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Prólogo de la edición turca de The Heritage We Defend

Me complace la publicación de The Heritage We Defend (El legado que defendemos) en Turquía, un país que ocupa tan importante lugar en la historia del movimiento trotskista. León Trotsky encontró su primer refugio en una isla cercana a Estambul en 1929, tras su expulsión de la Unión Soviética por el régimen estalinista. “Prinkipo es un buen lugar para trabajar con lápiz”, escribió. Durante su estadía de cuatro años en la isla, Trotsky produjo muchas de sus mayores obras, incluyendo Mi vida, La historia de la revolución rusay sus incomparables ensayos sobre la lucha contra el fascismo en Alemania. A pesar de que la calificó de “isla de paz y olvido”, su presencia entre 1929 y 1933 transformó este idílico paraje en el mar de Mármara en el epicentro del mundo del pensamiento marxista revolucionario.

Leon Trotsky in Prikipo

No es sólo la relación entre el exilio de Trotsky en Turquía y la historia de la Cuarta Internacional que le presta una importancia especial a la publicación de esta nueva traducción de The Heritage We Defend. El lugar crítico que ocupa Turquía en la geopolítica del sistema imperialista mundial garantiza que la lucha de clases en ese país adquiera dimensiones gigantescas. La construcción del movimiento trotskista en Turquía es, por lo tanto, una tarea estratégica esencial para la Cuarta Internacional. Esto requiere educar a las secciones avanzadas de la clase obrera y a la juventud turcas sobre la larga historia de lucha de los trotskistas ortodoxos contra las diferentes formas de revisionismo antimarxista, especialmente las que están ligadas a las concepciones liquidacionistas de Michel Pablo (1911–1996) y Ernest Mandel (1923–1995).

James P. Cannon

The Heritage We Defend fue escrito hace treinta años, tras la deserción del Workers Revolutionary Party (WRP; Partido Revolucionario de los Trabajadores, británico) del Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI). Como lo demostraría el CICI en numerosos documentos, la abjuración del WRP fue consecuencia de su abandono, a lo largo de más de una década, de los principios trotskistas, en cuya defensa había jugado tan importante papel. El WRP, fundado en 1973, fue la organización sucesora del Movimiento Trotskista británico, que en 1953 se había aliado al Socialist Workers Party (SWP; Partido Socialista de los Trabajadores) de EE.UU. y al Parti communiste internationaliste (PCI; Partido Comunista Internacionalista) de Francia para fundar el CICI. Gerry Healy (1913–1989), líder del WRP, había firmado la histórica “Carta abierta al movimiento trotskista mundial” escrita por James P. Cannon (1890–1974), que denunció el revisionismo de Pablo y Mandel. La “Carta abierta”, publicada en noviembre de 1953, articula los principios fundacionales del CICI:

1. La agonía mortal del sistema capitalista amenaza con destruir la civilización al hacer cada vez peores las depresiones, las guerras mundiales y las manifestaciones de barbarie tales como el fascismo. El desarrollo de las armas atómicas pone en relieve el peligro del modo más grave posible.

2. La caída al abismo se puede evitar sólo reemplazando al capitalismo con la economía planificada socialista a nivel mundial y reanudando la espiral de progreso iniciada por el capitalismo en sus épocas tempranas.

3. Esto sólo se puede lograr bajo la dirigencia de la clase obrera de la sociedad. Pero la misma clase obrera se enfrenta a una crisis de dirección, a pesar de que las relaciones mundiales de las fuerzas sociales nunca fueron tan favorables como hoy para que los obreros emprendan el rumbo al poder.

4. Para organizarse a sí misma con el fin de cumplir esta misión histórica mundial, la clase obrera de cada país tiene que establecer un Partido Socialista Revolucionario basado en los criterios desarrollados por Lenin; es decir, un partido de combate capaz de combinar dialécticamente la democracia y el centralismo: democracia para tomar decisiones, centralismo para cumplirlas; una dirigencia bajo el control de su militancia y capaz de avanzar disciplinadamente bajo fuego.

5. El obstáculo principal a esto es el estalinismo, el cual explota el prestigio de la Revolución Rusa de 1917 para atraer a los obreros y luego traicionar su confianza, lanzándolos ya sea en los brazos de la socialdemocracia, de la apatía o a la renovación de ilusiones en el capitalismo. Las consecuencias de estas traiciones las paga la clase obrera con la consolidación de las fuerzas fascistas o monárquicas y nuevas explosiones de guerras fomentadas y preparadas por el capitalismo. Desde sus inicios, la Cuarta Internacional se planteó la derrota revolucionaria del estalinismo dentro y fuera de la URSS como una de sus misiones principales.

6. La necesidad de tácticas flexibles que afrontan muchas secciones de la Cuarta Internacional —y los partidos o grupos que simpatizan con su programa— hacen más imperante que, sin capitular al estalinismo, sepan cómo luchar contra el imperialismo y todos sus agentes pequeñoburgueses (tales como las tendencias nacionalistas o las burocracias sindicalistas); y, a la inversa, sepan cómo derrotar al estalinismo (que, a fin de cuentas es un agente pequeñoburgués del imperialismo) sin capitular ante el imperialismo.[1]

Ernest Mandel

La “Carta abierta” resumió con concisión los conceptos estratégicos del trotskismo que Pablo y Mandel repudiaban. El pablismo reemplazó la caracterización trotskista del estalinismo como contrarrevolucionario con una teoría que le atribuye un papel histórico progresista y revolucionario a la burocracia del Kremlin y a sus agencias. En lugar de luchar por derrocar a los regímenes estalinistas mediante una serie de revoluciones políticas, los pablistas previeron un proceso de autorreforma para la burocracia; en el cual los trotskistas asesorarían a los líderes estalinistas, alentándolos hacia la izquierda. Los “Estados obreros deformados” de Europa del Este, gobernados por agentes estalinistas del Kremlin, durarían siglos, según Pablo y Mandel.

