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Perspectiva

El golpe turco, el militarismo estadounidense y el colapso de la democracia

Una semana después del golpe de estado fallido para derrocar al Presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdoğan, no queda ninguna duda de que Washington tuvo algo que ver con los sangrientos acontecimientos que sacudieron a Estambul y Ankara.

Los comandantes militares turcos con vínculos al Pentágono más cercanos han sido identificados directamente con el intento de derrocamiento, incluyendo el comandante de la base aérea de Incirlik, donde los EE.UU. almacena su arsenal de armas nucleares más grandes en Europa y lleva a cabo su campaña de bombardeos contra Irak y Siria. Múltiples aviones militares que apoyaron el golpe salieron de Incirlik bajo la vista de los militares estadounidenses. Después de que se hizo evidente que el golpe fracasaría, el comandante de la base turca le pidió asilo a los EE.UU.

Días antes se dio a conocer que una advertencia del golpe inminente originó de Rusia, que retransmitió comunicaciones de radio interceptadas entre los golpistas y la Organización de Inteligencia Nacional de Turquía (National Intelligence Organization), conocida como el MIT. La advertencia fue compartida con el presidente turco a tiempo para que huyera apenas media hora antes de que llegaran las operaciones de un equipo especial enviadas al complejo costero donde Erdoğan estaba de vacaciones con la misión de matarlo o capturarlo.

¿Es plausible que la CIA y el ejército de Estados Unidos, con su despliegue masivo en la región y la red de vigilancia electrónica más extensa del mundo a su disposición, no hubieran estado informados de las mismas comunicaciones?

Si no fueron transmitidas al gobierno turco por el aparato militar y de inteligencia estadounidense, la razón es clara. Fueron parte del intento de golpe. Obama no quería a Erdoğan advertido; lo quería muerto.

Luego hubo la reacción original de Washington al golpe, que vino del Secretario de Estado, John Kerry, quien estaba en Moscú. Kerry se limitó a expresar esperanzas estadounidenses para "la estabilidad, la paz y la continuidad en Turquía." No hubo ninguna mención de la defensa de un gobierno elegido democráticamente contra un derrocamiento militar, por no hablar de cualquier expresión de preocupación por el destino del presidente del país, Erdoğan.

Precisamente a lo que se refería Kerry al expresar apoyo a la "continuidad en Turquía" sólo puede entenderse en el contexto de los últimos 70 años de las relaciones entre Estados Unidos y Turquía. En 1947, al comienzo de la Guerra Fría, los EE.UU. promulgó la Doctrina Truman (Truman Doctrine ), comprometiéndose a la defensa de Grecia y Turquía en contra de lo que afirmó era una agresión soviética.

La ayuda estadounidense, asesores militares y un grupo de portaaviones fueron trasladados a Turquía para asistir con el rechazo de la demanda de Moscú para el paso libre a través de los estrechos de Turquía, un paso estratégico que conecta al Mar Negro con el Mediterráneo. En 1952, Turquía se unió a la OTAN y, a lo largo de cuatro décadas, permaneció un país fundamental para el impulso militar estadounidense contra la Unión Soviética.

Para mantener esta "continuidad", Washington apoyó una serie de golpes militares en Turquía, el primero en 1960 contra el primer ministro de Turquía, Adnan Menderes, cuyo destino quedó sellado después de que se dirigió a Moscú para obtener apoyo económico (fue ahorcado).

Erdoğan, primero como primer ministro desde 2003 hasta 2014, y luego como presidente, ha planteado problemas similares. Para asegurar el control de su partido islamista derechista, el AKP, ha seguido una política nacionalista que logra antagonizar repetidamente a Washington. En el 2003, Turquía se negó a permitir que EE.UU. utilizara su territorio para atacar a Irak. En el 2010, no apoyó la propuesta de Estados Unidos para las sanciones de la ONU contra Irán. Y en el 2013, sorprendió a Washington y la OTAN al anunciar sus planes para comprar un sistema antimisiles chino.

Las relaciones se han deteriorado aún más durante la guerra por el cambio de régimen en Siria, en el cual Turquía es el principal apoyo de las milicias islamistas ligadas a Al Qaeda, mientras que Washington ha consolidado cada vez más sus vínculos con la milicia kurda de Siria, que a su vez está alineada con el PKK, el movimiento kurdo de Turquía con el que Ankara está en guerra.

