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El repugnante intento de censurar y suprimir la pintura de Dana Schutz de Emmett Till

La campaña para censurar y suprimir Open Casket (Ataúd abierto), una pintura de la artista blanca Dana Schutz sobre el joven negro asesinado Emmett Till, con argumentos racialistas es completamente reaccionaria. Los artistas deben pronunciarse en contra de este esfuerzo antidemocrático, el cual tiene las implicaciones más siniestras. Los argumentos que han sido utilizados son dignos de los funcionarios nazis que prohibieron a los artistas judíos tocar o dirigir música clásica por su supuesto espíritu “no-alemán”.

La pintura de Schutz, basada en una fotografía de Till a los 14 años, quien fue salvajemente asesinado en Mississippi en agosto de 1955 por supuestamente coquetear con una mujer blanca, es parte del actual Bienal Whitney del 2017 (en el Whitney Museum of American Art en Nueva York).

Emmett Till

Las protestas comenzaron el 17 de marzo, el primer día en que la Bienal fue abierta al público, cuando un artista afroamericano se plantó frente a la obra de Schutz, bloqueándola durante varias horas. Otras personas han tomado medidas similares.

Esto fue seguido por una carta abierta a los curadores y al personal de Whitney, escrita por la artista británica Hannah Black y firmada por otras dos docenas de artistas negros. La carta, ampliamente difundida en los medios de comunicación, no solo exigía que la pintura fuera retirada de la Bienal, sino que “se destruyera y no entrara en ningún mercado o museo”. De forma reveladora, la carta abierta fue firmada por artistas y profesionales de museo tanto blancos como negros, pero, según una cuenta de los medios de comunicación, “después de que el asunto fue considerado, los cosignatarios blancos fueron eliminados”.

Esta deplorable comunicación sostiene que Open Casket “no debería ser aceptable para nadie que se preocupe o pretenda preocuparse por la gente de color, porque no es apropiado para una persona blanca el convertir el sufrimiento de los negros en beneficio y diversión, a pesar de que la práctica lleva normalizada desde hace mucho tiempo.”

No hay base alguna para sustentar la afirmación maliciosa y calumniosa de que Schutz está usando el “sufrimiento de los negros” para “beneficio y diversión”. (De hecho, la artista ha indicado que la pintura no será vendida.) Al contrario, Schutz está claramente respondiendo y tratando de dirigir la atención del público hacia un crimen espantoso. Su esfuerzo es una protesta completamente legítima y admirable contra la violencia racista, con obvias connotaciones políticas en las actuales circunstancias de fanatismo anti-inmigrante y anti-musulmán fomentado por el gobierno de Trump.

Schutz tiene el derecho de pintar cualquier tema que ella elija. El asesinato de Till indignó a millones y ayudó a avivar el movimiento por los derechos civiles, en el cual también participó un gran número de jóvenes blancos. Contando sólo a los artistas blancos, el odioso crimen inspiró a Bob Dylan, Phil Ochs y, más recientemente, a Emmy Lou Harris a escribir canciones, ya otros, como Joan Baez, a cantarlas. Rod Serling basó un episodio del programa de televisión U.S Steel Hour sobre el caso. Varios críticos creen que el asesinato inspiró a Harper Lee a escribir Matar a un ruiseñor. En 1956, el novelista William Faulkner condenó el asesinato en un ensayo, “Sobre el miedo”. ¿Deberían todas las obras de “artistas no-negros” ahora ser expurgadas de la cultura como ilegítimas y, si es posible, ser “destruidas”?

La carta abierta continúa: “Aunque la intención de Schutz puede ser presentar la vergüenza blanca, esta vergüenza no es representada correctamente como una pintura de un muchacho negro muerto por una artista blanca— esos artistas no-negros que sinceramente desean destacar la vergonzosa naturaleza de la violencia blanca deben, en primer lugar, dejar de tratar el dolor de los negros como materia prima. El tema no es de Schutz; la libertad de expresión blanca y la libertad creativa blanca se han basado en la restricción de los demás y no son derechos naturales. La pintura debe ser retirada”.

