Desde la derrota de Hillary Clinton en las elecciones de 2016, la prensa corporativa, el Partido Demócrata y una serie de grupos autoproclamados de izquierda que operan en la órbita de los demócratas, han intentado demostrar que la elección de Trump fue el producto de la intolerancia y el atraso en la clase obrera de raza blanca.
Esta falsa narrativa es explotada más lejos aún por un nuevo informe titulado “Víctimas del Campo de Batalla y Derrota en la Urna Electoral: ¿Las Guerras Bush-Obama le costaron a Clinton la Casa Blanca?”
Publicado en junio por Douglas Kriner de la Universidad de Boston y Francis Shen de la Escuela de Leyes de la Universidad de Minnesota, el estudio concluye que el Partido Demócrata perdió las elecciones de 2016 porque los votantes de la clase trabajadora en las zonas más pobres —y golpeados con más fuerza por las bajas militares de las guerras de Irak y Afganistán— vieron al Partido Demócrata como el principal partido de la guerra y el militarismo. Como resultado, se abstuvieron de votar o votaron por Trump.
Kriner y Shen analizan el fracaso del Partido Demócrata de 2012 a 2016 en una base de estado por estado y de condado por condado y comparan el cambio con las tasas de mortalidad de soldados de Irak y Afganistán.
Los autores encuentran niveles “extremos” de disparidad entre las tasas de víctimas por condado. Un poco más de la mitad de condados tuvieron una tasa de 1 o menos muertes por cada 100.000 de Irak y Afganistán, mientras que sólo el 10 por ciento de los condados tienen víctimas de más de 7 muertes por 100.000 residentes. Los condados con los índices de víctimas más altos son los más pobres y los menos educados.
Kriner y Shen encuentran una fuerte correlación positiva entre el cambio republicano en 2016 y el número de muertos y lesionados de las guerras en Irak y Afganistán. El aumento de cada estado en la tasa de víctimas de una persona por millón de habitantes correspondía con una oscilación de aproximadamente de 0,25 por ciento de Obama en 2012 a Trump en 2016.
Los autores concluyen qué si las tasas de víctimas en Pensilvania, Michigan y Wisconsin se redujeran en 10 personas por millón, Clinton habría ganado en los tres estados. Trump ganó cada estado por menos del 1 por ciento, empujándolo más allá de los 270 votos electorales necesarios para ganar las elecciones.
“Nuestro análisis predice que Trump habría perdido entre 1,4 y 1,6 por ciento de los votos si el estado hubiera sufrido una menor tasa de bajas. Como se ilustra en la Figura 2, dichos márgenes habrían trasladado fácilmente los tres estados a la columna Democráta. La capacidad de Trump de conectarse con los votantes en las comunidades agotadas por más de quince años de guerra pudo haber sido críticamente importante para su estrecha victoria electoral”.
Este proceso se desempeñó aún más agudamente en el nivel de condado por condado: “Trump fue aún más exitoso en superar el desempeño de (George) Romney en 2012 en las comunidades que habían sufrido desproporcionadamente altas bajas”.
Kriner y Shen explican que el sentimiento contra la guerra ha sido un rasgo dominante y subterráneo de la vida política estadounidense durante más de una década entre los sectores más pobres de la población y más afectados por la guerra.
En 2004, un año y medio después que el gobierno de Bush lanzara la guerra en Irak, los autores señalan que aunque Bush ganó la reelección, “perdió terreno electoral significativo en aquellos estados y comunidades que habían llevado la mayor parte de la carga en víctimas de guerra”.
En 2006, cuando los demócratas ganaron los dos cámaras del congreso, Kriner y Shen señalan que “las pérdidas republicanas fueron más pronunciadas entre las comunidades que habían sufrido tasas de víctimas desproporcionadamente altas en Irak.” Señalan que “tanto en 2004 y como en 2006, los votantes de estas comunidades tuvieron más probabilidades de votar contra los políticos que percibían como aquellos que orquestaban las guerras en las que murieron sus amigos y vecinos”.
Del mismo modo, los autores explican que Barack Obama ganó las elecciones de 2008 en gran parte como resultado de la oposición popular a la guerra en Irak, a la cual Obama afirmó oponerse.
“El castigo electoral sufrido por los republicanos en los años 2000 fue una historia de víctimas y desigualdad económica”, escriben Kriner y Shen. “Las comunidades que más sufren por las guerras en el extranjero fueron aquellas con más bajos niveles de ingresos y de educación. Estas comunidades, a su vez, se tornaron cada vez más contra candidatos que insistían en más combates”.
Pero mientras “los votantes de esas comunidades abandonaron cada vez más a los candidatos republicanos en una serie de elecciones en los años 2000”, su oposición a la guerra se expresó en un alejamiento de los demócratas en 2016.
Después de beneficiarse de la oleada de oposición provocada por las guerras de la administración Bush, el gobierno de Obama continuó las guerras y envió decenas de miles más de tropas a Afganistán. Su administración fue la primera en la historia de los Estados Unidos en pasar en guerra los dos periodos presidenciales completos.
Bajo la dirección del Partido Demócrata, el gobierno lanzó nuevas guerras en Pakistán, Libia, Somalia y Siria. Clinton dirigió su campaña de 2016 con llamadas para escalar la intervención estadounidense en Siria y amenazar de guerra a Rusia, una potencia con armas nucleares. Este es el testamento para la historia Partido Demócrata, que el programa Jingoísta de Trump podría haber sido visto por muchos como la opción más “blanda”.
Las estadísticas de Kriner y Shen revelan un poderoso hecho de la política estadounidense: la clase obrera está cansada de ser utilizada como carne de cañón en la guerra imperialista.
Sin embargo, añaden, “En el análisis post-electoral del ciclo de 2016, la discusión sobre la fatiga de la guerra ha estado ausente. Esta observación puede deberse probablemente al hecho que la mayoría de las élites americanas no hayan sido afectadas directamente por los conflictos en curso, al menos en los últimos años. Los hijos de las élites no son tan propensos a prestar servicio militar y morir en el Medio Oriente, y las comunidades de la élite son menos propensas a hacer de éste un punto de conversación. Los costos de la guerra permanecen en gran parte ocultos, y una invisible desigualdad en el sacrificio militar ha tomado ventaja”.
De hecho, la institución demócrata y sus pseudopartidarios de la izquierda, viven en un mundo diferente al de los trabajadores por cuyo racismo y sexismo culpan de la elección de Trump.
Los jóvenes que viven en zonas rurales y semirrurales golpeadas por decenios de desindustrialización y cortes continuos en los programas sociales constituyen la mayor parte de las fuerzas armadas del imperialismo estadounidense. El alto desempleo y la baja educación suelen dejar al ejército o a la Guardia Nacional como las únicas opciones de trabajo estable. Muchas regiones con altos índices de reclutamiento, sufren también bajo el peso de la crisis de opioides y las fuertes tasas de abuso de drogas y alcohol. Mientras que 7.000 soldados murieron en Irak y Afganistán, decenas de miles de veteranos se han suicidado; un total de 20 cada día.
Pero los esfuerzos de la prensa demócrata y la pseudoizquierda para ignorar el crecimiento del sentimiento contra la guerra no son, como sostienen Kriner y Shen, una “observación”. Los portafolios de inversión del 10 por ciento más rico de la población dependen de un suministro constante de jóvenes de la clase trabajadora —cuyos cuerpos y mentes deben ser sacrificados— para asegurar a los bancos y a las corporaciones recursos y mano de obra barata para su explotación en el exterior.