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Perspectiva

El gobierno de Trump escala imprudentemente el conflicto con Corea del Norte

El peligro de un conflicto militar entre Estados Unidos y Corea del Norte continuó aumentando durante el fin de semana. Lejos de intentar rebajar las tensiones entre ambos países, el gobierno de Trump continuó empleando un discurso amenazante, señalando a la posibilidad de una acción militar pronta por parte de EE.UU.

El domingo, según varios informes, Corea del Norte realizó una prueba de un misil balístico de mediano alcance, pero el lanzamiento fracasó. Los medios estadounidenses especularon de un sabotaje encubierto organizado por EE.UU. Los funcionarios de la Casa Blanca se rehusaron a negar que estaban implicados en el ensayo fallido, pero EE.UU. ha estado desarrollando técnicas como estas contra Corea del Norte por varios años.

El teniente general H.R. McMaster, asesor en Seguridad Nacional de Trump, declaró el domingo por la mañana en ABC que “esta situación simplemente no puede continuar”. Agregó, “el presidente ha dejado muy claro que no está en el negocio de anunciar de antemano exactamente lo que va a hacer”.

Tal ambigüedad deliberada del gobierno norteamericano sirve únicamente para mantener en suspenso y atemorizar a Corea del Norte sobre un ataque militar preventivo estadounidense. Esto aumenta el riesgo de que la situación se salga de control.

El hecho de que nadie sabe realmente qué va a hacer el gobierno de Trump hace que la situación sea aun más peligrosa que la Guerra Fría en los sesenta. Durante su punto de mayor tensión, la crisis de los misiles cubanos de 1962, quedó bien documentado por relatos históricos que la administración de Kennedy temía que sus acciones pudiesen ser malinterpretadas por la Unión Soviética y que eso llevase a un intercambio nuclear.

Hoy día, tales preocupaciones no son evidentes. Al contrario, la amenaza es aún mayor por algo con lo que ha alardeado Trump, que le dio la autorización a sus comandantes regionales para ordenar acciones militares según les convenga. El gobierno dejó claro que la decisión de la semana pasada de utilizar la mayor bomba no nuclear en su arsenal, cuyo nombre es Munición de Explosión Aérea Masiva (MOAB, Massive Ordnance Air Blast), fue tomada por oficiales del ejército estadounidense en Afganistán. Sea cual fuere el blanco potencial de EE.UU., ya sea Corea del Norte, China, Rusia o Irán, todos se enfrentan a incontables autoridades estadounidenses que están tomando las decisiones, sin forma de determinar quién está en control.

Más allá del oficialismo y el ejército, la élite política en su conjunto y la prensa en EE.UU. están consumidas por la fiebre del belicismo. Los principales periódicos y las redes televisivas no están mostrando nada más que propaganda estatal. No han presentado ninguna evaluación crítica de la retórica militarista de Washington, para no hablar de una evaluación honesta de las consecuencias de una guerra.

La narrativa oficial del gobierno sobre la confrontación con Corea del Norte no es cuestionada, y utilizan los términos más absurdos e infantiles para explicarla, en consonancia con todas las guerras libradas por EE.UU. en el último cuarto de siglo. Como con Noriega en Panamá, Milosevic en Serbia, Sadam Husein en Irak, Asad en Siria, Gadafi en Libia y Putin en Rusia, califican al norcoreano Kim Jong-Un de “dictador demente”, alimentando las provocaciones y amenazando la paz del mundo. Asimismo, denuncian el programa nuclear y de misiles balísticos norcoreano como una iniciativa criminal y loca que va más allá de cualquier explicación racional.

En su relato fraudulento y cínico, no hay ninguna referencia a la larga historia de opresión imperialista del pueblo coreano: los 35 años de brutal ocupación colonial japonesa entre 1910 y 1945, o el terrible precio que Estados Unidos le hizo pagar con su guerra contra Corea del Norte entre 1950 y 1953, la cual cobró alrededor de tres millones de vidas coreanas. Los medios de comunicación estadounidenses no dicen nada del hecho de que, a lo largo de la Guerra de Corea, el ejército norteamericano insistió en utilizar armas nucleares.

Es un hecho político que Corea del Norte es un país pequeño, con una larga historia de ocupaciones y opresión por parte de las principales potencias, y que se encuentra amenazado con destrucción por el Estado imperialista más poderoso del mundo. Sin respaldar de ninguna manera las políticas del régimen de Pyongyang, no es difícil entender por qué consideran que tener armas nucleares es esencial para su supervivencia. En un comunicado transmitido por la prensa oficial del régimen —la Agencia Central de Noticias de Corea—, un portavoz del personal del Ejército Popular declaró: “No habría nada más tonto que Estados Unidos piense que nos pueden tratar como a Irak y Libia, víctimas miserables de su agresión, o a Siria, que no respondió inmediatamente después de ser atacada”.

En el trasfondo de las amenazas estadounidenses contra Corea del Norte, se encuentra el conflicto más fundamental con China, considerada por los estrategas y oficiales militares estadounidenses como una competidora económica y geopolítica a largo plazo. Al centro de la actual campaña en la península coreana está el interés de obligar a China, la cual también posee armas nucleares, a aceptar la hegemonía de EE.UU. en la región Asia-Pacífico.

A pesar de que la atención a nivel global esté enfocada en Asia del Este, EE.UU. está intensificando al mismo tiempo su campaña militar contra Siria y Rusia, otro punto de conflicto que podría provocar un enfrentamiento entre potencias nucleares.

