La declaración del 17 de junio de Joseph Kishore y David North, de parte del Comité Político del Partido Socialista por la Igualdad (Estados Unidos) intitulada “Un golpe palaciego o la lucha de clases: la crisis política en Washington y la estrategia de la clase obrera” parte de los causas objetivas que dan impulso a la lucha de clases en Estados Unidos; y plantea la estrategia que debe ser adoptada y por la que hay que luchar para construir un movimiento socialista de masas.
Ese análisis está enraizado en un concepto de importancia vital de Marx, quien explicó que lo que determinaba el papel revolucionario de la clase obrera no se trataba de “lo que tal o cual proletario, o aun el proletariado integro, se propone momentáneamente como fin. Se trata de saber lo que el proletariado es y lo que debe históricamente hacer de acuerdo a su ser. Su finalidad y su acción histórica le están trazadas, de manera tangible e irrevocable, tanto en su propia situación de existencia como en toda la organización de la sociedad burguesa actual”. [1]
Para elaborar la estrategia política que la clase obrera estadounidense requiere, la declaración analiza su “situación de existencia”:
Hay numerosas señales de la ira social de amplios sectores de la clase obrera, cuyas condiciones de vida se están volviendo intolerables. Las desgastadas frases del pasado para describir la vida en EE UU, como “La tierra de las oportunidades” o “El sueño americano”, ya no guardan ninguna relación con la realidad. A la gran masa de los trabajadores le resulta obvio que el orden social existente sólo les sirve a los intereses de los ricos. El acceso a las necesidades básicas de la vida, como una educación de calidad, un ambiente sano, una vivienda digna, un empleo seguro, un tiempo de ocio adecuado y atención médica asequible es determinado desde el nacimiento, es decir, por la clase y situación económica de la familia en la que nace un individuo.
Dejando de lado diferencias superficiales en los múltiples métodos que utilizan la clase capitalista en cada país y sus testaferros en intentar de pintar a la suya como la mejor de todas las sociedades, queda claro que esa descripción de la situación estadounidense es válida para todo el mundo.
La ira social que la declaración menciona también es un fenómeno mundial; como más y más señalan los más avispados comentaristas políticos.
Wolfgang Munchau, el comentarista para Europa del Financial Times, hace un mes subrayó los sorprendentes resultados de los referéndum italiano del año pasado, organizado por el entonces primer ministro Matteo Renzi; el referéndum británico, organizado por el entonces primer ministro David Cameron; y el balotaje británico del 8 de junio —todos contrarios a lo que pronosticaban las encuestas.
Aún más extremo son los resultados franceses, donde los votantes “lograron, en unas pocas elecciones, destrozar casi todo el andamiaje político que antes existía”.
Añade que “en todos esos países, la crisis financiera global se ha convertido en una metamorfosis histórica, causado por el efecto de la resolución de la crisis en la distribución de los ingresos y de la calidad de servicios públicos.”
La opinión de Munchau refleja el desconcierto de los sectores de la clase de poder que encaran un creciente repudio de los sectores más pobres. Munchau señala que la crisis financiera no sólo hace tambalear viejas confianzas en medidas económicas y reglas financieras, sino también en lo “que pensamos de la política”.
A medida que se desmoronan previos modelos económicos y políticos, la crisis financiera transforma lo que solía ser un estable medio ambiente financiero y político en un sistema “dinámico”, cuya esencia es la “incertidumbre radical”. No es capaz, Munchau, de darle a los grupos políticos de poder una receta para salir de esta encrucijada; sugiere que no toca más que “apañarse con los ojos bien abiertos”.
Con todo, no duda de su pronóstico a largo plazo. Dice: “No bien aceptemos que nuestro mundo globalizado ahora es fundamentalmente un sistema dinámico, muchas de nuestras supuestos se desmoronarán, junto con los partidos políticos que a ellas se aferran”.
Michael Power, estratega de Investec Managemente publicó en el Financial Times el 14 de junio, un comentario intitulado “¿Se ha convertido en un lujo para el capitalismo la democracia de occidente?” ( Has Western-style democracy become too expensive for capitalism? ). Este artículo habla de algunas de las transformaciones económicas que aceleran el enojo social.
Hace referencia al informe McKinsey que descubrió que desde 2005 en casi el setenta por ciento de los hogares en los veinticinco países con economías más avanzadas, unas 560 millones de personas, sufren de ingresos congelados o en declive. En Estados Unidos ocurrió un declive del doce por ciento en los ingresos medios de cada morada desde el año 2000.
