Español

Movilización Internacional del Primero de Mayo del 2016: Informe introductorio de David North

El siguiente discurso fue pronunciado por David North, presidente del Comité de Redacción Internacional de WSWS y presidente nacional del Partido Socialista por la Igualdad (EE.UU.), al inicio de la movilización internacional del Primero de Mayo del 2016.

Camaradas y amigos,

Permítanme comenzar estableciendo el contexto histórico de esta reunión y de los acontecimientos que estamos viviendo.

Hace veinticinco años, el Comité Internacional de la Cuarta Internacional publicó un manifiesto del Primero de Mayo, inmediatamente después de la primera Guerra del Golfo en febrero y marzo de 1991. Afirmó:

"Se ha quebrantado el equilibrio imperialista de la posguerra, que sentó las bases políticas para la expansión mundial del capitalismo. Éste no puede ser restaurado pacíficamente, ya que las relaciones entre todos los componentes que formaban el antiguo equilibrio han sido transformadas. No es cuestión de los deseos subjetivos de los líderes en los estados burgueses; se trata de las consecuencias objetivas que derivan de contradicciones económicas y sociales que se escapan del control de ellos.

"La crisis de Estados Unidos se encuentra en el centro del desequilibrio del imperialismo mundial...

"En el entorno del empeoramiento de la crisis social y de sus consecuencias potencialmente revolucionarias, la campaña imperialista de Estados Unidos para restaurar su dominio mundial es en verdad el factor más explosivo de la política mundial... La creciente imprudencia y belicosidad del imperialismo estadounidense representan, en última instancia, un intento de compensar y revertir su decadencia económica mediante el uso de su poder militar—precisamente en lo que Estados Unidos todavía ejerce una superioridad indiscutible."

El análisis del Comité Internacional acerca de la profunda importancia histórica de la guerra contradecía las creencias de la época. Los medios de difusión y, por supuesto, los especialistas universitarios en relaciones internacionales, aceptaban en su totalidad las afirmaciones del gobierno de Estados Unidos que la invasión de Irak por el presidente George Bush habías sido una respuesta legítima y necesaria a la ocupación de Kuwait por el presidente Saddam Hussein de Irak en agosto de 1990, en violación del derecho internacional.

Las experiencias objetivas de los últimos 25 años han confirmado el análisis del Comité Internacional. La invasión de Irak marcó el comienzo de lo que ahora es un cuarto de siglo de guerra prácticamente incesante. En la década de 1990 las invasiones de Estados Unidos a Haití y Somalia, siguieron la primera guerra contra Irak. Mientras tanto Estados Unidos bombardeaba a Sudán con cientos misiles. Con varios pretextos seguía la lluvia de bombas sobre Irak.

La década culminó con una guerra contra Serbia liderada por Estados Unidos. Ese pequeño país balcánico fue bombardeado durante 78 días. Se justificó esa agresión como una respuesta humanitaria a una “limpieza étnica” —de nuevo con el consentimiento casi unánime de toda la comunidad crédula de académicos. En junio de 1999 Serbia aceptó las condiciones impuestas por la OTAN, cosa que resultó en la fragmentación de Yugoslavia en siete estados endeudados y dominados por el imperialismo estadounidense y europeo.

Queda claro ahora que las operaciones militares de la década de 1990 anticiparon la detonación de violencia imperialista que siguió los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001. Ahora que llegamos al decimoquinto aniversario de la interminable “guerra al terror”: ¿Cuál es el balance político y moral? Estados Unidos le ha hecho la guerra a Irak, Afganistán, Libia, Siria y Yemen. El saldo humano de esas guerras es de millones de muertos y heridos.

Los líderes del imperialismo estadounidense podrían ser acusados de cometer un “homicidio social” —la destrucción criminal de sociedades enteras. ¿Cómo podrán recuperarse los países que han sido devastados por el imperialismo estadounidense? Los últimos quince años han traído consigo el uso común de frases como “entrega extraordinaria”, “tortura del submarino (tortura por ahogo)”, “ataques de drones” y “asesinatos selectivos”.

