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Perspectiva

El legado de Obama: guerra, represión y desigualdad

El “discurso de despedida a la nación” de Barack Obama, llevado a cabo el martes pasado, fue precedido por una sarta de publicaciones mediáticas relacionadas a su legado. Esto ha incluido tributos que retratan al presidente como un orador brillante, un reformador progresista, un visionario y un hombre del pueblo.

Para darle forma a esta narrativa, la Casa Blanca circuló un video el fin de semana protagonizando a los comediantes Ellen DeGeneres y Jerry Seinfeld, los actores Leonardo DiCaprio y Tom Hanks, la estrella de baloncesto Michael Jordan y otras celebridades, quienes presentaron los “momentos históricos que prueban que, sí, podemos crear progreso”. Tales ovaciones absurdas y nauseabundas no dan testimonio de las cualidades o logros del 44.º presidente de EE.UU., sino de la degradación intelectual, política y moral de la producción cultural estadounidense.

Obama y los sectores privilegiados alrededor del Partido Demócrata pueden utilizar halagos y técnicas de mercadeo para fabricar su legado, pero millones de personas más lo juzgarán por sus acciones.

Se necesitaría mucho más espacio del que está disponible aquí para exponer en detalle el balance de lo realizado por el gobierno de Obama. Sin embargo, cualquier evaluación objetiva de los últimos ocho años tiene que incluir los siguientes elementos:

1. Las guerras interminables

Obama es el primer presidente en la historia estadounidense en servir dos términos completos en guerra. Esto incluye el continuo derramamiento de sangre en Afganistán e Iraq, las campañas de bombardeos en Libia, los seis años de guerra para un cambio de régimen en Siria y el apoyo a Arabia Saudita en la destrucción de Yemen. Un estudio reciente encontró que, en el 2016, EE.UU. mantuvo fuerzas especiales en 138 países, 70 por ciento del total en el mundo.

Las llamadas “guerras del siglo XXI” que fueron iniciadas bajo Bush y expandidas bajo Obama, han ocasionado más de un millón de muertes y desplazado a millones más, lo cual sigue desencadenando la peor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial. El “pivote hacia Asia” de Obama ha incendiado varios focos de tensiones geopolíticas, como en el mar de China Meridional y el conflicto entre la India y Pakistán. El actual presidente le dejará al siguiente mandatario miles de tropas de la OTAN que siguen siendo desplegadas a lo largo y ancho de Europa del Este, en medio de una histeria militarista antirrusa que está siendo alimentada por la prensa y el mismo Partido Demócrata.

Obama es también el presidente de los drones, presidiendo sobre la muerte de unas 3.000 personas en Pakistán, Yemen, Somalia y Libia por ataques de estos aviones no tripulados, además de varios miles más en Irak y Afganistán.

2. Los derechos democráticos

Al menos tres de los individuos asesinados en ataques de drones eran ciudadanos estadounidenses. En el 2011, su administración declaró que el presidente tiene la autoridad para asesinar a cualquier persona, incluyendo a ciudadanos estadounidenses, sin el debido proceso legal. Esta acción simboliza apropiadamente la actitud del antes profesor en derecho constitucional sobre los derechos democráticos más básicos.

A pesar de haber prometido cerrar la prisión y centro de tortura estadounidense en Guantánamo desde su inauguración como presidente, Obama la ha mantenido abierta. Chelsea Manning, quien expuso valientemente los crímenes de guerra estadounidenses en Irak, está cumpliendo una condena de 35 años de prisión en Fort Leavenworth, Kansas, mientras que el gobierno de Obama ha dado penas de cárcel por espionaje a más denunciantes que todos los otros presidentes anteriores combinados. Edward Snowden tuvo que exiliarse a Rusia por amenazas de ser procesado penalmente o algo peor aún, mientras que el fundador de WikiLeaks, Julian Assange, sigue atrapado en la embajada ecuatoriana en Londres.

Los programas de espionaje masivos de la Agencia Nacional de Seguridad expuestos por Snowden siguen ahí, y nadie ha sido citado a un juicio a responder por las actividades indiscutiblemente ilegales e inconstitucionales de la institución. Tras insistir que hay que “mirar hacia adelante, no hacia atrás”, Obama dejó impunes a funcionarios del gobierno de Bush que institucionalizaron la tortura. Algunos de ellos, incluyendo al actual director de la CIA, John Brennan, fueron incluso nombrados a mejores puestos en la planilla de Obama.

Obama ha militarizado los departamentos de policía alrededor del país e intervino en la corte para defender abusos policiales que violaban claramente la Constitución.

