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Perspectiva

¿Quién seguirá el ejemplo consecuente de Muhammad Ali en nuestros tiempos?

La muerte del ex campeón de boxeo de peso pesado, Muhammad Ali, quien fue un símbolo de protesta y resistencia, ha promovido el inevitable e instintivo esfuerzo del sistema político de apropiar su legado para sus propios usos cínicos.

Es difícil creer que más de medio siglo ha pasado desde la primera pelea entre Cassius Clay (el nombre del registro de Ali) y Sonny Liston en febrero de 1964 y más de cuarenta han pasado desde el asombroso retorno de Ali.

Ali era un gran atleta, pero uno puede razonablemente argumentar que dejó su marca más importante en la historia y en la consciencia popular por su valiente oposición a la guerra de Vietnam. Ali fue un producto de tiempos rebeldes; ganó la admiración y el respeto de decenas de millones de personas en todo el mundo por su acto de protesta.

Después de vencer a Liston, el entonces campeón de peso pesado, a los 22 años en febrero de 1964, el boxeador se alineó con el grupo nacionalista afroamericano Nación de Islam (Nation of Islam) y cambió su nombre a Muhammad Ali. Defendió sus títulos numerosas veces antes de anunciar en 1966 que no serviría en el ejército estadounidense. Un año más tarde se niega a ser conscripto en las fuerzas armadas.

Ali explicó en este entonces: “Mi consciencia no me permite asesinar –representando al la gran potencia que es América [Estados Unidos]— a un hermano, a alguien más negro o pobre en el lodo. ¿Asesinarlos para qué? Ellos nunca me llamaron nigger, nunca me lincharon, nunca soltaron sus perros al verme, nunca me robaron, violaron o mataron a mi madre ¿Cómo podría matarlos? ¡Llévenme a la cárcel no más!”

La licencia de boxeo de Ali fue inmediatamente suspendida y su título fue despojado por las cobardes y “patriotas” autoridades de boxeo. Fue extensamente denigrado por los escritores de deportes, quiens generalmente son los miembros más estúpidos y más superficiales de la fraternidad periodística. El venerable comentarista Red Smith anunció que el luchador hacía similar “papelón al de los sucios pandilleros que organizan piquetes contra la guerra.” Jim Murray de Los Angeles Times, otro docto escritor, apodó a Ali de “Benedict Arnold negro.” [infame traidor de la independencia estadounidense].

Ali fue declarado culpable en un juicio en junio de 1967 y fue condenado a cinco años en prisión. Por cuatro años, cuando estaba en el auge de sus facultades físicas y su caso se movía por los tribunales, se le prohibió pelear. La Corte Suprema de los Estados Unidos finalmente rechazó su condena en 1971. Durante su suspensión, Ali viajó por todo el país y dio discursos en cientos de colegios y universidades en oposición a la guerra en Vietnam y sobre otros temas sociales. Ali recuperaría su licencia de boxeo y pasaría a recuperar su título de peso pesado, perderlo en el ring, y a ganarlo una tercera vez en tiempo récord.

Por todas las cuentas, fuera de sus estallidos ruidosos, egocéntricos y a veces crueles, Ali era un hombre bueno y decente. Talentoso en un deporte frecuentemente barbárico, con excepcional gracia, con un talento una gracia y elegancia excepcional, y un enorme valentía física, Ali tenía un ingenio sumamente agudo. No solo era impresionante en el ring, sino que podía mantenerse firme en compañía de entrevistadores y antagonistas experimentados, e incluso superarlos.

La decisión de Ali de unirse a la Nación de Islam no habla de su perspicacia, sino que tiene que ser visto en su contexto: la política oficial estadounidense, que apenas emergía de las profundidades del anticomunismo de McCarthy, no tenía nada que ofrecer. Los sectores mas oprimidos de la población buscaban alguna forma viable de oposición.

Sin embargo, no hay razón para idealizar al boxeador o hacer que sus ideas parezcan mas coherentes o progresivas de lo que eran. Ali era muy disperso ideológicamente, y para el 2005 estaba suficientemente domesticado y desgastado para aceptar una Medalla Presidencial de la Libertad (Presidential Medal of Honor) por parte del archi-criminal de guerra, George W. Bush.

Sin embargo, si nos remontamos a principios de 1966, cuando la oposición de la guerra de Vietnam aún no era un fenómeno de masas en Estados Unidos, la consecuente postura de Ali sirvió de inspiración. Sin duda, contribuyó y alentó la desafección pública. Cuando repudia el servicio militar el 28 de abril de 1967 ya habían ocurrido protestas de cientos de miles de personas en la ciudad de Nueva York y en otros sitos, incluyendo una en abril 15 del mismo año que fue dirigida por Martin Luther King Jr.