En la Casa Blanca, donde el presidente Abraham Lincoln compuso la Proclamación de Emancipación, el actual ocupante de la residencia presidencial sostiene reuniones semanales con sus asesores para discutir “listas de asesinatos”. Lincoln firmó un documento que libraba a los esclavos mientras que Barack Obama firma cada semana partes ordenando que individuos sean ejecutados extrajudicialmente. Lo irónico es que ambos estudiaron leyes. Sus actitudes diferentes hacia principios constitucionales y hacia el valor de la vida humana reflejan la trayectoria histórica del estado norteamericano, desde su auge democrático bajo Lincoln hasta su sima imperialista bajo Obama.

Una sarta de intervenciones militares a través del mundo caracteriza este último cuarto de siglo, incluyendo el Medio Oriente, los Balcanes y Asia Central. Los estrategas del imperialismo estadounidense están convencidos de que el enorme poder militar a su disposición asegurará, sin mayor dificultad, el “nuevo orden mundial” que el primer presidente Bush había proclamado en 1991. Sienten que la caída de la Unión Soviética eliminaba el único obstáculo importante a la hegemonía incontestable del imperialismo norteamericano. “El uso de la fuerza da resultados”, declaró el Wall Street Journal inmediatamente al concluir la primera Guerra del Golfo Pérsico.

La realidad fue otra; el camino al dominio mundial se encuentra obstaculizado por complicaciones inesperadas. No obstante éxitos iniciales, las invasiones de Afganistán e Irak crearon una enorme resistencia. En ambas naciones, Estados Unidos está empantanado en un atolladero del que no puede librarse.

Un retroceso en orden no es una opción para el imperialismo estadounidense. Poderosas fuerzas objetivas e intereses lo encarrilan en más grandes e imprudentes aventuras militares. Ante todo, la crisis económica —especialmente desde el desplome del 2008— continúa empeorando. Además, el arenal geopolítico internacional se ha vuelto cada vez más desfavorable.

Estados Unidos considera que la rápida transformación de China en potencia económica y militar es una importante amenaza a su hegemonía. Desde el punto de vista de los estrategas en Washington, China hace peligrar su dominio en la región de la cuenca pacífica asiática; también temen que China —al establecer cada vez más vínculos económicos con los antiguos, pero poco fiables, aliados europeos de Estados Unidos — pueda suscitar un realineamiento global, económico y militar desfavorable para Estados Unidos.

El “pivote a Asia” estadounidense —del cual hablarán nuestros compañeros en Sri Lanka y Australia más adelante— busca frenar la expansión de la influencia china en la cuenca pacífica asiática. Si fuera necesario, piensan privar a China de las rutas marítimas del Pacífico y del Océano Índico, de las cuales depende su economía. Esta es la causa de las crecientes tensiones en el mar de China Meridional.

Sin embargo, el “pivote” hacia esa región, por sí solo, es insuficiente para garantizar la hegemonía global de Estados Unidos. Un importante grupo de estrategas del Pentágono y la CIA cree que el aislamiento estratégico de China, de controlar la cuenca pacífica asiática y el Océano Índico, Estados Unidos debe sumar el control de Eurasia, región apodada “isla mundial” por libros de texto en geopolítica internacional. Ese es el objetivo estratégico que subyace la creciente conflictividad entre Estados Unidos y Rusia.

Las tensiones internacionales han llegado a un punto que equivale a, o supera, las de la década de 1930, a vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Las principales potencias imperialistas, entre ellas Alemania y Japón, están redoblando sus empeños bélicos. Bien se reconoce que un conflicto entre Estados Unidos, China y Rusia podría incluir armas nucleares. Sería el más grave de los errores pensar que los líderes políticos y militares de las potencias imperialistas o sus adversarios atemorizados en Beijín y Moscú nunca arriesgarían una guerra nuclear devastadora.

Un reciente informe de un grupo de analistas imperialistas advierte, “ no se puede pensar que los seres humanos actuarán siempre de manera racionalo en conformidad con sus propias normas”. El documento se titula “Reconsiderando el Armagedón: planificación de escenarios en la segunda era nuclear ”. A pesar de que todo el mundo sabe que las potencias mundiales tienen suficientes armas nucleares para destruirse varias veces, los autores del documento concluyen: “Es muy posible que el delicado equilibrio de terror y disuasión mutua sea más frágil de lo se supone”. [1]

La prognosis de guerra mundial está vinculada con dos elementos del sistema económico capitalista, esenciales e interconectados: uno, la propiedad privada de los medios de producción a mano de los monopolios y la oligarquía financiera que maximiza sus ganancias; dos, los ineludibles conflictos generados por la realidad objetiva de una economía global interconectada y la persistencia del sistema de estados nacionales.

