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Perspectiva

El Día de Acción de Gracias del 2016 y la crisis social en EE.UU.

El 3 de octubre de 1863, durante la Guerra Civil estadounidense, el presidente Abraham Lincoln firmó una proclamación escrita por el secretario de Estado, William H. Seward, declarando el último jueves de cada noviembre “un día para dar las gracias”.

A pesar de haber estado atravesando una Guerra Civil “de magnitud y gravedad inigualables”, dice la declaración, el conflicto no detuvo “ni el arado, la lanzadera, ni el bote,” mientras que “las minas, de hierro y carbón tanto como de metales preciosos, han rendido de forma más abundante que nunca antes”. Luego, concluye: “El país, regocijándose en una consciencia de creciente fuerza y vigor, podrá esperar una continuidad de años de creciente libertad”.

Los estragos de la Guerra Civil continuaron por otro año y medio. Fue cierto que la sociedad estaba siendo transformada por ferrocarriles, barcos de vapor y el telégrafo—una expansión de la capacidad productiva que se aceleraría con la rápida industrialización impulsada por la segunda revolución estadounidense. La Guerra Civil sentaría las bases del progreso capitalista y el crecimiento explosivo de la lucha de clases al abolir la esclavitud.

En este Día de Acción de Gracias relativamente pocas familias en Estados Unidos estarían de acuerdo con la predicción de Seward de que el país iría a tener “años de creciente libertad”. Para muchos, al contrario, el día tan sólo les hará sentir con mayor peso la inseguridad económica y miseria social que enfrentan.

Más de uno de cada ocho hogares habrá tenido dificultad en poner algo de comer en sus mesas, mientras que millones más tendrán que ponerse en la fila de una cooperativa de alimentos o un comedor social para comer.

Durante el año pasado, más de un millón y medio de personas estaban sin hogar, incluyendo a 300.000 niños y 450.000 personas con discapacidad. Millones más viven en condiciones precarias, de hacinamiento o en moteles. Puede que tales condiciones sólo afecten a una minoría de las familias directamente, pero la gran mayoría de la población sufre de inseguridad económica.

Según una encuesta publicada este año por la Reserva Federal, el 46 por ciento de la población adulta está tan limitada económicamente que “no podría cubrir un gasto de emergencia de $400, o tendría que vender algo o pedir prestado dinero para hacerlo”.

Esto significa que el incremento que fue anunciado para el próximo año de un 25 por ciento en promedio en la prima de los seguros médicos bajo Obamacare, un programa supuestamente diseñado para asegurar a personas de bajos ingresos, llevará a millones de personas a perder su cobertura de salud o tener que incurrir cientos e incluso miles de dólares más de gastos en sus seguros.

El profundo estrés generado por vivir en hogares que se encuentran a tan sólo un accidente o enfermedad de caer en la bancarrota, en donde los jóvenes ya tienen deudas acumuladas y perspectivas futuras sombrías, mientras que crecen los costos médicos de los ancianos y se reducen sus pensiones, ha generado muchas expresiones de angustia a nivel social.

La brutalidad de esta sociedad, agravada por el militarismo y la violencia policial, recae cada vez más sobre los jóvenes. Un estudio encontró que la tasa de prevalencia de la depresión grave en adolescentes aumentó 37 por ciento entre el 2005 y el 2014. Otro reporte indicó que, por primera vez, los niños entre los 10 y 14 años de edad tienen mayor probabilidad de morir por suicidio que por un accidente automovilístico.

Posiblemente, la manifestación más devastadora del malestar social en el país es la epidemia de drogas. Este año, se estima que 28.000 personas mueran por sobredosis de opioides, casi tantos como el número de muertos en accidentes de tráfico. Decenas de miles de familias pasarán el Día de Acción de Gracias guardando luto por aquellos que han perdido su vida por el consumo de heroína u otros analgésicos prescritos.

Varios de los estados más afectados por la epidemia de drogas también han sido los más golpeados por el desempleo y la desindustrialización. Michigan, Ohio y Pennsylvania—llamados el Rust Belt o cinturón industrial—los cuales votaron por Barack Obama en las elecciones del 2008 y el 2012 pero a favor de Donald Trump en el 2016, vieron sus tasas de sobredosis de opioides subir al menos 10 por ciento entre el 2013 y el 2014.

La crisis social estadounidense está alimentando la oposición de capas cada vez más amplias de la clase obrera, con expresiones cada vez más frecuentes de la lucha de clases y de radicalización política, particularmente durante las elecciones. Los millones que apoyaron al senador de Vermont, Bernie Sanders, quien se hizo llamar socialista y denunció a la “clase multimillonaria” y la desigualdad social, dieron testimonio de esto.

La “revolución política” de Sanders concluyó desvergonzadamente con su respaldo a la candidata Hillary Clinton, quien basó su campaña en la afirmación hecha por el presidente Obama de que a EE.UU. le está yendo genial. Según esta perspectiva delirante, todos los que se opusieron a su campaña y que fueron influenciados por la demagogia de Donald Trump forman parte de “la clase obrera blanca racista” que busca defender su posición social “privilegiada” en perjuicio de la población negra y de las otras minorías. Al basar su campaña en la política de identidad, Clinton buscó apelar al apoyo de los más ricos. El resultado fue una reducción pronunciada en el número de votos de todas las secciones de la clase obrera por el Partido Demócrata.

Ahora, Donald Trump está llegando a la Casa Blanca con la aceptación del presidente Obama y de ambos partidos. Sus promesas de “hacer América grande otra vez” son un fraude, ya que ni él ni la burguesía estadounidense en general tiene una solución a la crisis social en el país. Más bien, su programa nacionalista de “América ante todo” empeoraría la crisis mundial del capitalismo y conllevaría a mayores ataques en contra de la clase obrera en EE.UU. Las reducciones de impuestos para los ricos, la eliminación de las regulaciones para las empresas, los recortes en programas sociales y el inmenso aumento del gasto militar que Trump propone, alimentarían el pesar y descontento social.

Su llegada al poder marca un punto de inflexión en el camino hacia el eventual enfrentamiento entre los parásitos financieros que Trump personifica y la gran masa de la población, la clase trabajadora.

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