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Perspectiva

Aung San Suu Kyi de Birmania y el fraude del imperialismo en nombre de los derechos humanos

La crítica situación que viven cientos de miles de musulmanes rohingya escapando de los ataques a manos del ejército de Birmania en el estado de Rakhine, al oeste del país, exponen de forma demoledora el fraude del imperialismo en nombre de los derechos humanos, empleado por Estados Unidos, sus aliados y su principal activo político en Birmania (Myanmar) —Aung Saan Suu Kyi—.

La brutalidad y envergadura de las operaciones militares han ocasionado grandes e hipócritas muestras de angustia en la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y de parte de aquellos que promovieron agresivamente a Suu Kyi como una “icono de la democracia”. A pesar de que se les ha prohibido a la prensa y a las agencias humanitarias llegar al área operacional, se ha acumulado una evidencia substancial de que el ejército birmano ha estado prendiendo fuego sistemáticamente a aldeas y hay numerosos relatos de testigos que vieron soldados asesinando a civiles con armas de fuego.

El secretario general de la ONU, Antonio Guterres, describió ayer lo que está ocurriendo en el estado de Rakhine como “limpieza étnica”, añadiendo: “Cuando ha tenido que escapar del país una tercera parte de la población rohingya, ¿se podría encontrar una mejor palabra para describirlo?”. El Consejo de Seguridad de la ONU emitió una declaración que, “expresa preocupación ante los reportes de violencia excesiva” y pide tomar pasos para “apaciguar la situación”, proteger a civiles y resolver el problema de los refugiados.

El canciller británico, Boris Johnson, se unió la semana pasada al coro de llamados hacia Suu Kyi para ejerza control sobre el ejército utilizando su influencia. “Aung San Suu Kyi es percibida correctamente como una de las figuras más inspiradoras de nuestra época, pero el trato que están recibiendo los rohingya desgraciadamente perjudica la reputación de Birmania”, declaró.

Si esta limpieza étnica a manos del ejército birmano estuviese sucediendo hace una década, cuando la junta birmana tenía a Suu Kyi bajo arresto domiciliario, la reacción hubiese sido muy diferente. Tronarían condenas del imperialismo occidental hacia el “régimen canalla”, con referencias a su larga historia de violaciones a los derechos humanos, y se harían peticiones para imponer sanciones diplomáticas y económicas más severas contra Birmania.

¿Por qué minimiza Washington las últimas atrocidades perpetradas por los militares en Birmania? Siendo la norma alrededor del mundo, Estados Unidos nunca se interesó en promover los derechos democráticos en Birmania, sino que su actitud hacia la dictadura militar birmana siempre fue determinada por sus intereses económicos y estratégicos —en particular, la hostilidad de Washington hacia los estrechos lazos de la junta con China—.

Conforme aceleraba el Gobierno de Obama su “pivote hacia Asia” en contra de China por toda la región de Asia-Pacífico, la junta birmana —encarando también un recrudecimiento de la crisis económica y social dentro del país— comenzó a mostrar señales de distanciamiento de Beijing en el 2011 y una mayor disposición a encontrarle un rol político a Suu Kyi y su Liga Nacional para la Democracia (LND). En realidad, el ejército permaneció a cargo: nombró a oficiales militares para una cuarta parte de todos los escaños parlamentarios e instaló generales activos en los principales puestos de defensa, política interior y asuntos fronterizos.

Sii Kyi y la LND le siguieron el juego a esta farsa porque su principal preocupación nunca fueron los derechos democráticos. La LND representa a aquellas secciones de la burguesía birmana cuyos intereses económicos se estaban viendo obstaculizados por la junta militar. En alianza con el imperialismo occidental, su objetivo era abrir más al país a inversiones extranjeras.

Más allá, la LND y Suu Kyi están tan sujetos a la reaccionaria ideología de la supremacía budista birmana como el ejército. Ésta ha sido utilizada muchas veces para sembrar divisiones religiosas y étnicas entre los trabajadores. Ahora que se han disipado las esperanzas para un auge económico en Birmania, el ejército, con el apoyo de la LND, han escalado la violencia contra los musulmanes rohingyas, quienes han sido el chivo expiatorio desde hace mucho tiempo por los problemas del país.

Ningún paso ha sido tomado por Suu Kyi ni la LND para abordar la falta de derechos fundamentales de la minoría rohingya, quienes han sido rechazados por la aledaña Bangladesh como “inmigrantes ilegales”. A pesar de haber vivido por generaciones en Birmania, no son ciudadanos y, por ende, no tienen derechos ni acceso a los servicios sociales.

Suu Kyi ha defendido abiertamente la campaña de limpieza étnica de los militares, justificándola en nombre de la “guerra contra el terrorismo” y la necesidad de suprimir a las milicias rohingya que han brotado en respuesta a los escandalosos atropellos del ejército. Después de que el presidente turco criticara la situación, Suu Kyi arremetió en contra de “fotografías de noticias falsas” y un “gran iceberg de desinformación” que sólo ha creado problemas “a fin de defender el interés de los terroristas”.

Los eventos en Birmania son un ejemplo gráfico del empleo cínico de los “derechos humanos” para avanzar los intereses del imperialismo. Sin embargo, es tan solo uno de muchos. Una y otra vez, la demonización de líderes políticos y regímenes por cuestiones de “derechos humanos” ha sido aprovechada como un pretexto para guerras ilegales de agresión y operaciones de cambio de régimen. Estados Unidos y sus aliados, contando con el apoyo de varios grupos liberales y de pseudoizquierda, han asolado Irak, Libia y Siria, cobrando millones de vidas para apuntalar la hegemonía de EUA en la región estratégica y rica en petróleo de Oriente Medio.

Los acontecimientos en Birmania subrayan la conclusión fundamental a la que llegó León Trotsky hace más de un siglo con su Teoría de la Revolución Permanente, la cual fue confirmada posteriormente por la Revolución Rusa de 1917. Esta se puede resumir en que todas las secciones de las burguesías en los países con un desarrollo capitalista atrasado y dominados por el imperialismo tienen una inhabilidad orgánica para establecer derechos democráticos básicos en sus países, como sucede en Birmania. La tarea recae sobre la clase obrera, en una lucha por el poder a la cabeza de un movimiento revolucionario como parte integral de la batalla internacional por el socialismo.

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