Hace exactamente 100 años, en 1916, en plena guerra mundial, Lenin —el futuro líder de la revolución rusa— escribió su gran texto sobre el imperialismo.

En oposición a reformistas antimarxistas como Karl Kautsky, quién veía la guerra imperialista desde un punto de vista subjetivo —es decir, simplemente como el resultado de políticas incorrectas por parte de la élite gobernante— Lenin insistía en que el imperialismo representa una etapa objetiva de la evolución del capitalismo. “El imperialismo”, escribió, “es la época del capital financiero y de los monopolios, que impulsan por todas partes la tendencia a la dominación y no a la libertad.” [2] El movimiento hacia la dictadura, explicó Lenin, se debe a la agudización de las contradicciones imperialistas. “Se borra la distinción entre la burguesía republicana democrática y la reaccionaria burguesía imperialista monárquica”, escribió. “La reacción política en todas partes es rasgo característico del imperialismo, junto con la corrupción y el soborno en enormes proporciones”. [3]

El análisis de Lenin no se contenta con demostrar que la guerra imperialista es consecuencia de las contradicciones objetivas del capitalismo. Demuestra además que las mismas contradicciones que causan la guerra también radicalizan a la clase obrera, y la ponen en la vía de la revolución socialista.

La estrategia esencial de lucha contra la guerra deriva de ese hallazgo científico. La estrategia antibélica de la clase obrera no se basa en los cálculos convencionales de la geopolítica burguesa, que se basan en evaluar el equilibrio de poder entre estados nacionales. Nosotros en cambio, partimos de una evaluación del equilibrio de poder entre las clases sociales. La lucha contra la guerra imperialista depende de la movilización política de la clase obrera. Por lo tanto, es responsabilidad del movimiento socialista educar y elevar la conciencia política del proletariado para hacerle guerra a la guerra.

El programa de esta lucha debe ser anticapitalista y socialista. No se puede frenar la guerra sin acabar con el sistema económico que genera el conflicto militar —el capitalismo. Por último, la lucha contra la guerra tiene que ser internacional, uniendo a la clase obrera y a la juventud de todos los países en contra de la explotación capitalista y el militarismo imperialista.

Varias señales apuntan a una radicalización política anticapitalista de la clase obrera y la juventud en todo el mundo. Probablemente, la señal más significativa es que millones de trabajadores estadounidenses han votado en las primarias demócratas por un candidato que se identifica como socialista. Por supuesto, el “socialismo” de Bernie Sanders no es más un liberalismo recalentado. El apoyo por Sanders, sin embargo, no tiene que ver con su oportunismo político, es una aprobación de los trabajadores para actualizar una “revolución política” contra la desigualdad social, usando la terminología de Sanders. Ha sido refutado en la práctica ese mito del excepcionalismo político estadounidense —de que la clase obrera en este país nunca recurriría al socialismo. Se abre un nuevo capítulo en la historia de la lucha de clases en Estados Unidos.

Suprimido por tanto tiempo en Estados Unidos, el socialismo entra ahora en un período de crecimiento explosivo.

Es precisamente cuando más se agudizan las contradicciones que asedian al capitalismo global, que la clase capitalista levanta la fiebre nacionalista para que las masas apoyen las guerras imperialistas. En Estados Unidos, Donald Trump propone “que Estados Unidos sea grande otra vez` ” construyendo muros en las fronteras estadounidenses y usando fuerza militar ilimitada contra sus enemigos, fuera y dentro del país (sobre todo contra los inmigrantes). Él planea reestablecer la salud económica del país con fronteras impenetrables y bombas más tremendas. En realidad, la visión de Trump es una atroz antiutopía que requiere de dictadura y guerra.

