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Perspectiva

La crisis de los rohingya en Birmania y el imperialismo de los derechos humanos

La visita del Papa Francisco esta semana a Birmania (Myanmar) ha puesto de relieve la tragedia que confronta a la minoría musulmana rohingya, obligada a escapar en masa a países aledaños.

Al menos 620 000 hombres, mujeres y niños han sido desplazados de Birmania en meses recientes a manos del ejército birmano y pandillas asociadas de matones después de ataques pequeños en agosto por parte del Ejército de Salvación Rohingya de Arakan (ESRA). Los refugiados están viviendo ahora en campamentos hacinados y miserables en Bangladesh e India, cuyas autoridades han dejado claro que no son bienvenidos.

La respuesta internacional a esta masiva crisis humanitaria chorrea de hipocresía y cinismo, especialmente de las potencias imperialistas —Estados Unidos, la Unión Europea (UE) y sus aliados—, las cuales hacen uso de los “derechos humanos” para avanzar sus intereses geopolíticos, incluyendo a través de cambios de régimen y guerras.

Por décadas, después de que aplastó brutalmente las protestas y huelgas de masas en 1988, EUA y la UE vituperaron al régimen militar birmano, denunciando sus violaciones de los derechos democráticos, y le impusieron fuertes sanciones.

Aung San Suu Kyi, la líder de la Liga Nacional para la Democracia (LND) de oposición, fue promovida como paladín de la democracia, recibiendo el premio nobel de la paz en 1991. Sin cotejar con su previo papel ayudando a descarrillar las protestas de 1988 y defendiendo el gobierno militar, su arresto domiciliario por parte de la junta fue utilizado para dotarla con un estatus de mártir.

Ni las condenas contra los militares ni los galardones para Suu Kyi se basaban en una preocupación auténtica por los derechos democráticos y el sufrimiento del pueblo birmano. La principal preocupación de Washington era que el ejército birmano estaba demasiado alineado con China. Suu Kyi representaba aquella facción de la élite birmana orientada a Occidente y que favorecía una mayor apertura del país a inversiones extranjeras.

Todo eso cambio cuando el régimen militar se mostró dispuesto a distanciarse de China y otorgarle a Suu Kyi y su LND un papel político. Prácticamente de la noche a la mañana, Birmania pasó de ser un “Estado canalla” a una “democracia en desarrollo”. Los oficiales estadounidenses y europeos fueron enviados al país, el presidente Obama visitó en el 2012 y, una por una, le quitaron las sanciones al país.

Cuando la LND ganó las elecciones en el 2016 y Suu Kyi fue instalada como la titular de facto del Gobierno, el momento fue retratado como la floración de una democracia. Apenas se habló de que los militares permanecían ocupando ministerios claves y se concedieron un bloque de bancas parlamentarias no electas para conservar el poder del veto ante cualquier cambio a la Constitución que habían instituido.

Las atrocidades perpetradas por los militares contra los rohingya en el estado de Rakhine, al este de Birmania, exponen esta farsa.

La denigración de los musulmanes rohingya en el país predominantemente budista de Birmania se remonta a las políticas de “dividir y conquistar” promovidas por el dominio colonial británico sobre India, que incluía a Birmania hasta 1937. A diferencia de las otras minorías étnicas, la élite birmana calificó a los rohingya de “inmigrantes ilegales” o “bengalíes” traídos por los británicos, sin importarles que hubiesen vivido por generación dentro del territorio que se independizó como Birmania en 1948.

La junta militar que tomó el poder en 1962 fomentaba el chauvinismo contra los rohingya y los musulmanes en general para dividir a la población trabajadora y reforzar su poder. En 1982, les quitó a los rohingya sus derechos de ciudadanía al no incluirlos en la lista de minorías étnicas reconocidas. Suu Kyi y la LND también cargan con tan profunda xenofobia y se oponen a otorgarles derechos democráticos básicos a los rohingya.

Mientras que Suu Kyi y su Gobierno actúan como facilitadores y defensores, el ejército está llevando a cabo una purga de los musulmanes rohingya de una magnitud que hace una década habría provocado un acalorado revuelo internacional de condenas y demandas de mayores sanciones, sino una intervención militar. En cambio, hoy día, la reacción internacional ha sido deliberadamente fría y los llamados a la acción simbólicos.

Percibiendo un aumento en la indignación internacional hacia la arremetida militar, Washington ha acatado la señal de la ONU y ha criticado las acciones del ejército como “limpieza étnica”. El secretario de Estado de EUA, Rex Tillerson, quien visitó Birmania este mes, declaró que estaba “profundamente preocupado por los creíbles reportes de atrocidades generalizadas cometidas por las fuerzas de seguridad y vigilantes de Myanmar”.

Al preguntársele si EUA sancionaría a Birmania, declaró que “no es algo que considero recomendable en este momento”. Añadió: “Queremos que Myanmar tenga éxito. No se puede simplemente imponer sanciones y decir que la crisis se ha acabado”. Tillerson y el Gobierno de Trump han evitado cuidadosamente no criticar el papel desempeñado por Suu Kyi en defender las acciones militares.

Varios individuos, organizaciones mediáticas y de derechos humanos que alimentaron el surgimiento de Suu Kyi como un presunto “ícono de la democracia” han comenzado a criticarla cautelosamente, incluso sugiriendo que pierda el Premio Nobel. Independientemente de que el Papa Francisco critique o no al ejército y a Suu Kyi, o incluso se refiera a los rohingya, es especulación mediática. Se reunió con el máximo militar birmano, el general en jefe Min Aung Hlang el lunes sin siquiera dar un murmullo de crítica.

Todo esto podría cambiar rápidamente y Birmania podría recobrar su denominación de “Estado canalla” si Washington juzga que se está acercando demasiado a China. El general en jefe Hlang acaba de volver de una gira de seis días en China, donde se reunió con el presidente chino, Xi Jinping. Suu Kyi, por su parte, está a punto de partir para Beijing para participar en una conferencia sobre los partidos políticos a nivel global, además de “hacer una visita de trabajo para fortalecer las relaciones bilaterales”.

Para la clase obrera internacional, las maniobras sórdidas de las potencias internacionales y su indiferencia hacia el sufrimiento de la minoría rohingya de Birmania constituyen otra lección en geopolítica. Junto a la consigna de los “derechos humanos” siempre se encontrarán los intereses predatorios de las potencias imperialistas, las cuales perseguirán esos intereses despiadadamente sin considerar las terribles consecuencias para la clase obrera alrededor del mundo.

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