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Wonder Woman: La humanidad está bastante podrida, pero los alemanes son los peores de todos

“Hace poco pude ver Wonder Woman (La Mujer Maravilla) en una exhibición exclusiva para mujeres y aquellas que se identifican como mujeres… Aunque hubo un hombre en el salón que quiso arruinar esa experiencia para mí y los que nos rodeaban. Desapareció la bronca una vez que comenzó la cinta. Nos sentimos solidarios; nos unió la emoción compartida por esta película de superhéroes, dirigida y producida por mujeres; que nos es tan importante por tantas razones” (Carrie Wittmer, Business Insider).

Wonder Woman es más que ningún otro superhéroe: Una fantasía esencialmente del poder de mujer. Cierra tus ojos e imagina una isla con hermosísimos paisajes donde un grupo diverso de mujeres inteligentes y fuertes han creado una sociedad inmensamente más avanzada, sin hombres, sin machismo, sin ese peso capitalista que hace que las mujeres sean vulnerables, particularmente las de color” (Angelica Jade Bastién, Slate).

¿Quién podría creer que adultos escribieron esos comentarios?

Wonder Woman —La Mujer Maravilla

Wonder Woman, dirigida por Patty Jenkins, es un film lleno de lugares comunes, aburrido, y lleno de efectos tecnológicos; basado en una revista de caricaturas. Cuenta de una princesa semidiosa amazónica que, acompañada por un espía estadounidense del lado aliado, salta de su isla de paraíso a Europa y las trincheras del Frente Oeste a fines de la Primera Guerra Mundial.

Diana Prince es Wonder Woman (Gal Gadot), quien, horrorizada por la brutalidad de los alemanes se pone del lado de los aliados e impide que los ruines “hunos” [despectivo estadounidense hacia los alemanes], produzcan una nueva y devastadora bomba. Su blanco principal es el fascistizante general Erich Ludendorff (Danny Houston). En el transcurso de la cinta, ella también tiene que encarar y derrotar a su medio hermano, Ares, dios de la guerra, quien está decidido a destrozar a la raza humana.

Wonder Woman es un vehículo de vulgar desinformación sobre la Primera Guerra Mundial. Parte de la cinta toma lugar en Bélgica y repite la línea oficial sobre la agresión germana contra la “frágil Bélgica”.

Sobrevivientes aterrados de un pueblo chico le cuentan a Diana y a su colega estadounidense, el capitán Steve Trevor (Chris Pine) que los alemanes “esclavizan” a sus vecinos. Ludendorff y las tropas alemanas luego asesinan al resto de habitantes del pueblo con un nuevo gas mortífero.

Más que nada esta cinta es antialemana. Nada tiene que ver con sentimientos antibélicos. Aun cuando, en balance, los estadounidenses e ingleses masacran a más alemanes que alemanes lo hacen contra ellos, la representación de estadounidenses y británicos es de nobleza y pacifismo. El capitán Trevor dizque quiere “acabar con las guerras”; en realidad quiere que las gane “su lado”, el de la falsa normalidad y civilización. Las cosas que Wonder Woman contribuye a la “paz”, entre estas la “liberación”, casi sin ayuda, de una villa belga, acabando con un batallón alemán, son todas a favor de los aliados. Declara, “lucharé por los que no puede luchar por sí mismos”; en verdad lucha a favor de la élite de poder británica y sus intereses.

Escondida detrás de las frases sin sentido de la película, está la vulgar propaganda nacionalista de guerra. ¿Es que el repentino resurgir de Alemania (y no bajo el régimen nazi) como el bestial y sádico enemigo tiene un significado ideológico en la atmósfera de crecientes tensiones entre Estados Unidos y Europa? El tiempo lo dirá.

El diálogo y las descripciones en esta película son banales y superficiales en extremo Es muy poca cosa decir que son relativamente menos banales y superficiales que las de otras películas cuyos guiones parten de revistas de caricaturas; ese uno de los pros principales, de algunos, para Wonder Woman.

Chris Pine y Gal Gadot

Dadas las circunstancias, y como se podría anticipar, la relación entre Diana y el capitán Trevor no es ni vital ni convincente: una criatura mitológica y un heroico luchador estadounidense en contra de fuerzas siniestras europeas durante la guerra. A este par lo acompaña un trío muy especial: un alcohólico escocés (Ewen Bremner) con gran habilidad con el fusil; un estafador marroquí francés (Saïd Taghmaoui) y un contrabandista indígena (Eugene Brave Rock)

Tenemos aquí ejemplos del nivel del dialogo:

Diana Prince: “Tú eres un hombre…”

Steve Trevor: “Sí… quiero decir… ¿no me parezco a uno?”

* * * *

Steve Trevor: “¿Nunca antes habías conocido a un hombre? ¿Qué hay de tu padre?”.

Diana Prince: “No tuve padre. My madre me creo del barro y Zeus me dio vida”.

Steve Trevor: “¡Qué bien!”.

****

Steve Trevor: [a Diana] “Yo puedo salvar al día de hoy. Tú puedes salvar al mundo”.

