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Socialismo y verdad histórica

Esta conferencia del David North, presidente del Junta Editorial Internacional del World Socialist Web Site ocurrió el 13 de marzo del 2015 a la Feria del Libro de Leipzig. La conferencia introdujo la recientemente publicada edición alemana de la Revolución Rusa y el siglo XX inconcluso [The Russian Revolution and the Unfinished Twentieth Century]:

Es un gran honor tener esta oportunidad de hablar en Leipzig. La publicación por Mehring Verlag de la edición en lengua alemana de la Revolución Rusa y el siglo XX inconcluso, en la víspera de la Feria del Libro de Leipzig, es una gran hazaña. Estoy muy agradecido a mis compañeros del Partei für Soziale Gleichheit. Agradezco sobre todo a Peter Schwarz y Andrea Reitmann por su extraordinario esfuerzo en la traducción y edición de este volumen. Es difícil creer que un libro de más de 450 páginas fue traducida al alemán "aus dem amerikanischen" [de la lengua inglesa estadounidense] en menos de tres meses.

Tengo la suerte de tener un traductor que no sólo sabe lo que yo estaba tratando de decir, pero se las arregló para que fuera más preciso, y con una mayor sensibilidad literaria en alemán, de lo que fui capaz de lograr en inglés. Puede que el contenido de mi libro haya sido un factor que facilitó la labor de Andrea. Dado que gran parte de este volumen tiene que ver con acontecimientos ocurridos en Alemania, se podría decir que Andrea ha vuelto la edición en inglés a su lengua original.

Estuve en esta Feria del Libro en marzo del 2011, poco después de la publicación de la primera edición alemana de En Defensa de León Trotsky. Ese libro, como algunos de ustedes sabrán, consiste de una colección de ensayos y conferencias que revelaron las distorsiones, verdades a medias y mentiras sobre León Trotsky en tres biografías separadas, escritas por Ian Thatcher, Geoffrey Swain y Robert Service.

En Defensa de León Trotsky apareció en alemán a principios de 2011 varios meses antes que la prometida fecha de publicación, por la casa editora Suhrkamp, de la edición alemana de la biografía de Service. Sin embargo, la publicación de una carta abierta, de catorce respetados historiadores, rechazando que se asociara esa prestigiosa casa editora (Suhrkamp) con la biografía de Service complicó los planes. El impacto de la protesta de los historiadores se intensificó cuando la respetada American Historical Review publicó una crítica del libro de Service que hizo suya sin ambigüedades mi propia evaluación. En su repudió de la obra de Service, la rechaza como ejemplo de "trabajo malintencionado".

No era el lenguaje que normalmente aparece en un periódico académico. La reputación profesional de Robert Service había recibido un golpe devastador y bien merecido al menos a los ojos de los expertos consecuentes que todavía se aferran al principio (que imperaba antes del posmodernismo) que los historiadores están obligados, intelectual y moralmente, a obedecer normas profesionales en la selección, presentación e interpretación de los hechos (regla que en la actualidad es objeto de frecuente pisoteo). Pasaría casi un año antes que Suhrkamp finalmente publicara la biografía de Service. Llegó a las librerías con la proverbial marca de Caín estampada en su portada.

Los ensayos y charlas que componen la primera edición de En Defensa de León Trotsky fueron escritos entre 2009 y 2011. La segunda edición incluye material adicional que fue escrito en respuesta a la controversia generada por la primera edición. Contiene sólo una parte de la crónica de lucha del Comité Internacional de la Cuarta Internacional contra la falsificación de la historia. La publicación de mi nuevo libro pone el dedo en que la lucha por el socialismo contemporáneo está enlazada a la campaña a favor de la verdad histórica.

La Revolución Rusa y el siglo XX inconcluso consiste de quince conferencias y ensayos, escritos entre 1995 y el 2014. Sin embargo, no es el orgullo de autor que me hace rechazar la definición de este libro como una antología. Esa palabra connota una colección de obras, que, aparte del hecho de que fueron escritos por el mismo autor, están conectadas de manera tangencial. Creo que La Revolución Rusa y el siglo XX inconcluso se puede describir, legítimamente, como un solo trabajo, a nivel interno unificado, cuyos quince capítulos fueron escritos en un período de casi veinte años para responder a las cuestiones históricas, teóricas y políticas que surgieron tras el colapso, entre 1989 y 1991, de los regímenes estalinistas de Europa del Este y la disolución de la Unión Soviética.

