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Perspectiva

Trump deja escapar verdad sobre asesinatos de EE.UU. y la prensa se enfuria

Las declaraciones del presidente Donald Trump hechas durante una entrevista el domingo pasado con el comentarista Bill O'Reilly de Fox News, quien llamó a Putin “un asesino”, continúan provocando furor y denuncias hipócritas por parte de las principales figuras del Partido Demócrata y el Republicano.

Respondiéndole a O'Reilly sobre Putin, Trump dijo: “Hay muchísimos asesinos. Nosotros tenemos muchísimos asesinos. ¿O creías que nuestro país es tan inocente?”.

Trump luego se refirió a Irak para respaldar su declaración. O'Reilly se puso pálido. Claramente no sabía qué decir. El nuevo líder del “Mundo Libre” se había separado seriamente del guión.

Para las cúpulas políticas y la prensa, esta es una ofensa imperdonable: Trump —en este caso específico y por razones puramente pragmáticas e inmediatas— dijo algo verdadero sobre el rol del imperialismo en el mundo.

La respuesta oficial de indignación ante el comentario de Trump no tendrá un efecto significativo en el público en general. ¿Creen los políticos y la prensa que la población es tan ingenua y su memoria tan corta? Estados Unidos es un país donde el film El caso Bourne (Bourne Identity en inglés) y sus innumerables secuelas, cuya premisa básica es que el gobierno estadounidense es controlado por asesinos, son de las películas más vistas durante los últimos veinte años. Dicha premisa está bien fundamentada en los hechos. Durante los últimos setenta años, un gran número de presidentes y altos funcionarios estatales han participado en la autorización y ejecución de innumerables atrocidades. Muchos informes oficiales del gobierno y de las audiencias del Congreso han documentado estos crímenes.

En una reseña del libro Un gran lugar para tener una guerra: Estados Unidos en Laos y el nacimiento de la CIA militar (A great place to Have a War: America in Laos and the Birth of the Military CIA) de Joshua Kurlantzick , el reportero Scott Shane escribe el 3 de febrero en el New York Times :

“En septiembre del año pasado en Vientián, la capital de Laos, Barack Obama mencionó un hecho sorprendente: entre 1963 y 1974, EE.UU. lanzó dos millones de toneladas de bombas en Laos, más que el total que fue descargado sobre Alemania y Japón juntos durante la Segunda Guerra Mundial. Esto hace a Laos, que es un poco más pequeño que Michigan, la nación más bombardeada en la historia, dijo el Presidente. Más de cuatro décadas después del final de la guerra, aún queda material explosivo no detonado que sigue matando y mutilando a laosianos y Obama anunció que iba a duplicar el financiamiento estadounidense para extraerlo”.

Sobre un pasaje del libro de Kurlantzick, Shane señala: “En su primer mandato presidencial, Richard M. Nixon intensificó el bombardeo de 15 misiones por día a 300 por día. ‘¿A cuántos matamos en Laos?’, le preguntó Nixon a Henry Kissinger un día en una conversación grabada. Kissinger le respondió: ‘En la cosa en Laos, matamos a unos 10 o 15”—quería decir 10.000 o 15.000 personas. El eventual número de víctimas alcanzó 200.000”.

Cuando se trata de matanzas, el gobierno estadounidense no tiene paralelo. En las múltiples guerras de agresión, en Corea, Vietnam, Afganistán, Irak, Libia y la guerra de cambio de régimen en Siria, el imperialismo norteamericano ha matado y herido a decenas de millones de personas.

La principal acusación contra Trump, de parte de supuestos liberales demócratas y republicanos derechistas, es que insinuó una “equivalencia moral” entre Rusia y Estados Unidos. Esta fue una frase utilizada durante la Guerra Fría para justificar los crímenes de EE.UU. y sus aliados, incluyendo las sangrientas dictaduras en América Latina y el régimen de Apartheid en Sudáfrica, en términos en los que es imposible equivaler moralmente al líder del “Mundo libre” y al “malvado imperio” soviético.

En realidad, no se pueden equivaler. En cuanto a masacres y matonismo a nivel mundial, Putin es virtualmente insignificante en comparación con los gobernantes estadounidenses.

Al haber participado en estas críticas reaccionarias, el Partido Demócrata demuestra que su oposición a Trump no tiene nada de contenido progresista. El lunes pasado, la congresista de California, Maxine Waters, una demócrata supuestamente de “izquierda” y miembro líder del Caucus Negro del Congreso, manifestó que Trump debería ser sometido a un juicio político por “envolver sus brazos alrededor de Putin mientras Putin continúa avanzando hacia Corea [sic]”.