La capitulación de los pablistas al estalinismo fue sólo uno de los aspectos de su abandono de la Teoría de la Revolución Permanente de Trotsky. También rechazaron la lucha por la conciencia marxista en la clase obrera y su independencia de clase separada de todos los agentes burgueses y pequeñoburgueses nacionalistas del imperialismo.

No obstante del papel clave que jugaron los trotskistas británicos en defensa de la Cuarta Internacional durante los años cincuenta y sesenta —especialmente en su oposición a la escisión del SWP norteamericano con el Comité Internacional y su reunificación con los pablistas en 1963— su propia derivación hacia el revisionismo se haría cada vez más evidente durante la década siguiente, particularmente después de fundarse el WRP en noviembre de 1973. A principios de los sesenta, los trotskistas británicos del Socialist Labour League (SLL; Liga Socialista de los Trabajadores), el cual se transformó luego en el WRP, criticaron de manera fulminante al SWP por glorificar el nacionalismo radical de Fidel Castro. Rechazaron decisivamente que la guerrilla pequeñoburguesa del líder cubano había demostrado que la lucha por el socialismo podía prescindir de la construcción de un partido trotskista de, y bien arraigado en, la clase obrera.

Sin embargo, para mediados de la década de los setenta, el WRP comenzaba a ensalzar el programa antiimperialista de los varios movimientos nacionales de Oriente Medio —como la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) y el régimen nacionalista radical de Muamar Gadafi en Libia— de forma muy parecida a las políticas antitrotskistas de los pablistas.[2] Este giro del WRP hacia el pablismo no fue sólo el resultado de errores personales por parte de sus dirigentes. Contra el trasfondo mundial de un movimiento obrero controlado por los partidos y sindicatos estalinistas y socialdemócratas, las organizaciones trotskistas eran vulnerables a la presión social e ideológica ejercida por la radicalización en masa de amplios sectores de la pequeña burguesía, especialmente de estudiantes jóvenes, durante los años sesenta y setenta.

El desafío de integrar a reclutas de la pequeña burguesía al movimiento trotskista no sólo exigía una firme orientación política y práctica hacia la clase obrera, basada en una lucha implacable contra las burocracias estalinistas y socialdemócratas. También requería una lucha persistente contra el pseudomarxismo y explícito antimarxismo de los protagonistas ideológicos de la “Nueva Izquierda” promovidos por los pablistas —sobre todo, las tendencias identificadas con el “marxismo occidental”, el “capitalismo de Estado” y el “tercermundismo” nacionalista burgués. Entre los más reconocidos, se encuentran Marcuse, Adorno, Horkheimer, Gramsci, Lefort, Castoriadis, Guevara, Fanon y Malcolm X. A esta larga lista, podemos añadir el maoísmo, una variante profundamente reaccionaria del estalinismo, que fue adoptada por innumerables intelectuales pequeñoburgueses y extravió a trabajadores y jóvenes en todo el mundo a una derrota sangrienta tras otra.

Las políticas oportunistas del WRP tuvieron que enfrentarse a una oposición dentro del Comité Internacional. Entre 1982 y 1984, el Workers League (WL; Liga de los Trabajadores), la organización trotskista norteamericana, desarrolló una crítica integral de las políticas neopablistas del WRP. Los dirigentes del partido británico —Healy, Michael Banda (1930–2014) y Cliff Slaughter (1928– )— bloquearon todos los intentos del WL para organizar una discusión sobre sus críticas en el Comité Internacional.[3] Tales maniobras, alejadas de cualquier principio político, detonaron una crisis política dentro del WRP en el otoño de 1985. Aún decididos a eludir cualquier discusión sobre las cuestiones teóricas y políticas detrás del colapso del WRP, Slaughter y Banda intentaron culpar al Comité Internacional por la línea oportunista seguida por la sección británica durante la década anterior.

En febrero de 1986, el WRP publicó un documento, elaborado por Michael Banda, anunciando su ruptura con el trotskismo, intitulado Veintisiete razones por las que el Comité Internacional debe ser enterrado inmediatamente y la Cuarta Internacional construida. El WRP publicó este documento con gran fanfarria, prediciendo que se iba a convertir en uno de los clásicos del marxismo; mas no sería nada más que una amalgama de distorsiones, mentiras y algunas medias verdades, con el propósito de desacreditar tanto al Comité Internacional como a toda la historia de la Cuarta Internacional. El propio título del ensayo de Banda expuso su deshonestidad política ya que, si tan sólo una fracción de sus “veintisiete razones” fuese sustentable, la existencia de la Cuarta Internacional sería injustificable. El mismo Banda, menos de un año después de completar su documento, llevó sus argumentos a conclusiones lógicas y publicó una denuncia repugnante de Trotsky, confesando su gran admiración por Stalin. La evolución política de Banda anticiparía el abandono del trotskismo de todos los dirigentes y miembros del WRP que respaldaron su documento. Un número considerable de ellos se unió al movimiento estalinista. Otros se pasaron al campo imperialista y fueron partícipes activos en la guerra de la OTAN contra Serbia. El grupo más grande, encabezado por Cliff Slaughter, repudió todo el legado de la perspectiva del partido revolucionario de Lenin y Trotsky y la lucha por el socialismo, y, en cambio, se concentró en hacer que sus vidas personales fuesen lo más cómodas posibles.

