En la rueda de prensa vespertina del lunes en la Casa Blanca, la primera pregunta para el portavoz del gobierno de Trump, Sean Spicer, fue, “¿Es cierto que el presidente colaborará con los demócratas después de lo ocurrido con la cuestión del cuidado de salud?” Su respuesta, con cierta elaboración, fue afirmativa.
Este intercambio se refirió a los acuerdos tras bastidores en Washington, donde la cúpula del Partido Demócrata ha dado señales de estar lista para trabajar con Trump en implementar más ataques en el sector de salud y recortes impositivos para los ricos.
Dicha apertura se evidenció minutos después de que la Casa Blanca y los líderes congresistas republicanos decidieran retirar el proyecto de ley para derogar Obamacare antes de ser votado. Ambos, el presidente Trump y el líder de la minoría demócrata en el Senado, Charles Schumer, señalaron estar dispuestos a una colaboración bipartidista. La Ley Estadounidense del Cuidado de Salud (AHCA; American Health Care Act), como se llamó el proyecto de derogación, fue condenada al fracaso por la oposición dentro del mismo caucus republicano, particularmente por aquellos que exigieron un ataque aun más reaccionario contra el acceso a la salud.
Trump respondió al fracaso con su usual torrente de injurias, esta vez dirigidas contra el grupo ultraderechista del Freedom Caucus y los demócratas en la Cámara de Representantes. Estos últimos se comprometieron a votar por unanimidad en contra del plan para revocar Obamacare. Sin embargo, Trump no tardó en cambiar su tono, declarando que está al alcance un acuerdo bipartidista en salud. “Creo que va a pasar — declaró el viernes pasado —, estoy en completo acuerdo que así sea”. Schumer respondió que los demócratas estarían dispuestos a colaborar, con tal de que sea para “corregir” Obamacare en lugar de su eliminación.
El domingo, los comentarios de Trump y los de los demócratas “parecieron estar coordinados”, como escribió el diario Washington Post. Trump tuiteó más insultos contra el Freedom Caucus, mientras que su jefe de personal, Reince Priebus, apareció en Fox News cortejando al supuesto partido de oposición. “Sería bueno tener a los demócratas a bordo”, indicó. “Creo que los demócratas también pueden tener su lugar en la mesa”. Luego, citó a Trump cuando dijo que, “Quizás es hora de empezar a hablar con algunos demócratas moderados y, ya sabes, llegar a una solución bipartidista”.
En una entrevista con ABC News el mismo día, Schumer de nuevo respondió positivamente. “Nosotros tenemos ideas, ellos tienen ideas para intentar mejorar Obamacare”, dijo y añadió, “Nunca dijimos que era perfecto. Siempre dijimos que trabajaríamos con ellos para mejorarlo”. Además, advirtió que Trump “perdería otra vez” en sus propuestas, como los recortes impositivos, si insistía en limitarse a tratar sólo con los congresistas republicanos. En cambio, si comenzara a trabajar con los demócratas, manifestó Schumer, “su mandato podría ser diferente”.
Una respuesta aún más efusiva provino del senador demócrata, Bernie Sanders, quien se refirió a la demagogia de la campaña presidencial de Trump en cuanto a los altos costos médicos como un potencial punto de consenso. En el programa “Estado de la Unión” de CNN, el otrora crítico de la “clase de multimillonarios” propuso tener una alianza con el multimillonario presidente. “Una de las cosas sobre las que habló fue reducir el costo de los medicamentos recetados”, dijo Sanders. “En este momento, hay un proyecto de ley maravilloso en el Senado para lograr eso. Presidente Trump, venga a bordo. Vamos a trabajar juntos”.
Este fue el contexto de las declaraciones de Spicer del lunes por la tarde.
Ningún acuerdo entre los congresistas demócratas y la Casa Blanca sobre la “reforma” de Obamacare tendrá nada que ver con mejorar el acceso a la salud. Como muchos lo han señalado, el ACA de Obama y el AHCA de Paul Ryan tienen la misma estructura: ambos defienden que el sistema de salud sea con fines de lucro y controlado por las corporaciones y que el gasto de la salud lo incurra la clase obrera y no los empleadores ni el gobierno más allá de subsidios estatales y créditos fiscales que respalden las finanzas de los conglomerados de seguros.
