Surge rápidamente un conflicto entre Estados Unidos y Corea del Norte que peligra con envolver al noreste de Asia y al resto del mundo en una catastrófica guerra entre potencias nucleares.
En medio de una estridente campaña mediática en EE.UU. y alrededor del mundo que busca crear una impresión desproporcionada de la amenaza que representa el régimen norcoreano, el gobierno de Trump declaró considerar “todas las opciones” para desarmar y subordinar a Pyongyang.
Han servido de pretexto los ensayos norcoreanos con cuatro misiles de mediano alcance la semana pasada, tras la prueba en febrero de un nuevo misil de alcance intermedio. Sin embargo, las amenazas militares estadounidenses están ocurriendo tras meses de conversaciones en los más altos niveles militares y de política exterior estadounidenses sobre cómo impedir que Corea del Norte obtenga misiles balísticos intercontinentales (ICBM; Inter-Continental Ballistic Missiles) capaces de alcanzar América del Norte.
Tras su elección, Donald Trump recibió la recomendación del entonces presidente Barack Obama, quien, según el New York Times, estaba considerando medidas más extremas contra Pyongyang, de poner a Corea del Norte como su más alta prioridad en seguridad. Desde que asumió el cargo, el gobierno de Trump ha estado llevando a cabo una revisión de la estrategia hacia Pyongyang, considerando todas las opciones. Un funcionario de la Casa Blanca le comentó al Wall Street Journal que tienen en mente medidas “fuera de la corriente general” como “un cambio de régimen” y ataques militares a instalaciones nucleares y otros activos militares norcoreanos.
Mostrándose preocupado, el New York Times publicó un editorial la semana pasada con el título “Aumentan las tensiones con Corea del Norte”, donde subraya los peligros de una guerra en el noreste asiático. “Aún no está clara la forma en la que el señor Trump va manejar la creciente crisis, pero ha demostrado una inclinación a responder agresivamente”, escribió el periódico. “El lunes, la Casa Blanca denunció las pruebas de misiles y advirtió que habrán ‘consecuencias muy graves’”.
El editorial señaló que el gobierno de Obama estaba empleando ataques informáticos y electrónicos contra los sistemas de misiles de Corea del Norte, y añadió que, “Las otras opciones incluyen algún tipo de acción militar, presumiblemente contra las bases de lanzamiento, y seguir presionando a China para que interrumpa su apoyo. La administración de Trump también ha discutido reintroducir armas nucleares en Corea del Sur, una idea muy peligrosa”.
El gobierno chino se encuentra profundamente inquieto ante la posibilidad de una cercana guerra que involucre a su aliado, Corea del Norte. En un lenguaje inusualmente contundente, el canciller chino, Wang Yi, advirtió que Estados Unidos y Corea del Norte son como “dos trenes acelerando uno hacia otro sin ningún lado dispuesto a ceder”. El gobierno de Trump rechazó rotundamente la propuesta de China de “una doble suspensión”, deteniendo el programa nuclear y de misiles de Corea del Norte junto con los enormes ejercicios de guerra de Estados Unidos en Corea del Sur, para dar inicio a nuevas negociaciones.
Al omitir una reanudación de las conversaciones, la Casa Blanca está dirigiéndose a una confrontación, no sólo con Corea del Norte, sino también con China. Al planificar una acción militar contra Corea del Norte, Estados Unidos también está amenazando a China, a la cual considera como el reto más inmediato a su hegemonía global.
Trump y su gabinete ya han amenazado a China con imponerle medidas comerciales ofensivas y con intervenir militarmente en los islotes chinos en el mar de China Meridional. El despliegue en curso de una batería de misiles antibalísticos THAAD (Terminal High Altitude Area Defence) en Corea del Sur es parte de una red integrada de sistemas de antimisiles diseñada para facilitar una guerra nuclear contra China o Rusia.
