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Perspectiva

La investigación de Suecia contra Julian Assange siempre fue una incriminación política falsa

El viernes pasado, las autoridades suecas anunciaron que estaban cerrando su investigación contra el cofundador de WikiLeaks, Julian Assange, quien enfrentaba cargos por supuestos delitos sexuales. En realidad, no tenían ningún caso y nunca lo tuvieron. Todo fue siempre una operación deshonesta con el objetivo de desacreditar y paralizar a WikiLeaks y crear condiciones para extraditar a EE.UU. o secuestrar a Assange y así poder ejecutarlo o sentenciarlo a cadena perpetua.

El único “crimen” de WikiLeaks fue arrojar luz sobre las actividades ilegales y asesinas del imperialismo estadounidense y sus aliados en Irak, Afganistán y el resto del mundo.

Por siete años, distintas fuerzas libraron una campaña fraudulenta de acusaciones sobre una presunta “violación”, incluyendo al aparato militar y de inteligencia estadounidense, la prensa y la pseudoizquierda política. Los primeros proporcionaron el músculo, mientras que los segundos contribuyeron “los cerebros” de la operación, legitimando el ataque contra Assange a cada paso, supuestamente para defender a las mujeres del abuso.

El hecho de que sea cerrada la investigación sueca no significa que la campaña para reprimir toda revelación sobre la criminalidad de Washington se detenga. Lejos de ello, el terreno y las condiciones simplemente han cambiado. Las autoridades estadounidenses y sus aliados no han abandonado la noción de hacer de WikiLeaks un ejemplo.

Estados Unidos ha dejado claro que tiene cargos preparados para utilizar contra Assange y que busca extraditarlo al país. Las autoridades británicas, además, dijeron que todavía arrestarían a Assange si deja la embajada ecuatoriana, donde ha estado atrapado por cinco años, por incumplimiento de la libertad bajo fianza.

En unas declaraciones de tendencia fascista, pronunciadas en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales el 13 de abril, el director de la CIA bajo Donald Trump, Michael Pompeo, afirmó: “WikiLeaks opera como un servicio de inteligencia hostil y habla como un servicio de inteligencia hostil... Es hora de llamar a WikiLeaks por lo que realmente es, un servicio de inteligencia hostil no estatal que a menudo es incitado por actores estatales como Rusia”. Luego, proclamó, “Tenemos que reconocer que ya no podemos permitirles a Assange ni a sus colegas la libertad de utilizar los valores de la libertad de expresión contra nosotros”.

Las amenazas violentas contra Assange y WikiLeaks no son nada nuevo. Mientras que el exvicepresidente estadounidense, Joseph Biden, llamó a Assange un “terrorista de alta tecnología”, el expresidente de la Cámara de Representantes, Newt Gingrich dijo que el fundador de WikiLeaks, “debe ser tratado como un combatiente enemigo”.

Bob Beckel, el director de la campaña presidencial del demócrata, Walter Mondale, en 1984 y comentarista de Fox News, lo planteó sutilmente: “Este tipo es un traidor, es traicionero, ha violado todas las leyes estadounidenses... Sólo hay una forma: dispararle ilegalmente a ese hijo de puta”.

Los apologistas del hostigamiento contra WikiLeaks se burlan de cualquier noción de una “conspiración” contra la organización. Por supuesto hubo una conspiración, pero una prácticamente sin secretos.

En el momento en que las autoridades suecas abrieron la investigación contra Assange en el 2010, una pequeña camarilla de agentes del FBI y del Pentágono, dirigida por funcionarios del gobierno de Obama, ya estaba trabajando horas extras para resolver cómo cerrar WikiLeaks y neutralizar a sus líderes.

Un artículo del Daily Beast en septiembre del 2010, explicaba: “Llamada ‘La Sala de Guerra de WikiLeaks’ por algunos de sus ocupantes, la operación está en alerta día y noche este mes conforme WikiLeaks y su líder elusivo, Julian Assange, amenazan con publicar una segunda tanda de miles de registros estadounidenses clasificados de la guerra en Afganistán”.

Dos meses después, fue emitida una orden de arresto internacional para Assange, en relación con un caso que fue retirado en menos de 24 horas, en agosto del 2010, por la fiscal jefe de Estocolmo, Eva Finne. Ella descubrió que nunca hubo “una razón para sospechar que él [Assange] había cometido alguna violación”. Sin embargo, fue entonces cuando intervinieron fuerzas políticas más poderosas.