La repentina desaparición de estos regímenes planteó cuestiones fundamentales respecto de todo el curso del siglo XX. Prácticamente todos los acontecimientos importantes del siglo se convirtieron en objetos de intensa controversia, no sólo por la interpretación de los hechos, sino también sobre su presentación. Entre todos los acontecimientos del siglo XX, la controversia fue de lo más intensa en torno al tema de la Revolución Rusa de 1917, cosa que deriva del lugar central que ocupa esa revolución en la crónica del siglo XX. Hay un dicho en Alemania con el que están familiarizados: "Sag mir, deine wer Freunde sind, und Ich sage dir, wer du bist" ["Dime con quién andas y te diré quién eres".] Se puede decir, con la misma certeza, a los historiadores del siglo XX:"Zeig mir, was sie über der Russischen Revolución schreiben, und Ich sage ihnen, ob sie sind überhaupt Historiker"["Muéstreme lo que usted escribe sobre la Revolución Rusa, y yo le diré si usted merece el título de historiador".]

Antes de 1989, todos menos los más enconados enemigos fascistas y neofascistas de la Unión Soviética reconocían que el momento en que los bolcheviques dirigieron el derrocamiento del Gobierno Provisional burgués en octubre de 1917 representa un hito en la historia del siglo XX y del mundo. Que John Reed escogiera “Diez días que estremecieron el mundo” como título para su testimonio sobre acontecimientos de Petrogrado en octubre de 1917 refleja una evaluación de la importancia histórica de la revolución, aceptada tanto por sus partidarios como por sus enemigos. El gigantesco impacto de la Revolución de Octubre –no sólo como manifestación de la extraordinaria transformación económica de la Unión Soviética, sino también por el poderoso impulso que le dio al desarrollo de la conciencia revolucionaria social y política de cientos de millones de personas en todo el mundo— fue un elemento central del entorno social, político y económico del siglo XX.

La disolución de la URSS en 1991 rápidamente produjo un cambio extraordinario de análisis en la fraternidad académica sobre la Revolución de Octubre y la historia soviética. Antes de 1991, no existía ningún historiador de importancia que hubiera pronosticado el fin de la URSS. Las advertencias del movimiento trotskista que las políticas del régimen estalinista llevarían a la liquidación de la Unión Soviética o eran considerados desvaríos de los sectarios "trotskistas", o simplemente ignorados. Aun después de que Gorbachov llegara al poder en 1985 e iniciara su programa de la Perestroika, la estabilidad fundamental de la Unión Soviética no era cuestionada por los gobiernos capitalistas o sus agencias de inteligencia, mucho menos por mucho historiadores profesionales especialistas en la URSS, ya sea de derecha o izquierda. El Comité Internacional se hallaba completamente solo en su diagnosis, hecho ya en 1986, que la Perestroika de Gorbachov llevaría a la restauración del capitalismo y la destrucción de la URSS, a no ser impugnada por la clase obrera soviética.

Es necesario recordar la miopía de antes de 1991 de los historiadores sobre la unión soviética con el fin de apreciar el carácter extremo de el cambio que se produjo en su valoración de la historia soviética después de ese año. De la noche al día, su fe arraigada en la permanencia de la URSS, se transformó en la convicción de que la disolución de ésta era algo inevitable y con raíces en la Revolución de Octubre. Apareció una nueva escuela que sostenía que la Revolución de Octubre había estado condenada al fracaso desde el principio. O sea que el tren de la historia, que trajo a Lenin a la estación Finlandia en Petrogrado en abril de 1917, continuó su viaje fatal a lo largo de ruta que terminó en un pueblo cerca de Minsk, donde, en diciembre de 1991, Boris Yeltsin, Leonid Kravchuk y Stanislau Shushkevich firmaron el acuerdo de disolución de la Unión Soviética.

La reinterpretación de la historia soviética y tras de ella la de toda la historia moderna fue fuertemente influenciada por el entorno político de después del año 1991, dominado por la interacción de triunfalismo burgués, el pesimismo pequeñoburgués y la total desmoralización. Una parte considerable de catedráticos que, antes de 1991, se había sentido obligada a la moderación o a esconder sus instintos reaccionarios, ahora, destrabada, cual con gritos primales, proclamaba su antimarxismo con diatribas anticomunistas. Otro sector (quizás más numeroso) de académicos comenzó a arrepentirse de sus previas simpatías izquierdistas, que de repente se habían pasado de moda. Fue dentro de este entorno de clase media, intelectualmente cobarde, exizquierdista y de la seudoizquierda que el irracionalismo amargado y altamente subjetivo, postmodernista y antimarxista, encontró sus partidarios más fieles.