Hannah Black y sus co-signatarios ven el mundo completamente a través del prisma de la raza. Esto los ciega a las realidades sociales decisivas. Se hacen eco de los sionistas extremos y tendencias similares que usan una historia de opresión racial o religiosa para justificar su propio comunalismo reaccionario.

Schutz no tiene ninguna razón para sentir “vergüenza” por el asesinato de Till, quién fue una víctima del racismo de Jim Crow: un racismo mantenido vivo e incitado por la élite gobernante estadounidense con el propósito de dividir a la clase obrera y a los pobres. Detrás del sistema de apartheid en el Sur y del asesinato de Till se encuentra la opresiva y brutal realidad del capitalismo estadounidense, el mismo sistema que oprime a la población trabajadora de todos los colores y nacionalidades.

El “tema”, la terrible muerte de Till, no les pertenece a artistas afroamericanos ni a nadie más. Es la “propiedad” común y la responsabilidad de aquellos que se oponen, usando la frase de Lenin, a “ todo tipo de tiranía, opresión, violencia y abuso”.

La afirmación de que la “libertad de expresión” y la “libertad creativa”—las cuales según Black han privilegiado injustamente a los artistas blancos y "restringidos" a otros—no son “derechos naturales” es ominosa y amenazadora. Sugiere que Black y sus colegas obsesionados con la raza tienen toda la intención de luchar para que esos derechos sean suprimidos.

El programa de particularismo étnico o racial en el arte y la cultura, la cual insiste en que los diversos pueblos y nacionalidades son incapaces de comunicarse y de entenderse mutuamente, es completamente repugnante. Es parte de la tradición “contra la Ilustración” que rechaza el racionalismo, la democracia, el igualitarismo y la universalidad. Como Richard Wolin observa en The Seduction of Unreason: The Intellectual Romance with Fascism from Nietzsche to Postmodernism (La seducción de lo irrazonable: El romance intelectual con el fascismo desde Nietzsche hasta el posmodernismo), “Según la visión del mundo de la Ilustración, la esencia de la dignidad humana reside en la capacidad de los hombres y mujeres de trascender sus apegos particulares, los cuales eran percibidos como intrínsecamente limitantes. Acceder a la tierra prometida de la Razón significaba abandonar conscientemente todas las lealtades parciales y elevarse al punto de vista de lo ‘universal’”.

Históricamente, tales opiniones nacional-particularistas han sido promovidas por la derecha política—sobre todo por los ideólogos conservadores franceses y alemanes que ayudaron a inspirar a Hitler y al nazismo. Hoy en día, los practicantes de la política de identidad siguen este camino sumamente corrompido — y sus opiniones son presentadas fraudulentamente como “izquierdistas”.

Dejando a un lado la calidad de la pintura de Schutz, una pregunta central es esta: ¿Puede un artista conocer una realidad que no es inmediata y subjetivamente, suya?

Todo el arte y la filosofía progresista de los últimos siglos responde con un claro sí. El arte la contesta en abundante práctica. Los hombres han escrito (o pintado o compuesto) sobre mujeres, mujeres sobre hombres, judíos sobre no judíos y no judíos sobre judíos, blancos sobre negros y negros sobre blancos, occidentales sobre asiáticos y asiáticos sobre occidentales.

La experiencia de otros seres humanos es accesible para nosotros, no absolutamente, por supuesto, sino relativamente. El pensamiento humano, incluyendo el pensamiento creativo artístico, es capaz de reflejar la realidad con la precisión y riqueza suficiente para formar la base del trabajo que transmite verdades esenciales. De lo contrario, toda actividad artística cesaría; no tendría sentido o una posible audiencia. “Lo que sirve de puente entre alma y alma no es lo único”, señaló Trotsky, “sino lo común”.

