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Perspectiva

Un año desde la elección de Donald Trump

Hace un año, el 8 de noviembre del 2016, el candidato republicano Donald Trump ganó las elecciones presidenciales de EUA. A pesar de perder el balotaje popular a nivel nacional por casi tres millones de votos, Trump derrotó a la candidata demócrata, Hillary Clinton, en el colegio electoral gracias a victorias estrechas en los estados industriales de Michigan, Wisconsin y Pensilvania.

El World Socialist Web Site publicó un análisis marxista de la Victoria de Trump horas después de que se contaran los votos. Escribimos:

La victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos es un terremoto político que ha expuesto ante el mundo entero la crisis terminal de la democracia estadounidense. La degeneración del gobierno burgués es tal que ha elevado a un charlatán obsceno y millonario demagogo al cargo más alto del país.

Sin importar las frases conciliadoras que pueda emitir en los próximos días, el presidente Trump dirigirá un gobierno de guerra de clases, chovinismo nacional, militarismo y violencia policiaca del Estado…

Bajo Trump, Estados Unidos no será “grande de nuevo”. Será aplastado hasta el suelo.

Los eventos tumultuosos de los últimos doce meses han confirmado plenamente esta evaluación. Trump seleccionó un gabinete de multimillonarios, generales e ideólogos ultraderechistas. Su principal meta a nivel doméstico ha sido enriquecer a su propia clase de parásitos pudientes a través de la desregulación y un recorte de impuestos para la élite empresarial estadounidense. Se empeñó en crear una base de apoyo para el autoritarismo, apelando a la policía, al ejército, a la Patrulla Fronteriza, al Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) y a fascistas como los que se manifestaron con antorchas y realizaron disturbios en Charlottesville, Virginia. Al mismo tiempo, Trump avanzó una política exterior basada en el militarismo y en la amenaza de una guerra nuclear.

La prensa corporativa y los políticos demócratas han tratado a Trump como si representase un desvío de la norma de la política capitalista. Sin embargo, lejos de ser una aberración, su presidencia es el producto de ciertas tendencias que han continuado por décadas, principalmente el crecimiento colosal de la desigualdad social y económica y los 25 de guerras prácticamente ininterrumpidas. Estos dos hitos del capitalismo estadounidense y su sistema político bipartidista son incompatibles con la conservación de formas democráticas de gobierno.

Estados Unidos es una oligarquía, cuyo poder realmente lo maneja una camarilla de multimillonarios, oficiales de inteligencia y generales. Trump es un representante de estas fuerzas reaccionarias.

Ambos procesos —el rápido aumento de la desigualdad social y de un militarismo descontrolado— son característicos del capitalismo global en su totalidad. A pesar de no estar limitados a EUA, quizás encuentran su expresión más grotesca y destructiva en Wall Street y Washington.

Trump es parte de un proceso internacional. Los demagogos de extrema derecha han recibido mayores dividendos políticos gracias a la peor crisis económica del capitalismo desde los años treinta. Alternativa para Alemania, Le Pen en Francia, los partidos ultraderechistas en Austria, Holanda, República Checa e Italia, el protagonismo de UKIP en el voto de la salida británica de la Unión Europea son todos fenómenos de un carácter similar.

La aparente paradoja de la crisis capitalista es que haya fortalecido a la derecha y no a la izquierda nominal dentro del espectro de la política burguesa. Es crítico entenderla en términos de clase. Los partidos “izquierdistas” oficiales, llámense socialdemócratas, laboristas o el Partido Demócrata en EUA, le dieron la espalda desde hace mucho tiempo a todas las preocupaciones de la población trabajadora, adoptando en cambio políticas austeras que benefician a la élite financiera. Esto creó un enorme vacío político que ha sido ocupado inicialmente por elementos ultraderechistas y semifascistas por medio de demagogia populista dirigida a las reclamaciones por la caída en los niveles de vida y la pérdida de empleos decentes y de tiempo completo.

Las elecciones estadounidenses del 2016 registraron una desafección y un enojo masivos hacia todos los grupos de poder establecidos, expresados en el auge de candidatos “insurgentes” tanto en el Partido Republicano como el Partido Demócrata. Alrededor de 13 millones de personas, principalmente jóvenes y trabajadores, votaron por Bernie Sanders en las primarias demócratas porque Sanders se hacía llamar socialista y se autoproclamó el líder de una “revolución política” contra la “clase multimillonaria”. Su papel fue el de canalizar el descontento social de masas de vuelta hacia el callejón sin salida del Partido Demócrata, concluyendo su maniobra dándole su apoyo a Hillary Clinton.

