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Cincuenta años desde la rebelión de Detroit:

Segunda Parte: La explosión

Primera Parte: Levantamiento de los oprimidos

El levantamiento de Detroit de julio 1967 estaba predestinado. Habían ocurrido rebeliones, una o más veces, en casi todas las ciudades de importancia, comenzando en el verano de 1963. Los levantamientos más grandes ocurrieron en Watts, barrio de Los Ángeles, en 1965 y en Newark, a mediados de julio 1967. Existían en Detroit iguales condiciones de desempleo, pobreza, viviendas miserables, discriminación racial y brutalidad policial como en las otras ciudades. Sólo era cuestión de tiempo.

La rebelión comienza en una sofocante noche, el domingo 23 de julio, alrededor de las cuatro de la mañana. La chispa es una razia policial más o menos de rutina en un club social nocturno que vendía bebidas alcohólicas sin tener licencia, un “cerdo ciego”, en el argot local.

El bar estaba situado encima de un pequeño taller de imprenta, en la esquina de la Calle Doce y Avenida Clairmount en la zona de Virginia Park, el barrio más pobre de la ciudad. Desde fines de la década de 1950 hasta el comienzo de la década de 1960, la construcción de las viviendas del parque Lafayette y de la autopista Chrysler había expulsado a miles de negros de la zona este.

Detroit en llamas

Muchos de ellos se habían mudado a la Calle Doce, anteriormente un barrio judío de clase media, cuyos habitantes se habían mudado a los suburbios de Southfield y Oak Park. El sector de la Calle Doce, entre West Grand Boulevard y Avenida Clairmount, era él de mayor densidad de habitantes; incluía a la mayor concentración de viviendas miserables, el mayor desempleo, el más bajo rendimiento escolar, la tasa más grande de crímenes y la peor infestación de ratas y cucarachas de la ciudad. La Calle Doce en sí era una colección de boliches, bares y billares: de día un centro de comercio, de noche un distrito de prostitución.

En el momento en que aparece la policía, a las tres y treinta y cuatro de la mañana del domingo 23 de julio, había más gente que de costumbre en ese bar de la Calle Doce y Avenida Clairmount. En vez de los veinte o treinta que esperaba, la policía encuentra ochenta y dos personas celebrando a dos soldados recién llegados de Vietnam.

Por lo tanto, sólo hay cupo en los vehículos policiales para la mitad de los festejantes. En redadas como ésta la policía acostumbraba hacinar a gente en coches celulares aparcados en la parte de atrás de esos bares, para no interrumpir la vida nocturna de la Calle Doce.

Ocurre que en esta ocasión la puerta de atrás está cerrada con candado. Por lo tanto, las detenciones toman lugar ante los ojos del público de la Calle Doce, que se congrega alrededor de los coches de la policía. Éstos tuvieron que hacer dos viajes entre el cerdo ciego y la estación de la policía. Cuando ya se iba la policía, alrededor de las cuatro y media de la mañana, cientos de personas muy enojadas se concentraban en la calle. Un primer ladrillo rompe la ventana de un furgón policial; así empieza el motín.

Para las cinco de la mañana, hay saqueos en las tiendas de la Calle Doce y de la Avenida Linwood, unas pocas cuadras hacia el oeste. El primer incendio ocurre a las seis y media de la mañana en una tienda saqueada de zapatos de la Calle Doce. La policía acorrala al motín dentro de una zona de doce cuadras, sin intervenir contra los saqueos.

A media tarde, ya se habla de media docena de incendios. Vientos de cuarenta kilómetros por hora esparcen chispas de un edificio a otro. Los bomberos son atacados con cascotes y botellas.

Algunos de las tiendas son incendiados por gente pagada por sus mismos dueños, que se aprovechan del motín para hacerse del dinero del seguro y abandonar la zona.

