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Perspectiva

Las bases políticas y sociales de la campaña del Partido Demócrata contra Rusia

La crisis desatada por el despido del director del FBI, James Comey, ha sido utilizada por el Partido Demócrata y gran parte de la prensa para escalar su campaña contra Rusia.

Al enfocarse en denunciar a Trump por supuestamente estar en connivencia con el Kremlin, prácticamente ignoran sus ataques contra los inmigrantes y sus campañas para destruir Medicaid, quitarles a millones de trabajadores sus seguros médicos, eliminar regulaciones corporativas y entregarle a la élite empresarial un inmenso recorte impositivo.

Los demócratas dejan estos factores de lado deliberadamente para realizar su cacería de brujas macartista contra Rusia, con tonos efectivamente anticomunistas. En el transcurso de este proceso, los demócratas han adoptado el lenguaje tradicional de la extrema derecha.

El principal editorial del New York Times del viernes, titulado “El nexo entre Trump y Rusia” argumenta que Trump tiene una “red de relaciones inusualmente extensa con una gran potencia extranjera”, Rusia. Por ende, el diario exige “una investigación exhaustiva sobre si Rusia interfirió en las elecciones, cómo lo hizo y a través de quién”.

La “red de relaciones” a la que se refiere el Times no es más que un conjunto de relaciones empresariales entre los miembros de su gabinete y familia Trump con socios rusos, algo usual para la oligarquía corporativa y financiera de EE.UU. La única forma de ver algo siniestro en esto es tomando como punto de partida que todo lo ruso es siniestro.

La lista incluye lazos empresariales de Trump con ciudadanos rusos, un discurso que dio su exasesor de Seguridad Nacional, Michael Flynn, en Moscú, una reunión entre el Fiscal General, Jeff Sessions, y el embajador ruso a Estados Unidos, algunos negocios del exjefe de campaña de Trump, Paul Manafort, con un oligarca ruso y políticos prorusos de Ucrania y algunos enlaces a intereses rusos por parte de sus asesores Roger Stone y Carter Page.

Uno podría referirse a relaciones similares con otros países de la familia Bush y ni hablar de los Clinton, cuyas maquinaciones a través de la Fundación Clinton se extienden por gran parte del mundo.

En una columna de opinión publicada en la misma edición del Times, Paul Krugman va aún más lejos, acusando a Trump de utilizar su “poder presidencial para encubrir una posible subversión extranjera en el gobierno estadounidense”. Tilda a Trump y a todo el Partido Republicano de poco más que traidores, dispuestos a colaborar con el enemigo para garantizarles reducciones de impuestos a los ricos.

“Los republicanos de hoy simplemente no cooperan con los demócratas, punto”, escribe. “Preferirían trabajar con Vladimir Putin”. Luego, plantea: “¿Cómo es que un partido entero se hizo tan antiestadounidense?”.

En las audiencias del Congreso sobre los presuntos ciberataques rusos y la posible complicidad de la campaña de Trump, se escuchan una y otra vez denuncias de Rusia como un “gobierno hostil” y “una potencia enemiga”, sobre todo, pero no exclusivamente, viniendo de las bocas de los demócratas.

La presentación de Rusia como un monstruo omnipotente que atenta contra la democracia estadounidense como parte de una conspiración para conquistar el mundo es absurda. El gobierno de Putin representa a la oligarquía rusa. Como cualquier otra potencia capitalista, busca influir en los acontecimientos mundiales para que vayan a su favor. Sin embargo, sus operaciones no se pueden ni siquiera comparar con las del imperialismo norteamericano.

Son hechos históricos que, con la disolución de la Unión Soviética en 1991, Rusia desocupó territorios vastos y dejó ir sus esferas de influencia en Europa del Este y Asia Central. En las décadas posteriores, la OTAN se expandió cientos de kilómetros hacia el este hasta las fronteras con Rusia, mientras que EE.UU. apoyó el desmembramiento de Yugoslavia y el golpe de Estado antirruso y encabezado por fascistas en Ucrania.

En cuanto a la injerencia extranjera en gobiernos y elecciones, todos los países del mundo, incluyendo los aliados estadounidenses en Europa, Norteamérica y Asia, son objeto de las maniobras de la CIA y el Pentágono para mantener regímenes pro-EE.UU. Estas incluyen el financiamiento de ONG “prodemocráticas”, operaciones de cambio de régimen y guerras sangrientas.

