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Perspectiva

El índice Dow cruza la marca de los 25.000 puntos: el periodo de bonanza para la oligarquía continúa

La llegada del índice bursátil Dow Jones a los 25.000 puntos el jueves representa otra escalada de la racha especulativa que ha tomado control de Wall Street y de los mercados financieros globales durante el último año y que ha transferido enormes riquezas a lo más alto de la sociedad.

Le tomó tan solo 23 días al Dow subir 1000 puntos para llegar a su nueva marca, la primera vez en su historia en dar tal brinco.

Durante el 2017, el índice S&P Global Broad Market se disparó 22 por ciento, su mayor aumento desde la crisis financiera global del 2008-09, equivalente a un salto de $9,6 billones en el valor de las acciones. Por su parte, el índice FTSE All-World aumentó 1,6 por ciento en diciembre, alcanzando su mejor racha alcista registrada de catorce meses consecutivos.

Dicha escalada ha generado predicciones de que se mantendrá la tendencia este año, con algunos pronósticos sugiriendo que incluso habrá un “melt-up” o “derretimiento alcista”.

A pesar del leve aumento en la tasa de crecimiento global el año pasado, el auge bursátil no es síntoma de una recuperación, una década exacta después del comienzo de la crisis financiera global. En cambio, es en sí un mecanismo para acelerar la transferencia de ingresos hacia las capas más pudientes de la sociedad. De este modo, el CEO de Amazon, Jeff Bezos, vio su riqueza aumentar $33.000 millones el año pasado.

Todos los órganos gubernamentales y las instituciones financieras están enfocadas en seguir alimentando la burbuja bursátil, principalmente la Reserva Federal y los otros mayores bancos centrales del mundo. Han inyectado un estimado de $15 billones en los mercados financieros alrededor del mundo y llevado las tasas de intereses a bajos históricos, creando así las condiciones para la recompra de acciones y las fusiones financieras que han desempeñado un papel central en este periodo de bonanza para los mercados financieros.

El hecho de que los bancos centrales hayan comprado prácticamente todos los bonos emitidos por los gobiernos de las diez mayores economías del mundo durante los últimos dos años, un factor clave en mantener los intereses cerca de cero, da cierta indicación del tamaño de este fenómeno financiero.

Estas políticas continúan y profundizan el mismo proceso que comenzó hace 30 años ante el derrumbe bursátil en EUA de octubre de 1987, cuando el presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan, garantizó que las válvulas financieras para mantener los precios de las acciones.

La respuesta a toda tormenta financiera entre la década de 1990 y principios de los 2000 ha sido la misma: la provisión de más dinero para financiar la siguiente ronda de especulación, culminando en el rescate de los bancos del 2008 y la política de expansión cuantitativa de la última década.

Estas medidas han sido emparejadas con recortes a los servicios sociales, educación y salud. En EUA, como en todas las principales economías capitalistas, las políticas estatales, sin importar el color en el poder, se han basado en una austeridad dirigida a transferir la riqueza creada por el trabajo del proletariado hacia arriba en la escala de ingresos.

Después de haberle entregado la mayor bonanza a las corporaciones y los superricos en la forma de los mayores recortes fiscales en la historia, todos los sectores de la élite política estadounidense están unidos en avanzar una agenda de provocar mayores fracturas a la provisión de los servicios sociales.

Se puede dar una idea del carácter del auge bursátil comparándolo con otros periodos.

Durante los últimos nueves años de “recuperación” económica, el Dow Jones ha visto un enorme ascenso de 177 por ciento, mientras que el producto interno bruto neto real de EUA solo ha crecido diecinueve por ciento.

Asimismo, en los nueve años entre 1959 y 1968, el Dow subió 22 por ciento mientras que la economía real creció 48 por ciento, más que el doble que el ritmo actual.

El masivo aumento en los valores bursátiles ha ocurrido contra el trasfondo de la peor “recuperación” desde la Segunda Guerra Mundial, caracterizada por niveles demacrados de inversión, una caída en el crecimiento de la productividad y salarios estancados.

La naturaleza parasítica del “boom” financiero es puesta de manifiesto por el hecho de que una cuarta parte del salto en los precios de las acciones se ha concentrado en solo cinco compañías estadounidenses según su valor en el mercado: Apple, Alphabet (dueña de Google), Amazon, Facebook y Microsoft.

Todas estas firmas comparten una acumulación de ingresos que no se deriva ni de inversiones de planta, equipo o la contratación de grandes números de trabajadores, como los gigantes industriales del pasado, sino de la apropiación de riqueza por medio de derechos de propiedad intelectual, la forma moderna de la renta. Esta forma de parasitismo depende, en última instancia, de la superexplotación de los trabajadores en China y otras regiones de mano de obra barata.

Amazon, a diferencia de los otros gigantes tecnológicos, tiene una fuerza laboral grande. El alto precio de sus acciones refleja su rol en sacar del negocio a las redes de distribución más pequeñas combinando su poder monopolístico en el mercado y su explotación cuasiesclavista de trabajadores empobrecidos.

Existe otro aspecto igual de decisivo: la supresión de la lucha de clases y la virtual desaparición en décadas recientes de acciones importantes de huelga.

Este no es el resultado de una incapacidad orgánica de la clase obrera para responder acorde al desafío que se le presente, sino del papel que han desempeñado los sindicatos y los partidos políticos apoyados por las distintas tendencias pseudoizquierdistas que los han dominado por décadas.

No fueron “errores” ni apreciaciones incorrectas. El papel crítico que emprendieron para facilitar esta bonanza para los mercados financieros responde a sus intereses y privilegios materiales, los cuales a su vez dependen del mantenimiento del sistema de lucro privado.

El comienzo de este año, sin embargo, muestra señales de que la clase obrera está volviendo a prepararse para entrar en luchas convulsas, como las manifestaciones de masas en Irán, las huelgas relámpago de los trabajadores automotrices en Rumanía y el aumento en la militancia obrera a través de Europa y Oriente Próximo.

El sistema capitalista de lucro no es más que un instrumento para transferir la riqueza a las cúpulas acaudaladas y a los bolsillos de los que cuelgan de ellas. No puede ser cambiada por medio de una perspectiva reformista, sino a través del derrocamiento y reconstrucción de la sociedad en su entereza con base en un programa socialista.

Como Marx previó, no hay forma más que la “expropiación de los expropiadores”, poniendo fin a la propiedad privada de los medios de producción y estableciendo un orden socialista para atender toda necesidad humana. Lo imprescindible de rearmar políticamente a la clase obrera para luchar por este programa es la conclusión que tiene que derivarse del frenesí en el mercado financiero y el crecimiento de la pobreza y la miseria social que lo acompañan.

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