Las estaciones de radio y de televisión demoran dar información sobre el levantamiento hasta la tarde de ese día. Fuera de las inmediaciones del motín, la mayoría de los habitantes de Detroit no se entera por doce horas de la detonación de la rebelión. A poco tiempo los saqueos se integran racialmente; blancos pobres se apodera de lo que necesitan o pueden vender, codo a codo con afroamericanos pobres.

Guardia Nacional

A las dos de la tarde Jerome Cavanagh, el alcalde de la ciudad (Partido Demócrata) pide la ayuda de la policía estatal. A las cuatro y veinte pide la intervención de la Guardia Nacional.

El alcalde trata de movilizar a políticos negros, directores de escuelas, pastores eclesiásticos, y otros, con el fin de convencer a las masas a dejar de amotinarse. John Conyers, miembro del congreso federal, se sube a un automóvil en la Calle Doce con Hazelwood con un altoparlante, exigiendo la cesación del motín. Al estrellar una botella cerca de él, Conyers se baja y huye. Pronto aparecería Conyers en los noticieros repudiando a los rebeldes, llamándolos criminales y delincuentes.

Avanzada la tarde, el levantamiento se expande a las zonas oeste y este de la ciudad, y al centro de Detroit. George Romney, el gobernador del Estado de Michigan (Partido Republicano), sobrevuela la ciudad en helicóptero; “Había incendios por todas partes. Las avenidas Grand River, Woodward, el Boulevard, cual en una guerra”, declaría.

La avenida Grand River desde el aire, en el centro de Detroit

Al anochecer, las llamas le dan al cielo un resplandor rojizo. Helicópteros de la Guardia Nacional vuelan sobre la ciudad y se oyen disparos al azar de la policía y de las tropas de la Guardia Nacional. Comienza la búsqueda de francotiradores.

Más tarde saldría a la luz que casi todos los rumores de francotiradores habían sido falsos. La mayor parte de “disparos de francotiradores” eran de la misma policía y guardias nacionales. La cacería de francotiradores se convierte en un pretexto para aterrorizar a balas a viviendas y edificios de departamentos. En algunos casos se asesina a sangre fría.

A las siete y cuarenta y cinco de la tarde del domingo, Cavanagh impone un toque de queda de nueve de la noche a cinco de la mañana. A las nueve y media ordena que se cierren todos los bares y teatros. Se cancelan tres juegos de béisbol de los Detroit Tigers para la semana que comenzaba.

El saldo del domingo arroja mil ciento veintinueve detenciones. Cientos de familias dormirán en la calle esa noche, al pie de sus hogares quemados.

Un ciudadano negro recuerda: “Ese domingo por la noche yo tenía la intención de manejar a la casa de mis padres para salirme de la zona del motín. Atravesaba el centro de la ciudad cuando me detuvo una patrulla de cuatro oficiales. Me hicieron bajarme de mi auto. Me pusieron un rifle en la nuca demandando que les dijera que hacía yo allí. Les dije que estaba en camino a casa. ‘¡Fuera de aquí!, me dijo uno. ‘¡Si te vuelvo a ver te reviento los sesos!’”

El lunes, movilizados los efectivos de la Guardia Nacional y de las policías, municipal y estatal, comienza la matanza. Se les ordena a la Guardia y la policía a disparar contra los ladrones y restaurar “la ley y el orden”.

Ese lunes 24 de julio, a las dos y cuarenta de la tarde, Romney y Cavanagh hacen una llamada telefónica al general Ramsey Clark, el procurador federal. Piden el envío de cinco mil soldados del ejército. Esa misma tarde son enviados cuatro mil setecientos soldados de las divisiones 82 y 101 del ejército, a lo que en ese entonces era la base militar Selfridge, cerca de Mount Clemens. Sin embargo, tanto el presidente Johnson como Cyrus Vance, su principal consejero (enviado a Detroit con el encargo de suprimir la rebelión) titubean en movilizar a esos soldados. Muchos de ellos son afroamericanos y veteranos de la Guerra de Vietnam. Por lo tanto, Johnson y Vance no confían en que éstas tropas obedecerán órdenes de disparar contra obreros y jóvenes negros en las calles.