Detrás del furor provocado por los comentarios de Trump sobre Putin, se encuentra una élite política fuertemente dividida sobre cuestiones estratégicas para el imperialismo norteamericano y los preparativos bélicos de Washington, los cuales quedaron expuestos con el traspaso de poderes.

Estas diferencias se han ido profundizando con los recientes acontecimientos en Siria. La recuperación del este de Alepo, que era el último bastión urbano controlado por los “rebeldes” apoyados por EE.UU., por parte del gobierno sirio fue un revés colosal para la política estadounidense en Oriente Medio.

Dentro de los círculos de política exterior, se le recrimina duramente al gobierno de Obama por haberse echado atrás en ir a la guerra contra Siria en el 2013 utilizando las falsas acusaciones del uso de armas químicas por parte del gobierno sirio. Muchos en la élite política consideran que habría sido más provechoso para EE.UU. intervenir militarmente, sin importar las nuevas catástrofes que eso generara.

Un artículo publicado en el diario Washington Post el lunes, advirtiendo que EE.UU. está frente a “un Irán mucho más fuerte” tras “años de conmoción en el mundo árabe”, detalla de forma cruda la situación que enfrenta Washington:

Irán y Rusia han luchado juntos para asegurar la supervivencia del régimen del presidente Bashar al-Assad y ahora están buscando un acuerdo de paz en alianza con Turquía, que excluye a Estados Unidos. EE.UU. ha quedado con pocos amigos y poca influencia, aparte de los kurdos en el noreste del país.

Rusia controla los cielos sobre Siria y Turquía ejerce influencia sobre los rebeldes, pero Irán impone su influencia sobre el terreno...

Las ideas de Trump de “respetar” a Putin, colaborar con Rusia en la guerra contra ISIS en Siria y reducirle las sanciones al Kremlin no se tratan de una influencia secreta que ejerce Rusia sobre Trump, como lo han sugerido los demócratas. Por el contrario, es parte de una estrategia determinada de Washington que intenta separar a Rusia de Irán para abrirse paso en Oriente Medio e iniciar una nueva guerra, mientras que al mismo tiempo intensifica agresivamente sus provocaciones contra China.

Citando a oficiales del gobierno sin nombrarlos, el periódico Wall Street Journal describió el lunes pasado esta política: “La Administración está explorando cómo romper la alianza militar y diplomática de Rusia con Irán... La estrategia que está emergiendo busca conciliar las adulaciones aparentemente contradictorias del presidente Donald Trump para mejorar las relaciones con el presidente ruso, Vladimir Putin, y los desafíos agresivos contra la presencia militar de Irán”.

El estratega en Jefe de la Casa Blanca y asesor principal de Donald Trump, Stephen Bannon, un estudiante y admirador de Adolf Hitler, sin duda ve el pivote de Washington hacia Moscú a través del prisma histórico del Pacto Stalin-Hitler, que preparó el terreno para la Segunda Guerra Mundial, una guerra que cobró 20 millones de vidas soviéticas.

El gobierno de Putin es susceptible a estas maniobras ya que comparte toda la estupidez, atraso político y miopía de la burocracia contrarrevolucionaria encabezada por Stalin. Putin está al frente de un régimen que representa a una camarilla insaciable de oligarcas que se enriquecieron a través del robo de propiedades públicas y de la extracción y comercio de recursos pertenecientes a la antigua Unión Soviética. Ansían el momento en que sean eliminadas las sanciones de EE.UU. para poder acelerar su acumulación de riqueza a expensas de la clase obrera rusa.

Dentro de la élite política estadounidense y el enorme aparato militar y de inteligencia, existe una oposición feroz contra la política exterior de Trump. Incontables recursos políticos, militares y financieros fueron invertidos en la escalada militar contra Rusia, el golpe de Estado en Ucrania, y el despliegue de miles de tropas estadounidenses y de la OTAN en la frontera occidental de Rusia. Además, secciones importantes consideran que tal cambio en la estrategia imperialista es imprudente y plantea graves peligros.

Mientras que la indignación y la atención del público en general se han enfocado en las medidas antidemocráticas de Trump—como el veto a musulmanes y refugiados, las órdenes para construir un muro en la frontera sur y los decretos dirigidos a una escalada masiva en la captura y deportación de inmigrantes indocumentados—, dentro de la clase gobernante, se está librando una lucha severa sobre estrategia imperialista.

Este conflicto interno involucra a dos bandos de asesinos comprometidos a la expansión del militarismo estadounidense en aras de salvaguardar los intereses capitalistas de los bancos y empresas transnacionales de Estados Unidos. Independientemente del lado que prevalezca, la amenaza de otra guerra mundial, arraigada en la crisis del capitalismo global, sólo continuará creciendo.

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