Un ataque preventivo de Estados Unidos contra Corea del Norte sería un acto de guerra con incalculables consecuencias. Mientras que las fuerzas norcoreanas no son rival para el poder militar del imperialismo norteamericano y sus aliados; aun así, su ejército tiene presuntamente más de un millón de soldados y una gran variedad de misiles y artillería convencionales. Más allá, gran parte de sus fuerzas están resguardadas detrás de la fuertemente fortificada zona desmilitarizada y son capaces de bombardear a la densamente poblada capital surcoreana de Seúl.
En caso de una guerra, el grado de devastación en la península coreana sería enorme, aun sin el uso de armas nucleares. En 1994, el presidente Bill Clinton estuvo a punto de ordenar un ataque contra las instalaciones nucleares norcoreanas, pero se retrajo en el último momento cuando el Pentágono le dio una sobria estimación del resultado: de trecientas a quinientas mil bajas militares surcoreanas y estadounidenses.
Actualmente, lo más probable es que una guerra no sería ni convencional ni se limitaría a la península. El Pentágono ha incluido en sus planes un conflicto mucho más amplio. En diciembre del 2015, el presidente de la Junta de Jefes del Estado Mayor estadounidense, el general Joseph Dunford, dijo que cualquier conflicto contra Corea del Norte sería inevitablemente “transregional y de ámbitos y funciones múltiples”, en otras palabras, una guerra mundial que implicaría la participación de otras potencias y el uso de todo tipo de armas, incluyendo bombas nucleares.
El peligro inmediato de una guerra se ve agravado por el hecho de que todos los gobiernos envueltos en el conflicto están en medio de crisis económicas, políticas y sociales. La remoción de la presidenta surcoreana, Park Geun-hye del viernes pasado refleja concretamente esta situación. Frente a elecciones anticipadas y una posible derrota, el Partido Libertad de Corea derechista, actualmente en el poder, tiene un claro incentivo de atizar las tensiones militaristas con su vecino del norte para desviar la atención de la crisis política interna.
Por otra parte, los ejercicios militares que se están llevando con más de 320.000 soldados estadounidenses y surcoreanos, con el respaldo del arsenal naval y aéreo más sofisticado de EE.UU., constituyen una oportunidad ideal para atacar. Hasta el año pasado, los ejercicios anuales, que vienen a ser prácticamente ensayos para una guerra con Pyongyang, se han basado en nuevos planes operacionales cada vez más agresivos que incluyen ataques preventivos a instalaciones militares norcoreanas e incursiones para asesinar a los líderes del país.
La respuesta de los gobiernos en China y Corea del Norte ante las amenazas estadounidenses ha sido absolutamente reaccionaria. Por un lado, buscan un nuevo acuerdo con Washington, pero, por el otro, están emprendiendo una carrera armamentista que tan sólo aumenta el peligro de una guerra. Ningún régimen tiene nada que ver con el socialismo ni representa los intereses de la clase obrera. Su fomento activo del nacionalismo actúa como una barrera para la unificación de los trabajadores en Asia y EE.UU. en oposición a las guerras imperialistas.
El factor más desestabilizante es Estados Unidos, cuya élite política está en medio de una disputa entre facciones divididas en política exterior y acusaciones de ciberataques. Existe un peligro real de que el gobierno de Trump recurra a una guerra contra Corea del Norte para dirigir las tensiones sociales y políticas internas hacia un “enemigo común” en el exterior.
El peligro de un catastrófico conflicto armado no surge a partir de iniciativas individuales ni las de ningún partido en particular. Más bien, el agravamiento de la crisis del capitalismo internacional y la insoluble contradicción entre una economía global y la división del mundo en Estados-nación rivales crean la posibilidad de la guerra. No obstante, es precisamente la crisis del sistema de lucro capitalista que también crea las condiciones objetivas y plantea la necesidad política para que la clase obrera luche por su propia salida revolucionaria a la crisis, que consiste en un movimiento antibélico que unifique a la clase obrera internacional con base en una perspectiva socialista para poner fin al capitalismo antes de que éste sumerja a la humanidad en la barbarie.