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El New York Times sobre los ciberataques rusos: propaganda de guerra en forma de noticias

El 14 de diciembre, el New York Times publicó un artículo cubriendo gran parte de su portada que pretende ser un informe definitivo sobre la intervención del gobierno ruso en las elecciones estadounidenses a través de la filtración de correos electrónicos del Partido Demócrata.

El artículo, bajo el título “El ataque cibernético de los Demócratas: Cómo es que Rusia pulió su poder cibernético y lo puso a prueba en una elección estadounidense” y escrito por Eric Lipton, David Sanger y Scott Shane, es una nota de propaganda pura. Sin base alguna, hace acusaciones, insinuaciones y conclusiones con un propósito en particular: contaminar la opinión pública y sentar las bases para una agresión militar contra Rusia.

Como fue intencionado, el artículo marcó el tono para un bombardeo de comentarios militaristas en la prensa. El mismo día de la publicación, Lipton fue entrevistado en varios noticieros por cable y en las noticias vespertinas de la cadena de televisión pública, PBS. El senador demócrata, Ben Cardin, declaró para MSNBC que EE.UU. fue “atacado por Rusia” y exigió que se abriera una comisión independiente, usando de referencia el panel bipartidista establecido después de los atentados del 11 de setiembre.

El comentarista de CNN, Jake Tapper, se refirió a Rusia como el “enemigo” y sugirió abiertamente, en el transcurso de una entrevista al exdirector de la CIA y de la NSA, Michael Hayden, que tal vez el presidente electo, Donald Trump, se estaba “poniendo del lado del enemigo”. NBC News reportó que varios funcionarios de inteligencia “llegaron a la conclusión que el presidente ruso, Vladimir Putin participó personalmente en dirigir la operación de los ataques informáticos”. Por supuesto, no respaldaron esa seria acusación con ninguna evidencia.

A pesar de haber sido publicado como una “noticia”, el artículo de Lipton, Sanger y Shane no pasa ni los estándares más elementales de periodismo. Se basa completamente en fuentes anónimas o partidistas. Los mismos autores indican que consultaron “a decenas de personas que fueron el blanco del ataque, agentes de inteligencia que lo investigaron y funcionarios del gobierno de Obama que deliberaron sobre la mejor respuesta”—es decir, a funcionarios del Partido Demócrata y agentes de inteligencia estadounidenses que produjeron la historia del ciberataque ruso. No intentan ni en lo mínimo presentar opiniones opuestas ni impugnar ciertas declaraciones presentadas en el artículo que son claramente absurdas.

Las afirmaciones infundadas las escriben generalmente en voz pasiva. Por ejemplo, la afirmación que un grupo supuestamente involucrado en el ataque cibernético “podría o no estar asociado con el FSB [Servicio Federal de Seguridad de la Federación Rusa], el principal sucesor de la KGB de la era soviética, pero se cree ampliamente que sí sea una operación del gobierno ruso”. Otro grupo, según los autores, “se cree que está dirigido por el GRU, la agencia de inteligencia militar rusa”.

¿Quién y basado en cuál evidencia? No lo mencionan, pero eso no los detiene para hacer la conclusión en el encabezado del artículo que el gobierno ruso es el responsable de lo que equivale a un acto de guerra y que se deben tomar acciones concretas como respuesta.

La “evidencia” del New York Times del ciberataque ruso

La afirmación de que existe evidencia incontrovertible para concluir que el Estado ruso dirigió la filtración de correos electrónicos del Partido Demócrata durante las elecciones presidenciales estadounidenses no es más que pura ficción, pero una de las esperanzas del New York Times es que, si esto se repite incesantemente, quede grabado en la conciencia popular como una verdad.

El cronograma de los presuntos hechos, según el Times, es el siguiente: En septiembre del 2015, un agente del FBI contactó al Comité Nacional Demócrata (DNC; Democratic National Committee) para informarle que al menos una de sus computadoras había sido comprometida por “un equipo de espionaje informático vinculado al gobierno ruso”. A pesar del carácter explosivo de tal descubrimiento, el agente del FBI inexplicablemente habló solamente con un funcionario técnico de bajo nivel de una empresa subcontratada y no hizo ningún esfuerzo para contactar a los líderes del DNC. Ni siquiera visitó la sede central del DNC, a menos de un kilómetro de distancia de la oficina del FBI que estaba monitoreando el presunto ataque.