Trump logró el apoyo de secciones de trabajadores devastadas por décadas de cierres de plantas y despidos masivos. Lo hizo presentándose como el líder de la oposición a los grupos de poder, explotando así el rechazo y la desilusión que resultó de la Administración Obama, la cual presidió la mayor transferencia de riqueza de los trabajadores a los ricos en la historia del país y escaló la agresión militar estadounidense en el exterior.

Clinton hizo campaña como la continuadora de Obama, la candidata del statu quo, permitiéndole a Trump beneficiarse del descontento de masas. El deseo de un cambio no pudo encontrar ningún canal progresista dentro de la camisa de fuerza del sistema bipartidista controlado por las corporaciones.

Este descontento, a su vez, se ha visto alimentado por el registro de Trump desde que llegó al poder. Su inauguración tuvo la bienvenida de las protestas más grandes en la historia de EUA, sucediendo en prácticamente todas las ciudades grandes del país. Cientos de miles se han opuesto a los ataques de Trump contra los inmigrantes, sus decretos mordaza contra los científicos ambientales, sus amenazas contra los programas sociales, incluyendo el cuidado de salud, y su apoyo abierto a racistas y fascistas. Las encuestas de opinión lo colocan como el presidente con la menor aprobación en su primer año en la historia moderna.

A cada paso, los demócratas se han dedicado a desviar la oposición a Trump detrás de demandas derechistas y militaristas, utilizando acusaciones falsas de injerencia rusa en las elecciones del 2016 para empujar al Gobierno hacia la adopción de una política más beligerante hacia Moscú y para demandar la censura del Internet a fin de suprimir toda expresión de disentimiento político.

Un año después de las elecciones, los dos partidos políticos que comparten y se alternan el poder en EUA se encuentran en crisis profundas. Varios senadores republicanos denuncian a Trump, llamándolo una amenaza para la democracia, mientras que los aliados de tendencia fascista de Trump como Stephen Bannon atacan de vuelta a la cúpula establecida del partido y se asocian con los actos de violencia perpetrados por supremacistas blancos y neonazis. El Partido Demócrata, por su parte, se encuentra dividido por conflictos entre sus facciones pro-Clinton y pro-Sanders. A fin de cuentas, ambos partidos son ampliamente odiados por los trabajadores por ser herramientas para los intereses corporativos.

Todo el espectro político burgués se ha trasladado drásticamente hacia la derecha en todos los mayores países capitalistas. Sin embargo, los sentimientos de las masas de trabajadores y jóvenes se mueven en la dirección contraria, hacia la izquierda. En mayo, la mayoría de la población entre los 18 y 35 años encuestada por la Unión Europea de Radiodifusión respondió que participaría en un “levantamiento de gran escala” contra el statu quo. En octubre, una encuesta similar en Estados Unidos encontró que más jóvenes estadounidenses apoyan al socialismo y comunismo que al capitalismo.

El sistema de lucro es incapaz de proveer empleos bien remunerados para la clase trabajadora ni servicios públicos decentes. Al contrario, va dirigido a atacar los derechos democráticos y engendrar sangrientas guerras regionales y, en última instancia, globales. Cientos de millones de personas ya perciben el conflicto entre la élite financiera mundial y sus propios intereses de clase. Conforme se recrudece la crisis, tendrán que volverse políticamente conscientes acerca de esta batalla y lucharla.

El día después de la elección de Trump, el World Socialist Web Site declaró: “El próximo periodo será uno de choque, indignación y luchas cada vez más amargas”.

La experiencia de este último año confirma lo acertado que fue esta predicción. La cuestión central que surge a partir de esta crisis política es la construcción de una dirección revolucionaria nueva de la clase obrera, en EUA y en todos los otros países, con líderes dedicados a desarrollar una lucha de masas por una perspectiva socialista e internacionalista.

El autor recomienda:

La victoria de Trump y la catástrofe de la democracia estadounidense [12 de noviembre; 9 de noviembre en inglés]

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