Español
Perspectiva

La inauguración de Donald Trump: Un día que vivirá en la infamia

La inauguración de Donald Trump como el 45.o presidente de Estados Unidos es uno de los acontecimientos más abominables en la historia estadounidense. Se gastaron más de $ 100 millones en las celebraciones inaugurales del nuevo presidente, ¡en vano! Ninguna cantidad de dinero puede disipar el hedor nauseabundo que impregna cada aspecto de la inauguración. Las fiestas públicas orquestadas de manera fraudulenta tampoco pueden ocultar la sensación generalizada de que con este nuevo gobierno, el país seguirá un camino que conducirá a desastres de dimensiones inimaginables.

La historia ha alcanzado al capitalismo estadounidense. El proceso prolongado de decadencia económica y social fue oculto durante décadas con frases democráticas que sirvieron para encubrir la brecha entre los mitos políticos oficiales y la realidad subyacente. Pero se ha caído la máscara. Donald Trump personifica la corrupción, la crueldad, el parasitismo y la mentalidad esencialmente fascista de los oligarcas capitalistas que controlan los Estados Unidos.

Trump dirigirá un gobierno de los ricos y para los ricos. Generales jubilados han sido seleccionados para posiciones importantes de seguridad nacional, uniéndose al gabinete y personal de multimillonarios de la Casa Blanca de Trump, así como ideólogos ultraderechistas encargados de supervisar programas y servicios sociales que han dedicado sus esfuerzos políticos a destruir. La gente trabajadora pagará por los enormes recortes de impuestos para los super ricos y una acumulación militar masiva a través de la eliminación de programas sociales como la educación pública, Medicaid, Medicare y el Seguro Social, la brutal explotación laboral y la erosión de lo que queda de los derechos democráticos fundamentales.

Internacionalmente, el chauvinismo de ”América Primero" de Trump sienta las bases para una intensificación de conflictos económicos y geopolíticos. El último cuarto de siglo de guerra—comenzando con la invasión de Irak en 1991 y continuando con la interminable "guerra contra el terrorismo”— resultará ser sólo un preludio de operaciones militares aún más sangrientas. Incluso antes de asumir el cargo, Trump dejó claro que los EE.UU considerará incluso a sus antiguos aliados europeos como competidores que serán tratados como enemigos si se ponen en medio de los intereses de EE.UU.

Dentro de la élite gobernante hay divisiones profundas sobre tácticas, develadas en los conflictos políticos sin precedentes que estallaron después de las elecciones. Sin embargo, los ataques de los demócratas y republicanos contra Trump no están centrados en la política ultra-derechista que se ha comprometido a llevar a cabo, sino en la dirección de la planificación de guerra estadounidense. Las facciones de la elite corporativa y del aparato de inteligencia militar que respaldaron a Clinton quieren asegurarse de que no haya un retroceso en la postura agresiva contra Rusia, mientras que Trump ha dirigido sus ataques retóricos, por ahora, contra China y, más recientemente, Alemania.

Por más amargas que sean sus disputas, todos los sectores de la clase dominante están unidos en su convicción de que 1) el imperialismo estadounidense debe promover sus intereses globales, incluso arriesgando guerra; y 2) el ataque contra los intereses sociales y los derechos políticos de la clase obrera debe intensificarse. Que Trump habla y escribe tweets no sólo por sí mismo sino en nombre de la clase dominante se demuestra por el hecho de que las selecciones para su gabinete de multimillonarios y generales han pasado sus confirmaciones en el senado con una oposición insignificante. En cuanto a Obama, dedicó su última conferencia de prensa el 18 de enero trabajando para garantizarle legitimidad política al nuevo gobierno y declaró que, al haber ganado, "es apropiado que [Trump] siga adelante con sus visiones y sus valores.”