Dice Power: “La principal razón detrás del declive de la democracia de occidente es que su pareja capitalista ya no puede con las demandas financieras que la democracia requiere”.
A lo largo de un siglo, las exigencias políticas de la democracia pudieron coexistir con la economía capitalista, con la redistribución de ingresos (mediante impuestos) y con un sistema de previsión social que, en la opinión de Power, son un subsidio para los que se quedaban atrás.
“Esto persuadía a los que necesitaban de esos subsidios apoyar esa asociación de conveniencia. El ascenso del populismo [palabra que Power y otros usan para describir la creciente ira social del proletariado], la zanja que se ensancha entre las generaciones, la aparición de movimientos políticos, tanto de derecha como de izquierda, opuestos a las instituciones y estructuras políticas sugiere que esa gran asociación ahora pierde su aliciente. En verdad ya no existen los excedentes económicos que pueden pagar las demandas políticas de subsidios”.
Power no tiene respuesta a la pregunta obvia: ¿cómo es que dado el enorme desarrollo tecnológico de las fuerzas productivas, empeora la posición de la clase obrera?
Más adelante en este comentario daremos nuestra respuesta. Power pone el dedo en algunas consecuencias. Por lo pronto no ofrece ninguna expectativa de la restauración de la “gran asociación” en el contexto de actual marco económico. Señala que las tasas de crecimiento para Estados Unidos han caído del tres y medio al dos por ciento. Más grave aún, Power (haciendo referencia a la obra del economista francés Thomas Piketty) indica que las recompensas económicas van a parar en manos de las capas más adineradas, el 1 por ciento más rico. De ahí se desprende una metamorfosis, “la creciente decepción de los jóvenes con esa situación desigual; más y más se los excluye de la clase de empleos decentes que existía para la generación de sus padres”.
Dice Power: “El reciente balotaje británico —en que los votantes se han volcado a la izquierda siguiendo a los, ahora mucho más activos, menores de veinticinco años de edad— y el dato de que los jóvenes estadounidenses convirtieron al socialista Bernie Sanders en la personalidad política más popular, ambos alumbran esta nueva tendencia”.
La preocupación con las consecuencias políticas del capitalismo de después del 2008 también existe en las principales instituciones económicas.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) señala en su informe anual de empleos que aunque el número de hombres y mujeres con trabajo en los países ricos ahora sobrepasa los niveles precrisis, persiste un fuerte y creciente enojo social.
“Mientras que la gran recesión causó mucho daños duraderos en muchos países, el disgusto con la economía es consecuencia de la percepción de que la mundialización económica acarrea desventajas para los obreros, mientras que se enriquecen las grandes empresas y las élites cosmopolitas. La idea de que todo este sistema económico está ‘manipulado’ cuestiona la legitimidad democrática de las medidas actuales y merece una atenta explicación”.
El informe de la OCDE subraya que entre 1995 y 2015 la proporción de trabajadores capacitados con habilidades medias (en su manera de categorizar) cayó 9,5 por ciento en las naciones de la OCDE; más empeora esa tendencia que desde la crisis del 2008 ocurre una pérdida de producción per cápita de alrededor del cincuenta por ciento.
A manera de autocrítica, la OCDE, hace a un lado su mala costumbre de favorecer medidas económicas de “libre empresa”, y declara que es “importante” evaluar si las varias reformas de mercado laboral —incluyendo las que seguían los consejos de la OCDE— no habrían contribuido sin querer a la evolución de un modelo de desarrollo que no pone frenos a que los segmentos más adinerados se apoderaren de una desmedida tajada del crecimiento económico”.
Sin embargo, el OCDE no plantea ninguna salida; cosa que refleja la bancarrota de todas las fórmulas de soluciones burguesas. Se dice que es necesario capacitar a los obreros, a pesar de todo lo que ha ocurrido en esta última década, y antes. Las decenas de millones de jóvenes de todo el mundo que se han hecho el propósito de aumentar sus capacidades y habilidades en universidades y colegios, al graduarse se enteran que no hay trabajo para ellos, a la vez que tienen que cargar con enormes deudas de estudios.