3. La desigualdad social

Obama llegó al poder inmediatamente después de la crisis económica del 2008, y un enfoque de su administración ha sido recobrar los niveles de riqueza de la aristocracia financiera. Desde su punto más bajo en marzo del 2009 (dos meses después de la inauguración de Obama), los valores bursátiles fueron impulsados por las políticas de “expansión cuantitativa” de la Reserva Federal y se han triplicado con creces, beneficiando principalmente al uno por ciento más rico. Las ganancias corporativas trimestrales totales se dispararon de $671 mil millones a finales del 2008 a $1,64 billones en el 2016, mientras que la riqueza de los 400 estadounidenses más ricos aumentó de $1,57 billones a $2,4 billones.

Al otro extremo, los ocho años bajo Obama han traído una disminución en los salarios, un aumento en los costos de vida y un endeudamiento cada vez mayor. Casi el 95 por ciento de los puestos de trabajo añadidos durante la “recuperación económica” de Obama han sido puestos temporales o a tiempo parcial, según un estudio reciente de Harvard y Princeton, con el porcentaje de trabajadores en empleos temporales subiendo de 10,7 por ciento a 15,8 por ciento. Obama presidió sobre la quiebra de empresas automotrices tras la crisis, imponiendo un recorte salarial generalizado del 50 por ciento para nuevos empleados. Además, dio su apoyo a la restructuración tras la bancarrota de Detroit, donde recortaron severamente las pensiones de los trabajadores de la ciudad. Alrededor de la llamada “reforma educativa”, supervisó una ola de cierres de escuelas públicas y ataques contra los profesores, a quienes despidió en los cientos de miles.

En cuanto a su iniciativa principal a nivel doméstico, Obamacare o la Ley de Cuidado de Salud Asequible tuvo los resultados que se esperaban, primordialmente pasarles los costos médicos de las corporaciones y del Estado a los individuos. Los patrones han obligado a sus trabajadores a pagar precios desorbitantes por atención y cobertura deficientes.

Las consecuencias han sido devastadoras. La esperanza de vida en EE.UU. se disminuyó entre el 2014 y el 2015 por primera vez desde lo peor de la epidemia del SIDA en 1993, principalmente debido al salto de muertes por sobredosis de fármacos, suicidios y otras manifestaciones de malestar social.

Dos estadísticas adicionales son claves para ilustrar el legado de Obama. Desde el año 2009, aproximadamente 10,000 personas han muerto a manos de la policía en Estados Unidos y el gobierno de Obama ha deportado a tres millones de inmigrantes, más que cualquier otra administración en la historia estadounidense.

Luego, está Obama mismo. Lo más llamativo ha sido falta de integridad. Desde su primer discurso importante, en la Convención Nacional Demócrata del 2004, la prensa ha destacado a Obama como un gran orador. Sin embargo, a lo largo de doce años en altos cargos federales, incluyendo ocho en la Casa Blanca, Obama no ha dejado ni una oración memorable de sus discursos y entrevistas.

Todo lo que se ha dicho sobre Obama, quien llegó al poder tras ser nombrado “Vendedor del año”, es falso o artificial. Lo único que ha transmitido es indiferencia, una extraña apatía, un hombre sin cualidades.

Dicha personalidad es apta para su función. Más que nada, Obama ha sido el presidente de las agencias de inteligencia. Sus convicciones políticas no fueron más allá de leer los informes de la CIA.

Para la clase gobernante, la función un tanto más específica para Obama fue encubrir el dominio de su gobierno por parte de Wall Street y los mandos militares y de inteligencia con la política de identidad. El “cambio” que Obama llegó a representar fue en el color de su piel, no el contenido de sus políticas.

Las organizaciones de la clase media alta, nominalmente liberales y de pseudoizquierda, que además orbitan alrededor del Partido Demócrata, acogieron su llegada al poder como si fuese un evento “transformador”, explotando el hecho que el próximo presidente iba a ser un afroamericano para abandonar sus pretensiones de oposición al gobierno. Sin embargo, su mandato demostró que la categoría social de clase, y no la de raza, es la determinante.

A pesar del sinfín de comentarios “progresistas” sobre Obama, nadie parece capaz de explicar por qué es que los ocho años su gobierno dio paso al triunfo electoral de Donald Trump. La difícil realidad social, el enojo generalizado y la decepción que se viven en el país condujeron a que el Partido Demócrata, además de la imagen de la clase política en general, colapsará.

Obama ahora le deja al mundo un feroz conflicto entre dos facciones derechistas de la clase gobernante: aquellos asociados a Trump, quienes se están preparando para regir sobre un gobierno autoritario, militarista y oligárquico, y aquellos que lo critican furiosamente por su renuencia, hasta el momento, a continuar con los preparativos para librar una guerra contra Rusia.

El balance del legado de Obama y el personaje en sí reflejan a la clase política estadounidense—una estructura osificada y reaccionaria que carece de apoyo popular, maniobrando sobre una caldera de tensiones sociales en plena ebullición. El verdadero legado de Obama es la agravación de la crisis del capitalismo estadounidense y el surgimiento de un nuevo periodo de luchas sociales y revolucionarias.

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