Los ensayos y charlas en La Revolución Rusa y el siglo XX inconcluso representan la respuesta marxista y trotskista a los asuntos de teoría crítica histórica, política y filosófica que surgieron de la disolución de la URSS. El Comité Internacional estaba bien preparado para esta tarea. Tenía la gran ventaja sobre los académicos burgueses de comprender realmente la naturaleza del estado que surgió de la Revolución de Octubre. El movimiento trotskista ha debatido la "cuestión rusa" durante más de medio siglo. Aunque publicada en 1936, “La revolución traicionada” de Trotsky sigue siendo el análisis definitivo de la Unión Soviética. Sobre la base del análisis de Trotsky de la Unión Soviética como estado obrero degenerado, la Cuarta Internacional había sido capaz de comprender la evolución de la URSS a lo largo de las diferentes etapas de su desarrollo. Analizó y criticó teorías que identificaban a la sociedad soviética y a la URSS con la frase "capitalismo de estado" o que falsamente declaraban que el socialismo ya se había logrado, o que estaba a punto de lograrse.

La Cuarta Internacional rechazó de plano las teorías derechistas de que la burocracia estalinista era un protagonista histórico de una nueva sociedad explotadora (teorías como en la de Bruno Rizzi en “La burocratización del mundo” o la “Managerial Revolution” [“Revolución gerencial”,] de James Burnham) o incluso como una nueva clase (teoría, por ejemplo, de Milovan Djilas). El Comité Internacional de la Cuarta Internacional se formó en 1953 en la lucha contra la tendencia, dirigida por Michel Pablo y Ernest Mandel, que rechazaba el análisis de Trotsky de la burocracia estalinista como una fuerza parasitaria y contrarrevolucionaria dentro Soviética sociedad e intentaba representar al régimen del Kremlin y partidos afines de todo el mundo como la fuerza central para el logro del socialismo.

Los elementos centrales del análisis trotskista de la Unión Soviética fueron los siguientes: 1) aclarar los orígenes socio-económicos y políticos de la degeneración estalinista; 2) entender la teoría de la función social de la burocracia y las contradicciones internas del estado soviético; 3) la inviabilidad del programa de autarquía económica nacional, que Stalin propuso en 1924 bajo la consigna de "socialismo en un solo país"; y 4) la dependencia ineludible de la existencia de la URSS en la derrota mundial del sistema capitalista.

Fruto del análisis de los cimientos históricos e internacionales de la disolución de la URSS, fue que el Comité Internacional bien entendía el fin de la Unión Soviética como la expresión más extrema de una crisis histórica del proletariado internacional, una crisis de dirección política y perspectiva histórica. La disolución de la Unión Soviética no fue un acontecimiento que tuvo lugar al margen de otros acontecimientos mundiales. La posición triunfalista que el fin de la URSS confirmaba el fracaso del marxismo no pasa por dos filtros críticos fundamentales.

En primer lugar, los partidarios de la teoría del "fracaso del marxismo" nunca lograron demostrar que la política del régimen soviético en el medio siglo que precedió a la disolución de la Unión Soviética tenían base alguna en la teoría marxista. De hecho, teóricos del "fracaso del marxismo" simplemente ignoran la gran cantidad de literatura marxista, a partir de las obras de Trotsky, que comprobaron que el estalinismo era, por su teoría y por sus prácticas, la negación del marxismo

En segundo lugar, incluso si uno fuera a dejar de lado por un momento la cuestión de la naturaleza marxista, no marxista o, antimarxista de la política del régimen soviético, la realidad es que la disolución de la URSS tuvo lugar en medio de un mundo de desglose de todas las organizaciones tradicionales de la clase obrera –tanto partidos políticos como sus sindicatos— que tuvieron millones de miembros durante muchas décadas hasta el final de la década de 1980. Si el fracaso de la Unión Soviética fue la consecuencia de su programa supuestamente marxista, ¿cómo explicar el colapso prácticamente simultáneo de partidos socialdemócratas procapitalistas y de sindicatos rabiosamente antimarxistas en todo el mundo?