Con respecto al próximo punto importante en la agenda del Congreso — el plan de Trump de reducir dramáticamente los impuestos de los ricos y de las corporaciones estadounidenses —, el margen de consenso entre ambos partidos es bastante amplio. El gobierno de Obama sugirió tal medida varias veces, mientras que Schumer mantiene lazos verdaderamente estrechos con Wall Street, recibiendo más donaciones de campaña de grupos financieros que cualquier otro candidato no presidencial. Asimismo, el Partido Demócrata tiene una larga historia de acuerdos fiscales proempresariales bajo presidentes republicanos, desde Ronald Reagan a George W. Bush.
Los gestos conciliatorios de los demócratas deshacen la mentira de que existen diferencias fundamentales entre los demócratas y los republicanos en cuanto al acceso a la salud, o políticas económicas o domésticas en general. Apenas se disipó el estruendo inicial por la victoria sorpresiva de Trump, Schumer y compañía ya estaban considerando posibles acuerdos con el presidente electo, mencionando, por ejemplo, un plan bipartidista en infraestructura, el cual no sería de ninguna manera un esfuerzo auténtico para reconstruir las decrépitas ciudades, escuelas, carreteras y otros servicios públicos del país, sino simplemente otra exención fiscal para las corporaciones y los ricos.
El mismo Barack Obama, como presidente saliente, declaró que los comicios presidenciales sólo se tratan de un “juego interno” con jugadores del mismo equipo, probablemente la declaración más honesta que hizo en sus ocho años en el poder. Cuando Trump formó su gabinete presidencial, llenándolo de multimillonarios, generales e ideólogos ultraderechistas — incluyendo al fascista Steven K. Bannon como asesor en jefe de la Casa Blanca — los demócratas no se interpusieron seriamente y el Senado llegó a aprobar a casi todos los nominados.
Por supuesto, el camino a cualquier consenso bipartidista tiene obstáculos, particularmente en relación con la campaña liderada por el partido Demócrata y secciones de la prensa para retratar la elección presidencial de Trump del año pasado como el resultado de intervenciones del gobierno ruso. Dichas acusaciones reflejan la oposición de los mandos militares y de inteligencia, actuando a través de sus aliados políticos, a frenar las presiones militares, económicas y políticas contra Rusia, las cuales atentan con desencadenar una confrontación militar directa entre las dos potencias que controlan el grueso de las armas nucleares en el mundo.
La Casa Blanca parece estar cediendo y adoptando una postura antirusa más intransigente. Spicer decidió comenzar su sección informativa el lunes con un comunicado oficial del Departamento de Estado que denuncia la detención de protestantes antigubernamentales la semana pasada en Rusia, exigiendo la puesta en libertad de todos los arrestados. Su agresivo lenguaje dejó en claro que consideran necesario un cambio de régimen y no sólo de política en Rusia.
Más allá de cualquier disputa en cuestiones domésticas o en el exterior, una razón aun más fundamental detrás de la apertura entre ambos partidos es que toda la clase gobernante estadounidense percibe un aumento en el descontento popular hacia la élite política en su conjunto. La última encuesta publicada por Gallup muestra que la popularidad de Trump está en su punto más bajo desde que llegó al poder, con un 36 por ciento de aprobación y una disconformidad del 57 por ciento. Su plan de salud recibió sólo un 17 por ciento de aprobación.
En el último par de meses, las reuniones en los ayuntamientos con miembros del Congreso han sido particularmente tensas, donde el enojo ha estado dirigido tanto hacia los representantes republicanos como hacia los demócratas, quienes no han hecho nada para contrarrestar al presidente. Además, entre las masas de la población que nunca irían a tales reuniones, el odio hacia la clase gobernante es aún más profundo.
Siendo defensores veteranos del capitalismo y de la aristocracia financiera, los líderes del Partido Demócrata ya detectaron la posibilidad de que surjan convulsiones sociales, particularmente en caso de más crisis económicas y desastres militares en Oriente Medio u otras partes.
La lucha contra el gobierno de Trump y contra su programa militarista y reaccionario debe ser llevada a cabo en oposición al Partido Demócrata. Las políticas derechistas de los demócratas sellaron la llegada de Trump al poder; ellos están perfectamente de acuerdo con colaborar con su gobierno; y, de regresar al poder, tan solo continuarían expandiendo las guerras en el extranjero y atacando los derechos democráticos e intereses de la clase obrera.
Los trabajadores tienen que construir su propio partido político independiente, basado en un programa socialista, en oposición a la guerra y a los dos partidos de las grandes empresas.