Por varios meses, no pasó nada, hasta que, en abril del 2016, el técnico informático del DNC encontró evidencia de que un individuo no autorizado había accedido a los servidores de correo electrónico del DNC. La organización contrató a CrowdStrike, una empresa de ciberseguridad dirigida por ex altos funcionarios del FBI, para que investigara. CrowdStrike declaró inmediatamente que Rusia estaba detrás de dos grupos diferentes de hackers o atacantes informáticos. Llamó a los grupos Cozy Bear y Fancy Bear e indicó que eran los mismos que ya habían sido supuestamente vinculados al gobierno ruso —APT 28 y APT 29. Según CrowdStrike, éstos obtuvieron acceso a los correos electrónicos del DNC y del director de campaña de Hillary Clinton, John Podesta.

A mediados de junio, un individuo llamado Guccifer 2.0 anunció que él había realizado la filtración de los correos electrónicos del DNC y que se los había entregado a Wikileaks para su publicación.

Los supuestos hechos que cita el Times para respaldar la conclusión de que Rusia estuvo implicada en todo esto son muy circunstanciales y contradictorios. Por ejemplo, utilizan como prueba que “los grupos de atacantes informáticos rusos tendían a estar activos durante horas de trabajo en la zona horaria de Moscú”.

El Times escribe que Guccifer 2.0 era realmente un agente ruso. ¿Cuál es la evidencia? Mientras que éste indicó ser rumano, un escritor del sitio web de tecnología Motherboard lo contactó en rumano utilizando el traductor de Google para hacerle preguntas. Sus respuestas, “según un par de hablantes nativos”, demostraron que “Guccifer 2.0 aparentemente había estado utilizando el traductor de Google también —y que claramente no era el rumano que afirmaba ser”.

Por otra parte, los documentos de Microsoft Word publicados por Guccifer 2.0 tenían metadatos que mostraban que fueron editados por alguien que se autodenominaba “Felix Edmundovich—un obvio nombre de guerra en honor al fundador de la policía secreta soviética, Felix Edmundovich Dzerzhinsky”. Indican que los textos tenían enlaces rotos con advertencias en ruso, “generadas por lo que claramente era una versión en ruso de Word”.

CrowdStrike cita estos y otros hechos similares, que lo que indican es que la filtración fue el trabajo de amateurs, para respaldar su conclusión de que el gobierno ruso dirigió los ciberataques, aun cuando afirma que el ataque fue tan sofisticado que sólo un actor estatal pudo llevarlo a cabo.

Como lo escribió el 14 de diciembre el periodista de The Intercept, Sam Biddle:

Comparemos esa descripción con la afirmación de CrowdStrike que fue capaz de identificar a APT 28 y 29, descritos ... como espías digitales por excelencia, porque eran increíblemente descuidados. ¿Dejaría el nombre de un espía soviético en un documento enviado a periodistas estadounidenses un grupo cuyo “trabajo es magnífico” y “seguridad operativa inigualable”? ¿Serían estos grupos realmente tan tontos como para dejar comentarios en cirílico en estos documentos? ¿Desearían estos grupos, que “constantemente regresan a su entorno [de implementación] para cambiar sus implantes, modificar sus métodos de persistencia, y buscar nuevos canales de ‘comando y control’”, ser atrapados porque no se aseguraron particularmente de no usar las direcciones IP con las que habían sido asociados antes? Es muy difícil creer que los demócratas fueron atacados por uno de los servicios de inteligencia extranjeros más sofisticados y diabólicos de la historia, y que sabemos esto porque se equivocaron una y otra vez.

La mayor parte de la información contenida en el artículo del Times se basa en las conclusiones de CrowdStrike, que el periódico identifica sólo como “una firma de ciberseguridad contratada por el DNC”. En realidad, CrowdStrike no es del todo una fuente imparcial. Su presidente, Shawn Henry, y su vicepresidente en asuntos jurídicos, Steven Chabinsky, son ambos ex altos funcionarios del FBI.