En contraste, al recibir el documento de Banda, el Comité Internacional entendió la necesidad de una respuesta detallada. A lo largo de dos meses, The Heritage We Defend apareció en una serie semanal en los periódicos publicados por las secciones del Comité Internacional. Yo no anticipaba entonces que sería necesario un libro de quinientas páginas para responderle a Banda; en un momento me di cuenta de que Banda pretendía explotar la ausencia de una investigación adecuada sobre la historia de la Cuarta Internacional —especialmente de los años críticos entre el asesinato de Trotsky en 1940 y la escisión con los pablistas en 1953— y el poco conocimiento sobre ésta entre los cuadros trotskistas de ese tiempo. No era suficiente llamar la atención a la abjuración de Banda; era necesaria una crónica histórica de la Cuarta Internacional, con el fin adicional de educar a nuestros cuadros.

Han pasado tres décadas desde su publicación, y creo que The Heritage ha superado todas las expectativas de entonces. Retiene su valor como una introducción a la historia de la Cuarta Internacional; examina los problemas relativos a la teoría, programa y estrategia marxistas que son altamente relevantes para la lucha actual por construir el movimiento trotskista internacional.

Gerry Healy

The Heritage We Defend sigue siendo el único recuento histórico de la Cuarta Internacional que emplea el método del materialismo histórico para analizar la aparición de las distintas tendencias políticas y la lucha entre ellas. Rechazando el subjetivismo que parte de caracterizaciones individuales de los líderes —buenos o malos o con motivos nobles o innobles—, The Heritage busca identificar los procesos sociales y políticos objetivos, derivados de las contradicciones del capitalismo mundial y del desarrollo de la lucha de clases mundial y nacional durante y después de la Segunda Guerra mundial imperialista, que subyacen los conflictos dentro de la Cuarta Internacional. Esta historia no enfatiza las nociones subjetivas de sus protagonistas políticos —Cannon, Pablo, Mandel y Healy— sino las verdaderas fuerzas objetivas detrás de la lucha de clases, las cuales, en las palabras de Engels, “se ven reflejadas en las mentes de las masas en acción y en sus líderes —los llamados grandes hombres— como motivos conscientes...”.[4]

The Heritage analiza, en el complejo y cambiante entorno de antes y después de la Guerra Mundial, los conflictos dentro de la Cuarta Internacional que ya pregonaban la lucha que se desarrolló luego del Tercer Congreso Mundial en 1951 y que culminó en la histórica división de noviembre de 1953. El libro pone especial atención a dos tendencias revisionistas de la década de los cuarenta, que reflejaron el desplazamiento político hacia la derecha de amplios sectores de la intelectualidad radical pequeña burguesa. Este desarrollo se manifestó en las persistentes y cada vez más profundas tensiones políticas dentro de la Cuarta Internacional.

El grupo de las “Tres Tesis” (también conocido como los “retrocesistas”) surgió de la Internationale Kommunisten Deutschl ands (IKD), una organización de emigrados alemanes trotskistas dirigidos por Josef Weber (1901–1959). Antes de la publicación del Heritage , su papel en la historia de la Cuarta Internacional había pasado al olvido. Sin embargo, los conceptos que ellos avanzaron resultaron ser muy influyentes en el desarrollo de distintas tendencias antitrotskistas y antimarxistas, no sólo dentro de la Cuarta Internacional, sino también en amplios sectores de la pequeña burguesía radical.

La IKD publicó un documento en octubre de 1941 donde tacha de sueño político la perspectiva de la revolución socialista global. Además insiste que el mundo va en camino a la barbarie, no al socialismo. Las victorias del fascismo en Europa significaban que la clase obrera estaba siendo arrojada nuevamente a condiciones previas a 1848. La victoria militar nazi, que la IKD consideró algo irreversible, marcaba una nueva etapa de la historia mundial. “Las prisiones, los nuevos guetos, el trabajo forzado, los campos de concentración y los de prisioneros de guerra no son sólo las instalaciones de una transición política y militar, sino que son, de igual manera, nuevas formas de explotación económica que acompañan el desarrollo de un Estado esclavista moderno y que están pensadas de forma permanente para un porcentaje considerable de la humanidad”.[5]

El grupo de las “Tres Tesis” llegó a la conclusión de que la lucha por el socialismo había sido reemplazada mediante un retroceso histórico por la “lucha por la libertad nacional”.[6] En un documento posterior, escrito en 1943, el IKD rechazó explícitamente el análisis histórico de la época imperialista que Lenin desarrolló en la lucha contra la traición de la Segunda Internacional y que constituiría la base para la estrategia del Partido Bolchevique en 1917. “Si miramos hacia atrás, a la Primera Guerra Mundial y la constelación entera de ese momento, debemos reconocer que la Primera Guerra Mundial, a pesar de todas las conexiones casuales que la detonaron, no fue más que una desdicha histórica del capitalismo, un evento accidental que conllevó al colapso del capitalismo en el marco de la necesidad histórica antes de ser históricamente necesario ”. Pero si la Guerra Mundial fue un accidente, también lo fueron el colapso de la Segunda Internacional, la victoria de la Revolución de Octubre y la fundación de la Internacional Comunista. El IKD negó, efectivamente, la totalidad de los fundamentos objetivos de la estrategia marxista revolucionaria del siglo XX, que Lenin y Trotsky elaboraron.

