disminuido, y una generación de trabajadores, estudiantes y jóvenes que llegaron a la mayoría de edad en estos seis años se enfrenta a un futuro capitalista de pobreza y de guerra.

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