También se desmoronó la principal federación sindical en los Estados Unidos, la AFL-CIO, que había asignado enormes recursos a lo largo de la Guerra Fría, enredada en colaboración con la Agencia Central de Inteligencia, para la lucha contra la Unión Soviética y todas las formas de influencia izquierdista en organizaciones sindicales de todo el mundo. Pero el colapso de la AFL-CIO en el transcurso de la década de 1990 fue, en el contexto del sindicalismo, tan dramático como el de la Unión Soviética. Desde entonces, ha perdido casi totalmente su poder e influencia política. En los veinticinco años desde la disolución de la Unión Soviética, ha perdido una parte importante de sus bases. De una forma u otra, esa ha sido la experiencia de todas las viejas organizaciones sindicales y obreras de todo el mundo.

Visto el contexto de la crisis mundial que encaraba la clase obrera, el Comité Internacional consideró que era esencial repasar toda la historia de la Unión Soviética, y las causas de su disolución, a raíz de los acontecimientos de 1991. Se trataba de una inevitable tarea política. Dada la importancia histórica monumental de la Revolución de Octubre, la ruptura definitiva de la URSS no podía dejar de crear confusión y desorientación en la clase obrera. Era de esperar que la clase dominante movilizara todos sus recursos, dentro de los medios de difusión y entre los académicos más intelectualmente corruptos, para exacerbar la confusión. Desplegaría sus banderas de enorme falsificación y desinformación para evitar que la clase obrera comprendiese su propia historia.

El movimiento trotskista ya había adquirido una importante experiencia en la lucha contra la falsificación histórica. Se puede decir que la exposición y refutación de las mentiras fue la principal manera de lucha durante décadas para el movimiento trotskista, en contra de la traición estalinista de la Revolución de Octubre. Las mentiras sobre la historia jugaron un papel crucial en la usurpación de la burocracia estalinista del poder político. Tratando de arruinar el inmenso prestigio de Trotsky, tanto en la Unión Soviética como en el mundo, de haber sido el colíder de la Revolución de Octubre y el fundador y comandante del Ejército Rojo, Stalin y sus secuaces lanzaron una campaña de mentiras. Falsificaron la historia del movimiento socialdemócrata ruso anterior a 1917 con el fin de presentar a Trotsky como un enemigo fraccionalista irreconciliable de Lenin. Tergiversaron las medidas que Trotsky defendía en la dirección del Partido Comunista de Rusia con el fin de presentarlo como un enemigo de los campesinos. Para la década de 1930, las mentiras se habían hecho monstruosas. Trotsky y sus seguidores eran acusados de ser saboteadores y terroristas antisoviéticos, agentes del imperialismo con la intención de restaurar el capitalismo en la URSS, embustes que fueron la base de los procesos de Moscú y del Gran Terror, lanzada por Stalin en 1936, que resultó en el exterminio de cientos de miles de socialistas revolucionarios, de los elementos de mayor conciencia política en la clase obrera soviética y en intelectualidad marxista dentro de la Unión Soviética. Las matanzas de 1936-1939 fueron el producto final de un proceso de falsificación histórica que se había iniciado más de una década antes. "Sigue siendo un hecho histórico indiscutible", escribió Trotsky en 1937, "que la preparación de los sangrientos montajes judiciales tuvo su inicio en las distorsiones históricas ‘menores’, y falsificaciones ‘inocentes’ de citas."

La reacción del Comité Internacional a ola postsoviética de mentiras sobre la historia deriva de su entendimiento de este trágico pasado. Muchos de los ensayos y charlas incluidas en La Revolución Rusa y el siglo XX inconcluso fueron escritos en respuesta a ensayos o libros de académicos burgueses que o directamente falsificaban y distorsionaban importantes aspectos de la historia soviética y del siglo XX, o falsifican elementos críticos de la teoría y la práctica marxista. Mi libro es una crónica la terrible erosión de los estándares académicos y de la integridad intelectual en amplios sectores de la cátedra burguesa.

Si bien la exposición de falsificaciones históricas es una responsabilidad política ineludible, también he tratado de transmitir a la refutación de las mentiras un contenido positivo: Es decir, responder preguntas y aclarar dudas legítimas, producto de las trágicas experiencias del siglo XX. El hecho de que las respuestas dadas por los académicos burgueses a estas preguntas son engañosas y a menudo falsas no significa que las preguntas mismas sean ilegítimas.

