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Memorándum del Departamento de Estado sobre Siria: Otro paso en el camino de guerra

El Secretario de Estado, John Kerry, tuvo una reunión el martes 21 de junio por la mañana con varios de los “diplomáticos” que escribieron un memorándum interno de desacuerdo haciendo un llamamiento para que EE.UU. lance ataques aéreos contra el gobierno sirio, supuestamente para concluir la guerra de cinco años que ha causado la muerte de casi un cuarto de millón de personas y que ha dejado sin techo a más de la mitad de la población de Siria.

El New York Times reportó que Kerry y 10 de los 51 empleados de medio rango que firmaron el memorándum “participaron en una discusión sorprendentemente cordial” sobre el memorándum, que fue filtrado a los medios de difusión prácticamente antes de que su tinta estuviera seca.

No hay nada sorprendente sobre el tono de la reunión. Mientras que viajaba por Europa cuando el memorándum apareció en la prensa la semana pasada, Kerry dijo que se trataba de una “declaración importante.”

La realidad es que la política propuesta en el memorándum es una que el mismo Kerry ha propuesto dentro del gobierno de Obama como una manera de cambiar el curso de la guerra para derrocar al presente gobierno, que hasta ahora se ha basado en el uso, como fuerza testaférrea, a milicias sunitas vinculadas a Al Qaeda y respaldadas por la Agencia Central de Inteligencia (Central Intelligence Agency, CIA).

En el 2013 Kerry, entonces recientemente instalado secretario de estado, había sido uno de los proponentes más belicosos de una intervención estadounidense directa para derrocar al gobierno sirio de Bashar al Assad después de que el gobierno de Obama declaró una “línea roja” sobre el uso de armas químicas. Fue Kerry quien formuló el plan de guerra en agosto de ese año, basado en la declaración fraudulenta que acusaba a las fuerzas del gobierno de Assad de ser responsables de un ataque con armas químicas en los suburbios de Damasco.

El gobierno de Obama se alejó de la amenaza de intervención militar directa al verse enfrentado con una abrumadora oposición popular a una guerra más en el Medio Oriente y en medio de profundas divisiones —entre los altos mandos militares de Estados Unidos de un lado y el Departamento de Estado y la CIA del otro— sobre la conveniencia de una intervención de este tipo.

En su lugar, el gobierno favoreció un plan, negociado por Moscú, de embargar las armas químicas. Subsecuentemente, en el 2014, lanzó ataques aéreos y envió a cientos de fuerzas especiales a Siria —en violación directa de la ley internacional— con el pretexto de que luchaban contra el Estado Islámico de Irak y Levante (EIIL), una milicia islamista extremadamente sectaria a quien Washington le había dado apoyo táctico hasta que ésta se apoderó de una gran parte de Irak, derrotando a fuerzas de seguridad armadas y entrenadas por EE.UU.

El carácter falso de esta guerra fue expuesto por una intervención rusa en Siria un año más tarde, que tuvo éxito —junto con las tropas del gobierno sirio— en darle un gran golpe a ambos EIIL y al Frente Al Nuera, el Al Qaeda sirio que Washington todavía protege.

Ese es el entorno del actual memorándum de desacuerdo del Departamento de Estado. Los supuestos “rebeldes” apoyados por Washington no solo están en ruinas, sino que también se apuntan las armas suministradas por el CIA y el Pentágono contra ellos mismos.

El cese al fuego, que los disidentes del Departamento de Estado dicen querer forzar por medio de una intensificación militar, ha sido utilizado por Washington para canalizar más armas a las milicias islámicas, reposicionar sus fuerzas y mitigar la ofensiva del ejército sirio apoyado por Rusia. Sin embargo, esto no ha tenido éxito en cambiar en curso de la batalla a favor de las fuerzas apoyadas por el occidente.

Así la necesidad de lo que los operativos del Departamento de Estado llaman un “rol militar estadounidense más asertivo en Siria, basado en el uso juicioso de armas de punto muerto y aéreas, que apoyarían e impulsarían un proceso diplomático más enfocado y centrado dirigido por EE.UU.”

En otras palabras, otro ejercicio de “choque y terror,” con misiles Tomahawk estadounidenses y bombas teledirigidas lloviendo sobre Damasco, como lo hicieron previamente en Kabul, Bagdad y Trípoli, arreglará la situación.

