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Perspectiva

El Pentágono expande sus actividades globales con total libertad

Dos meses después de que Trump llegarse al poder, el ejército estadounidense está intensificando sus actividades militares alrededor del mundo, del mar Báltico en Europa del Este hasta Asia Central, Oriente Medio y el Cuerno de África. La “guerra contra el terrorismo” está tomando un giro más sangriento, a pesar de que, en los quince años desde que fue iniciada bajo el mandato de Bush, ha convertido a gran parte de la región en una carnicería interminable.

El miércoles pasado, el comandante superior estadounidense en Oriente Medio y Asia Central dio un testimonio verdaderamente extraordinario frente a un panel de congresistas de dicho país. Esencialmente, este propuso una escalada militar a fin de iniciar una guerra contra Irán, incluso mientras el Pentágono continúa escalando sus bombardeos criminales con los que ha asesinado a cientos si no miles de civiles en Irak y Siria.

El general norteamericano, Joseph Votel, jefe del Mando Central, le planteó al Comité de Servicios Armados de la Cámara de Representantes que Irán “representa el mayor riesgo a largo plazo para la seguridad en esta parte del mundo” y exigió que Washington “desestabilice [a Irán] con medios militares u otros”. Luego, añadió, “Necesitamos buscar oportunidades con las que podamos exponerlos y hacerlos rendir cuentas por lo que han estado haciendo”, poniendo en entredicho el acuerdo nuclear firmado en el 2015 entre Irán, EE.UU. y otras potencias.

El siguiente punto en su presentación fue abogar por una mayor intervención militar en Yemen, declarando que “están en juego intereses vitales estadounidenses” en el más pobre de los países árabes. Actualmente, Arabia Saudita está librando junto a sus aliados una guerra casi genocida contra la población yemení con armas, inteligencia y apoyo logístico de EE.UU. El Pentágono además se está preparando para darle apoyo al ejército de los Emiratos en una ofensiva para retomar un puerto del Mar Rojo que constituye el último punto de contacto entre Yemen, su población hambrienta y el mundo exterior.

Por último, Votel les dijo a los congresistas que el Pentágono se apresta para aumentar sustancialmente el número de tropas estadounidenses en Afganistán, sugiriendo enviar unos cinco mil soldados a una guerra que ha sido librada por más de quince años.

Sin pausar, Votel afirmó que es “razonable suponer” que Rusia “le está aportando algún tipo de apoyo [a los talibanes], en términos de armas u otras cosas que pueden estar ahí”. El hecho que nunca ha aparecido evidencia para tal aserción no le resta importancia al verdadero significado de las palabras del comandante. La intervención estadounidense en Afganistán es parte de una estrategia militar para confrontar a los principales rivales de la hegemonía regional y mundial de Washington: Rusia, China e Irán.

El día anterior, el general Curtis Scaparrotti, jefe del Mando Europeo estadounidense, declaró ante el mismo grupo en el Congreso que quiere otra división armada nueva en las fronteras occidentales de Rusia— de hasta veinte mil tropas estadounidenses, equipadas con tanques de batalla Abrams, vehículos acorazados de infantería, así como sistemas de misiles y helicópteros Apache y Black Hawk. Además, solicitó armas “letales” para el régimen nacionalista y ultraderechista de Ucrania y una mayor presencia de buques de guerra estadounidense cerca de las costas de Rusia: “Sería maravilloso tener un grupo de apoyo de portaaviones con fuerzas anfibias”.

Denunció a Rusia por su “agresión” y “actividades malignas”, describiendo a Moscú como “un enemigo muy letal y fuerte”. Esto lo dice sin importarle que el aumento en el presupuesto del Pentágono propuesto por Trump de $54 mil millones equivale al ochenta por ciento del gasto militar de Rusia.

Una semana antes, el general Thomas Waldhauser, jefe del Mando África de EE.UU., le pidió al gobierno de Trump prescindir de las restricciones a que están sujetas las operaciones militares en Somalia para abrir paso a una intervención norteamericana a gran escala en la empobrecida nación africana. Según informó la AP el viernes, el gobierno de Trump ya concedió dicha solicitud.