El “trumpismo” no es un fenómeno aislado, puramente americano. Existen Trumps en todo el mundo. Una característica en común de la política capitalista contemporánea es el resurgimiento del nacionalismo en su forma más chovinista. Los intentos desesperados de encontrar un refugio nacionalista de las contradicciones del capitalismo globalizado se manifiestan, por ejemplo, en la aparición del Partido de la Independencia del Reino Unido (UKIP) y la campaña de la salida de la Unión Europea de Gran Bretaña o “Brexit”, los éxitos electorales de Marine Le Pen en Francia y la victoria del Partido de la Libertad de Austria en la primera ronda de las elecciones presidenciales. Pero tal refugio no existe. El nacionalismo no es capaz de funcionar como una alternativa viable al imperialismo y a la opresión capitalista.

El último cuarto de siglo nos permite evaluar las consecuencias del nacionalismo. Consideremos lo que ocurrió con las naciones que emergieron de la disolución de Yugoslavia. La tasa de desempleo entre los jóvenes macedonios es de 50 por ciento. En Eslovenia, Croacia, Montenegro, y Serbia el desempleo juvenil es del 24 por ciento, 44 por ciento, 41 por ciento y 49 por ciento respectivamente; mientras que en Bosnia, la tasa de desempleo juvenil supera el 57 por ciento. ¡En Kosovo, finalmente, la tasa de desempleo juvenil es más de 60 por ciento!

Aparte de los catastróficos resultados de los proyectos nacionalistas, la política reaccionaria del separatismo nacionalista es un mecanismos del que sacan provecho Estados Unidos, Alemania, Gran Bretaña y Francia para incitar aún más el separatismo nacional, étnico y religioso como el principal pretexto para intervenciones imperialistas, como ocurre en Siria y Libia.

La única solución al imperialismo mundial es la movilización política de la clase obrera trabajadora en una lucha unida internacionalmente contra el imperialismo —en todos los continentes y en todos los países.

La opresión nacional persistente, patrocinada por el imperialismo, puede resolverse solamente uniendo a de los sectores de la clase trabajadora. La tarea histórica que enfrenta la clase trabajadora no es la creación de nuevos estados nacionales, forjados sobre los putrefactos restos de las naciones viejas más grandes; al contrario, debe consistir en la construcción de una federación mundial de repúblicas socialistas unificada. La única opción viable es aquella elaborada por León Trotsky en su teoría de la revolución permanente. En 1928, escribió:

“El triunfo de la revolución socialista es inconcebible dentro de las fronteras nacionales de un solo país. Una de las causas fundamentales de la crisis de la sociedad burguesa consiste en que las fuerzas productivas creadas por ella no pueden conciliarse ya con los límites del Estado, nacional. De aquí se originan las guerras imperialistas, por un lado, y la utopía burguesa de los Estados Unidos de Europa, por el otro. La revolución socialista empieza en el campo nacional, se desarrolla en el campo internacional y llega a su término y remate en el campo mundial. Por lo tanto, la revolución socialista se convierte en permanente en un sentido nuevo y más amplio de la palabra: en el sentido de que sólo se completa con la victoria definitiva de la nueva sociedad en todo el planeta”. [4]

En conclusión, el propósito de la reunión de hoy es lanzar un llamado muy claro para el desarrollo de un movimiento de masas internacional de trabajadores y jóvenes en contra de la guerra. Esta tarea tan urgente es inseparable de la construcción de la Cuarta Internacional, como Partido Mundial de la Revolución Socialista. Les urgimos que ustedes escuchen cuidadosamente a los oradores y, si están de acuerdo con el programa que presentamos, a que se hagan parte a la sección en su país del Comité Internacional de la Cuarta Internacional. Si dicho partido aún no existe en su país, luchen por construir una nuevas secciones del movimiento trotskista mundial, y conviértanse en participantes conscientes de la lucha contra la guerra imperialista y por el socialismo, de la cual depende el futuro de la humanidad.

Notas:

[1] Andrew F. Krepinevich y Jacob Kohn, “Reconsiderando el Armagedón: planificación de escenarios en la segunda era nuclear (Centro de Evaluaciones Estratégicas y Presupuestarias, 2016), págs. 14-15

[2] Lenin, V.I. [1916] Imperialismo: la fase superior del capitalismo, en Obras Escogidas (Editorial Progreso, 1961).

[3] Lenin, V.I. [1916] El imperialismo y la escisión del socialismo (MIA, 2000).

[4] Trotski, León [1930], La revolución permanente (MIA, 2000).

Loading