El primer capítulo encara una de las preguntas claves de la historia del siglo XX. ¿Fue la toma del poder por los bolcheviques en octubre de 1917 un golpe de estado, un putsch llevado a cabo por un pequeño grupo de conspiradores, que carecía de toda base social o apoyo político significativo? O ¿fue ésta el resultado de un auténtico movimiento revolucionario de la clase obrera, para el que el Partido Bolchevique proporcionó un programa y dirección? En base a una investigación seria llevada a cabo por estudiosos consecuentes –por suerte, esa gente existe— la evidencia sostiene firmemente el argumento de que el derrocamiento del gobierno provisional burgués fue el resultado de un levantamiento revolucionario de las masas. El Partido Bolchevique creció rápidamente en 1917 debido a que su análisis de la situación política se basaba en los hechos, y porque su programa articulaba las necesidades y sentimientos de amplios sectores de la clase obrera.

Yendo más allá, si se acepta que el régimen soviético era el producto de un auténtico movimiento revolucionario, queda la siguiente pregunta: ¿Fue inevitable la degeneración estalinista de la Unión Soviética es? ¿Hubo una alternativa a la dictadura burocrática que llevó, en última instancia, a la disolución de la URSS? O ¿no es el caso de que cualquier intento de realizar el socialismo debe terminar en un fracaso, ya que es imposible que en una sociedad económicamente viable exista otra cosa que no sea una base capitalista? Intenté responder a estas preguntas sin ofrecer garantías a la esperanza de que las revoluciones en el siglo XXI van a salir mejor que las revoluciones en el siglo XX. Más bien, cito los documentos que registran la intensa lucha que se libró en el Partido Comunista de Rusia en la década de 1920 sobre los temas críticos de la política nacional e internacional. La Oposición de Izquierda, fundada en 1923 y dirigida por Trotsky, luchó por las políticas que de haber sido implementadas hubieran hecho posible una evolución totalmente diferente a la que ocurrió bajo la dirección de Stalin.

Si la resolución de controversias relativas a la Revolución de Octubre y sus consecuencias sólo exigiera la refutación de las mentiras y la reconstrucción de la realidad histórica basada en los hechos verificados, no se necesitaría más de que cada estudiante de la historia soviética y de la historia del siglo XX leyera los escritos de León Trotsky. Sin embargo, grandes diferencias políticas no sólo son un conflicto sobre los hechos, sino también sobre intereses materiales. Hay un dicho muy conocido: "Si axiomas geométricos incidieran en intereses materiales, tratarían algunos de refutarlos" Bien reconocen las fuerzas de la reacción política que la verdad afecta a sus intereses, y hacen todo lo posible para desacreditarla. La mentira, como Trotsky escribió una vez, es el cemento ideológico que constituye la base de la sociedad burguesa y llena los espacios entre el abrazo público a los ideales de libertad e igualdad y la realidad social de la represión y la desigualdad. Cuanto más fuertes son las contradicciones sociales, tanto mayores son las mentiras.

En este período de contradicciones sociales extremas, la determinación de la verdad histórica se complica con la aparición de tendencias retrógradas y extremadamente peligrosos en la vida intelectual burguesa. El mentir sobre la historia y la política no se inició en el siglo XX. Pero es sólo en las últimas décadas, cuando el posmodernismo se convierte en la tendencia dominante de la vida intelectual de las universidades de todo el mundo, que ha habido un esfuerzo determinado para justificar intelectualmente, sobre la base de la filosofía, la destrucción de la distinción entre la verdad y la mentira, y con ello legitimar la falsificación de la historia. Es por esta razón que La Revolución Rusa y el siglo XX inconcluso dedica considerable atención a la corriente posmodernista (cuyo origen y evolución derivan teóricamente del irracionalismo idealista subjetivo) políticamente motivada por hostilidad hacia el socialismo, y socialmente arraigada en los intereses materiales de la clase dominante y secciones acomodados de la clase media.