A las cinco y media de la tarde del lunes, Vance, Romney y Cavanagh visitan las zonas más dañadas. Observan incendios. No ven saqueos o disparos. Vance dice: “No me parece tan mal”. Cavanagh responde “¡normalmente la ciudad no está en llamas!”

Para la diez de la noche el saldo había ascendido a 16 muertos y dos mil novecientos treinta y un detenidos. Hubo denuncias de francotiradores, confundiéndolos con los disparos de la Guarda Nacional, bajo órdenes de la policía, contra los faroles de las calles.

A las once de la noche, bajo órdenes de Vance, los soldados federales entran a la ciudad; a medianoche, el presidente Johnson lo anuncia en televisión. A la una de la mañana del martes 25 de julio, mil ochocientos soldados patrullaban el lado este de Detroit, una de las zonas marginales de la rebelión, lejos del centro de violencia de la Calle Doce.

La Guardia Nacional entrando en la zona rebelde de la Calle Doce

A National Guard tank in Detroit during the uprising [Credit: Walter P. Reuther Library]

La represión se agrava en el día tres de la sublevación. A las nueve de la noche la policía detiene a todos los que no estén en sus casas. La Guardia Nacional patrulla los barrios residenciales disparando contra hogares y edificios de departamentos donde supuestamente se esconden los francotiradores.

Un oficial de los sheriffs del Condado de Wayne, empleado en la cárcel Old Wayne County, describiría más tarde las condiciones que encaraban los detenidos: “Los prisioneros colmaban los calabozos. Muchos de los detenidos habían sido simples observadores; creo que éstos últimos fueron los que más sufrieron”.

“Las condiciones eran horribles. Hacía calor y el aire acondicionado no funcionaba bien. Muchos tenían que dormir en el piso. Los inodoros no funcionaban y no había papel higiénico. El tufo era espantoso. La gente no podía cambiarse de ropa o lavarse. Los alimentábamos con fiambre; era no único que teníamos”.

“Los prisioneros se peleaban. Nosotros estábamos rendidos; trabajábamos doce horas diarias. Estábamos de mal genio. Si alguien no nos obedecía, le golpeábamos la cabeza. Había mucha violencia”.

Muerte en el Hotel Algiers

El acontecimiento más brutal e infame de matanza policial durante la rebelión de Detroit ocurre en el día cuatro, el miércoles 26 de julio. El incidente comienza en la madrugada cuando una fuerza combinada de policías, guardias nacionales, y guardias de seguridad privada dispararon una gran cantidad de balas contra un edificio ligado al Hotel Algiers en Virginia Park, cerca de la Avenida Woodward. Luego ocupan el lugar.

El hotel y su edificio anexo estaban en la peor zona del levantamiento. La policía y los guardias habían visto a dos muchachas blancas entrando al hotel acompañadas por varios adolescentes negros. Adentro encontraron a otros seis jóvenes afroamericanos, junto con las dos muchachas.

Lo que siguió fueron actos racistas de sadismo y muerte. En menos de una hora morirían tres de los jóvenes, de disparos a quemarropa, Aubrey Pollard, de diecinueve años de edad, Fred Temple, de dieciocho, y Carl Cooper, de diecisiete.

Sus asesinos, entre ellos Ronald August, David Senak y Robert Paille, policías de Detroit, y Melvin Dismukes, guardia de seguridad, abandonaron el sangriento lugar sin decir nada a nadie. Otro policía descubriría los cadáveres. El informe de la policía luego alegaría que los tres jóvenes eran francotiradores muertos batallando a la policía. Los aterrados sobrevivientes contarían una versión muy diferente.

Los policías, guardias nacionales y guardias habían entrado al edificio anexo del hotel sin provocación alguna, exigiendo información sobre supuestas armas escondidas. Todos, incluso las muchachas, son empujados violentamente contra la pared; sometidos a golpizas sangrientas; acosados y humillados con insultos racistas y sexuales. Al romper la culata de su escopeta contra la cabeza de Aubrey Pollard, se queja uno de los policías: “¡Este nigger me hizo romper mi escopeta!”

