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Perspectiva

Bombas en Nueva York sirven para azuzar la “guerra al terror”

Ahmad Khan Rahami encara nueve acusaciones de intento de asesinato y uso de armas de destrucción masiva el 20 de septiembre, en relación a los atentados terroristas de la semana anterior en la ciudad de Nueva York y en Nueva Jersey.

A medida que más detalles emergen, queda claro que al menos desde los ataques terroristas del 11 de septiembre 2001, en la ciudad de Nueva York y Washington, esa y otras explosiones anteriores son parte de un patrón preocupante y cada vez más familiar. En casi todos los actos terrorista llevados a cabo dentro de los Estados Unidos, el agresor siempre resulta ser alguien que el FBI o la policía estadounidense y otras agencias de inteligencia bien conocen y han identificado previamente.

Por otro lado, en casi todos los "planes terroristas frustrados,” los líderes son presa fácil de agentes federales que en muchos casos les dan armas, dinero y un objetivo a individuos que nunca hubieran tomado ese camino por cuenta propia.

Rahami es un ciudadano estadounidense naturalizado, emigrante de Afganistán. Llegó a EE.UU con su familia a la edad de siete años. Ahora se lo acusa de plantar bombas de fabricación casera, una de las cuales hirió a 31 personas en Manhattan. Fue detenido tras recibir un disparo en un tiroteo en que también resultaron heridos dos policías.

Inmediatamente después de los atentados, las autoridades emitieron declaraciones asegurando que no existía ninguna relación entre los ataques y el "terrorismo internacional.” Ahora parece que esta historia fue plantada por oficiales que sabían que esas conexiones existían y que estaban preocupados por sus propias acciones en este asunto.

El New York Times reveló el 22 de septiembre que Mohammad Rahami, padre del reo, se había puesto en contacto con el FBI y dado detalles en 2014, diciendo que su hijo representaba una amenaza por estar interesado en Al Qaeda y otros grupos terroristas. Los agentes federales hablaron con el Rahami padre durante una investigación luego de que su hijo apuñaló a su propia hermana en una disputa casera.

“Le dije al FBI que estuvieran pendientes de él,” le dijo al Times. “Me preguntaron que si era terrorista. Contesté que no lo sabía. No podía garantizar 100 por ciento que era terrorista. No sé a que grupos pertenece.”

El padre añadió que el FBI nunca entrevistó a su hijo.

Ese no fue el único contacto entre Rahami y las agencias federales de inteligencia. Sólo cinco meses antes de las discusiones de su padre con el FBI, Rahami había regresado de un año en Pakistán. Estuvo en Quetta, la capital de Baluchistán, en Pakistán, que es la sede de varias facciones islamistas. A su regreso agentes de la aduane lo sometieron a una rigurosa inspección secundaria. Parecen haber estado suficientemente preocupados como para alertar al Centro de Selección Nacional (National Targeting Center), una división del Departamento de Seguridad Nacional (Department of Homeland Security) que supuestamente evalúa posibles amenazas terroristas. Se notificó al FBI y otras agencias.

Se ha podido comprobar desde que detonaron las bombas que las autoridades federales sabían que Rahami posiblemente hizo otro viaje, a Ankara, Turquía, al parecer con el objetivo de unirse o el Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL) o a alguna de las milicias vinculadas a Al Qaeda que están involucradas en la guerra respaldada por EE.UU. para derrocar al gobierno de Siria.

Por último, las autoridades federales también sabían aque Rahami había comprado una pistola Glock de 9 mm el julio pasado, el arma que es acusado de usar contra dos policías en Linden, New Jersey, cuando éstos trataban de ponerlo detenerlo.

El refrán que se hizo famoso después del 11 de septiembre se escucha nuevamente: hubo una falla de "atar los cabos.”

Existen notables semejanzas con casos anteriores. Al igual que con Rahami, el padre del estudiante nigeriano Umar Farouk Abdulmutallab, que intentó derribar un avión de Northwest Airlines en la Nochebuena del 2009 con una bomba oculta en su ropa interior, también había puesto en aviso a las autoridades estadounidenses sobre los vínculos terroristas de su hijo. Fue ignorado.