La crítica del posmodernismo en La Revolución Rusa y el siglo XX inconcluso pone el dedo en los escritos del filósofo francés Francois Lyotard y el filósofo norteamericano Richard Rorty. Como ahora estoy hablando en Leipzig, creo que debo compensar por haber ignorado los irracionalistas alemanes. Están, por ejemplo, los escritos del profesor Jörg Baberowski, que es presidente del Departamento de Estudios de Europa del Este en la Universidad Humboldt de Berlín. Su obra es significativa sólo en que es un ejemplo, en la forma más extrema, de los lazos entre el posmodernismo, la reacción política, y el desprecio cínico hacia hechos y por las más elementales normas de integridad académica. En el prólogo a La Revolución Rusa y el siglo XX inconcluso, incluyo sólo una breve referencia a la obra de Baberowski, citando su afirmación solipsista que "No hay realidad sin su representación." Por lo tanto considero que es justo ahora para repasar el concepto de la historia de Baberowski en algo más de detalle.

En 2001, Baberowski contribuyó un ensayo para un libro que llevaba el título paradójico, “La Historia es siempre el presente”. Si eso fuera cierto, no habría necesidad de estudiar la historia en absoluto, ya que nada podría decirnos acerca del origen de lo actual. De hecho, Baberowski argumenta enérgicamente en contra de la idea de que hay algo que aprender del estudio del pasado. "Que uno puede aprender del pasado es una ilusión de los días pasados, que ha perdido su prestigio." [P. 10]

Obliterar de la distinción entre el pasado y el presente tiene el impacto de la extracción de los hechos de su contexto más amplio y del borrar los individuos que participaron en el entorno real que dio forma a sus personalidades y, en última instancia, determinó el curso de sus vidas.

No hay duda de que un historiador serio que estudia el pasado, lleva a cabo su trabajo bajo las influencias políticas, ideológicas, sociales y culturales de su tiempo. Todas las importantes obras históricas traen consigo un diálogo entre el pasado y el presente. Pero nuestro experto no estaría practicando la historia si tratara a los sujetos de su investigación como si fueran sus contemporáneos. Julio César, Jeanne d'Arc y Martin Luther vivieron en tiempos que fueron, en muchos aspectos fundamentales, diferente de la nuestra. El gran historiador francés de la sociedad feudal, Marc Bloch, escribió en su libro, “Apología para la historia o el oficio del historiador”:

En una palabra, un fenómeno histórico no puede ser explicado en su totalidad fuera del estudio de su momento en el tiempo. Esto es cierto para todas las etapas de la evolución, la nuestra, y todas las demás. Como dice el viejo proverbio árabe: "Los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres."

La recreación del pasado no sólo requiere la empatía y la imaginación, sino también el rigor intelectual y la paciencia. Los historiadores profesionales tienen que trabajar en los archivos de las bibliotecas con la misma dedicación y diligencia con que biólogos y químicos que trabajan en laboratorios. Uno de los mejores historiadores estadounidenses de la Revolución Rusa, el fallecido Leopoldo Haimson (1927-2010), escribió en la introducción de su último libro Russia’s Revolutionary Experience, 1905-1917 (La experiencia revolucionaria rusa, 1905-1917):

... La fuente original de la importancia de cualquier obra histórica verdaderamente original e importante ha de ser rastreada primordialmente a la selección original de su autor de las fuentes primarias para centrar la atención en su investigación. A esto yo añadiría que su valor esencial dependerá en última instancia del grado de precisión y perspicacia con la que estas fuentes son penetradas y analizadas.

En contraste Baberowski desprecia a aquellos historiadores que, mediante el concienzudo estudio de fuentes primarias y su cuidadosa interpretación, tratan de reconstruir el pasado con la mayor precisión posible. Escribe:

El osar mostrar al pasado, como realmente ocurrió, viene a ser una ilusión. Lo que el historiador encuentra los archivos no es el pasado. Es sólo la porción del pasado que ha sobrevivido hasta el presente. Los documentos y las fuentes, los objetos de los historiadores, tienen que hablar, y no lo hacen por sí mismos. El pasado es una construcción. Su realidad está determinada por los intereses e inquietudes del historiador.

No cabe duda que los documentos procedentes de los archivos deben ser estudiados e interpretados por historiadores vivos. Pero cuando un historiador interpreta un documento, no debe permitir que su imaginación, por no hablar de sus gustos personales, galope sin rienda. Siendo él mismo incapaz de tal autodisciplina intelectual, Baberowski rechaza la posibilidad de investigación sistemática y subjetivamente construye una narración de la Revolución Rusa que no es más que una proyección de sus posiciones políticas anticomunistas.

Y así, encontramos en su ensayo sobre la revolución rusa en la “Historia es siempre el presente” la siguiente declaración:

Las metamorfosis, de la rebeldía a la huelga, el camino que pasó de la negación del orden a la socialdemocratización de la vida, nunca fueron en Rusia algo más que fenómenos incidentales. El pogromo simboliza la esencia del camino ruso a la Revolución.