El director de tecnología de CrowdStrike, Dmitri Alperovitch, es un miembro de alto rango del Atlantic Council, uno de los grupos más importantes de reflexión asociados con Washington. En septiembre, esta organización publicó un importante informe intitulado El Futuro del Ejército ( The Future of the Army ), donde llama urgentemente al ejército estadounidense a prepararse para guerras “grandes y con muchas bajas” entre las “grandes potencias” y denuncia el “resurgimiento de Rusia”. Alperovitch es citado en todo el artículo del New York Times como una fuente sin sesgos sobre la participación de Rusia en el ciberataque.

Un argumento para la censura de los medios de comunicación

Más allá de fabricar “pruebas” sobre el ciberataque ruso, el objetivo central del artículo del New York Times es establecer un argumento para la censura de los medios de comunicación. Incluso suponiendo que Rusia estuviera involucrada, ¿cuál fue el resultado del ciberataque? El pueblo estadounidense tuvo acceso a información a la cual tenía derecho, información sobre las operaciones desleales y antidemocráticas del DNC y sobre las estrechas conexiones entre Hillary Clinton y Wall Street.

Algunos de los documentos filtrados más importantes eran transcripciones de los discursos de Clinton a Goldman Sachs y otros bancos que Clinton se había negado a publicar a lo largo de la campaña.

El New York Times busca descartar el carácter explosivo de estas revelaciones y presentar a los funcionarios del DNC como víctimas de una horrible campaña de difamación. El periódico señala que “algunos de los mensajes dejaron claro que algunos funcionarios del DNC favorecían a la señora Clinton por encima de su contendiente progresista, el señor Sanders”. Sin embargo, el Times les asegura a sus lectores que esto “esto no fue una sorpresa”, ya que Sanders era alguien de afuera y Clinton “una de las estrellas del partido por décadas”.

El hecho de que el DNC, un actor supuestamente neutral en las primarias del Partido Demócrata, conspiró a favor de Clinton es indudablemente información importante que el pueblo estadounidense debe saber. De hecho, expone que el DNC hizo precisamente lo que el New York Times acusa a Rusia de hacer: manipular las elecciones.

Para el New York Times, sin embargo, esta información podía dañar la campaña de Clinton y, por lo tanto, debió mantenerse en secreto. El periódico se quejó de que los delegados de Sanders estuvieran “enfurecidos”, que Debbie Wasserman Schultz, una aliada cercana de Clinton, fuera forzada a dimitir como presidenta del DNC y que las elecciones legislativas en todo el país quedaran contaminadas con “acusaciones de escándalo”.

En la única parte del artículo que se refiere a alguien opuesto a la historia del ciberataque ruso, el New York Times cita un comentario del fundador de WikiLeaks, Julian Assange, denunciando a los que han atacado a WikiLeaks por trabajar con el gobierno ruso para manipular las elecciones. “Esto es falso”, dice Assange. “Como nosotros fuimos los que publicamos, sabemos que esta no era la intención. Los editores que exponen información periodística durante una elección forman parte de una elección libre”.

Esto es precisamente lo que enfurece al New York Times. Varios documentos que sin duda tenía guardados —como los discursos de Clinton a los bancos de Wall Street— fueron publicados, dándole acceso al pueblo estadounidense a información adversa a la agenda del periódico.

Para el New York Times, el ejercicio de un periodismo serio y responsable que exponga secretos y crímenes oficiales es equivalente a “espionaje ruso”. El diario lamenta el hecho de que “todos los medios de información importantes, incluyendo al Times, publicaron múltiples historias citando los mensajes del DNC y Podesta divulgados por WikiLeaks, convirtiéndose en un instrumento de facto de la inteligencia rusa”.

“El señor Putin, un estudiante de las artes marciales, ha utilizado a dos instituciones en el corazón de la democracia estadounidense —las campañas políticas y los medios de comunicación independientes—para sus propios fines”.

El New York Times no es, en ningún sentido, una fuente periodística. Es un órgano de propaganda del Estado. Regularmente comparte sus artículos con las agencias de inteligencia estatales para su aprobación antes de publicarlos. Si alguien le presentara información que exponga secretos y mentiras del gobierno al Times, la reacción inmediata de los editores sería entregar denunciarlo ante el Estado.

Propaganda para la guerra

Durante la campaña electoral, la respuesta del Partido Demócrata, respaldado por las agencias de inteligencia estadounidenses, a las filtraciones de correos electrónicos fue lanzar una feroz serie de denuncias públicas en contra de WikiLeaks, acusándolo de ser un brazo del gobierno ruso. Como lo había señalado el WSWS, tenían dos objetivos: distraer al público de los contendidos de los correos electrónicos filtrados a través de ataques contra el “mensajero” y crear el marco político para una escalada militar contra Rusia en el evento de una victoria de Clinton.

