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Perspectiva

El “complejo militar-industrial” en el poder

Hace cincuenta y seis años, el presidente de Estados Unidos, Dwight D. Eisenhower, pronunció un discurso de despedida en el que advirtió sobre el peligro que corría la democracia ante la cada vez mayor convergencia entre el poder militar y el corporativo.

El presidente advirtió acerca de la expansión de una “influencia total —económica, política, e incluso espiritual— en cada ciudad, ayuntamiento y oficina del gobierno federal” del “complejo militar-industrial”.

El mismo Eisenhower era un general de cinco estrellas y fue comandante de las fuerzas expedicionarias durante la Segunda Guerra Mundial, conociendo de primera mano las operaciones de las fuerzas armadas. Pero, incluso en el punto álgido de la Guerra Fría, la influencia del ejército en la vida política del país era ínfima en comparación con hoy. Cada mes que pasa, el ejército excava más poder de las autoridades civiles, mientras las formas democráticas de gobierno quedan más huecas e insignificantes.

El discurso de Trump del lunes, en el que anunció una expansión sin límites de la guerra estadounidense en Afganistán, ejemplificó este proceso. El lugar donde habló, la base del Ejército en Fort Meyer, Virginia, y la audiencia de tropas uniformadas para combate fueron aspectos significativos por sí mismos. El mandatario dejó claro que la cúpula militar, sin una pizca de supervisión civil ni la pantalla de autorización legislativa, determinará cuántas tropas adicionales serán enviadas y cuánto tiempo estarán en los campos de batalla en Afganistán.

A lo largo de la última semana, los oficiales del Ejército y el Cuerpo de Marines que pertenecen al gabinete de Trump —los generales retirados John Kelly y James Mattis y el general activo H. R. McMaster— han aprovechado la crisis alrededor de apoyo del presidente a los disturbios neofascistas en Charlottesville, Virginia, para consolidar su dominio del gobierno.

En cualquier sociedad auténticamente democrática, estos desarrollos serían recibidos con gran aprensión; sin embargo, la “oposición” en el Partido Demócrata y sus medios de comunicación los han acogido abiertamente.

El miércoles, apareció como titular del artículo principal en el Washington Post, “Los líderes militares consolidan su poder en la Administración Trump”. El diario indica que la elevación de una “camarilla de generales activos y retirados” es “un desvío impactante para un país que por generaciones ha posicionado a sus líderes civiles por encima y aparte de los militares”.

El Post, propiedad del multimillonario CEO de Amazon, Jeff Bezos, y portavoz de una sección substancial de la élite política estadounidense, presenta el aumento en el poder del ejército sobre el Gobierno de Trump como algo positivo. Califica de “voces de moderación” a los generales y los presenta como “autoridades morales” que pueden “guiar” al mandatario lejos de “las decisiones que teman que puedan tener consecuencias catastróficas”.

Luego, el artículo cita acríticamente a un miembro de un importante centro de pensamiento conservador que declara: “El único chance que tenemos para prevenir que esto estalle es con un tanto de disciplina militar… No es ni dominio militar ni un golpe militar”.

En esta misma línea, una columna del miércoles escrita por Roger Cohen para el New York Times declara que los generales están actuando como los “adultos en la sala”, “atando” a Trump y “poniéndole límites a sus instintos más salvajes”. El ejército, según Cohen, ofrece “algo que Trump nunca tendrá: un centro de gravedad”.

Los pronunciamientos del Post y el Times ponen de manifiesto el consenso de la élite gobernante, particularmente del Partido Demócrata, el cual se ha opuesto a Trump casi estrictamente por cuestiones de política exterior, criticando su insuficiente subordinación al aparato militar y de inteligencia y su falta de determinación para llevar a cabo una escalada militar contra Rusia.

McMaster, Kelly y Mattis son “destacamentos de fiabilidad ante la conducta impulsiva y errática” de Trump, le comentó el senador demócrata de Connecticut, Richard Blumenthal, al Post. “Definitivamente, muchos de mis colegas han tenido la sensación de que ellos son una mano estabilizadora sobre el timón”.