Develan el papel decisivo de la crisis financiera del 2008 los varios análisis de los gurús y comentaristas burgueses. Sin embargo, estos mismos análisis están empapados con la ilusión de alguna manera se puede dar marcha atrás a la metamorfosis que sufrió el capitalismo después del 2008 con este u otro ajuste económico dentro de la estructura del capitalismo —por lo general un llamado a que los gobiernos tomen conciencia del dolor social.
El análisis científico de las raíces del colapso del 2008 acarrea muy diferentes conclusiones, que son decisivas en la elaboración de una estrategia política para la clase obrera.
Las práctica criminales y casi criminales ligadas a las finanzas fueron la causa inmediata de la crisis del 2008. Fundamentalmente, el financiamiento, el control de la economía por bancos, fondos de inversiones, casas de finanzas y mercados financieros, implica una manera de acumulación de lucro muy diferente al periodo del “gran acuerdo” de posguerra.
En ese tiempo, las ganancias se acumulaban principalmente mediante la marea de inversiones en la producción, aumentando la producción de mercancías económicas y el empleo; incrementando así a los salarios y poder de compra. Eso ya no domina. Lo ha reemplazado la acumulación de riquezas mediante movimientos financieros.
Cometeríamos un gran error si pensáramos que ese parasitismo que impera sobre toda la economía es el resultado de alguna “funesta serpiente” que logró penetrar el jardín de Edén de la “libre empresa”, y que la se puede frenar sólo aplastando a esa víbora”.
Uno de los descubrimientos más esenciales de Marx en la ciencia de la economía política fue establecer la diferencia entre la plusvalía, el valor añadido, que se extrae a la clase obrera durante la producción capitalista, y sus varias apariencias, el dinero que fluye a los diferentes dueños de propiedades —lucro industrial, rentas, pagos de interés, y el lucro que fluye de la compra y venta de acciones y de otras prácticas financieras.
Para crecer, los capitales dependen de la plusvalía. Los varios dueños de la propiedad la dividen entre sí, aunque no estén envueltos directamente en su extracción.
La práctica financiera de fondos de inversión, inversionistas financieros, especuladores, mercados de bonos, vendedores y compradores de divisas, etcétera acumulan enormes ganancias. Sin embargo, estas prácticas no están ligadas a la extracción de plusvalía. Es la manera con que los dueños de dinero y de otras formas de propiedad, incluyendo hoy en día (de gran importancia) los dueños de propiedad intelectual en las industrias farmacéuticas y de alta tecnología, se aferran a las plusvalías creadas en otras partes.
Esa actividad, donde el dinero simplemente parece parir más dinero, no es algo marginal a la lógica central del capitalismo —algún “lado malo” que crece en contradicción al “lado bueno” de la verdadera creación de riquezas. Siempre hay que tener en cuenta que lo que impulsa a los capitales no es la producción de riquezas reales —más productos creando mayores salarios, más empleos, beneficios sociales, etcétera— sino la autoexpansión de valores monetarios.
Marx descubrió que el movimiento de acumulación de capitales, la expansión de valores, comienza y termina con dinero, la “forma independiente y palpable” del valor, consecuentemente “el producto de producción parece ser simplemente un inevitable término medio para hacer más dinero”.
En las palabras de Engels: “Todo esto explica porqué todas las naciones donde impera el sistema de producción capitalista periódicamente son presa de caprichosos síncopes, intentos de hacer dinero sin que intermedie el proceso de producción”. [2]
A lo largo de más de tres décadas, desde los años 1980, esta manera de acumulación más y más se transformó, de ser un “caprichoso síncope” a ser central para la acumulación de ganancias, sobre todo en los Estados Unidos, sino también en otras grandes economías desarrolladas.
Una sarta de tormentas financieras dominan ese periodo —el escándalo de los bancos de ahorro de fines de los 1980, el crac de la bolsa de octubre 1987, el colapso de la burbuja de la bolsa japonesa en 1990 y 1991, la liquidación de bonos en 1994, la crisis financiera de Asia en 1997 y 1998, el desmoronamiento de Long Term Capital Management en 1998 (causando un rescate de parte del Banco de Reserva Federal de Nueva York), la quiebra de Enron, y el colapso del mercado de acciones de alta tecnología en el 2000 y 2001 —prólogos de la crisis financiera del 2008.
En cada momento, las autoridades bancarias responden a estas crecientes tormentas de la siguiente manera: inundando el sistema financiero con dólares para que continúe la orgía especulativa.