La IKD puso de manifiesto su pesimismo político en los términos más fuertes, declarando que la clase obrera había dejado de ser una fuerza revolucionaria; estaba “desmembrada, atomizada, dividida, con sus diversos estratos contrapuestos unos contra otros, políticamente desmoralizada, internacionalmente aislada y dominada...”.[7] Aun cuando el sistema capitalista se encontraba en un estado de putrefacción, la clase obrera era incapaz de derrocarlo. La IKD afirmó que el “error más común” del movimiento trotskista, que surgió a partir de “una completa incomprensión del marxismo”, era “ concebir la negación del capitalismo sólo como la tarea de la revolución proletaria... ”. Ante tal impotencia de la clase obrera como fuerza revolucionaria, la IKD aseveraba que la única opción era volver a la “centenaria” lucha por la democracia.[8] Además, se oponía al llamado de la Cuarta Internacional por el establecimiento de los Estados Unidos Socialistas de Europa:

Antes de que Europa pueda unificarse en “Estados socialistas”, debe separarse otra vez en Estados autónomos e independientes. Se trata de que las gentes quebradas, esclavizadas y atrasadas, junto con el proletariado... nuevamente establezcan naciones.

Esta tarea se puede platear así: revertir el todo el desarrollo hacia atrás que ha ocurrido a fin de recuperar todas las conquistas burguesas (incluyendo el movimiento obrero), para alcanzar nuevos logros y superarlos. ...

Sin embargo, la cuestión política más apremiante gira entorno a la centenaria tarea de la primera época del capitalismo industrial y del socialismo científico — la conquista de la libertad política, el establecimiento de la democracia (también para Rusia) como condiciones indispensables para la emancipación nacional y la fundación del movimiento obrero .[9]

La IKD insistió en que todos los países del mundo eran objeto de la presunta necesidad de retroceder el calendario político a la era pre-1848; cosa que implicaba abandonar la lucha por el socialismo internacional y retornar a las demandas de soberanía nacional y democracia burguesa.

Con modificaciones apropiadas, esa misión [de la democracia y la liberación nacional] existe en todo el mundo; en China e India, Japón y África, Australia y Canadá, Rusia e Inglaterra. En suma, para toda Europa, América del Norte y del Sur. No existe ningún país en el que no se esté presentando la cuestión democrática y nacional con mayor fuerza; no existe en ninguna parte un movimiento obrero organizado políticamente.[10]

La consigna principal, proclamó la IKD, debía ser “liberación nacional”.

Esto significa que el problema nacional representa uno de los episodios históricos que necesariamente forman parte de una transición estratégica hacia la reconstitución del movimiento obrero y la revolución socialista. Quien no entienda la necesidad histórica de este episodio y no sepa cómo utilizarla no sabe ni entiende nada sobre el marxismo-leninismo.[11]

De hecho, fue la IKD la que estaba abandonando el programa de Lenin y Trotsky. Su separación de la lucha por las reivindicaciones democráticas de la lucha por derrocar al capitalismo plasmó su abandono total de la teoría y el programa de la revolución permanente. Para los países con un desarrollo burgués tardío, la teoría de la revolución permanente, explica Trotsky, “significa que la resolución íntegra y efectiva de sus fines democráticos y de su emancipación nacional tan sólo puede concebirse en torno a la dictadura del proletariado, empuñando éste el poder como caudillo de la nación oprimida, y ante todo, de sus masas campesinas”.[12]

La separación de las demandas democráticas de las socialistas en los países menos desarrollados ya decía mucho de la IKD; sin embargo, sus intentos de resucitar un programa burgués de liberación nacional en los centros avanzados del capitalismo mundial y descartar la lucha por el socialismo como una tarea prematura reflejaban un nivel patológico de desmoralización política. Los colaboradores y amigos de Josef Weber, el líder de la IKD, escribirían en sus memorias más adelante que él expresaba con frecuencia, a mediados de 1940, que el control nazi sobre Europa se prolongaría por al menos treinta, si no cincuenta, años.[13]

Los partidarios de Max Shachtman (shachtmanistas) acogieron y promovieron la perspectiva de la IKD. Tras haberse separado de la Cuarta Internacional en 1940, los shachtmanistas consideraron que los argumentos de la IKD calzaban bien con su rechazo de ver a la Unión Soviética como un Estado obrero que había que defender ante el imperialismo. La metamorfosis política de la IKD a lo largo de los años cuarenta confirmó la apreciación de los shachtmanistas sobre la teoría “retrocesista”.

Dicha perspectiva desmoralizada de la IKD, una organización que dejó a la Cuarta Internacional por su propia cuenta, eventualmente encontró quién la apoyara dentro del Socialist Workers Party de Estados Unidos; la tendencia Morrow-Goldman. Al igual que con la IKD, antes de que The Heritage fuese publicado, dicha corriente tampoco había sido objeto de suficiente investigación. Esta corriente apareció en 1944 como una oposición peculiar dentro del SWP. Sus dos principales líderes habían desempeñado papeles importantes en la Cuarta Internacional y el partido estadounidense. Albert Goldman (1897–1960) había sido el abogado de Trotsky ante la Comisión de Dewey en 1937. Durante el proceso de la Ley Smith en 1941, Goldman defendió a los miembros del SWP acusados de sedición, siendo él también uno de los acusados y uno de los dieciocho miembros del partido que fueron declarados culpables y enviados a prisión. Felix Morrow (1906–1988) fue miembro del Comité Político del SWP y un excepcional periodista socialista, mejor conocido por su libro Revolución y contrarrevolución en España. También fue uno de los militantes sentenciados a prisión en el juicio de 1941. Otro importante miembro de la facción Morrow-Goldman fue Jean van Heijenoort (1912–1986), quien había sido el secretario político de Trotsky durante la década de los treinta y secretario de facto de la Cuarta Internacional a lo largo de la Segunda Guerra Mundial.