Tampoco tendríamos una cultura mundial si la vida artística estuviera enraizada étnicamente como una serie de relatos aislados y discretos sólo comprensibles para los miembros de esta o aquella ‘tribu” e impenetrables para el resto de la humanidad. Por supuesto, la sociedad de clases y la desigualdad social distorsionan la situación, y han dado a algunos una posición más ventajosa, pero esto no es culpa del arte o de los artistas.

Sin el permiso de Hannah Black y sus amigos posmodernistas pretenciosos, individuos en varias partes del mundo han estado traduciendo las obras de Shakespeare y ejecutándolas por muchos años. Jane Eyre, la novela de Charlotte Brontë, ha vendido millones de copias en los últimos 170 años y ha sido traducida a decenas de idiomas, incluido el esperanto.

Hijo nativo de Richard Wright también ha sido traducido a muchos idiomas. La cabaña del tío Tom de Harriet Beecher Stowe, que, a pesar de sus limitaciones históricamente inevitables, expuso los horrores de la esclavitud, vendió 300.000 copias en Estados Unidos en su primer año y un millón y medio de copias en Gran Bretaña; Ha sido traducido a 60 idiomas. Huckleberry Finn de Mark Twain ha sido traducido a más de 50 idiomas y al menos 700 ediciones han sido publicadas en todo el mundo. Se podrían proporcionar ejemplos de cada parte del mundo. El cine indio, chino y japonés ha dicho lo que piensan hombres y mujeres de todo el mundo.

En la forma de imágenes, el arte contiene una verdad objetiva, relativamente universal. Dana Schutz es tan intrínsecamente capaz de captar la verdad del asesinato de Emmett Till, y tal vez más que Black y sus co-signatarios, que parecen ser inmunes a la empatía o compasión sincera. Parecen tener simpatía sólo por sí mismos. Ellos desean tenar una franquicia, un monopolio de las imágenes de los negros “en tormento y angustia”. La carta describe los temas como una “conversación de gran importancia”, lo cual insinúa que hay dinero y prestigio en juego.

La cuestión del vínculo de este chauvinismo egoísta, exclusivista y comunalista con la perspectiva de los nazis no se plantea a la ligera. Inevitablemente, allí conduce la política irracionalista de sangre y nación. Y, en cualquier caso, Black y sus aliados traen el paralelo histórico a la mente con su asombrosa y vergonzosa demanda de la obra Open Casket de Schutz sea “destruida”. No indican si tienen una fogata en una plaza pública en mente, ¿pero por qué no? Una vez que dicen A, eventualmente dirán B.

Recordemos cómo razonaron los fascistas alemanes.

El funcionario cultural nazi Hans Severus Ziegler comisarió una exposición de “Música degenerada” en 1938 dirigida contra influencias “judías” y “bolcheviques”, argumentando en el folleto acompañante que “la política cultural nos llama a cuidar el alma del pueblo, fomentar sus poderes creativos y todos los valores de carácter y convicción que agrupamos bajo el término general de ‘la gente’. El político y el político cultural tienen el mismo objetivo: crear una nación fuerte y asegurar su bienestar material y espiritual, la seguridad de su existencia externa y la nutrición de su existencia interior”. Los judíos, afirmó Ziegler, trataban arduamente de “infiltrarse en todo pensamiento y sentimiento alemán y darles a los alemanes todo tipo de nuevas ideas provenientes de la raza judía”.

“Ninguna otra ley”, afirmó Ziegler, “existe para un pueblo excepto que su desarrollo se realizado orgánicamente”, es decir, sin interferencia “externa”. Instó a cada individuo “que sienta un impulso creativo dentro de él [a] tomar consejo de [su] conciencia racial”.

En el mismo espíritu, los nazis prohibieron a los judíos tocar o dirigir la música de Bach, Beethoven, Mozart y otros compositores “arios”.

Cambiando lo que debe cambiarse, ¿qué diferencia tiene esto con la perspectiva de los fanáticos de política de identidad contemporáneos, quienes, al igual que los supremacistas blancos, nombrarían detener la mezcla de razas y ver las cuestiones raciales (y de género) como “la consideración fundamental para el arte”?

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