En septiembre 2008, sin embargo, en esta cadena de acontecimientos ocurre una transformación cualitativa. No se trata ahora de resolver el colapso de una sola empresa o la crisis de una parte de los mercados financieros, sino de frenar el desmoronamiento de todo el sistema financiero mundial. Desde el 2008, el banco central estadounidense, el Fondo de Reserva Federal, ha hecho crecer sus haberes de ochocientos mil millones de dólares a 4,5 billones; un aumento de más de cinco veces, comprando papel financiero.
Como consecuencia se acumularon riquezas hasta entonces inimaginables en las capas superiores de sociedad. Ocho megamillonarios ahora son dueños de, y controlan, más riquezas que la mitad de los habitantes del mundo.
Al mismo tiempo que los gobiernos, bancos centrales y autoridades financieras surten a los más adinerados con billones de dólares para acrecentar las riquezas de estos últimos; atacan con mayor ferocidad y embisten contra la posición social de la clase obrera.
Estos dos fenómenos están enlazados —la acumulación de fabulosas riquezas en un extremo social y sueldos y condiciones sociales que caen en pique en el otro extremo. Tantos capitales intentan ascender a ese paraíso financiero, donde el dinero engendra más dinero que no pueden escapar completamente de sus raíces terrenales y generan contradicciones que no tienen solución.
En cuanto los capitales financieros, dinero esencialmente, más se dediquen al parasitismo, alejándose de inversiones productivas, más sabotean la estructura que los sostiene. Por lo tanto, intervienen e imponen controles económicos para que eso no ocurra. Mientras se chupan la plusvalía para acrecentar su riqueza financiera, imponen enormes presiones para que aumente la suma total de plusvalía, de la que dependen al fin de cuentas. Esa presión es ejercida en dos formas.
Primero, los capitales luchan para que en todos los sectores económicos se intensifique la explotación de la clase trabajadora, consumiendo el poder de compra de los salarios, destruyendo condiciones de en trabajo, creando nuevos tipos de contratos laborales, como trabajo a medio tiempo, tercerización, contratos de cero horas, etcétera.
Estas medidas no darán abasto. Por esa razón necesitan destripar todas las conquistas sociales del proletariado en épocas anteriores, tal como los derechos a la salud, educación, previsión social y jubilaciones.
Esto se debe a que todos esos beneficios sociales, partes esenciales de ese supuesto “gran asociación”, al fin de cuentas son descuentos de total de plusvalía que requieren los capitales para su expansión. Es por eso que en todos los países, cualquiera sea el color político de sus gobiernos, se han intensificado los ataques sociales contra la clase obrera en el curso de los años desde el 2008.
El análisis de la economía política del parasitismo, su lógica fundamental y sus impulsos, hace evidente la necesidad que plantea la antes mencionada declaración del PSI estadounidense, [Un golpe palaciego o la lucha de clases: la crisis política en Washington y la estrategia de la clase obrera] de unificar las luchas obreras en lugares de empleo, comunidades, escuelas y universidades en base a un programa socialista con el propósito de conquistar el poder político. En la actualidad la clase obrera enfrenta el mismo enemigo por todas partes, cualquiera sea la forma inmediata de luchas sociales.
Sin excepción, ninguno de los problemas sociales, políticos y de medio ambiente que clase obrera americana y toda la humanidad mundial tienen frente a sí se pueden resolver sin derrocar el sistema de lucro capitalista, cuya rapacidad afecta a todos los aspectos de la vida social e individual.
Tal como lo plantea la declaración del PSI, esencialmente esta campaña necesita ser internacional, dado que la clase obrera de todos los países enfrenta el mismo poderoso enemigo, el capitalismo organizado e integrado a nivel mundial. Para derrocarlo se requiere una poderosa fuerza, la clase obrera mundial, unida con un programa socialista e internacionalista.
Consecuentemente con el concepto de Marx al que nos referimos al comienzo de este artículo [1]: una estrategia política coherente de la clase obrera no se ancla en su actual nivel de conciencia —que transformará enormemente las actuales luchas sociales y las explosiones venideras— sino en sus “condiciones de existencia” que están determinadas por “toda la organización de la sociedad burguesa actual”, y lo que la obligarán a acometer.
[1] Marx y Engels; La Sagrada Familia; capítulo 4 [https://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/sagfamilia/04.htm].
[2] Marx, Capital, Volumen 2 [Londres: Penguin, 1992] p. 137. [nuestra traducción del ingles]