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Perspectiva

Secretario general de la ONU advierte sobre guerra mundial

La advertencia hecha el martes por el secretario general de la Organización de las Naciones Unidas, Antonio Guterres, de que la confrontación en la península coreana se está asimilando cada vez más a la estela de la Primera Guerra Mundial hace más de un siglo tiene enorme gravedad.

“Las guerras usualmente no comienzan por una decisión de los diferentes bandos a irse a la guerra”, dijo. “Si se contempla la historia de la Primera Guerra Mundial, sobrevino un paso a la vez, con un lado haciendo una cosa y el otro lado haciendo algo más, y luego ocurrió una escalada… Ese es el riesgo que tenemos que evitar con respecto a la situación en Corea del Norte”.

Sin nombrar directamente a Donald Trump y su camarilla de generales activos y retirados que presiden una política estadounidense cada vez más belicista e imprudente, Guterres evidentemente se refirió a ellos cuando advirtió: “Una retórica conflictiva podría tener consecuencias inesperadas. La solución tiene que ser política”. Luego, añadió: “Las consecuencias posibles de una acción militar son demasiado horribles”.

A pesar de ser atenuadas con el lenguaje solícito que emplea la ONU para los crímenes y provocaciones del imperialismo estadounidense alrededor del mundo, el significado de los comentarios de Guterres es inequívoco. Estas “consecuencias inesperadas” de las instigadoras amenazas contra Corea del Norte podrían llegar a convertirse en un conflicto militar que escale a una guerra mundial nuclear.

La carta fundacional de la ONU proclama su misión en la primera oración: “a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la humanidad sufrimientos indecibles”. Cabe esperar que fuese de interés público cuando el jerarca de esta organización le advierte a la humanidad que, por tercera vez, se enfrenta a “sufrimientos indecibles”, y que estos podrían eclipsar el flagelo de las primeras dos guerras mundiales.

Sus declaraciones tampoco son únicas. El mes pasado, el ministro de Relaciones Exteriores de Alemania, Sigmar Gabriel, comparó el actual enfrentamiento entre EUA y Corea del Norte con el descenso de Europa a la Primera Guerra Mundial. El peligro, estimó, es que, “como en la Primera Guerra Mundial, caminemos como sonámbulos hacia otra guerra. Sólo que esta vez podría ser una guerra nuclear”.

De forma similar, el mes pasado, James Clapper, quien hasta enero de este año ejercía el puesto de Director de Inteligencia Nacional de EUA, comentó en televisión que la situación en la península coreana, le “hace recordar algo de la historia de la Primera Guerra Mundial y cómo fue que el mundo cayó en esos errores. Espero que la gente aquí aprenda de esa historia y no la repita”.

Sin embargo, estas impactantes advertencias han llegado por la mayor parte a oídos sordos. La prensa corporativa estadounidense no reporta ni comenta seriamente sobre la amenaza de una guerra nuclear ni sus implicaciones para la población de EUA y el planeta. Ninguna figura importante del Partido Republicano ni el Demócrata ha hecho algún llamado de atención ni convocado un debate sobre el curso tan precario y provocador que está siguiendo el Gobierno de Trump con respecto a Corea del Norte.

Las distintas organizaciones y publicaciones de la pseudoizquierda que orbitan el Partido Demócrata están manteniendo un estricto silencio al respecto. Ninguna tiene interés en exponerle al pueblo estadounidense el peligro de guerra, ni hablar de luchar por organizar un movimiento de los trabajadores y jóvenes en contra.

Hasta los centros de pensamiento y publicaciones militares hablan con mayor franqueza sobre la sombría realidad que está siendo preparada. Por ejemplo, Rob Givens, un exgeneral de la Fuerza Aérea de EUA quien fue subdirector adjunto de las operaciones estadounidenses en Corea, advirtió que una guerra en la península es “algo antes inimaginable que se está volviendo cada vez más posible”.

El comienzo de tal conflagración, escribe Givens, vería “bombarderos estadounidenses de todo el mundo” concentrándose ahí, para que “cada pie cuadrado de Corea del Norte esté dentro de rango”.