Ahora, después de las elecciones, estas fuerzas están persiguiendo la misma agenda, aunque bajo las condiciones inesperadas de una victoria de Trump. Con extraordinaria imprudencia, expertos, columnistas, funcionarios del gobierno y agentes de inteligencia están utilizando un lenguaje de guerra.

El artículo del Times critica lo que considera ser una respuesta insuficientemente agresiva al supuesto ataque informático ruso. “La renuencia de la Casa Blanca a responder con fuerza significó que los rusos no han pagado un alto precio por sus acciones”, escribe. Los autores advierten ominosamente acerca de un “próximo objetivo” de ciberataques. El exdirector de la CIA, Michael Morell, un prominente defensor de la campaña electoral de Hillary Clinton, declaró la semana pasada que el ataque cibernético de las elecciones “es el equivalente político del 11 de septiembre”, refiriéndose al hecho de que, si los atentados del 11 de setiembre requerían una “guerra contra el terrorismo”, la filtración de correos electrónicos demócratas requiere una guerra contra Rusia.

Estas acusaciones están siendo hechas por un gobierno que es responsable de invadir y derrocar a gobiernos elegidos, interferir en elecciones, e injerencia de diversas formas en los asuntos de Estado de prácticamente todos los países del mundo. Hace tan sólo tres años, las revelaciones del denunciante Edward Snowden (también acusado por el Times de ser un agente ruso) expusieron, entre otras cosas, que la Agencia de Seguridad Nacional de EE.UU. había espiado las comunicaciones de varios líderes mundiales, incluyendo a ostensibles aliados como la canciller alemana, Angela Merkel.

En uno de los pocos comentarios críticos sobre el escándalo de los ciberataques, el exoficial de la CIA, John Kiriakou, procesado y encarcelado por el gobierno de Obama por divulgar información clasificada relacionada con la práctica de tortura de la CIA, señaló que el primer programa de acción encubierta de la CIA después de su creación en 1947 fue manipular las elecciones italianas de 1948, incluyendo el financiamiento de partidos anticomunistas y la publicación de documentos falsificados destinados a desacreditar al Partido Comunista.

La lista de acciones encubiertas emprendidas por la CIA para subvertir procesos democráticos incluye el derrocamiento del primer ministro iraní, Mohammed Mossadegh, en 1953; el derrocamiento del presidente guatemalteco, Jacobo Árbenz, en 1954; el asesinato del líder congolés, Patrice Lumumba, en 1961; el golpe militar y la masacre en Indonesia en 1965; el derrocamiento y asesinato de Salvador Allende en Chile en 1973; las varias décadas de intentos para asesinar a Fidel Castro en Cuba; entre otras innumerables acciones en América Latina, Oriente Medio, Asia y África.

Las acusaciones de los ciberataques en las elecciones estadounidenses están siendo utilizadas para movilizar el apoyo para una agresión contra un objetivo mucho más grande: Rusia.

El problema central que el Times y la prensa estadounidense están tratando de resolver es la ausencia de un apoyo popular significativo para la guerra, mucho menos contra el país que posee el segundo arsenal nuclear más grande del mundo. Por lo tanto, buscan contrarrestar esta oposición popular a través de una campaña macartista de mentiras, con toda oposición tildada de traición.

Al mismo tiempo, el Times está interviniendo en un conflicto cada vez más profundo dentro del Estado sobre la política exterior del gobierno entrante de Trump, con las facciones del aparato de inteligencia militar que apoyaron a Clinton decididas a impedir cualquier marcha atrás en la línea militarista que ha sido desarrollada contra Rusia.

El siguiente gobierno estadounidense representa un peligro real para la clase trabajadora. El gabinete de Trump está lleno de exgenerales militares, multimillonarios y ejecutivos de Wall Street. Pero esto no es lo que le molesta al Partido Demócrata ni al New York Times. Más bien, el conflicto dentro de la clase dominante es sobre cuál va a ser el próximo blanco del imperialismo estadounidense en sus interminables guerras. El Times está tratando de perfilar la oposición anti-Trump en un molde de histeria anti-Rusia.

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