Defender Ali en esos tiempos equivalía a estar a favor de la oposición a la guerra. Ali emergió como una figura pública en una era cuando la hostilidad al status quo era una realidad popular de las masas. En Estados Unidos se prendieron en llamas a mediados de 1960 Newark, Detroit, Los Ángeles y otras grandes ciudades. El movimiento contra la guerra de Vietnam y expresiones de protesta en cada campus universitario cerraron la década. Las grandes huelgas y las batallas entre los trabajadores estadounidenses y la policía en los piquetes estaban a la orden del día. Internacionalmente, odiadas dictaduras cayeron en Grecia, España y Portugal. La crisis global llegó a su gran auge potencialmente revolucionario en la gran huelga general de Francia, de mayo a junio de 1968, en la cual participaron 10 millones de personas.

Los muertos, por supuesto, no pueden defenderse contra la explotación de sus vidas y actividades con fines completamente despreciables. El Presidente Barack Obama inevitablemente se apropió de la ocasión de la muerte de Ali para presentarle al público otro ejemplo de su casi sobrenatural y siniestra hipocresía.

Obama comentó que Ali “se puso de pie cuando hacerlo era difícil; habló cuando los otros no lo hacían. Su lucha afuera del ring le costaría su título y su posición pública. Le ganaría enemigos de la izquierda y de la derecha, lo haría odiado, y casi lo mandaría a la cárcel. Pero Alí se mantuvo firme. Y su victoria ayudó a que nos acostumbráramos al Estados Unidos que reconocemos hoy.”

¿Qué sabe de “levantarse” y “decir algo”, cuando hay un precio que pagar, Obama el presidente ideal de los espías, policías y banqueros de inversión? ¿Ha tomado alguna vez este individuo un solo paso, ha contraído tan solo un músculo, sin mucho antes asegurar que contaría con la aprobación de los grupos de poder?

Es una evidencia más del putrefacto estado de los medios de comunicación y de la vida intelectual pública estadounidense que Obama pueda decir tal declaración sin que alguien le llame la atención. El presidente estadounidense felicita a Ali por estar dispuesto a ir a la cárcel —¡y esto del perseguidor implacable y vengativo de Chelsea Manning, Julian Assange y Edward Snowden!¡Cuánto menos amenazantes son los opositores de la guerra imperialista!

“Muhammad Ali sacudió al mundo y el mundo está mejor,” dijo Obama, el despachador de drones que aterrorizan a poblaciones enteras, el que preside sobre "listas de matanzas” que significan la incineración para hombres, mujeres y niños en diversas partes del mundo.

Un elemento de la declaración de Obama sí sonó sincero: su obvio asombro a la disposición de Ali de sacrificar su carrera y sus ingresos por sus principios. Esto habla del problema más profundo y genuinamente perturbador: ¿Cómo es posible que seamos forzados a retroceder a los años 1960 para encontrar ejemplos de una valentía política de este tipo?

Estados Unidos ha estado en guerra con el resto del mundo por un cuarto de siglo. Durante ese tiempo, muchísimos atletas, actores, músicos, científicos y otros han recibido honores a manos de Bill Clinton, Bush y Obama, cada uno culpable de políticas que han llevado a la muerte de al menos cientos de miles de seres humanos. ¡Ni un alma, que se sepa, se ha atrevido a repudiar un premio, no hablar en la Casa Blanca o en el Centro Kennedy o generalmente repudiados honores de alguna de esas administraciones tan empapadas de sangre!

En la lista de honrados —que incluye a algunos con historias de protesta social o por lo menos de pensamiento independiente— están Sidney Poitier, Meryl Streep, Bob Dylan, Aretha Franklin, B.B. King, Stevie Wonder, James Taylor, Jack Nicholson, Paul Simon, Warren Beatty, Ossie Davis y Ruby Dee, Robert De Niro, Bruce Springsteen, Mel Brooks, Dustin Hoffman y Lily Tomlin.

Estos tiempos empantanados y oportunistas dan rienda a la sumisión y la quiescencia. Como notó una vez Plekhanov, el gran marxista ruso, en tales periodos de indiferencia social muchas almas descienden a “una fría hibernación” y “sus niveles morales se hunden muy bajo.” ¡Cuanto más pronto salgamos de esta época, mejor!

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