Felix Morrow

The Heritage We Defend analiza detalladamente las posturas de la tendencia Morrow-Goldman. Sin embargo, ahora disponemos de muchos más boletines internos del SWP, gracias al Internet, que los que teníamos cuando se publicó nuestra crónica histórica; cosa que hace posible revelar más completamente la influencia de los argumentos de la IKD en la tendencia Morrow-Goldman. En 1942, Morrow y Van Heijenoort (bajo el pseudónimo Marc Loris) rechazaron la resolución de las “Tres Tesis”. Sin embargo, para mediados de esa década, su punto de vista y el de Goldman sufrieron un cambio radical. Morrow sostuvo que la adhesión de la Cuarta Internacional al programa de la revolución socialista en Europa la volvía políticamente irrelevante en las circunstancias de las condiciones de posguerra. Interpretando los acontecimientos en Europa, especialmente en Francia e Italia, de la manera más conservadora y derrotista posible, la fracción Morrow-Goldman insistía en que era imposible una revolución socialista. La Cuarta Internacional, alegaron, no tenía ninguna otra política viable excepto convertirse en un movimiento que impulsara reformas democráticas-burguesas en alianza con los socialdemócratas y los otros movimientos burgueses de tendencia democrática.

Mientras que abogaban por la transformación de la Cuarta Internacional en un flanco de izquierda de la democracia burguesa, Morrow y Goldman también argumentaban a favor de una reunificación con los shachtmanistas, cuyo rechazo a defender a la Unión Soviética se estaba convirtiendo rápidamente en un apoyo abierto a la ofensiva del imperialismo estadounidense contra el “totalitarismo comunista”. La Cuarta Internacional y el SWP rechazaron correcta y decisivamente la perspectiva desmoralizada de Morrow y Goldman.

La evaluación de los argumentos sobre la “línea correcta” a tomar hacia los acontecimientos en Europa no era simplemente una cuestión abstracta e intelectual. Ante una situación sumamente fluida e inestable, en la que el resultado de la crisis política de la posguerra aún estaba en duda, los trotskistas buscaron demostrar plenamente el potencial revolucionario de aquella situación. Su trabajo se basó en las posibilidades objetivamente existentes para el derrocamiento del capitalismo, no en suposiciones de antemano sobre una inminente estabilización capitalista. En las horas graves antes de que Hitler subiera al poder, a Trotsky le preguntaron si la situación estaba “perdida”. Dicha palabra no está en el vocabulario de los revolucionarios, respondió. “La lucha decidirá”. La misma respuesta tuvo que ser dada a los que afirmaron, en medio del caos en la Europa de la posguerra, que la causa revolucionaria había perdido sus esperanzas y que la estabilización del capitalismo era inevitable. De haberse doblegado como lo pedían Morrow y Goldman, los trotskistas se habrían convertido en uno más de los factores que estimulaban la estabilización capitalista.

Estos distintos e incompatibles argumentos sobre la relación entre las reivindicaciones democráticas y un programa socialista revolucionario reflejan perspectivas de clases distintas e incompatibles. Los principales referentes de la tendencia Morrow-Goldman se trasladaron rápidamente a la derecha. Goldman dejó el SWP, se unió brevemente al movimiento shachtmanista y, poco después, repudió el marxismo. Morrow, después de ser expulsado del SWP en 1946, abandonó el socialismo, comenzó a respaldar la Guerra Fría del imperialismo norteamericano y se convirtió en un pudiente editor de literatura ocultista. Van Heijenoort también abandonó la Cuarta Internacional, denunció a la Unión Soviética como un “Estado esclavista”, dejó atrás su participación en la política socialista y se convirtió en un matemático destacado.

La evolución política de estos individuos fue parte de un proceso social más generalizado, que parte del clima de Guerra Fría. La estabilización económica en Europa después de la guerra y la asfixia burocrática del movimiento revolucionario de la clase obrera afectaron la perspectiva política de la intelectualidad pequeñoburguesa de izquierda. El marxismo dio paso al existencialismo. El anterior enfoque en los procesos sociales fue sustituido por una fijación en cuestiones personales. Las evaluaciones científicas sobre los acontecimientos políticos fueron cambiadas por interpretaciones psicológicas. Las teorías sobre el futuro basadas en el potencial para la planificación económica, fueron dejadas atrás a favor de sueños utópicos. Se perdió el interés en la explotación económica de la clase obrera. En su lugar, los problemas ecológicos adquirían prominencia, pero separados de toda cuestión sobre el dominio de clase y el sistema económico.