“Las bajas norcoreanas serían espantosas. Lo estimado es que habría 20 000 bajas en el norte por día de combate”, señala. Pero, además, Corea del Norte “infligiría 20 000 bajas por día sólo en Seúl por los primeros días”.

Una pérdida profusa de vidas humanas, advierte, “sería inevitable”.

“Emplearemos municiones en racimo que distribuyen submuniciones en áreas del tamaño de campos de fútbol”, escribe. “Responderemos con fuego de artillería sea donde sea que disparen baterías enemigas. Cuándo haya condiciones militares óptimas, le daremos a blancos en el medio de áreas urbanas; será imposible prevenir bajas civiles. Para un combate efectivo, tendremos que bombardear instalaciones de mando en el corazón de vecindarios. Destruiremos misiles en lanzadores móviles, aunque se encuentren en áreas sensibles. Nuestras tropas terrestres incendiarán al enemigo sin demasiada consideración hacia los daños. Y, efectivamente, bombardearemos objetivos más ampliamente que en décadas recientes”.

El saldo de muertos, confirma, hará que los millones que han muerto en “nuestros últimos 16 años de combate activo en Oriente Medio palidezcan en comparación”.

Lo que se describe acá es un crimen de guerra de dimensiones hitlerianas. Sin embargo, para los demenciales cálculos de los estrategas militares imperialistas de la actualidad, es “el mejor escenario posible” en el que una nueva Guerra de Corea no involucre un intercambio nuclear ni absorba a las aledañas potencias nucleares de China y Rusia, ambas de las cuales están ancladas en confrontaciones con Washington, del mar de China Meridional a Siria y Europa del Este.

La posibilidad de evitar estas derivaciones es remota. Esto quedó claro el jueves, cuando EUA instaló lanzamisiles adicionales como parte del sistema de defensa antimisiles THAAD ante protestas populares en Corea del Sur y denuncias de Beijing de que su colocación pone en la mira a China, haciendo más fácil un primer ataque nuclear en su contra.

Dos días antes, China puso a prueba su propio sistema antimisiles cerca de la frontera con Cora del Norte. El diario South China Morning Post citó a un experto naval de Beijing, quien sugirió que el ensayo es para una confrontación con EUA, indicando que la prueba demostró que “China está preparada y lista para detener a cualquier potencia que amenace la estabilidad de la región”.

Pese a que la rápida escalada militar entre junio y agosto de 1914 que condujo al baño de sangre de la Primera Guerra Mundial sin duda tuvo sus “consecuencias inesperadas” y “errores” para las distintas dinastías y gobiernos burgueses de Europa, la guerra estaba enraizada en las contradicciones del sistema capitalista global en general. La principal contradicción fue la del avance e integración globales de las fuerzas productivas de la humanidad y la continua repartición del planeta dentro del marco de Estados nación rivales, sobre el cual está cimentado el sistema capitalista.

Como explicó Trotsky en su panfleto La Guerra y la Internacional, escrito en plena guerra en 1915, las potencias capitalistas no intentaron resolver esta contradicción a través de una “cooperación inteligente y organizada entre todos los productores de la humanidad, sino mediante la explotación del sistema económico mundial por parte de la clase capitalista del país victorioso”. La guerra, aseveró, representa “el colapso más colosal de la historia de un sistema económico destruido por sus propias e inherentes contradicciones”.

Un siglo más tarde, estas contradicciones, lejos de haber sido resueltas, se han intensificado debido a la globalización capitalista y la implacable marcha del imperialismo estadounidense en busca de contrarrestar el declive de su posición económica y reafirmar su hegemonía global mediante el empleo cada vez más agresivo y osado de su poderío militar.

Pero la guerra no es la única expresión de las irresolubles contradicciones del sistema capitalista mundial, ya que también han sentado las bases materiales y objetivas para una revolución social. La toma del poder de la clase obrera rusa bajo el liderazgo del Partido Bolchevique hace cien años supuso el comienzo del fin de la Primera Guerra Mundial.

La tarea que confronta la clase obrera hoy es prevenir el comienzo de una tercera guerra mundial, la cual sólo podría resultar en una conflagración nuclear de la cual tal vez no sobreviva la propia humanidad. La tarea más urgente es construir un movimiento político de las masas obreras en oposición a la guerra y su origen, el capitalismo.

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