También está el caso del bombardeo de la Maratón de Boston en 2013. Tamerlan Tsarnaev fue el organizador principal. La inteligencia rusa había alertado a las autoridades estadounidenses que Tsarnaev era un presunto islamista radical que buscaba establecer vínculos con grupos armados en el Cáucaso Norte. El FBI lo entrevista y posteriormente se le deja viajar de ida y vuelta al Cáucaso sin ninguna objeción.

Dado el enorme aparato de inteligencia mantenido por EE.UU y la supervigilancia que ahora ocurre, el no haber continuado con estas investigaciones no es algo que se puede explicar con eso de "no atar los cabos.”

Por un lado, la decisión de no impedir los viajes de las personas identificadas como "terroristas" deriva del hecho de que el gobierno de Estados Unidos utiliza dichos individuos para lograr sus objetivos de política exterior. Ha hecho eso por lo menos desde finales de los años 80, cuando el padre de Rahami luchó con los muyahidines afganos en la guerra orquestada por la CIA contra el gobierno apoyado por los soviéticos en Afganistán. Los islamistas extranjeros han sido la columna vertebral de las fuerzas aliadas que libran la guerra estadounidense para derrocar al régimen en Siria, como lo hicieron en Libia. Las agencias de inteligencia yanquis han tenido vínculos similares en Rusia y China por mucho tiempo.

Por otro lado, darle rienda suelta a potenciales terroristas sirve para azuzar el programa político de la "guerra global al terror”, so pretexto de bombardeos e invasiones sin fin que favorecen los intereses estratégicos del imperialismo estadounidense y la intensificación de la represión interna.

Los medios de difusión corporativos también exageran continuamente actos de terrorismo socavar la amplia oposición popular a la guerra.

Por último, estos actos pueden ser explotados para promover los objetivos de una facción dentro del aparato del Estado contra otro. Los atentados en Nueva York y Nueva Jersey coincidieron con evidencia de tales divisiones dentro del gobierno de Obama. Sectores de los altos mandos militares recientemente hicieron declaraciones casi de insubordinación en relación al acuerdo de alto al fuego en Siria.

Es imposible decir en esta primera etapa qué relación tienen estos atentados al mundo turbio y siniestro que comparten las agencias de inteligencia estadounidenses y los grupos terroristas islamistas.

Tampoco se conocen las motivaciones precisas de Rahami. Secciones de un cuaderno en su poder al momento de su detención incluyen elogios a Osama bin Laden; Anwar al-Awlaki, clérigo vinculado a Al Qaeda nacido en Estados Unidos y asesinado en un ataque de un avión drone, y uno de los líderes de ISIS.

El presunto acto de Rahami puede haber sido el producto de su propia angustia emocional o mental, o factores psicológicos combinados que el estado y los medios de difusión habitualmente llaman "terrorismo interno" o "auto-radicalización". En verdad el estado actual de la sociedad estadounidense en la víspera de las elecciones del 2016 es un terreno fértil para este tipo de violencia.

Más de 15 años de guerras estadounidenses sin interrupción, por encima de un millón de muertos, muchos millones más desplazadas de sus hogares y sociedades enteras despedazadas no pueden dejar de tener consecuencias letales dentro de Estados Unidos. El derramamiento de sangre en el extranjero se combina con la brutalidad incesante de la sociedad. Rahami creció en el Condado de Union, Nueva Jersey, donde la tasa de pobreza es más del 27 por ciento y la desigualdad social entre los residentes de clase obrera y de la concentración de millonarios y multimillonarios en las cercanías de la ciudad de Nueva York no puede ser más marcada. La alienación social generalizada entre amplios sectores de la sociedad es intensificada por el continuo desprecio a los musulmanes.

La estructura política existente, por otra parte, no ofrece ninguna salida progresiva de la acumulación cada vez más explosiva del descontento social. Las corrientes de seudoizquierda que, en un período anterior, protestaban contra las guerras de yanquis ahora son sus fanáticos.

A menos de siete semanas antes de las elecciones, estos últimos bombardeos están siendo utilizados para girar el debate político aún más hacia la derecha entre los dos grandes partidos, mientras el candidato del Partido Republicano de tendencias fascistas Donald Trump y la favorita del aparato militar y de inteligencia, Hillary Clinton, del Partido Demócrata, compiten entre sí sobre quién está mejor preparado como "comandante en jefe" para intensificar la guerra en el exterior y escalar la represión interna.

La atmósfera reaccionaria y nociva de la política estadounidense sólo asegurará más ataques como el que se produjo a mediados de septiembre.

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