El camino tomado por el titular de la IKD es ilustrativo de este proceso de “retroceso” intelectual socialmente determinado. Después de que la IKD dejara la Cuarta Internacional, Josef Weber rompió completamente con la política marxista y comenzó a profesar un utopismo ecologista y semianarquista. Entre sus principales discípulos, se encontraba el exmilitante del SWP, Murray Bookchin (1921–2006), quien, en 1971, le dedicó su libro, Post-Scarcity Anarchism (Anarquismo después de la escasez), a Josef Weber. Bookchin, quien se llegó a convertir en un enemigo férreo del marxismo, le agradeció a su mentor por haber “formulado hace más de veinte años los principales puntos del proyecto utópico desarrollado en este libro”.[14] Sus escritos llamaron la atención de Abdullah Öcalan, el líder del Partido de los Trabajadores Kurdos (PKK, por sus siglas en kurdo), tras su captura y encarcelamiento por el gobierno turco en 1999. En los escritos de Bookchin, Öcalan encontró ideas compatibles con sus propias propuestas de un “confederalismo democrático”. Al fallecer Bookchin, el PKK lo enaltece por ser “uno de los más grandes científicos sociales del siglo XX”.[15]

La política se rige por la lógica de los intereses de clase. Esta realidad básica frecuentemente cae en el olvido, especialmente entre los académicos, quienes tienden a evaluar las corrientes políticas en base a criterios subjetivos. Al mismo tiempo, sus propios prejuicios políticos influencian sus puntos de vista, particularmente cuando se trata de evaluar una disputa entre oportunistas y revolucionarios. Para el académico de la pequeña burguesía, las políticas propugnadas por los oportunistas generalmente les parecen más “realistas” que las de los revolucionarios. Sin embargo, del mismo modo en que no hay una filosofía inocente, tampoco hay una política inocente. Lo prevean o no, todo programa político tiene consecuencias objetivas. En la década de los cuarenta, la Cuarta Internacional y el SWP bien reconocen que el programa de la IKD, que promovía una liberación nacional y una democracia universal suprahistóricas, reflejaba intereses de clase hostiles al socialismo.

A inicios de los años cincuenta, las concepciones retrocesistas fueron refundadas dentro del marco de las teorías anarquista y ecologista. Poco después, a través de los esfuerzos del antimarxista Bookchin, las ideas de Josef Weber alcanzaron una audiencia mayor y una base social y política más amplia en diversos sectores de la pequeña burguesía, incluyendo a los nacionalistas kurdos, cuyas actividades políticas han involucrado tener que maniobrar interminablemente y colaborar con las principales potencias imperialistas. Cabe señalar que Michael Banda, tras repudiar el trotskismo, se orientó hacia el nacionalismo burgués; se convirtió en un ferviente admirador de Öcalan y en simpatizante activo del PKK.

En el contexto social y político de la década de los cuarenta, el rechazo al potencial revolucionario de la clase obrera es la noción política esencial que conecta a los shachtmanistas, al grupo de las “Tres Tesis” y a la tendencia Morrow-Goldman con el revisionismo de Pablo, que aparece unos años después. Cada una de esas tendencias pinta ese rechazo de diferentes formas. Shachtman especulaba que la Unión Soviética era una nueva forma de sociedad “colectivista”, controlada por una élite burocrática que se estaba convirtiendo en, o ya era, una nueva clase gobernante. Una variante de la teoría shachtmanista profesaba que la Unión Soviética representaba un tipo de “capitalismo de Estado”. El grupo de las “Tres Tesis”, seguido por la tendencia Morrow-Goldman, llegó a la conclusión de que la revolución socialista era una causa perdida.

Pablo y Mandel maquillaron sus revisiones y abandono del trotskismo con una retórica ostentosa. Pero en su perspectiva, es claro que consideraban a la burocracia estalinista como la fuerza principal en la construcción del socialismo, no la clase obrera. La teoría pablista es una inversión particular de la teoría shachtmanista. Estos últimos denunciaban al régimen estalinista por establecer una nueva forma de sociedad explotadora, “colectivista burocrática”; en contraste los pablistas proclamaban que los regímenes burocráticos estalinistas de Europa del Este, establecidos tras la Segunda Guerra Mundial, eran el vehículo necesario para la transición histórica del capitalismo al socialismo. Cada una a su manera, todas estas perspectivas políticas partían del papel no revolucionario de la clase obrera, declarando que los trabajadores habían dejado de ser una fuerza activa, y mucho menos decisiva, en el proceso histórico.

En septiembre de 1939, cuando comienza la lucha en el SWP contra la oposición pequeñoburguesa de Max Shachtman y James Burnham, Trotsky destacó el papel en ese conflicto de la cuestión básica de perspectiva histórica. La Cuarta Internacional, escribió, no sólo insistió en el papel revolucionario de la clase obrera, sino que también sostuvo que era posible tomar lecciones de las derrotas, expulsar a los traidores del socialismo de sus posiciones de control burocrático y construir dentro de la clase obrera la dirección necesaria para la victoria de la lucha por el poder. La izquierda pequeñoburguesa, escribió Trotsky, rechaza esa elemental perspectiva revolucionaria:

Los desilusionados y aterrorizados pseudomarxistas de todo tipo responden, por el contrario, que la bancarrota de la dirección “refleja” simplemente la incapacidad del proletariado para cumplir su misión histórica. No todos nuestros oponentes expresan con claridad su pensamiento, pero todos ellos —ultraizquierdistas, centristas, anarquistas, por no hablar de los estalinistas y socialdemócratas— cargan el peso de sus propios errores sobre las espaldas del proletariado. Ninguno de ellos expresa claramente bajo qué condiciones será capaz el proletariado de llevar a cabo la revolución socialista.