Hace apenas una semana, el gobierno de Trump atacó con misiles a las fuerzas sirias, aprovechando las acusaciones aún totalmente infundadas de que el gobierno sirio realizó un ataque químico. El viernes, los cancilleres de Rusia, Irán y Siria emitieron una declaración conjunta donde aseveran que cualquier otro ataque contra el gobierno sirio tendría “graves consecuencias para la seguridad no sólo regional, sino también mundial”, es decir, que podría resultar en una guerra mundial.

La imprudencia de la política exterior norteamericana debe ser vista dentro del contexto más amplio de la crisis del sistema capitalista mundial.

Cada vez más, la clase gobernante estadounidense ve la guerra como su única salida al conjunto de crisis interconectadas que la acechan a nivel nacional y global. A pesar del alardeo oficial sobre el crecimiento económico, la élite gobernante está aterrorizada de solo pensar en la posibilidad de una implosión deflacionaria de las burbujas especulativas de activos que se han venido desarrollando desde la crisis económica del 2008. Ya hay indicios de que los mercados están comenzando a dar la vuelta, mientras que la volatilidad financiera continúa.

Las tensiones económicas están ahondando las brechas entre las potencias imperialistas. La Unión Europea y la OTAN se están resquebrajando. Mientras tanto, Alemania está buscando reafirmarse como una potencia económica y militar europea y mundial. Las fuerzas nacionalistas están en auge a raíz de la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea o Brexit.

En EE.UU. y Europa, secciones poderosas de las élites gobernantes consideran que con enfrentarse a un blanco en común pueden contrarrestar las presiones centrífugas que amenazan con destruir el orden mundial existente. Este es el motivo detrás de la postura cada vez más agresiva de EE.UU. y las potencias europeas hacia Rusia.

También hay otro factor crítico que está conduciendo a EE.UU. a la guerra. La burguesía tiene muy en cuenta el alto nivel de descontento social y ve a la guerra como un medio para encauzar las tensiones sociales hacia el exterior y también sentar las bases para reprimir y criminalizar toda oposición social y política.

A pesar de la incesante propaganda en la prensa, existe una desconfianza profundamente arraigada hacia el gobierno y una amplia oposición a la guerra. Pero dichos sentimientos antibélicos no encuentran ninguna expresión en el marco de la política oficial. El Partido Demócrata ha estado a la cabeza de la histérica campaña contra Rusia y de los llamados por una escalada militar en Siria. Apenas en la última semana, los demócratas han aplaudido sin titubear el bombardeo contra Siria, la campaña contra Corea del Norte y el lanzamiento de la bomba MOAB en Afganistán.

La gran mayoría de la población mundial sabe que la guerra es una locura y que un conflicto con armas avanzadas, nucleares y no nucleares, resultaría en una catástrofe. La idea de una guerra de gran escala es tan espantosa que no cabe dentro de lo que las personas ordinarias consideran posible. Se quiere creer que, de alguna manera u otra, los gobiernos darán un paso atrás y se alejarán del abismo.

Pero esa esperanza es una ilusión. La marcha a la guerra es impulsada por la naturaleza misma del capitalismo, del imperialismo y del sistema de Estado nación. La imprudencia de los líderes políticos, su disposición para poner en riesgo las vidas de millones, es una expresión subjetiva de una crisis objetiva.

El último cuarto de siglo de guerras interminables y los quince años de la “guerra contra el terrorismo” están mutando en una confrontación entre potencias nucleares. Incluso si las crisis actuales no detonan tal guerra, les seguirán más crisis.

La oposición a la guerra imperialista debe basarse en la clase obrera, en Estados Unidos e internacionalmente. Son los trabajadores los que tendrán que pagarla con sus vidas y medios de vida.

Los gastos del enorme aparato militar serán costeados mediante la destrucción de los servicios de salud, las pensiones, los salarios y los programas sociales. La clase obrera, unificada internacionalmente a través de un programa anticapitalista, es la única fuerza social que puede poner fin a la locura que amenaza a toda la raza humana.

Hay una sola manera para detener la guerra: la movilización política de decenas de millones de trabajadores y jóvenes en EE.UU. como en el mundo entero en oposición a los belicistas imperialistas-capitalistas.

El Partido Socialista por la Igualdad y los Jóvenes y Estudiantes Internacionales por la Igualdad Social, en solidaridad con las organizaciones fraternas alrededor del mundo, llaman a organizar mítines y reuniones para protestar las políticas de guerra de las minorías gobernantes. Es vital construir un movimiento antibélico internacional basado en políticas socialistas. La lucha contra la guerra debe ser desplegada en todas las protestas y manifestaciones de oposición, incluyendo las marchas internacionales del 22 de abril en oposición a los ataques contra la ciencia. La defensa de la ciencia, la razón, el progreso y la humanidad es inseparable de la lucha contra la guerra.

El 30 de abril, el Comité Internacional de la Cuarta Internacional realizará su acto anual en línea del Día Internacional del Trabajador. El enfoque será la lucha contra la guerra imperialista. El CICI invita a todos los lectores del World Socialist Web Site a asistir y organizarse para este evento. Organicen reuniones y manifestaciones contra la guerra en las universidades y en los barrios. Llevemos la lucha contra la guerra a cada fábrica y lugar de trabajo.

Las mismas contradicciones que conducen a la guerra imperialista también producen las bases objetivas para la revolución socialista. La necesidad más urgente es la de organizar y movilizar políticamente a la clase obrera para conectar la lucha contra la guerra a la lucha contra la desigualdad social, la represión política y el sistema capitalista.

Pónganse en contacto con el CICI para organizar una reunión o manifestación.

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