Al mismo tiempo, la afirmación de que Hillary Clinton salió derrotada en las elecciones del año pasado por culpa de propaganda rusa no es menos absurda. Clinton ignoró a la clase obrera e hizo campaña exclusivamente como la candidata de Wall Street y del aparato militar y de inteligencia. Esto le permitió a Trump presentarse como el opositor del statu quo, resultando en una estrepitosa caída en la participación electoral de los que han votado últimamente por el candidato demócrata.

¿Cuál es el verdadero origen de la histeria antirrusa que tiene absorbida a la élite gobernante estadounidense?

Las cuestiones sobre política exterior son sumamente importantes. A pesar de que se disolviera la URSS, que bloqueó el dominio global del imperialismo norteamericano durante la Guerra Fría, Rusia se ha vuelto a convertir en un obstáculo para la hegemonía mundial de Washington. Esto se ve con mayor claridad en Siria, donde Rusia intervino militarmente para frustrar los intentos de EE.UU. para derrocar al presidente Bashar al Asad.

Pero los factores a nivel nacional no son de menor trascendencia. La clase gobernante está profundamente consciente de las tensiones de clase en la sociedad que preside —tensiones que han sido reprimidas artificialmente por varias décadas—.

Estados Unidos es el país más desigual en el mundo industrial, con veinte multimillonarios que poseen más riqueza que la mitad de la población. Las elecciones del 2016 pusieron de manifiesto el crecimiento de los sentimientos anticapitalistas y la hostilidad hacia los dos grandes partidos, lo cual se vio reflejado en los millones que apoyaron al rival de Clinton en las primarias demócratas, Bernie Sanders, quien afirmó fraudulentamente ser “independiente” y “socialista”.

Ante un aumento en la oposición social, la clase gobernante estadounidense está buscando construir un nuevo marco para poder avanzar sus campañas militares en el extranjero y su represión dentro del país. La llamada “guerra contra el terrorismo”, la cual cumplió este propósito por quince años, ya está desacreditada, en parte porque EE.UU.se alió con fuerzas islamistas vinculadas con Al Qaeda en Siria y otras partes de Oriente Medio.

Consecuentemente, necesitan una narrativa nueva para desviar las tensiones sociales, unir ideológicamente a la nación, subordinar a la clase obrera y, cuando sea necesario, suprimir la oposición.

Es significativo que ha sido precisamente la “izquierda” la que ha promovido con mayor fervor la campaña macartista contra Rusia, como el mismo Krugman, quien llegó a llamar a Trump el “candidato siberiano”, o Michael Moore, que pasó de estar en contra de la guerra en Irak a denunciar a Trump como un “traidor ruso” y llamar a los militares a tomar acción. Las organizaciones que orbitan al Partido Demócrata —la Organización Internacional Socialista, Alternativa Socialista y publicaciones como la revista Jacobin — han, o guardado silencio, como lo han hecho desde que fue despedido Comey, o alimentado directamente la campaña contra Rusia.

El Partido Demócrata ha trabajado conscientemente en integrar la actual histeria antirrusa con las políticas de identidad, utilizando varias políticas antidemocráticas del gobierno de Putin para este propósito. Su objetivo es movilizar a los sectores más privilegiados de la clase media en apoyo de su política general de guerras imperialistas y reacción social.

Han encontrado un terreno fértil que ya está echando raíces. Esta capa social, que consiste del 5 al 10 por ciento de las personas con los ingresos más altos, se ha enriquecido sustancialmente gracias al auge de los mercados de valores. Sus intereses son marcadamente diferentes a los de la clase obrera. Más allá de preferir una distribución más equitativa de la riqueza dentro de los estratos más altos, su mayor preocupación es prevenir el crecimiento de la oposición en la clase obrera.

De esta manera, la campaña contra Rusia refleja las características esenciales del Partido Demócrata: el matrimonio entre Wall Street, el aparato militar y de inteligencia y la clase media alta, movilizados alrededor de las políticas de identidad.

El Partido Demócrata no puede dirigir una lucha contra Trump con base en políticas progresistas ya que se encuentra aterrado ante la idea de un movimiento de masas de la clase obrera. Si Trump renunciase o fuese destituido a raíz de la actual campaña derechista contra él, simplemente sería reemplazado por otro gobierno de guerra, austeridad y reacción social.

Esto plantea de forma clara la urgente necesidad de que la clase obrera intervenga con su propio programa internacionalista y socialista.

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