Si aceptamos como válido que la causa de los errores es consustancial a las cualidades sociales del proletariado como tal, tenemos que aceptar que el futuro de la sociedad moderna se nos presenta sin esperanza alguna.[16]

El pesimismo e incluso la desesperación que subyacen al revisionismo pablista encontraron una expresión consumada en su teoría de la “guerra revolución”, desarrollada en antelación al Tercer Congreso Mundial en 1951. “Para nuestro movimiento,” declara el documento pablista, “la realidad social objetiva consiste esencialmente en el régimen capitalista y el mundo estalinista”. La lucha por el socialismo asumiría la forma de una guerra entre estos dos campos, de los cuales el sistema estalinista saldría victorioso. De entre las cenizas de una guerra termonuclear, los estalinistas establecerían “Estados obreros deformados” —similares a los que existían en Europa del Este— que durarían siglos. Dentro de este extraño escenario, la clase obrera y la Cuarta Internacional no tendrían un papel independiente, por lo que les dieron órdenes a sus cuadros a ingresar a los partidos estalinistas y militar dentro de ellos como grupos de presión desde la izquierda. Esta perspectiva liquidacionista no se limitó a entrar en los partidos estalinistas. Como lo explica este volumen:

La adaptación al estalinismo fue una característica central de la nueva perspectiva pablista; pero sería un error verla como su rasgo esencial. El pablismo era (y es) liquidacionismo político en toda la línea: es decir, el rechazo de la hegemonía del proletariado en la revolución socialista y de la existencia verdaderamente independiente de la Cuarta Internacional, la entidad articuladora consciente del rol histórico de la clase obrera. La teoría de la guerra revolución les proporcionó el marco para la elaboración de la tesis liquidacionista central: todos los partidos trotskistas debían disolverse en cualquiera que sea la tendencia política que domine el movimiento obrero o de masas en todos los países con secciones de la Cuarta Internacional activas.[17]

La división que se produjo en noviembre de 1953 es uno de los eventos más importantes en la historia del movimiento socialista. La supervivencia misma del movimiento trotskista —la expresión consciente y políticamente organizada del legado entero de la lucha por el socialismo— estaba en juego. En el momento más crítico de la historia de la Cuarta Internacional, la “Carta abierta” de Cannon reiteró claramente los principios fundacionales del trotskismo, desarrollados en base a las lecciones estratégicas de las revoluciones y contrarrevoluciones del siglo XX. La liquidación de la Cuarta Internacional habría significado el final de una oposición marxista, organizada políticamente, al imperialismo y a sus agentes políticos en los partidos y organizaciones estalinistas, burgueses y socialdemócratas. Esta no es una hipótesis especulativa; se trata de datos históricos que se pueden analizar examinando las consecuencias desastrosas del pablismo en los numerosos países de casi todos los continentes, en los que fueron implementadas sus políticas liquidacionistas.

Con respecto a la Unión Soviética, hay que recordar que los dirigentes pablistas apoyaron la teoría de la autorreforma burocrática hasta los últimos días del régimen estalinista. Mientras que ya para 1986 el Comité Internacional había advertido que la llegada de Mijaíl Gorbachov al poder y la implementación de sus reformas de la perestroika eran los últimos preparativos para la restauración del capitalismo en la URSS, los pablistas elogiaron sus políticas reaccionarias como si fuesen avances decisivos hacia el socialismo. En 1988, Ernest Mandel llamó a Gorbachov “un notable líder político”. Tras desestimar las advertencias de que sus medidas llevarían a la restauración del capitalismo como “absurdas”, Mandel manifestó que, “El estalinismo y el brezhnevismo han llegado definitivamente a su fin. El pueblo soviético, el proletariado internacional y toda la humanidad pueden tomar un gran suspiro de alivio”.[18]

Tariq Ali, pablista y aprendiz británico de Mandel, acogió con aun más entusiasmo las políticas del régimen de Gorbachov. En su libro Revolution From Above: Where is the Soviet Union Going? (Revolución desde arriba: ¿hacia dónde se dirige la Unión Soviética?), publicado en 1988, Ali combinó varias de las características del pablismo: el apoyo incondicional a la burocracia estalinista, el grotesco oportunismo político y la incapacidad para comprender la realidad política. En su prefacio, Ali resumió la tesis del libro:

Revolution From Above argumenta que Gorbachov representa una corriente reformista progresista dentro de la élite soviética, cuyo programa, si tiene éxito, representaría una ganancia enorme para los socialistas y los demócratas a escala mundial. La magnitud de la operación que Gorbachov ha puesto en marcha, de hecho, evoca los esfuerzos de un presidente norteamericano del siglo XIX: Abraham Lincoln.[19]

Sin quedar convencido de que su comparación de Gorbachov con Abraham Lincoln expresaba el nivel de su devoción al estalinismo, Tariq Ali le dedicó su obra a “Boris Yeltsin, un destacado miembro del Partido Comunista de la Unión Soviética, cuya valentía política lo ha convertido en un símbolo importante en todo el país”.[20]

El indisimulado apoyo de los líderes pablistas a los dos arquitectos principales de la destrucción final de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov y Boris Yeltsin, constituyó una confirmación histórica irrefutable del carácter reaccionario del pablismo y la legitimidad de las décadas de lucha del Comité Internacional contra tan nocivo órgano político pequeñoburgués del imperialismo.