Hacia el final, resume Diana la sabiduría de la cinta: “Yo solía querer salvar al mundo; acabar con la guerra y darle paz a los seres humanos; luego capté las sombras que viven dentro de la luz de éstos. Aprendí que dentro de cada uno de ellos existen las dos cosas; algo que cada uno de ellos tiene que escoger y que ningún heroe puede vencer. Ahora yo sé … que sólo el amor puede rescatar al mundo. Así que ahora me quedo; lucho; doy —por un mundo que yo sé que es posible. Esa es mi misión eterna”.

De tomar en serio estas últimas oraciones; no pasan de ser babosadas reaccionarias.

Nada de eso es culpa de los actores, aunque no hay nada notable en ellos. ¿Qué hace el actor británico David Thewlis, quien ha actuado en películas serias, como Naked de Mike Leigh (1993), volando aquí en la armadura de combatiente gigante de Ares?

Son típicos los comentarios y las exageradas alabanzas y emociones en torno a Wonder Woman como con los que comienza el presente artículo.

En algunos limitados círculos, la aparición de una cinta sobre una superheroína es un importantísimo acontecimiento cultural, de este y recientes años.

Los críticos, o bien comparten esas emociones, o bien los intimida la atención.

Danny Huston, representando a Erich Ludendorff en Wonder Woman

Richard Brody de la revista New Yorker dice que Wonder Woman “es una película de superheroes; completa las demandas heróicas y mitológicas de ese tipo de film; al mismo tiempo es parte de la literatura de la sabiduría, compartiendo con el espectador una sincera intimidad con entendimientos que son producto de mucho esfuerzo y paradojas que en el pasado han dado mucho que pensar”.

Zoe Williams intitula su comentario en el diario inglés The Guardian: “Porqué es que Wonder Woman es una obra maestra de feminismo subversivo”.

Dice Mick LaSalle del diario San Francisco Chronicle: “El film nos deja con un sentido de esperanza, que un día le será posible a la razón de las mujeres derrotar a la brutalidad de los hombres”.

Por último, A.O. Scott del New York Times sugiere que Wonder Woman “se libra con frescura de los imperativos de marca de grandiosidad; se permite ser algo relativamente raro en el universo de las cintas de superhéroes; se siente menos como otra de la sarta sin fin de oportunidades de mercancías apocalípticas y más como… ¿Qué palabra tengo en la lengua?, una cinta que también es de calidad”.

Un sitio del Internet resume la opinión de los críticos: “Excitante, sincera, estimulante por la actuación carismática de Gal Gadot, Wonder Woman arremete como un éxito espectacular”.

Me pregunto a mí mismo al leer esos comentarios, “¿he visto el mismo film del que hablan ellos?”.

No es mi intención, en este artículo, discutir con gran detalle la cuestión de la relación entre una clase media alta cuya riqueza ha crecido mucho en las últimas décadas y la terrible pereza intelectual que impera en la actualidad. Sin embargo, menciono algunos de sus aspectos, que contextualizan a Wonder Woman.

Depender de lo que parece ser un aumento sin fin de precios de acciones, y de precios de bienes raíces; el parasitismo extremo de la economía, la naturaleza casi automática del lucro en ciertos ámbitos, la facilidad con que un gran número de francamente muy limitados seres humanos amasa fortunas (imbéciles, algunos)… todo eso es congruente con humores y sentimientos rancios.

Para muchos es como si las ideas críticas, cuidadosamente elaboradas, ya no tuviesen ningún valor. La política de identidades también opera en eso. El valor de alguna opinión ya no tiene que ver con argumentos racionales, o datos objetivos; depende, en cambio, de biología, etnia, orientación sexual; “yo soy mujer, afroamericano… una persona gay; lo que tenga que decir representa una verdad, tiene un valor prioritario”. Ese punto de vista es extremadamente dañino para todos.

Consideremos por ejemplo la histeria antirrusa que tanto afecta a los grupos de poder estadounidenses como a la clase media acomodada.

Alegar que Rusia es ahora la “enemiga acérrima”, sin necesidad de ninguna evidencia de la presunta “interferencia de Putin” en las elecciones, libra a ciertos grupos de evaluar el carácter derechista del Partido Demócrata, la podredumbre del sistema económico y político y las condiciones miserables de decenas de millones de habitantes de Estados Unidos; “¡fueron los rusos!”.

Estos fenómenos tan diferentes —la manía de las identidades, la “pasión” hacia Wonder Woman y otras trivialidades culturales, el frenesí antirruso— por buena razón comparten ese mismo espacio histórico.

Para la clase trabajadora no es igual. No obstante sus dificultades ideológicas, los obreros, a cada paso encaran decisiones cada vez más dolorosas, cada vez más difíciles; los habitantes de Flint, Michigan, son un ejemplo. No cuentan con los lujos de las cabezas huecas y egotismos de la clase media alta. En cambio, causas objetivas los impulsan a aprehender la verdad social.

Yo fui a una exhibición pública de Wonder Woman. Hubo ocasionales risas, algún interés en la obra, también algo de decepción por no ser lo que la prensa prometió. Faltó la “pasión” y la “emoción compartida” que mencionan los comentaristas oficiales.

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