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Perspectiva

El imperialismo estadounidense y la amenaza de una guerra nuclear contra Corea del Norte

El mundo se encuentra al borde de una guerra en la península coreana que podría escalar rápidamente a un conflicto nuclear y global.

El presidente estadounidense, Donald Trump, ha doblegado sus incendiarias amenazas, más allá de asolar Corea del Norte con “fuego y furia… en una magnitud que el mundo nunca ha presenciado”. El jueves, comentó que sus palabras “talvez no fueron lo suficientemente fuertes” y advirtió que la respuesta de Estados Unidos a cualquier ataque, “será un acontecimiento como nadie ha visto”. Añadió que el arsenal nuclear del país está en “impecables condiciones”.

Luego, le preguntaron si ordenaría un “ataque preventivo” contra Corea del Norte, algo que no descartó, respondiendo que él no habla sobre opciones militares. El hecho que un bombardeo está siendo considerado por los círculos de decisión estadounidenses fue subrayado por un artículo en el New York Times el jueves, bajo el título, “Si EE. UU. ataca a Corea del Norte primero, ¿es defensa propia?”. El comentario presenta un eventual ataque unilateral y de agresión contra Corea del Norte como una opción legítima, debatiendo si cumpliría o no los requisitos legales de un bombardeo preventivo.

Por su parte, el Washington Post llegó aún más lejos en un artículo escalofriante que examina cómo llevar a cabo un ataque nuclear preventivo contra Cora del Norte. Llega a la conclusión que Trump puede ordenarlo sin que sus asesores estén de acuerdo y que ni el ejército ni el Congreso pueden desautorizar su orden.

Independientemente de que Trump busque presionar al inestable régimen de Pyongyang para que tome un acto de desesperación, a lo que respondería con una fuerza despiadada, o prefiera abrirse paso para efectuar ataques preventivos, EE. UU. se está preparando para cometer un monstruoso crimen, “como nadie ha visto”.

Incluso si la guerra se limita a la península coreana y a armamento convencional, el saldo alcanzaría los millones de vidas y habría una destrucción masiva, como así sucedió en la Guerra de Corea en 1950-53. El secretario de Defensa, el general James Mattis, se sumó a las amenazas esta semana, declarando que el fracaso de rendirse ante los dictados de Washington desembocaría en “el final de su régimen y la destrucción de su pueblo”, es decir la aniquilación de los 25 millones de habitantes del país. Si se llegaren a involucrar otras potencias nucleares como China y Rusia, las consecuencias globales serían incalculables.

¿Quién es responsable por la crisis? La prensa estadounidense culpa de forma unánime a la “agresión” norcoreana. Esta es una mentira, lo que empata con su papel como un medio para la propaganda estatal.

La crisis actual proviene de la política de agresión sin ambages que el imperialismo norteamericano ha perseguido por el último cuarto de siglo en Oriente Medio, África del Norte, Asia Central y los Balcanes. En la estela de la disolución de la Unión Soviética, la cual representaba un impedimento para las ambiciones globales de Washington, el Pentágono elaboró nuevas pautas, indicando que la estrategia de EE. UU. debía, “enfocarse en prevenir la aparición en el futuro de un potencial contendiente global”.

La doctrina de “guerras preventivas” que está siendo invocada por Trump y sus asesores para justificar un ataque, incluso uno nuclear, contra Corea del Norte fue enunciado por primera vez por el presidente George W. Bush como pretexto para la invasión y ocupación de Irak. El presidente Barack Obama luego expandió esta doctrina para declarar que cualquier amenaza a “los valores e intereses” estadounidenses es suficiente para un ataque militar. Esta nueva doctrina es una violación completa del derecho internacional. Las guerras de agresión constituyeron el principal crimen por el cual los líderes nazis fueron procesados y encontrados culpables en los juicios de Nuremberg tras la Segunda Guerra Mundial.

Reconociendo la señal del gobierno de Trump, la prensa estadounidense y estadounidense se ha dedicado a demonizar al mandatario norcoreano, Kim Jong-un, retratándolo como un lunático, y a exagerar tremendamente la amenaza que posan las “armas de destrucción masiva” de su régimen. Este ha sido el ya desgastado modus operandi que fue utilizado en las guerras estadounidenses contra Serbia, Irak, Libia, y Siria.

Detrás de toda la propaganda, cabe preguntarse, ¿cuál es el carácter fundamental de esta guerra en el horizonte? Es un conflicto entre la potencia imperialista más armada del mundo y una empobrecida y oprimida nación, cuyo carácter político y social es el producto de una historia de opresión colonialista e imperialista a lo largo del siglo pasado.

Después de atravesar más de cuarenta años de brutal control colonial japonés, EE. UU. instaló una dictadura militar en Seúl y libró una guerra de proporciones casi genocidas a principios de los años cincuenta para preservar la división artificial de la península coreana en el Norte y el Sur. Desde que acabó la guerra, Corea del Norte ha sido objeto de un embargo económico encabezado por EE. UU. y acompañado por interminables provocaciones y amenazas militares.

El principal blanco de las amenazas del gobierno de Trump no es Corea del Norte, sino China, que es considerada por EE. UU. como su principal obstáculo para asegurar su dominio regional y global. La escalada militar estadounidense en toda la región de Asia Pacífico no comenzó con el mandatario multimillonario y de tendencia fascista, Donald Trump. Fue el gobierno de Obama el que desarrolló el “pivote hacia Asia”. Al pasarle las riendas de esta iniciativa geoestratégica a Trump, Obama identificó a Corea del Norte como el mayor desafío militar que enfrentaría el nuevo gobierno y aconsejó utilizar la “amenaza” norcoreana como un pretexto para intensificar la confrontación con China.

El hecho de que Trump hiciera sus declaraciones belicosas inmediatamente después del voto unánime en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para imponer nuevas y drásticas sanciones contra Pyongyang demuestra que Washington considera el voto a favor de China como una señal de debilidad y una luz verde para escalar las confrontaciones. La amenaza de “fuego y furia” contra Corea del Norte es una alerta implícita a China, Rusia y cualquier otra potencia que represente un desafío para la hegemonía estadounidense.

Cualquier ataque estadounidense contra Corea del Norte se convertiría rápidamente en una guerra con China, como ocurrió en 1950. De controlar la estratégica península coreana, EE. UU. podría utilizarla como una plataforma para provocar e intervenir en el norte de China, como lo fue para el imperialismo japonés en los años treinta. Hace 67 años, China luchó contra la ofensiva estadounidense para tomar Corea del Norte y aún mantiene un tratado de defensa mutua con Pyongyang. Hoy día, es consciente del peligro y ha estado reforzando militarmente su frontera norte.

Sólo una movilización independiente y revolucionaria de la clase obrera internacional puede desarmar a los belicistas y detener la marcha imperialista hacia otra guerra mundial.

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