* * *

Desde la publicación de The Heritage We Defend en 1988, el mundo ha sido testigo de profundos cambios económicos, tecnológicos y sociales, ni mencionar explosivos acontecimientos políticos. La disolución de la Unión Soviética no trajo consigo una nueva era de paz ni el “fin de la historia” prometidos en medio del apogeo del triunfalismo imperialista postsoviético. Indicar que el mundo está en “crisis” es un eufemismo; “caos” es una descripción más precisa. El último cuarto de siglo ha sido azotado por guerras interminables. La vorágine de los conflictos geopolíticos imperialistas se está expandiendo por el mundo. Estados Unidos, frustrado al no realizar su expectativa de 1991de dominar el mundo, se está viendo obligado a acelerar sus proyectos militares con más y más temeridad. Asimismo, se están resquebrajando los cimientos del orden mundial imperialista establecido tras la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial. Inclusive en medio de una intensificación de la confrontación de Washington con Rusia y China, las relaciones entre EE.UU. y sus principales “aliados” imperialistas, especialmente Alemania, se están deteriorando rápidamente.

En el frente económico, el sistema capitalista tambalea de crisis en crisis. Los efectos del colapso económico del 2008 no han sido superados, dando paso a un realce de la desigualdad social a niveles insostenibles dentro de cualquier marco democrático. La enorme concentración de la riqueza en manos de una élite diminuta es un fenómeno global que subyace la creciente inestabilidad política de los gobiernos burgueses. Los conflictos de clases están en aumento en todo el mundo, con la globalización de la producción capitalista y de las transacciones financieras llevando a la clase obrera internacional a entrar en una lucha en común.

Las condiciones objetivas son el impulso de una expansión inmensa de la lucha de clases revolucionaria. Este impulso objetivo debe ser convertido en una irrupción consciente en la palestra política, lo que plantea inequívocamente la transcendental cuestión de la dirección de la clase obrera.

A pesar de la inmensa crisis del sistema capitalista mundial y del descalabro político generalizado en los niveles más altos de los círculos burgueses, la búsqueda de un camino a seguir por parte de los trabajadores sigue siendo bloqueada por los partidos y organizaciones que utilizan su influencia para contener y desorientar su movimiento. Sin embargo, las experiencias de las últimas dos décadas han impreso su marca en la conciencia de las masas. La bancarrota de los partidos “socialistas” oficiales es ampliamente reconocida. Cuando las masas se orientan a nuevas organizaciones que les prometen un abordaje más radical a sus problemas sociales, tales como Syriza en Grecia, sus promesas vacías quedan expuestas rápidamente. Pasaron tan sólo unos meses antes que Syriza, que llegó al poder gracias a una ola de protestas populares contra la Unión Europea, repudiara todas sus promesas. De llegar al poder, Podemos en España, Corbyn en Reino Unido y Sanders en EE UU harán lo mismo.

La resolución de la crisis de dirección revolucionaria sigue siendo la misión histórica central que afronta la clase obrera. Ninguna otra organización política en el mundo aparte del Comité Internacional de la Cuarta Internacional está luchando por cumplir esta tarea. La validez de esta afirmación es reivindicada por la historia de lucha del CICI, que ahora abarca sesenta y cinco años defendiendo el legado teórico y político de la lucha de Trotsky por la Revolución Socialista Mundial.

David North

Detroit

22 de junio del 2017

Notas:

[1] Cannon, “Carta abierta al movimiento trotskista mundial” , WSWS.org, 25 de septiembre 2009

[2] La degeneración oportunista del WRP es analizada en detalle en How the WRP Betrayed Trotskyism 1973–1985, publicado en la revista Fourth International, Vol. 13, No. 1, Summer 1986. (Nuestra traducción al español)

[3] Los documentos del Workers League están publicados en The ICFI Defends Trotskyism 1982–1986, en Fourth International, Volume 13, No. 2, Autumn 1986. (Nuestra traducción al español)

[4] Marx y Engels, Collected Works, Volume 26 (Moscow: Progress Publishers, 1990), p. 389. (Nuestra traducción al español)

[5] “The National Question in Europe: Three Theses on the European Situation and the Political Tasks”, 19 de octubre de 1941, publicado en diciembre de 1942 en Fourth International, pp. 370-372. Disponible en: www.marxists.org/history/etol/newspape/fi/vol03/no12/3theses.htm. (Nuestra traducción al español)

[6] Ibid.

[7] “Capitalist Barbarism or Socialism”, publicado en The New International, octubre de 1944, p. 333. (Nuestra traducción al español)

[8] Ibid., énfasis original.

[9] Ibid., p. 340, énfasis original.

[10] Ibid., énfasis original.

[11] Ibid., énfasis original

[12] Trotsky, La Revolución Permanente, MIA, 2000. Énfasis original.

[13] Marcel Van Der Linden, “The Prehistory of Post-Society Anarchism: Josef Weber and the Movement for a Democracy of Content (1947–1964)”, Anarchist Studies, 9 (2001), p. 131. (Nuestra traducción al español)

[14] Ibid. p. 127

[15] https://roarmag.org/essays/bookchin-kurdish-struggle-ocalan-rojava/ (Nuestra traducción al español)

[16] Trotsky, “La URSS en guerra”, En defensa del marxismo, MIA, 2012

[17] The Heritage We Defend, p. 191. (Nuestra traducción al español)

[18] Ernest Mandel, Beyond Perestroika (London: Verso, 1989), p. xvi. (Nuestra traducción al español)

[19] Tariq Ali, Revolution From Above (Surry Hills, Australia: Hutchinson, 1988). p. xiii. (Nuestra traducción al español)

[20] Ibid., página dedicatoria.

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