Sólo una persona que trata con indiferencia a la crónica histórica podría haber escrito esa frase. Hubo huelgas masivas en 1905. Ocurre un enorme aumento en la actividad de huelga después de la masacre de mineros en las minas de oro de Lena en 1912, cosa que continúa hasta la detonación de la Primera Guerra Mundial en 1914. Por otra parte, representar el pogromo como la "esencia" de la revolución rusa es poner la realidad al revés. Existen mucho estudios detallados sobre el fenómeno de los pogromos contra los judíos en Rusia. Los más infames ocurrieron en 1881-1884, 1903-1906, y 1917-1922. Numerosos estudios han establecido de manera irrefutable los vínculos entre esos episodios de horror en que murieron miles de judíos y los esfuerzos del régimen zarista para reprimir la oposición popular.

El pogromo en Odessa en octubre de 1905 se llevó a cabo, con el apoyo de funcionarios y policías del gobierno, pocos días después de que el régimen se había visto obligado, bajo la presión de las huelgas revolucionarias y el surgimiento del soviet de San Petersburgo a hacer importantes concesiones políticas. El tiempo no me permite citar numerosos artículos académicos que, haciendo referencia a documentos zaristas establecen claramente los lazos entre los pogromos y la contrarrevolución antisocialista. Es imposible creer que Baberowski no conozca tales documentos o los trabajos de investigación que los han analizado. Opta por ignorarlos porque contradicen su narración subjetivamente artificial. Se da el caso en que el rechazo posmodernista a la posibilidad de establecer la verdad objetiva sirve como fachada ideológica a deliberada falsificación de la historia.

La deconstrucción de Baberowski de la realidad objetiva es especialmente chocante cuando repudia a los historiadores que consideran que la Revolución Rusa fue un levantamiento de la clase obrera. Escribe:

"¡Abajo la clase obrera." Esto es lo que gustaría gritarle a los historiadores que parten del aumento del número de personas a sueldo para construir una clase obrera, haciendo caso omiso de las experiencias e identidades de aquellas. Las manifestaciones de la revolución no tuvieron que ver con el despertar de la clase obrera. Tampoco hubo ninguna fusión del movimiento obrero y de los grupos intelectuales de izquierda, aunque de eso trató de Bernd Bonwetsch, en el año tardío de 1991, de convencer a sus lectores despistados.

Esta explosión, de la ignorancia y del absurdo, revela el proyecto político reaccionario detrás de la obra de Baberowski. No es él un historiador en ningún sentido legítimo de la palabra. Borra la distinción entre la historia y la propaganda; ignora y falsifica la crónica histórica en pos de un proyecto político derechista. Las palabras de Baberowski tienen un tufo especial, que le permite al lector identificar el espíritu político que anima su obra:

El Partido Bolchevique nunca contó con el apoyo de las masas; no representaba los intereses de trabajadores o de campesinos; tampoco contó con apoyo en la periferia del imperio. Era un partido de revolucionarios profesionales rusos y judíos, sin vínculos a las personas que querían liberar, sin raíz en la periferia del imperio.

Creo que no es necesario, aquí en Alemania, explicar el contenido político de esta definición del bolchevismo. Sin embargo, voy a decir que es un signo de una profunda crisis intelectual que alguien que escriba tales palabras (y cuyas obras demuestran tanto desprecio por la verdad histórica) pueda ocupar un puesto académico dirigente en la Universidad Humboldt de Berlín.

Es en el siglo XX que la "Gran Mentira" se convierte en un instrumento bien conocido de la política de las masas. Las fuerzas de la reacción política la usan para mejor desorientar a la gente, minar su espíritu crítico y reducir su capacidad de resistencia. La lucha contra la "Gran Mentira" (que hoy levanta su cabeza con la máscara de la falsificación sistemática de la historia del siglo XX) es un elemento esencial de la creciente lucha progresiva de la humanidad contra un sistema capitalista en crisis, en quiebra intelectual, política y económica. Está destinado a desaparecer este sistema cuya supervivencia depende de mentiras. Nuestra lucha por la verdad histórica debe inspirarse en las palabras de Trotsky: "... ¡la verdad triunfará! Vamos a forjar el camino para ello. ¡Se conquistará!"

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