Con la llegada de Trump, la clase dirigente anticipa el resurgimiento de un mítico pasado estadounidense— una tierra donde la oligarquía capitalista es libre de explotar a la población y contaminar el medio ambiente todo lo que quiera; Donde la clase obrera no tiene derechos sociales significativos, incluido el derecho a la educación pública, la atención médica y la seguridad durante la jubilación; Donde la policía puede mutilar y matar sin preguntas; Donde las empresas pueden pagarle menos a los trabajadores, despedirlos a su voluntad e incluso utilizar el trabajo infantil; Y donde los prejuicios más viles son cinicamente utilizados y los derechos democráticos fundamentales son pisoteados.

Pero esta visión pesimista y distópica de un infierno capitalista no puede realizarse sin el desencadenamiento del conflicto social en una escala que empequeñecería las grandes luchas industriales de los años treinta. Los próximos choques políticos y sociales sacudirán a la clase obrera estadounidense en acción. Los escépticos—que se encuentran en abundancia entre los académicos universitarios y las organizaciones políticas pseudo-izquierdistas antimarxistas de la clase media acomodada— descartan la misma posibilidad de una lucha masiva de la clase obrera. Aquellos que rechazan todos los esfuerzos para educar políticamente a la clase obrera señalan la ausencia de una conciencia revolucionaria masiva. Sin embargo, su escepticismo expresa su propia ignorancia e indiferencia hacia los procesos históricos que sentaron las bases para las erupciones revolucionarias. Como León Trotsky, el mayor estratega de la lucha de clases revolucionaria del siglo pasado, escribió:

Esos cambios rápidos que experimentan las ideas y el estado de espíritu de las masas en las épocas revolucionarias no son producto de la elasticidad y movilidad de la psiquis humana, sino al revés, de su profundo conservadurismo. El rezagamiento crónico en que se hallan las ideas y relaciones humanas con respecto a las nuevas condiciones objetivas, hasta el momento mismo en que éstas se desploman catastróficamente, por decirlo así, sobre los hombres, es lo que en los períodos revolucionarios engendra ese movimiento exaltado de las ideas y las pasiones que a las mentalidades policiacas se les antoja fruto puro y simple de la actuación de los “demagogos”.

A pesar de todo el entusiasmo y fanfarronería de Donald Trump, su gobierno es, en última instancia, el producto de la crisis desesperada que aflige al capitalismo estadounidense. Sus políticas imprudentes pondrán en marcha fuerzas tanto dentro de los EE.UU como internacionalmente que no puede controlar.

En esta nueva situación, la tarea política más urgente es la construcción de un movimiento socialista revolucionario de la clase obrera, independiente y opuesto a los partidos corporativos, tanto los demócratas como los republicanos. Es esta la tarea a la que se dedican el Partido Socialista por la Igualdad Socialista en los Estados Unidos y sus co-pensadores en el Comité Internacional de la Cuarta Internacional.

El PSI lucha por una respuesta socialista e internacionalista al gobierno de Trump y a la crisis del sistema capitalista. En oposición al control oligárquico de la riqueza de la sociedad, el PSI exige la transformación de las corporaciones y bancos masivos en servicios públicos controlados democráticamente para servir las necesidades sociales, no el beneficio privado. Hacemos un llamado para una redistribución masiva de la riqueza para avanzar el objetivo de la igualdad social y asegurar los derechos fundamentales de la clase obrera a un trabajo bien remunerado, una atención sanitaria y educativa de calidad, una jubilación segura y cómoda y un medio ambiente saludable.

En oposición al veneno nacionalista de la clase dirigente y al impulso de la guerra, el Partido Socialista por la Igualdad lucha por la unidad internacional de todos los trabajadores. Los trabajadores deben oponerse a todos los esfuerzos para hacer a los inmigrantes o trabajadores de otros países chivos expiatorios, y rechazar todos los esfuerzos para sembrar divisiones a lo largo de raza y género.

La llamada de Trump de ”Hacer a América Grande Otra Vez” es en realidad un llamado a la guerra de clases, la violencia militar y la dictadura. En respuesta, los trabajadores deben adoptar la orgullosa bandera de la unidad internacional, la igualdad y el socialismo.

Instamos a los trabajadores y a todos aquellos que buscan un camino adelante en contra el gobierno de Trump a leer el World Socialist Web Site y unirse al PSI para construir un nuevo liderazgo revolucionario de la clase obrera.

Loading