Otro ejemplo que refleja esta convergencia de la prensa con las cúpulas militares y de inteligencia fue la opinión del miércoles de Thomas Friedman, el columnista en jefe de política exterior en el New York Times. “Pasé ocho días viajando con la Fuerza Aérea a todas las bases de avanzada en Afganistán, Irak, Kuwait, Qatar y Emiratos Árabes Unidos”, presume, además de un viaje a una “célula de ataque” que estaba realizando bombardeos en Irak.

Friedman describe los ataques aéreos estadounidenses en áreas urbanas con indisimulado entusiasmo. “Con rapidez, se disipó el humo y el edificio de diez metros de ancho era ahora una pila de ruinas ardientes, pero ambos edificios a los lados quedaron totalmente intactos; por lo cual, los civiles adentro deberían estar ilesos”, exulta el columnista del Times, sin siquiera considerar a los civiles en el edificio vaporizado.

“Esta es la guerra en Irak hoy en breve”, escribe, sugiriendo que le ejército estadounidense, como un verdadero liberador, enfoca sus energías en prevenir bajas civiles. Por supuesto, esta mentira criminal es desmentida por los millones que han sido asesinados, heridos o desplazados en el último cuarto de siglo de guerras estadounidenses en Irak y en los países colindantes y ricos en petróleo de Oriente Medio. La destrucción de la ciudad iraquí de Mosul es sólo un ejemplo reciente. Tan sólo dos días antes de que el Times y Friedman escribieran su oda a la pureza moral del ejército estadounidense, un ataque aéreo estadounidense en Siria mató a más de cuarenta civiles.

Los esfuerzos de Friedman para intentar minimizar las actividades homicidas de la Fuerza Aérea de EE. UU. ejemplifican el papel que cumple la prensa, con el New York Times y el Washington Post al frente, como porristas sinvergüenzas de las intervenciones militares estadounidenses, junto con las principales cadenas televisivas, las cuales presentan frecuentemente a figuras militares retiradas como si fuesen autoridades sobre todas las cuestiones políticas.

La prostitución que practica la prensa ante el ejército es sólo una expresión de la inmensa influencia política de las fuerzas militares del país. Estados Unidos gasta más en su ejército que los siguientes diez países en la lista combinados, succionando más de la mitad de los gastos discrecionales del gobierno federal. El personal cuenta con alrededor de dos millones de efectivos activos y reservistas, además de millones más que contrata directamente o de forma indirecta a través de las agencias de inteligencia.

La policía local y estatal alrededor del país está siendo integrada cada vez más al ejército, algo que los estrategas del Departamento de Defensa llaman un “ejército total”, compuesto por las fuerzas militares, policiales y de inteligencia. Asimismo, los departamentos de policía están siendo equipados con armamentos militares y siendo entrenados para combates urbanos.

Un “ejército total” como tal tiene a su disposición las herramientas de espionaje masivo de las agencias de inteligencia estadounidenses, con las que puede espiar prácticamente cualquier llamada, mensaje de texto y correo electrónico en el mundo.

El aumento en el poder del ejército ha sido acompañado por su integración a la oligarquía financiera, con cientos de dirigentes militares recibiendo salarios de más de un millón de dólares gracias a la puerta giratoria entre el Pentágono, Wall Street y la industria militar.

Tanto el aumento del control militar sobre la vida política de EE. UU. como su incorporación a la élite corporativa y financiera son productos de la prolongada decadencia del capitalismo estadounidense. El último cuarto de siglo de guerras interminables y las décadas de empinado crecimiento de la desigualdad social han corroído todos los cimientos sociales de las formas democráticas de gobierno. Más allá de la oligarquía en sí, una capa privilegiada de la clase media-alta, la cual forma el grueso de la base del Partido Demócrata, ha acumulado una riqueza significativa gracias a la fulgurante ascensión de los precios de las acciones, que a su vez ha sido alimentada por la destrucción de los niveles de vida de la clase obrera y la política de agresión imperialista alrededor del mundo.

Siendo cada vez menos capaz de reconciliar su dominio de la vida social del país con el empleo de controles democráticos, la élite financiera estadounidense considera la fuerza militar como el último mecanismo de protección para su gobierno. Independientemente de las garantías del Post, lo que está emergiendo es de hecho un dominio directo del ejército, en alianza con Wall Street y la CIA, con el gobierno civil funcionando como una simple fachada.

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