Según la Casa Blanca, el discurso del presidente estadounidense, Donald Trump, de la noche del martes ante las dos Cámaras del Congreso, “dará una visión optimista del país” e “invitará a los estadounidenses de todas las procedencias a unirse al servicio de un futuro más fuerte y brillante para nuestra nación”.
El simple hecho de que Trump se pronuncie ante el Congreso comprueba que el “estado de la Unión” no es ni optimista ni brillante. Trump y su gobierno de matones son testimonio de la avanzada decadencia de la cultura política de Estados Unidos. La agenda que está siendo implementada a gran velocidad ampara un futuro de guerras interminables, dictadura y devastación para la clase obrera de todo el mundo.
Las primeras cinco semanas del nuevo gobierno han puesto este hecho en evidencia. Trump ha llenado su gobierno de CEOs, multimillonarios, militares y otros individuos dedicados a lo que el estratega en jefe, Stephen Bannon, llamó la semana pasada “deconstruir el Estado administrativo”. En una directiva anunciada ayer, el gobierno de Trump solicitó un enorme aumento del 10 por ciento en el gasto militar, el cual ha de ser pagado con recortes en todo lo demás: educación pública, transporte, vivienda, capacitación laboral, las artes, controles de contaminación y normativas de salud y seguridad laboral.
El “Estado administrativo” ha de ser reemplazado con una guarnición militar, subordinando todos los recursos de la sociedad estadounidense a los preparativos de la burguesía para otra guerra mundial.
Una de las primeras acciones del nuevo gobierno ha sido reprimir con brutalidad a los trabajadores inmigrantes. Miles están siendo detenidos y deportados, mientras en Washington se diseñan los planes para enormes campos de internación. El gobierno también está incitando a actuar a los elementos más rezagados y reaccionarios de la sociedad estadounidense, como lo evidencia la ola de amenazas de bomba en centros comunitarios judíos y el tiroteo motivado por cuestiones raciales contra dos hombres indios en Kansas la semana pasada.
Todas las acciones del gobierno son parte de una estrategia política definida. No se debería dudar en utilizar la palabra “fascismo”. El lenguaje utilizado por Bannon contra “la prensa globalista y corporativista” y por Trump en sus demandas de “lealtad total a los Estados Unidos de América” y en su llamado al “orgullo nacional” en la “sangre de los patriotas” es inspirado por Mussolini y Hitler. El gobierno de Trump y Bannon busca utilizar el inmenso poder de la presidencia estadounidense para el desarrollo de un movimiento de tendencia fascista, que tomará formas cada vez más extraparlamentarias.
A lo largo de su campaña y en las primeras semanas de su mandato, Trump ha mercadeado su retórica hacia el descontento y frustración de sectores amplios de la población. A través de sus falsa retórica sobre el “hombre olvidado” y “hacer a EE.UU. grande otra vez”, Trump busca encauzar la ira social en una dirección militarista y autoritaria dirigida contra los presuntos “enemigos” en el extranjero.
Trump no tiene un apoyo de masas. De hecho, su gobierno es el menos popular de la historia estadounidense. Las encuestas demuestran que gran parte de la población se opone a sus ataques contra los inmigrantes y otras medidas reaccionarias. Además, las primeras semanas desde la inauguración estuvieron marcadas por los millones de personas que tomaron las calles en EE.UU. y alrededor del mundo.
Sin embargo, al no haber una alternativa política progresista para todo el furor social, la extrema derecha se fortalece. Esto no ocurre sólo en Estados Unidos, sino también en Europa, donde la extrema derecha y los movimientos políticos fascistas están ganando ímpetu.
La mayor ventaja del gobierno de Trump es el carácter débil y reaccionario de sus críticos en la élite política. Los demócratas están haciendo todo lo posible para contener y desorientar la oposición popular. Junto con sus aliados en la prensa, están promoviendo una vil campaña propia del macartismo, acusando al presidente de ser “demasiado suave” con Rusia. Su estrategia es doble. Quieren presionar a Trump para que adopte la agenda de las cúpulas militares y de inteligencia, mientras que desvían la ira de millones de trabajadores y jóvenes lejos de cualquier desafío al sistema capitalista.