Más recientemente, Erdoğan se disculpó con Moscú sobre el derribo deliberado de un avión de guerra ruso en noviembre de 2015 e intentos de acercamiento con el gobierno de Vladimir Putin.

Después del golpe, Erdoğan habló con Putin antes de hacerle una llamada telefónica a Obama. Y, en una conversación el martes con el presidente de Irán, Hassan Rouhani, Erdoğan declaró: "Estamos decididos a resolver los problemas regionales uniendo fuerzas con Irán y Rusia, y con nuestros esfuerzos para devolver la paz y la estabilidad en la región".

El imperialismo estadounidense no tiene intención de tolerar un realineamiento estratégico en la región. El recurso a un intento de golpe militar fue, sin duda, una política criminal imprudente. Si hubiera tenido éxito, el resultado probable hubiera sido una guerra civil y un número de muertos que hubiera hecho del sangriento golpe de estado en Egipto respaldado por Estados Unidos algo mínimo en comparación.

El imperialismo estadounidense ya ha destruido Irak, Libia y Siria, matando y mutilando a millones de personas en la búsqueda de sus intereses geoestratégicos. ¿Por qué no a Turquía también?

Las tensiones con Turquía han surgido en el contexto de una erupción mundial del militarismo estadounidense. El golpe se produjo apenas una semana después de que una cumbre de la OTAN en Varsovia delineó planes para ejecutar una intensificación masiva de despliegues militares en la frontera occidental de Rusia y preparaciones para una confrontación directa, es decir nuclear, con Moscú.

En Asia, el imperialismo estadounidense dejó claro que tiene la intención de usar la sentencia de la Corte Permanente de Arbitraje (Permanent Court of Arbitration ) de La Haya contra los reclamos chinos en el Mar de la China Meridional como pretexto para una escalada militar contra Beijing.

Con ese fin, el gobierno de Obama envió al vicepresidente Joe Biden a Australia para dar discursos belicosos que amenazan a China con el poderío militar estadounidense y, más explícitamente, para instruir a los australianos que, aunque quieran o no, estarían involucrados en las preparaciones de guerra estadounidenses. "Nunca es una buena jugada apostar en contra de los Estados Unidos,” amenazó.

Los EE.UU. se está moviendo hacia una confrontación militar en una escala no vista desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Está decidido a aplastar todos los obstáculos en el camino de sus planes de guerra. Grandes acontecimientos se esperan para después de las elecciones estadounidenses de noviembre, si no antes.

El crecimiento del militarismo y los preparativos para la guerra mundial son incompatibles con el mantenimiento de las formas democráticas de gobierno en cualquier lugar del planeta. El impulso a la guerra intensifica y acelera un giro hacia métodos dictatoriales en un país tras otro, un giro que tiene sus raíces en la profunda crisis del capitalismo mundial y el crecimiento incontrolado de la desigualdad social y las tensiones de clase como resultado de la crisis financiera de 2008.

En la propia Turquía, la derrota del golpe respaldado por los imperialistas no implica un florecimiento de la democracia, sino la consolidación de una dictadura derechista en la que Erdoğan se apodera del poder de gobernar por decreto, mientras que lleva a cabo detenciones y despidos de decenas de miles de personas que se supone están en contra de él y se mueve para restaurar la pena de muerte.

En respuesta a los moralizadores críticos capitalistas en Occidente, el presidente turco ha contra argumentado que él sólo está haciendo lo mismo que el presidente francés, Francois Hollande, quien ahora gobierna montado en lo que se está convirtiendo en un estado de emergencia permanente, impuesto con el pretexto de la lucha contra el terrorismo pero dirigido contra el incremento de las tensiones sociales y los disturbios de la clase obrera.

Aun no se puede concluir si el abortado golpe del 15 de julio marcará el final de los intentos por parte de los militares turcos para tomar el poder. Con un tercio de los generales bajo arresto, las fuerzas armadas del país están en un estado de convulsión. No obstante, Washington no está dispuesto a permitir pasivamente que Turquía se vaya de su órbita estratégica.

Los eventos de Turquía han proporcionado una fuerte lección para la clase obrera. Es imposible defender los derechos sociales y democráticos básicos fuera de una lucha internacional unificada contra la guerra imperialista y el militarismo y el sistema capitalista en el que están enraizados.

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