Como si fuesen procónsules del siglo XXI, estos comandantes regionales estadounidenses están dictando la política exterior de EE.UU. Esto no es nada nuevo, sino que dichas facultades han sido desarrolladas a lo largo de un cuarto de siglo de interminables guerras estadounidenses bajo gobiernos demócratas y republicanas por igual.

Sin embargo, la Casa Blanca bajo Trump, quien le dio a un general activo del ejército el puesto de asesor de Seguridad Nacional y a otros dos generales retirados las secretarías de Defensa y Seguridad Nacional, le ha dado libertad total a los militares para que puedan llevar a cabo operaciones letales en el extranjero.

Esto se ha visto reflejado de forma más concreta en la ofensiva militar que el Pentágono lidera en Siria e Irak. En Mosul, la segunda ciudad más grande de Irak, los bombardeos estadounidenses han reducido barrios residenciales enteros a escombros, mientras que en Siria han matado a civiles inocentes en ataques contra mezquitas y escuelas.

Al imponer nuevas “reglas de enfrentamiento” que hacen inevitable la muerte de civiles en masa, Washington está desechando, sin mayores contemplaciones, cualquier fachada de “derechos humanos” que Obama utilizó para encubrir las intervenciones estadounidenses, que eran esencialmente indistinguibles de la política actual.

Un ex alto funcionario del Pentágono bajo Obama, Andrew Exum, reconoció hace poco: “Latentemente, al posibilitarles a los comandantes activos un mayor margen de acción en el campo de batalla, la administración de Trump puede ejecutar de forma más eficiente la estrategia del gobierno de Obama”.

Mientras que siguen lamentándose cínicamente por la “tragedia” de esta eficiente masacre de civiles en Mosul, los comandantes del Pentágono han dejado claro que las verdaderas sangrías aún están por llegar. “A medida que avancemos en el entorno urbano, va a ser más difícil atenerse a estándares extraordinariamente altos, aunque vamos a intentarlo”, comentó Votel el miércoles ante el comité de la cámara baja.

Anteriormente, el jefe de operaciones en Irak y Siria, el general estadounidense Stephen Townsend, había descrito la ofensiva en Mosul como “el combate urbano más significativo desde la Segunda Guerra Mundial”, caracterizándolo de “rudo y brutal”.

Empero, el grueso de los ataques más brutales aún está por venir, después de que los aviones estadounidenses hayan dejado caer más de quinientas bombas en la ciudad por semana durante el mes pasado.

Cabe señalar que, en los últimos años, los estrategas militares de EE.UU. se han enfocado especialmente en combate urbano. Citando al general Mark Milley, jefe de personal del ejército estadounidense, en la conferencia “El futuro de la guerra” de la semana anterior, el sitio Military.com informó, “Si la guerra se trata de política, va a ser combatida donde vive la gente, y ‘será librada, en mi opinión, en zonas urbanas’, dijo Milley. ‘Ello entraña enormes implicaciones para el ejército estadounidense’”.

El Pentágono está utilizando a la aterrorizada población de Mosul, incluyendo a seiscientos mil niños y niñas, como conejillos de Indias para prepararse para operaciones urbanas futuras, las que considera inevitables al tomar en cuenta la extrema polarización social que ha creado el sistema de lucro capitalista. Son conscientes que librarán dichas batallas tanto en países asolados por la guerra en África y Oriente Medio, como en las ciudades de Estados Unidos.

Lo más extraordinario de todo es la ausencia de una oposición organizada a la masacre militar que se está llevando a cabo de forma sistemática y que contiene las semillas de otra guerra mundial. En cuanto a la clase política, el desfile de generales frente al panel legislativo sólo recibió expresiones de encanto y admiración de parte de los demócratas y republicanos por igual. Las organizaciones que orbitan al Partido Demócrata, que en otro tiempo profesaron oposición a la guerra, han permanecido en silencio o, con mayor frecuencia, ofrecen justificaciones humanitarias o “de izquierda” para las matanzas imperialistas.

A pesar del inmenso poder e influencia que tienen el Pentágono y sus principales comandantes, en el análisis final, el avance a otra guerra mundial no emerge del despliegue de militares en el gobierno de Trump, sino de la crisis del capitalismo global y de la irresoluble contradicción entre una economía globalizada y la división del mundo en Estados-nación rivales, la cual está conduciendo a cada potencia capitalista al rearme y el militarismo, con Washington a la cabeza del pelotón.

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