La llegada al poder de Trump fue responsabilidad del Partido Demócrata y la “izquierda” oficial. Los demócratas, al igual que el gobierno de Trump, son un instrumento político de Wall Street y de las agencias de inteligencia. Las políticas de los ocho años bajo Obama tras la crisis económica del 2008 iban dirigidas a rescatar y enriquecer a Wall Street. Lejos de haber sido imputada por sus actos criminales y estafas que desencadenaron la crisis, la aristocracia financiera es ahora más rica que nunca. El gobierno de Obama además continuó y amplió las guerras iniciadas durante el mandato de Bush, aceleró el desmantelamiento de los derechos democráticos y empoderó más a las agencias de inteligencia.
Durante la campaña electoral del 2016, Hillary Clinton fue la candidata de Wall Street y del statu quo, incluso rehusando reconocer el descontento de masas. El viraje hacia la izquierda de amplios sectores de la clase obrera y la juventud se vio reflejado en el apoyo a la campaña del senador de Vermont, Bernie Sanders, y su llamado a una “revolución política” contra “la clase de multimillonarios”. La tarea de Sanders fue canalizar el enojo social detrás de la campaña de Clinton, lo cual contribuyó considerablemente a la victoria de Trump. Sanders continúa desempeñando ese mismo papel como parte de la dirigencia del Partido Demócrata en el Senado.
Trump también se ha visto favorecido por la obsesión del Partido Demócrata y de las organizaciones que lo orbitan con la política de identidad racial, étnica y de género. Los demócratas y sus apologistas se oponen a cualquier movimiento contra Trump que se asocie con reformas sociales y políticas de redistribución económica, más allá de una distribución más admisible dentro del 10 por ciento más rico de la población. Por lo tanto, son incapaces de formar la base para oponerse al chauvinismo reaccionario de la derecha de tendencia fascista.
En el análisis final, la llegada al poder de Donald Trump refleja la prolongada y terminal crisis del capitalismo estadounidense. Trump no es una excepción sino la norma de una sociedad en decadencia. La feroz disputa dentro de la clase gobernante no significa que sus facciones hayan abandonado la convicción del imperialismo norteamericano de controlar el mundo e intensificar sus ataques contra la clase obrera. Al contrario, bajo Trump, la clase gobernante está iniciando una nueva etapa dentro de este catastrófico proyecto.
Las conclusiones políticas esenciales deben ser extraídas. Es imposible separar la lucha contra el gobierno de Trump de la lucha contra el orden social y económico desde donde germinó: el capitalismo. La fuerza social que debe movilizarse contra Trump es la clase obrera, cuya oposición al nuevo gobierno será la única real y duradera.
El Partido Socialista por la Igualdad está luchando por armar a la clase obrera con un programa político que ofrece una solución real a los problemas que enfrenta. La clase obrera sólo puede defender sus derechos básicos — un trabajo seguro y bien remunerado, atención médica, una vivienda, educación, una jubilación digna — mediante un ataque frontal contra la riqueza de la élite empresarial y financiera. Debe tomar la enorme fortuna que ha sido acumulada a través de fraudes y especulación por los más ricos y vencer el dominio de la aristocracia financiera para transformar los grandes bancos y corporaciones en utilidades públicas, administradas democráticamente para satisfacer las necesidades sociales y no el mero afán de lucro privado.
Debe ser reafirmada la conexión entre los intereses sociales de la clase obrera y la lucha contra la guerra imperialista, la cual amenaza con desencadenar una catástrofe a nivel global. El PSI busca contrarrestar el nacionalismo reaccionario y de tendencia fascista que promueven Trump y las corrientes políticas similares en los otros países por medio de la unificación de los trabajadores de todas las nacionalidades, etnicidades y géneros con base en sus intereses de clase comunes.
La tarea más fundamental y urgente es la construcción de la dirección revolucionaria de la clase obrera: el PSI y nuestra organización internacional, el Comité Internacional de la Cuarta Internacional. El gobierno de Trump representa un peligro claro y presente. Sólo puede ser combatido mediante la organización sistemática, persistente e inaplazable de la clase obrera en lucha por el socialismo.