Los hechos son aún más condenatorios cuando se examina la cronología de los eventos detenidamente. El 28 de noviembre del 2010, WikiLeaks comenzó a hacer públicos 250.000 cables clasificados que habían sido enviados al Departamento de Estado de EE.UU. desde consulados, embajadas y otras misiones entre diciembre de 1966 y febrero del 2010. El gobierno de EE.UU. respondió enfadado y con amenazas. WikiLeaks fue golpeado con ataques sistemáticos financieros y de otros tipos.

Dos días después, el 30 de noviembre, la Interpol, a petición de la fiscal sueca, Marianne Ny, emitió una Notificación Roja a 188 países para la detención de Assange por una “investigación preliminar” sueca (para la cual no existían cargos ni acusaciones). La Interpol hizo pública la solicitud y Assange fue detenido por la policía londinense el 7 de diciembre.

Cualquier persona con algo de honestidad o una perspectiva política puede llegar a esta conclusión. Los distintos organismos del gobierno estadounidense fabricaron o aprovecharon este escándalo sexual, uno de los métodos favoritos para rendir cuentas de la élite política estadounidense. Los mismos noticieros señalaron en diciembre del 2010 que “un sonriente secretario de Defensa estadounidense, Robert Gates, declaró ante reporteros que la detención [de Assange en Londres], ‘son buenas noticias para mí’”.

Como es natural, idiotas cínicas y autosatisfechas como Marina Hyde del Guardian, el instrumento de propaganda de la escoria del liberalismo inglés, siguen insistiendo en que el caso tenía sus méritos. “Creo que todos aprendimos una lección muy importante, que si uno espera lo suficiente, rehusándose absolutamente a encarar las cosas malas, éstas desaparecen”, escribió el viernes pasado.

Hyde habla por los elementos feministas y exizquierdistas que desecharon su oposición a la guerra y al imperialismo, la cual realmente nunca tuvo profundidad. El caso de Assange ha sido simplemente otro de los mecanismos a través de los cuales esta capa de exradicales afluentes se ha desprendido políticamente y encaminado al “otro lado”, un proceso que ha estado en marcha desde principios de los años noventa.

Uno de los principales instigadores del ataque contra Assange en Suecia fue el abogado y político Claes Borgström, miembro del gobierno socialdemócrata del 2000 al 2007 —la misma administración que apoyó la invasión estadounidense de Afganistán—. Borgström, quien se convirtió en el abogado de quienes acusaron a Assange, era el portavoz de los socialdemócratas en temas de igualdad de género. Sostuvo que todos los hombres eran colectivamente responsables de la violencia contra las mujeres y comparó a todo el sexo con los talibanes. Borgström es ahora miembro del Partido de la Izquierda de Suecia.

Katha Pollitt de la revista Nation se unió a la campaña contra Assange en el 2010, discutiendo que, “cuando se trata de violaciones, la izquierda todavía no entiende”.

El periódico Socialist Worker, en el artículo “Defendamos a WikiLeaks, no trivialicemos los cargos por violación” (agosto del 2012), afirmó que “Assange y algunos de sus partidarios se han negado a tomar las acusaciones de violación en serio. Sus propios abogados han apoyado teorías conspiratorias llamando a las mujeres ‘trampas de miel’... Ningún cargo de violación debería ser trivializado ni ignorado nunca”.

Por su parte, la revista International Viewpoint, en septiembre del 2013, argumentó que, “El llamado para que Assange haga frente a los cuestionamientos sobre acusaciones de agresión sexual en Suecia es legítimo por sí solo”.

Durante varios años, la pseudoizquierda internacional si acaso ha mencionado el nombre de Assange. Pero, a fin de complacer a sus reaccionarias bases, partidarias de las políticas de género, lo lanzarían a los lobos con gusto.

Estas fuerzas “izquierdistas” y liberales desempeñan un papel social objetivo. Las invasiones, ocupaciones y guerras neocoloniales son realidades difíciles de tragar. Si se les dejara a los matones del Pentágono y la CIA a defenderse solos y con sus únicos medios, forzados a enfrentarse al público estadounidense y a justificar sus acciones sin intermediarios ni intérpretes, se podría ver inmediatamente a través de lo que están haciendo.

Sin embargo, los medios liberales, como el New York Times y el Washington Post, y una multitud de “izquierdistas” pudientes, cuyo único credencial es que alguna vez perdida se opusieron al sistema, les proveen un servicio indispensable para maquillar el brutal proceso de subyugación imperialista —o de persecución política en el caso de WikiLeaks— fundamentándolo en la supuesta defensa de “la democracia”, “los derechos humanos” o “los derechos de la mujer”.

Desacreditar a todos estos elementos es una de las tareas políticas y pedagógicas esenciales de hoy día.

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