No se encontraron armas en el recinto. Los policías escoltaron a las tres víctimas, una por una a cuartos de dormitorios, los obligaron a echarse al piso y dispararon contra la pared, encima de sus cabezas. Al terminar el juego, Pollard, Cooper, y Temple yacían muertos. Los tres habían recibidos dos disparos a quemarropa cada uno. Un patólogo independiente, contratado por el diario Detroit Free Press, determinaría que Temple y Pollard fueron asesinados estando de rodillas en el piso.

Eventualmente, las policías August, Senak y Paille, serían acusados de estar involucrados en la matanza. El guardia de seguridad Dismukes fue acusado de apalear a uno de los jóvenes. A ninguno de ellos se los encuentra culpable de nada. August y Paille confesaron pero alegaron que actuaron en defensa propia. Senak nunca dijo nada y nunca fue puesto en el banquillo.

Tuvieron que pasar años de trámites y apelaciones legales. Uno de los jueces rechazó las confesiones. Otro juez atacó el best seller de John Hershey, The Algiers Motel Incident (Incidente en el Hotel Algiers), por preenjuiciar el proceso contra la policía. August fue procesado y exonerado por un jurado totalmente blanco en un tribunal de un pequeño pueblo cerca de Lansing (capital del Estado de Michigan).

El jueves 27 de julio el gobernador Romney levanta el estado de sitio. Lo reimpone, sin embargo, a las siete y quince de la tarde —gente curiosa se congregaba en la zona del motín, no obstante disparos que seguían ocurriendo. Ese día se retira la policía del Estado y el general Throckmorton ordena que las tropas federales envainen sus bayonetas. El general declara que la situación estaba controlada.

George Romney, gobernador de Michigan, Cyrus Vance vicesecretario de Defensa, y Jerome Cavanagh, alcalde de Detroit, durante una conferencia de prensa el 24 de julio 1967.

El último incendio grande ocurre el 28 de julio, en la Calle Doce entre Hazelwood y Taylor; Vance anuncia la retirada gradual de las tropas federales.

Pocos días antes del levantamiento, una fuerte tormenta tropical había inundado algunos suburbios de Detroit, en los condados de Macomb y Oakland. Cuarenta y ocho horas después, el presidente Johnson los declaraba zonas de desastre, permitiendo prestamos de bajo interés, subsidios federales y otros beneficios. Cuando Detroit, apenas apagados los incendios y con barrios en escombros, hace el mismo pedido de ayuda federal, Johnson se rehúsa, que no sea que se le acuse de ser blando con los amotinados. En cambio ordena alimentos y medicamentos de emergencia sólo para las víctimas del levantamiento.

Según la crónica oficial esta rebelión, la más grave explosión social de la historia estadounidense, había durado desde las cuatro de la mañana del domingo 23 de julio hasta un minuto después de la medianoche del viernes 28 de julio. No obstante, las tropas del ejército permanecieron en las calles hasta la mañana del siguiente domingo, mantenidas en alerta en el campo municipal de la feria estatal y en el aeropuerto municipal.

El martes, primero de agosto, tres batallones son retirados de la ciudad y enviados a la Base Aérea de Selfridge. Cuatro batallones, que habían estado en alerta en esa base durante el levantamiento, fueron enviados al Fuerte Campbell.

El toque de queda se levantaría el martes por la mañana. Lo que queda de las tropas federales sale de Detroit al miércoles dos de agosto. El mismo día el gobierno cede el mando de la Guardia Nacional. El saldo final es: cuarenta y tres muertos, mil ciento ochenta y nueve heridos, siete mil doscientos treinta y un detenidos (de los cuales ochocientos veinte y cuatro son blancos). El daño material ascendería a más o menos cincuenta millones de dólares. Fueron destrozados quinientos negocios. Otros quinientos sufrieron daños. Más de mil familias quedarían sin techo.

Continuará

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