Este argumento, completamente sincronizado con la ideología militarista de los criminales del gobierno de Bush que organizaron una guerra basada en mentiras que destruyeron a Irak, esta siendo combinada con razones supuestamente “humanitarias.”

Esta declaración afirma que “la racionalidad moral de tomar pasos para poner un alto a la muerte y sufrimiento en Siria, después de cinco años de guerra brutal, es evidente e incuestionable.” Con este razonamiento cínico nadie sospecharía que los “cinco años de guerra brutal” son el producto directo de una enorme operación de cambio de régimen coreografiada desde Washington. Este argumento, sin embargo, va mano a mano con la campaña Pro imperialista de la seudoizquierda, incluyendo organizaciones como la Organización Socialista Internacional (International Socialist Organization) en Estados Unidos, el Nuevo Partido Anticapitalista (Nouveau Parti anticapitaliste) en Francia y La Izquierda (Die Linke) en Alemania, que han tenido la osadía de alabar esta operación de cambio de régimen respaldada por el CIA como una “revolución.”

Lo que frustra a los disidentes no es sólo el fracaso de la política de Obama en Siria, toda la estrategia imperialista estadounidense en el transcurso de un cuarto de siglo.

Después de que la burocracia estalinista liquidara a la Unión Soviética, el gobierno yanqui –convencido de que el militarismo y la conquista neo colonial podrían compensar por la crisis histórica y el descenso económico del capitalismo estadounidense— lanzó su proyecto de guerras interminables. Durante la primera guerra del Golfo en 1991, el Wall Street Journal condensó la ideología vulgar de esa estrategia con la consigna: “La fuerza da resultados.”

Resulta que no es así. Un cuarto de siglo de guerras estadounidenses en la región sólo ha producido un campo yermo con millones de muertes y mutilaciones, vuelto a decenas de millones en refugiados sin techo y destrozado la fábrica social de la región entera.

La respuesta propuesta por los autores del memorándum del Departamento de Estado a este debacle es otra hecatombe más, esta vez con la perceptible amenaza de desencadenar una guerra mundial nuclear.

“No estamos exigiendo una situación resbaladiza que termine con una confrontación militar con Rusia,” declara el memorándum, rápidamente agregando que sus autores “reconocen el riesgo de un mayor deterioro de las relaciones de EE.UU. con Rusia es significativo y que los pasos militares…podrían producir un número de efectos de segundo orden.”

Entre estos “efectos de segundo orden” están la matanza soldados rusos e iraníes que acompañan las fuerzas del gobierno sirio, la probabilidad de derribar aviones de guerra de ambos Estados Unidos y Rusia, y el aumento de hostilidades mutuas.

Allí es donde la aparece “situación resbaladiza” que los disidentes del Departamento de Estado “no apoyan”. Tal progresión es apenas un accidente. Desde el comienzo, la guerra de Estados Unidos con fuerzas testaférreas para derrocar al régimen sirio fue lanzada con el objetivo de negarle a Moscú y a Teherán su aliado principal en el mundo árabe en preparación para una confrontación directa con ambos países.

El llamado para una intervención directa estadounidense contra Damasco ocurre en un entorno en que las tensiones entre Washington y Moscú son hoy mayores que en cualquier otro momento desde el punto auge de la Guerra Fría. Los ejercicios militares continuos de la OTAN en la frontera occidental rusa y el despliegue de sistemas antimisiles en Europa del Este diseñados para preparar una guerra nuclear “ganable” contra Moscú apuntan al creciente peligro de una confrontación entre los dos principales poderes nucleares del mundo.

Por el momento Casa Blanca de Obama descarta las propuestas del memorándum del Departamento de Estado. No habrá indicio que se va a lanzar una nueva intervención militar hasta después de las elecciones en noviembre. La clase dirigente estadounidense siempre ha odiado permitirle al pueblo estadounidense la más mínima oportunidad de expresar su sentimiento sobre la guerra.

Sea cual sea el partido que gane, sin embargo, el gobierno entrante se embarcará en una peligrosa escalada de militarismo. Ambos presuntos candidatos de los partidos Demócrata y Republicano, Hillary Clinton y Donald Trump, han expresado su apoyo a un bombardeo intensificado, la imposición de una zona de exclusión aérea y otros actos de agresión. Más fundamentalmente, el impulso a la guerra está enraizada en la cada vez más profunda crisis del capitalismo y las tensiones incontenibles que se acumulan en la sociedad estadounidense.

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